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sábado, 8 de marzo de 2025

Meditamos el Evangelio de este Domingo con Fray Josué González Rivera OP



Lecturas del día Deuteronomio 26,4-10. Salmo 91(90),1-2.10-11.12-13.14-15.Carta de San Pablo a los Romanos 10,8-13. 


Evangelio según San Lucas 4,1-13.


Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó de las orillas del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto,

donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días. No comió nada durante esos días, y al cabo de ellos tuvo hambre.

El demonio le dijo entonces: "Si tú eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta en pan".

Pero Jesús le respondió: "Dice la Escritura: El hombre no vive solamente de pan".

Luego el demonio lo llevó a un lugar más alto, le mostró en un instante todos los reinos de la tierra

y le dijo: "Te daré todo este poder y el esplendor de estos reinos, porque me han sido entregados, y yo los doy a quien quiero.

Si tú te postras delante de mí, todo eso te pertenecerá".

Pero Jesús le respondió: "Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto".

Después el demonio lo condujo a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del Templo y le dijo: "Si tú eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo,

porque está escrito: El dará órdenes a sus ángeles para que ellos te cuiden.

Y también: Ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra".

Pero Jesús le respondió: "Está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios".

Una vez agotadas todas las formas de tentación, el demonio se alejó de él, hasta el momento oportuno.


Homilía por Fray Josué González Rivera OP


Fue conducido por el Espíritu al desierto, donde fue tentado


Queridos hermanos, nos encontramos ya en el tiempo de la Cuaresma, un periodo especial en el que la Iglesia nos invita, a través de la liturgia, a contemplar un camino de preparación que nos dirige hacia la Pascua. Este tiempo sagrado es una oportunidad para profundizar en nuestra propia conversión, apoyándonos en las prácticas que el Miércoles de Ceniza nos ha señalado: el ayuno, la oración y la limosna. Son estos algunos de los medios privilegiados para recorrer este camino espiritual.


Hoy, en este primer domingo de Cuaresma, el Evangelio nos presenta la escena de Jesús en el desierto, donde es tentado por el demonio. Durante cuarenta días, Jesús se dedica a la preparación de lo que más adelante será su ministerio público. Sin lugar a duda, esto nos lleva a hacer una analogía con nuestros propios cuarenta días cuaresmales, en los que nos preparamos para celebrar la Pascua.


El desierto es un espacio con un profundo significado en la historia de la salvación. En el Antiguo Testamento, fue allí donde Moisés y el pueblo de Israel afianzaron su alianza con Dios, lo conocieron mejor y experimentaron su presencia de una manera especial. Sin embargo, el desierto es un lugar ambivalente: por un lado, representa la experiencia del encuentro con Dios, pero, por otro, es un espacio de prueba, exigencia e incluso tentación, donde las fuerzas del mal intentan apartarnos del camino del Señor.


Es importante notar que Jesús no llega al desierto por casualidad: el Espíritu Santo lo conduce allí. Dios está presente en ese lugar árido y desafiante. La tentación no sucede en un abandono absoluto, sino en la compañía del Espíritu. Del mismo modo, cuando nosotros atravesamos los desiertos de la vida, cuando enfrentamos dificultades y pruebas, no estamos solos, sino que contamos con la presencia del Espíritu de Dios.


El desierto es un espacio de vulnerabilidad, un lugar donde los recursos son escasos y donde se revelan nuestras fragilidades. Jesús, siendo verdadero Dios y verdadero hombre, experimenta esta vulnerabilidad, padeciendo el hambre, la sed y la tentación. Sin embargo, nos muestra que es posible atravesar el desierto y salir victorioso.


Las tentaciones que enfrenta Jesús tienen un significado profundo: Transformar una piedra en pan representa la búsqueda de la satisfacción personal, la tentación de reducir la vida a lo material. Inclinarse ante el maligno para obtener poder es la tentación de la corrupción, de buscar el dominio y el éxito sin importar los medios. Arrojarse desde el pináculo del templo para provocar un milagro es la tentación de manipular a Dios, de buscar la fe basada en lo espectacular y no en la confianza. Jesús rechaza estas falsas promesas porque tiene a Dios como su verdadera fuente de satisfacción, fuerza y misión. Su vida va más allá de lo material, se mantiene fiel al Reino de Dios y no busca que la fe dependa de espectáculos llamativos.


Jesús enfrenta la tentación respondiendo con la Palabra de Dios, citando en particular el Deuteronomio. Este libro no es solo un compendio de leyes, sino un testimonio del llamado a la fidelidad, a la confianza en Dios y a la conversión. En Él encontramos la enseñanza de que la fe no es una cuestión de comodidad o de privilegios, sino un camino de entrega y fidelidad. Al comenzar nuestro camino cuaresmal, pidamos al Señor que nos lleve al desierto, al lugar del encuentro con Él. Un encuentro que nos impulse a fortalecer nuestra vida espiritual, no solo con oraciones y sacrificios, sino también con una vida más generosa y comprometida.


