viernes, 28 de febrero de 2025
CURSO DE HISTORIA DEL ARTE SACRO
miércoles, 26 de febrero de 2025
Intención del Papa de Febrero.
Queridos lectores, ¿Sabían que el santo padre
Francisco encomienda una intención de oración por mes?
Estas intenciones son una convocatoria mundial a
la acción y oración. El Papa las confía a su
Red Mundial de Oración, que las difunde a través del “Video del Papa”.
Hoy te invitamos a leer esta reflexión inspirada en el vídeo del mes de febrero.
Y NO NOS OLIVEMOS DE REZAR POR LA SALUD DEL PAPA FRANCISCO 🙏🏻🙏🏻🙏🏻
sábado, 22 de febrero de 2025
Meditamos el Evangelio de este Domingo con Fray Emiliano Vanoli OP
Lecturas del día: Primer Libro de Samuel 26,2.7-9.12-13.22-23. Salmo 103(102),1-2.3-4.8.10.12-13. Carta I de San Pablo a los Corintios 15,45-49.
Evangelio según San Lucas 6,27-38.
Jesús dijo a sus discípulos:
«Yo les digo a ustedes que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian.
Bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los difaman.
Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra; al que te quite el manto, no le niegues la túnica.
Dale a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo no se lo reclames.
Hagan por los demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes.
Si aman a aquellos que los aman, ¿qué mérito tienen? Porque hasta los pecadores aman a aquellos que los aman.
Si hacen el bien a aquellos que se lo hacen a ustedes, ¿qué mérito tienen? Eso lo hacen también los pecadores.
Y si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a los pecadores, para recibir de ellos lo mismo.
Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los malos.
Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso.
No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados.
Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes».
Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.
Homilía por Fray Emiliano Vanoli OP
La regla de oro
Todos, en algún momento de la vida, debemos plantearnos cómo obrar. No se trata simplemente de resolver alguna cuestión particular o problema, sino de encontrar un criterio general, una norma de vida. Así estaremos definiendo una regla de conducta que nos guiará, y dará sentido y coherencia a todos nuestros actos; y, en última instancia, irá definiendo quiénes somos.
Para ello el Evangelio de este domingo nos confronta con la regla de vida que el Señor Jesús nos propone, y bajo la cual él vivió, enseñó, murió y resucitó. Ya era conocida en el Antiguo Testamento como la regla de oro, pero en un formato negativo (no hagas a los demás…). Aquí se nos presenta con un giro positivo, más práctico y adecuado a la revelación que nos brinda el Señor sobre la misma intimidad de Dios, que es el amor: “hagan a los demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes”. Todas las demás acciones que propone el Señor en este pasaje del Evangelio son consecuencia de ese amor que debemos imitar de él y de esta regla de oro: hacer el bien, bendecir, rogar, dar y prestar.
Pero a diferencia del Antiguo Testamento la exigencia es infinitamente mayor. No se trata de hacer estas cosas solo por aquellos a quienes amamos o nos hacen el bien, sino precisamente todo lo contrario. Se nos pide amar a nuestros enemigos, a los que nos maldicen y a los que nos difaman. ¿Cómo podría ser esto humanamente posible?
Pues bien, la diferencia del Señor Jesús con respecto a cualquier otro maestro humano que haya existido, es que él no solo enseña, sino que también otorga la luz y la fuerza necesarias para poder obrar eso mismo. Allí donde el alejamiento de Dios produce una “sabiduría” que consiste en pensar primero en uno mismo, el Señor nos da ejemplo entregando su vida por amor a nosotros, y nos ofrece capacitarnos para poder vivir de la misma manera. Esa es la gracia que recibimos de él por el Espíritu Santo: un principio de vida nueva para no conformarnos con los criterios de este mundo sino con su enseñanza.
Ahora bien, para poner en práctica la medida propuesta por el Señor para nuestros actos, también debemos cooperar con nuestras propias luces y fuerzas. Para ello, debemos reconocer que algunos aspectos que la cultura actual nos inculca van en contra de esta regla de oro: la imposición del más fuerte, la búsqueda del bienestar material como bien supremo, la promoción de la competitividad como forma principal de relación con los demás, la instrumentalización de las personas como medios para algún fin, etc.
