sábado, 22 de febrero de 2025

Meditamos el Evangelio de este Domingo con Fray Emiliano Vanoli OP




Lecturas del día: Primer Libro de Samuel 26,2.7-9.12-13.22-23. Salmo 103(102),1-2.3-4.8.10.12-13. Carta I de San Pablo a los Corintios 15,45-49.


Evangelio según San Lucas 6,27-38.


Jesús dijo a sus discípulos:

«Yo les digo a ustedes que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian.

Bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los difaman.

Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra; al que te quite el manto, no le niegues la túnica.

Dale a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo no se lo reclames.

Hagan por los demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes.

Si aman a aquellos que los aman, ¿qué mérito tienen? Porque hasta los pecadores aman a aquellos que los aman.

Si hacen el bien a aquellos que se lo hacen a ustedes, ¿qué mérito tienen? Eso lo hacen también los pecadores.

Y si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a los pecadores, para recibir de ellos lo mismo.

Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los malos.

Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso.

No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados.

Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes».

Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.


Homilía por Fray Emiliano Vanoli OP 


La regla de oro


Todos, en algún momento de la vida, debemos plantearnos cómo obrar. No se trata simplemente de resolver alguna cuestión particular o problema, sino de encontrar un criterio general, una norma de vida. Así estaremos definiendo una regla de conducta que nos guiará, y dará sentido y coherencia a todos nuestros actos; y, en última instancia, irá definiendo quiénes somos. 


Para ello el Evangelio de este domingo nos confronta con la regla de vida que el Señor Jesús nos propone, y bajo la cual él vivió, enseñó, murió y resucitó.  Ya era conocida en el Antiguo Testamento como la regla de oro, pero en un formato negativo (no hagas a los demás…). Aquí se nos presenta con un giro positivo, más práctico y adecuado a la revelación que nos brinda el Señor sobre la misma intimidad de Dios, que es el amor: “hagan a los demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes”. Todas las demás acciones que propone el Señor en este pasaje del Evangelio son consecuencia de ese amor que debemos imitar de él y de esta regla de oro: hacer el bien, bendecir, rogar, dar y prestar.


Pero a diferencia del Antiguo Testamento la exigencia es infinitamente mayor. No se trata de hacer estas cosas solo por aquellos a quienes amamos o nos hacen el bien, sino precisamente todo lo contrario. Se nos pide amar a nuestros enemigos, a los que nos maldicen y a los que nos difaman. ¿Cómo podría ser esto humanamente posible?


Pues bien, la diferencia del Señor Jesús con respecto a cualquier otro maestro humano que haya existido, es que él no solo enseña, sino que también otorga la luz y la fuerza necesarias para poder obrar eso mismo. Allí donde el alejamiento de Dios produce una “sabiduría” que consiste en pensar primero en uno mismo, el Señor nos da ejemplo entregando su vida por amor a nosotros, y nos ofrece capacitarnos para poder vivir de la misma manera. Esa es la gracia que recibimos de él por el Espíritu Santo: un principio de vida nueva para no conformarnos con los criterios de este mundo sino con su enseñanza.


Ahora bien, para poner en práctica la medida propuesta por el Señor para nuestros actos, también debemos cooperar con nuestras propias luces y fuerzas. Para ello, debemos reconocer que algunos aspectos que la cultura actual nos inculca van en contra de esta regla de oro: la imposición del más fuerte, la búsqueda del bienestar material como bien supremo, la promoción de la competitividad como forma principal de relación con los demás, la instrumentalización de las personas como medios para algún fin, etc. 


La medida de vida que nos propone el Señor, el amor que se traduce en hacer el bien a los demás, implica una espiritualidad lúcida, que, por un lado, pueda reconocer las dificultades e incluso el carácter contracultural de esta propuesta, pero, por otro, se apoye en la certeza que el Señor está presente junto a nosotros y lo hace posible. 


Más que un ideal de vida que alcanzar, el Señor Jesús nos presenta el amor y el bien como un camino que recorrer, paso a paso, día a día, junto a él. Por ello, debemos evitar caer en la tentación de las «sabidurías mundanas» que proponen el pesimismo o el mal menor como forma de obrar. La posibilidad de superar el mal a fuerza de bien es una tarea y un don que recibimos cada día de su parte y que nos compromete a “micro gestionar” el bien para ir transformando, más o menos perceptiblemente, la realidad que nos toca vivir en el Reino de Dios que el Señor sigue instaurando con su presencia silenciosamente, pero de manera eficaz. ¡Esta es nuestra esperanza y regla de vida!



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