A lo largo de la historia de la espiritualidad cristiana, el desierto ha representado un espacio privilegiado de conversión. Es el lugar donde se hace una pausa en la cotidianidad para buscar a Dios con mayor intensidad. En esta Cuaresma, cada uno de nosotros está llamado a encontrar su propio desierto: un momento de silencio, de reflexión, de desapego de las distracciones que nos alejan del Señor. También podríamos sentir que hay situaciones de especial angustia y tristeza que son como desiertos donde somos llevados, sin ver una salida clara. Pero debemos recordar que el desierto no es nuestro destino final. El pueblo de Dios no se quedó en el desierto, sino que lo atravesó y salió fortalecido para entrar en la tierra prometida. Jesús no se quedó en el desierto, sino que, venciendo la tentación, salió para anunciar el Reino de Dios.


También nosotros, cuando realicemos nuestras prácticas cuaresmales, debemos recordar que la Cuaresma no es un fin en sí misma, sino una preparación para la Pascua. Nuestro objetivo no es solo renunciar a ciertos placeres o costumbres, sino convertirnos realmente al Evangelio y caminar hacia la vida nueva que Cristo nos ofrece. Que el Espíritu Santo nos conduzca en este camino, y que la Pascua nos espere al final de nuestro desierto.




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sábado, 1 de marzo de 2025

Meditamos el Evangelio de este Domingo con Pbro. Juan Manuel Gómez


Lectura del día: Libro de Eclesiástico 27,4-7. Salmo 92(91),2-3.13-14.15-16. Carta I de San Pablo a los Corintios 15,54-58.


Evangelio según San Lucas 6,39-45.


Jesús hizo a sus discípulos esta comparación: "¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un pozo? El discípulo no es superior al maestro; cuando el discípulo llegue a ser perfecto, será como su maestro. ¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: 'Hermano, deja que te saque la paja de tu ojo', tú, que no ves la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano."

No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos: cada árbol se reconoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas. El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón. El malo saca el mal de su maldad, porque de la abundancia del corazón habla la boca.


Homilía por Pbro. Juan Manuel Gómez


Estamos celebrando el 8° Domingo del Tiempo Ordinario, que se verá interrumpido este próximo Miércoles por el inicio del Tiempo de la Cuaresma con la celebración del Miércoles de Ceniza.


La Palabra de Dios de este domingo es para nosotros un anticipo de lo que el camino Cuaresmal quiere animar en nosotros. Ir a lo más profundo, al interior de nuestro corazón, buscar lo bueno que brota en él, fruto del Amor puro de Dios que nos ha hecho hijos suyos, y abandonar todo lo malo que nos aleja, nos lastima y no nos deja vivir “la valentía de la libertad de los hijos de Dios, para amar a todos sin excluir a nadie”, como reza nuestra oración por la patria.


El libro del Eclesiástico, en la primera lectura, nos muestra la sabiduría profunda de quien conoce su corazón y busca acercarlo al Señor. “El árbol bien cultivado se manifiesta en sus frutos” nos expresa el autor sagrado. Ciertamente la imagen de los frutos de un árbol nos resulta cercana. Cuando cosechamos aquellos frutos apetitosos, dulces, que son un deleite para el paladar, nos da gusto saborearlos, disfrutamos al comerlos y nos sacian de verdad. Y por ende cuando esos frutos están podridos, pasados, agrios, nos da asco y rechazo porque no podemos disfrutarlos y nos quitan el gusto.


En nuestra vida pasa lo mismo. ¡Qué gusto da cuando producimos frutos buenos!: palabras, obras, pensamientos, sentimientos buenos que brotan de un corazón firmemente plantado en el Señor, como reza el Salmo 91 que hemos proclamado. Somos capaces de hacer las cosas bien, de brindar lo mejor a los demás, de sostenernos mutuamente y acompañarnos en el dolor, de tender una mano al que está caído, de ayudar al que está desamparado, de consolar al que está triste, de amar al que está herido, de perdonar al que nos ofende.


Solo podemos dar frutos buenos dejando brotar en nuestra vida, con nuestras acciones y pronunciando con nuestra boca el Amor del Señor. Y acá deberíamos preguntarnos ¿Descubro que Dios me ama? ¿Busco estar con Él? ¿Hace cuánto que no me confieso y me reconcilio con el Señor para poder dejarme llenar el corazón de ese Amor puro que él tiene por mí? ¿Doy mi vida como un fruto bueno a los demás?