La medida de vida que nos propone el Señor, el amor que se traduce en hacer el bien a los demás, implica una espiritualidad lúcida, que, por un lado, pueda reconocer las dificultades e incluso el carácter contracultural de esta propuesta, pero, por otro, se apoye en la certeza que el Señor está presente junto a nosotros y lo hace posible.
Más que un ideal de vida que alcanzar, el Señor Jesús nos presenta el amor y el bien como un camino que recorrer, paso a paso, día a día, junto a él. Por ello, debemos evitar caer en la tentación de las «sabidurías mundanas» que proponen el pesimismo o el mal menor como forma de obrar. La posibilidad de superar el mal a fuerza de bien es una tarea y un don que recibimos cada día de su parte y que nos compromete a “micro gestionar” el bien para ir transformando, más o menos perceptiblemente, la realidad que nos toca vivir en el Reino de Dios que el Señor sigue instaurando con su presencia silenciosamente, pero de manera eficaz. ¡Esta es nuestra esperanza y regla de vida!
domingo, 16 de febrero de 2025
Meditamos el Evangelio de este Domingo con Fray Ángel Benavides Hilgert OP
Lecturas del día: Jeremías 17, 5-8 Salmo 1, 1-4. 6 Carta I de San Pablo a los Corintios 15,12.16-20.
Evangelio según San Lucas 6, 12-13. 17. 20-26
Jesús se retiró a una montaña para orar, y pasó toda la noche en oración con Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos y eligió a doce de ellos, a los que dio el nombre de Apóstoles.
Al bajar con ellos se detuvo en una llanura. Estaban allí muchos de sus discípulos y una gran muchedumbre que había llegado de toda la Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón. Entonces Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo:
«¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!
¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados!
¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán!
¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y proscriban el nombre de ustedes, considerándolos infames a causa del Hijo del hombre!
¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo!. ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los profetas!
Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo!
¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre!
¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas!
¡Ay de ustedes cuando todos los elogien! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los falsos profetas!»
Homilía por Fray Ángel Benavides Hilgert OP
El profeta Jeremías, que es conocido sobre todo por anunciar la caída de Jerusalén antes del destierro, denuncia también de parte del Dios de Israel el comportamiento de los que haciéndose llamar fieles del Señor, por el mero cumplimiento de algunos preceptos rituales, manifiestan a luz del día su infidelidad de corazón al Señor. Este domingo, Jeremías compara al hombre injusto con un matorral lánguido en el desierto y al hombre justo con un árbol sano y fecundo, sembrado junto a las aguas. Notemos, hermanos, el contraste… el hombre que confía en el hombre, es decir en sus propias fuerzas, en su astucia e inteligencia, en sus bienes y capacidades, y el hombre que pone su confianza en el Señor, por encima de cualquier cosa terrena. Nos invita a pensar en la vida del cristiano. La vida espiritual del cristiano debe estar arraigada junto al torrente que brota del costado de Cristo. Así como el árbol crece y se expande, así debe ser notorio, en la vida del discípulo, su crecimiento en la fe y la extensión de su amor por el prójimo. Sus frutos, a causa de alimentarse del mismo Cristo, en los sacramentos, y de su misericordia, en las obras de la fe, son abundantes y útiles.
Y David, el rey y poeta de Israel, el ungido del Señor, canta, siglos antes, en el Salmo 1, las mismas alabanzas del hombre que confía en el Señor y los «ayes» de aquel que orgulloso de sí mismo y sus logros, se acerca a su propia ruina.
El apóstol san Pablo, al final de la epístola a los Corintios, afirma con una contundencia que desarma: «Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe». Su muerte es señal de humillación, pequeñez, dolor, fragilidad, persecución y muestra del alcance y maldad del pecado. Pero su resurrección de entre los muertes, es señal de dignificación y elevación, consuelo y gozo, fortaleza y aceptación, y muestra de la voluntad salvífica de Dios, de su amor por su creación y por el hombre especialmente, y de su misericordia, que trastoca nuestra noción de justicia. Cristo murió y resucitó de entre los muertos. Es el mismo anuncio que llevó a misioneros y evangelizadores, obispos y monjes a todo el mundo, y que sigue vigente en la expansión de la Iglesia por todos los continentes, razas, lenguas, pueblos y naciones: Cristo murió en la cruz y resucitó para nuestra salvación.
