Lecturas del día: Libro de Josué 5,9a.10-12. Salmo 34(33),2-3.4-5.6-7. Carta II de San Pablo a los Corintios 5,17-21.
Evangelio según San Lucas 15,1-3.11-32.
Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo.
Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos".
Jesús les dijo entonces esta parábola:
Jesús dijo también: "Un hombre tenía dos hijos.
El menor de ellos dijo a su padre: 'Padre, dame la parte de herencia que me corresponde'. Y el padre les repartió sus bienes.
Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa.
Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones.
Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos.
El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba.
Entonces recapacitó y dijo: '¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!
Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros'.
Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.
El joven le dijo: 'Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo'.
Pero el padre dijo a sus servidores: 'Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies.
Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado'. Y comenzó la fiesta.
El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza.
Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó qué significaba eso.
El le respondió: 'Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo'.
El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: 'Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos.
¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!'.
Pero el padre le dijo: 'Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo.
Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado'".
Homilía por Fray Emiliano Vanoli OP.
El peligro de un corazón endurecido. Parábola del “hijo mayor”.
Estamos viviendo el tiempo de Cuaresma, un tiempo de gracia y conversión. La Iglesia nos invita a detenernos, a mirar nuestro corazón y preguntarnos: ¿Hacia dónde estoy caminando? La conversión no es solo para los grandes pecadores, sino para cada uno de nosotros. Es la oportunidad de volver a Dios con un corazón sincero y renovado.
En el Evangelio de hoy, Jesús nos presenta la parábola del "Padre misericordioso", más conocida como la del "Hijo Pródigo". Nos resulta fácil identificarnos con el hijo menor, que despilfarra su herencia y vuelve arrepentido. Pero hoy quiero invitarte a ponerte en los zapatos del hijo mayor.
Este hijo nunca se fue de casa. Siempre estuvo allí, cumpliendo con su deber, trabajando junto a su padre. Pero cuando su hermano regresa y el padre lo recibe con alegría, su corazón se endurece. Se resiste a la misericordia, se siente injustamente tratado, incapaz de alegrarse con el regreso del hermano. Su problema no era la desobediencia, sino un corazón frío, que nunca se entregó realmente al amor del Padre.
¡Cuántas veces nos parecemos a él! Cumplimos con nuestras obligaciones, vamos a misa, rezamos, pero sin una entrega real. Nos creemos buenos simplemente porque no nos hemos alejado, pero en el fondo no vivimos la alegría de ser hijos de Dios. Nos cuesta aceptar la misericordia para otros porque, en el fondo, no nos sentimos amados gratuitamente por el Padre.
Este tiempo de Cuaresma nos invita a revisar nuestro corazón. ¿Soy como el hijo mayor? ¿Me falta amor, alegría, misericordia? No basta con "estar" en la Iglesia, es necesario convertirnos de verdad, dejar de vivir la fe por costumbre y volver a experimentar el gozo de sabernos amados por Dios.
Todavía estamos a tiempo. Aprovechemos estos días que quedan de Cuaresma para pedirle al Señor un corazón nuevo, humilde y capaz de amar como Él nos ama. Dejemos de lado la tibieza y volvamos al Padre con confianza. Él nos espera con los brazos abiertos.
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