El fruto es puro don de sí mismo, el árbol no produce el fruto para sí mismo, es hacer extensiva su vida para que otro se sustente. Mis frutos son para los demás, y así también los frutos de los demás son para mí, el sustento que sostiene la vida en cada uno ¡Qué maravilloso es Dios! Nos hace hijos suyos y por eso todos somos hermanos, todos necesitamos del otro, todos somos para los otros. Todos, todos, todos, como nos dijo el Papa Francisco.

Es más que claro que si nosotros no cuidamos y buscamos este vínculo con él, todo en nuestra vida se vuelve amargo, agrio, vacío y sin sentido, estéril, incapaz de dar vida.

He aquí que se nos anuncia una Buena Noticia, San Pablo lo expresa en la Carta a los Corintios, de la segunda lectura, somos transformados por la victoria de Jesús sobre la muerte y el pecado. Cristo vence y nos reviste de su vida para que permaneciendo firmes y buscando obrar y vivir como Él nos pide, brote naturalmente por obra de su amor y de su gracia lo bueno que hay en nosotros, esforzándonos por permanecer en su amor y realicemos todo lo bueno que podemos dar.


Dice Jesús en el Evangelio: “El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene su corazón”. Cada uno de nosotros hermanos tiene un tesoro de bondad. Somos hijas e hijos de Dios. A través de cada uno el Amor del Señor se manifiesta ¡No te creas ese mensaje de desaliento y desánimo de que no hay nada bueno en vos!


¡Tampoco creas que en tus hermanas y hermanos no hay nada bueno! ¡Anímate a mirar más hondo el corazón de tu hermano! Por eso el Señor nos exhorta cuando dice “¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo?” Señor enséñanos a mirar a nuestros hermanos como Vos nos mirás y desde Vos, contemplar la vida en lo más hondo de su corazón para ser alentadores de la esperanza en ellos.


Aunque a veces damos frutos amargos y agrios: palabras hirientes y lastimosas, desprecios e indiferencias, odios y resentimientos, agresiones y ofensas, mentiras y falsedades, infidelidades e impurezas, nuestra raíz más profunda es lo bueno que Dios ha puesto en nosotros de su Amor. Y sólo podemos vencer y sacar de nuestros corazones todo lo malo que nos daña dejándonos atravesar el corazón por el Señor y sumergirnos en su Misericordia que nos sana, nos levanta y no purifica.


Como comunidad tenemos que luchar juntos, caminar al lado, como peregrinos, como hermanos ¡Qué lindo es reconocerle al otro lo bueno que hay en él y animarlo a seguir y dar vida! Cuando nos sostenemos y apoyamos en el hermano buscando lo bueno en nosotros el Espíritu Santo nos impulsa con fuerza para luchar.

¡Pienso en este momento en nombres y rostros concretos de hermanos que me sostienen y acompañan ayudándome a dar lo mejor de mí! Esos hermanos que con sus palabras, sus gestos de amor y cariño, su silencio presente y de escucha atenta, sus abrazos y amor sincero y puro impulsan mi corazón a la abundancia del Amor, a no caer, a no dejar de luchar y a dar mi vida.

¡Vos también los tenés! Dale gracias al Señor por ellos, dale las gracias a cada uno por estar a tu lado y anímense mutuamente a seguir adelante juntos.


El Señor sondea y conoce nuestros corazones, Él nos creó. Como dicen las madres y los padres a sus hijos: “yo te tuve en brazos, te di de comer en la boca, te cambiaba los pañales ¿cómo no te voy a conocer?”. Bueno así también el Señor nos conoce y nos ama como somos. Y Él tiene esperanza en cada uno de nosotros. Es la esperanza que no defrauda. Si nos hacemos más conscientes de esta realidad vamos a luchar por dar frutos buenos. Vamos a poder proclamar ¡Qué bueno es el Señor! y también alentarnos mutuamente como verdaderos hermanos ¡Qué bueno que sos! Porque de la abundancia del corazón habla la boca. 

Animémonos como “Peregrinos de la esperanza”, lema de este año jubilar.


Pongamos palabras a lo que hay en nuestros corazones, reconozcamos nuestros frutos malos y renovemos la gracia del amor y el perdón en el Sacramento de la Reconciliación, nutramos nuestro interior del Amor de los amores en la Eucaristía, empapemos nuestros oídos y bocas de la palabra del Señor, pidamos la gracia en la oración de ver y mirar la bondad de Dios en nuestros hermanos y en nosotros mismos.


Así  hermanos y hermanas nos disponemos a iniciar nuestro próximo camino Cuaresmal y podremos celebrar juntos la gran alegría de la Pascua. María, nuestra Madre camine con nosotros y nos sostenga en sus brazos tiernos de mamá en la búsqueda del Amor de Dios en nosotros.





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