Al acercarnos al evangelio, San Lucas nos transmite las bienaventuranzas. Su versión es un poco diferente a las del apóstol Mateo. Son menos sentencias, y añade a éstas los «ayes» contra los que en este mundo ya han recibido alegrías pasajeras. Y el contexto es precisamente después de haber elegido a sus doce apóstoles. A diferencia de san Mateo que inicia con las suyas el Sermón de la Montaña, en san Lucas son pronunciadas en una llanura junto al Mar de Galilea. Los que le escuchan son judíos que lo han seguido y buscan ser sanados de sus enfermedades y purificados de espíritus inmundos. Y lo que el Señor les da es este mensaje, que como el anuncio de Pablo, desarma inmediatamente: Bienaventurados, felices, dichosos, benditos… los pobres, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Felices los pobres, los hambrientos, los que lloran, los perseguidos por causa de Cristo. Bienaventurados los que ponen su confianza en el Señor, los que obran de corazón según sus mandatos, los que aman al prójimo, los que aún en la injusticia, se privan de ir contra la voluntad de Dios. Bienaventurados, amados por el Señor, porque serán como el árbol plantado al borde de la acequia.
Ay de ustedes, les dice, al contrario, a los ricos, a los satisfechos, a los que ríen, a los que reciben elogios. A los que han obtenido consuelo en esta vida, sin importarles el destino del prójimo. Ay de los que viven en la abundancia sin justicia, en la corrección política sin verdad, ansiando la aceptación social sin dignidad y suspirando por el respeto humano sin honestidad. Ay de ustedes, porque serán como el arbusto secándose en el desierto.
¡Acerquémonos, hermanos, a Señor, bebamos del torrente de Su Palabra, que su gracia se derrame en nuestros corazones, y que nuestros labios canten sus alabanzas, que nuestras manos obren su misericordia, que nuestros ojos contemplen su Bienaventuranza!
Aquí puedes conocer la información del Jubileo 2025
sábado, 8 de febrero de 2025
Meditamos el Evangelio de este Domingo con Fray Josué González Rivera OP
Lecturas del día: Libro de Isaías 6,1-2a.3-8. Salmo 138(137),1-2a.2bc-3.4-5.7c-8. Carta I de San Pablo a los Corintios 15,1-11.
Evangelio según San Lucas 5,1-11.
En una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios, y él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret. Desde allí vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban limpiando las redes. Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: "Navega mar adentro, y echen las redes". Simón le respondió: "Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes".
Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse. Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.
Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: "Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador". El temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: "No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres".
Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron.
Homilía por Fray Josué González Rivera OP
“ABANDONÁNDOLO TODO, LO SIGUIERON”
En este domingo, escuchamos textos que nos hablan de la vocación, es decir, de la experiencia de varones que sintieron en su vida una llamada de parte de Dios para colaborar de modo especial en la labor profética o apostólica. Aunque estos textos pueden profundizarse en una reflexión dirigida a quienes hoy en día sienten una llamada especial para ejercer un ministerio dentro de la Iglesia, como clérigos o consagrados, recordemos que cada cristiano, antes de tener una vocación específica, es convocado a participar de la vocación universal de la Iglesia: la santidad. Por ello, no debemos sentirnos ajenos a este llamado de Dios, que nos invita a seguirle. Tú y yo somos llamados por el mismo Dios que llamó a aquellos hombres, para vivir junto a Él y compartir su Palabra con quienes lo desconocen o lo ignoran.
Isaías, Pablo y Pedro nos dan testimonio de su encuentro con Dios, una experiencia que marcó sus vidas y los llevó a vivir de manera distinta y renovada. En los tres textos de hoy encontramos un “esquema” que nos orienta a escuchar esta llamada y a reflexionar sobre cómo podemos asumirla también nosotros y renovar nuestro propio encuentro con el Señor.
En primer lugar, notemos que hay un encuentro con Dios: Isaías tiene la visión de la corte celestial, Pablo señala que se le apareció el Resucitado, y Pedro fue elegido para que Jesús subiera a su barca. Todas estas son experiencias personales de Dios. Vale la pena preguntarnos: ¿dónde o cómo nos hemos encontrado con Él? Ya sea en un retiro, en la oración, en la liturgia, en el apostolado o en una situación particular, recordemos que Él toma la iniciativa y, si estamos dispuestos, podremos experimentarlo. En estos encuentros, podemos percatarnos de lo grande y maravilloso de su amor, pero también sentirnos indignos. Eso le ocurrió a Isaías, quien se sintió impuro; a Pablo, quien se reconoció como un aborto, es decir, con una vida limitada; y a Pedro, quien se confesó pecador. Es comprensible que, al ponernos frente a la suprema bondad de Dios, nos avergüence y duela nuestra propia maldad. Sin embargo, como dije antes, la iniciativa es de Él, y está dispuesto a ayudarnos a salir de ese estado indigno y limitado.
Un segundo momento de la vocación es la manifestación de la Gracia de Dios, un regalo gratuito y amoroso que purifica y vitaliza. Tanto el profeta como los apóstoles son perdonados y sanados. Ahora me pregunto: ¿cómo recibo y cuido la Gracia de Dios en mi vida? Sabemos que los sacramentos son el lugar privilegiado para recibir esta Gracia; por ello, debemos cuidar nuestra participación cotidiana en ellos y abrir nuestra vida para que Él se haga presente con ese regalo maravilloso, que es su misma presencia. Además, al estar en la celebración del Año Santo, la Iglesia nos invita a participar de este jubileo con las gracias e indulgencias especiales que podemos recibir durante este tiempo. He aquí otra oportunidad para vivir estos dones que Dios nos concede. La Gracia de Dios no nos deja indiferentes, como tampoco dejó indiferentes a los tres varones que escuchamos en las lecturas de este domingo. Su presencia y su Espíritu en nosotros nos conceden sabiduría, fortaleza, piedad, es decir, todos los dones que necesitamos para vivir de manera más plena.
Finalmente, todo esto culmina en una invitación de parte de Dios a mantener una relación cercana y estrecha con Él. Como mencioné al inicio, no debemos pensar que esto es solo para seminaristas y monjas, sino para todo cristiano, sin importar sus condiciones particulares. Al vivir un encuentro con Dios y abrirnos a su Gracia, somos convocados a seguirle. El profeta se siente impulsado por esta experiencia y exclama: “¡Envíame a mí!”. Los apóstoles escuchan la voz de Jesús que les dice: “¡Sígueme!”. En el día a día, en cada vocación y estilo de vida particular—ya sea en la vida consagrada o el matrimonio, la juventud o la ancianidad—cada uno puede descubrir que Dios, especialmente por medio de Jesús, le llama a seguirle, a ir detrás de Él, a dejarlo todo y a confiar en lo que nos quiere regalar y conceder. Si respondemos que sí a esta llamada, compartamos esta experiencia de Dios siendo buenos, caritativos y fieles a su Palabra. Y recordemos que no lo hacemos solos, sino acompañados por Él mismo y por la Iglesia, constituida como comunidad de fieles discípulos-misioneros, seguidores del Señor que comparten la llamada a la santidad, es decir, la vocación a la bienaventuranza, con la cual echamos las redes al mar.
Todo esto es un acontecimiento vital, una experiencia trascendente. No se trata de una serie de pasos que podamos calendarizar y cumplir de forma precisa. Cada uno puede reflexionar en qué momentos de su vida ha experimentado algo así y también pedirle al Señor que le revitalice. Como su amor nunca se agota y Él hace nuevas todas las cosas, podemos renovar nuestro encuentro con Él o pedirle que nos lo conceda por primera vez. Lo importante es disponernos a vivir una experiencia de Dios en nuestras vidas, recibiendo su presencia transformadora que nos invita a seguirle día a día abandonando todo lo que nos limite.
Bendiciones.
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