Lecturas del día: Libro de Sofonías 3,14-18a. Libro de Isaías 12,2-3.4bcd.5-6. Carta de San Pablo a los Filipenses 4,4-7.
Evangelio según San Lucas 3,10-18.
La gente le preguntaba: "¿Qué debemos hacer entonces?".
Él les respondía: "El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto".
Algunos publicanos vinieron también a hacerse bautizar y le preguntaron: "Maestro, ¿qué debemos hacer?".
El les respondió: "No exijan más de lo estipulado".
A su vez, unos soldados le preguntaron: "Y nosotros, ¿qué debemos hacer?". Juan les respondió: "No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo".
Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo: "Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.
Tiene en su mano la horquilla para limpiar su era y recoger el trigo en su granero. Pero consumirá la paja en el fuego inextinguible".
Y por medio de muchas otras exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Noticia.
Homilía por Fray Josué González Rivera OP
Queridos hermanos, nos encontramos en el domingo de la alegría, un lugar especial en este tiempo de Adviento que nos pide tener presente, en medio de nuestro caminar, la alegría de saber que el Señor está cerca, “a la vuelta de la esquina”, y eso no puede ser más que un motivo de entusiasmo para quienes creemos y confiamos en él.
Hoy, por medio del apóstol san Pablo, se nos da una orden: ¡Alégrense! (Flp 4,4). En el idioma en que se escribió, se dice chaíre o jaire. Esta es también la misma palabra con la que el ángel saluda a María al comienzo del evangelio de Lucas: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1,28). Es decir, que hoy nosotros somos saludados y llamados de la misma manera que María a tomar conciencia de esta presencia que llega a nosotros y reaviva nuestra fe, esperanza y caridad. Todo esto para prepararnos a vivir la Navidad de forma más plena y auténtica.
Pero no somos insensatos. Esta llamada no nos invita a ser indiferentes ante una realidad que no siempre es alegre. En el mundo de hoy hay muchas noticias que, más bien, son todo lo contrario. En un mundo marcado por la exclusión y la desigualdad, por la violencia, la enfermedad, la incertidumbre y el sufrimiento, no podemos ser ajenos a tantas situaciones en las que, también nosotros, podemos vernos inmersos en el estrés, la ansiedad y la falta de paz. Todas estas son malas noticias que nos apartan de experimentar esa alegría a la que hoy somos llamados. Además, también es cierto que hoy en día muchas veces confundimos la alegría con aquellos momentos fugaces de placer o satisfacción, especialmente en esta época del año, donde parece que la alegría se reduce al simple consumo o desenfreno.
El llamado a la alegría que está presente en las lecturas de hoy no surge de una situación externa favorable. El profeta ve a su pueblo amenazado, el apóstol está en la cárcel y Juan Bautista contempla la corrupción de su pueblo. Pero, en medio de todo ello, surge una esperanza a la que nosotros también somos invitados a participar, porque Dios no nos olvida, sino que se hace presente en medio de su pueblo. Por eso, el primer paso hacia la alegría está en el reconocimiento de la presencia divina que transforma y renueva nuestras vidas.
En el contexto del Adviento, con más fuerza, esta confianza en la presencia de Dios se tiene que traducir en un corazón abierto a la oración, a la gratitud y a la esperanza. Prepararnos para la venida de Cristo significa dejar nuestras preocupaciones en sus manos y confiar en que él tiene el poder de hacer que todas esas malas noticias dejen de tener poder sobre nosotros. Con nuestro testimonio, podemos ir transformando esas adversidades mediante una esperanza activa. Para ello, la predicación de Juan Bautista que nos presenta el evangelio de Lucas es una preparación de este camino para la llegada de Cristo, especialmente a través de la conversión.
En el evangelio de hoy, tres veces le preguntan al Bautista: ¿Qué tenemos que hacer? A lo que él responde con acciones concretas: compartir con los necesitados, actuar con justicia y evitar los abusos. Este es un llamado radical que desafía la vida en términos prácticos. Nuestra preparación para la venida del Señor es interna y espiritual, en la medida en que mejoramos nuestra relación con él. Pero también es externa y testimonial, construyendo un mundo más justo y solidario. El camino de la conversión no se limita al cambio de intención, sino que exige obras concretas de caridad y justicia. Para nosotros, que somos destinatarios de esta palabra revelada, también podríamos preguntarnos: ¿Cómo podemos ser signos de alegría y esperanza en este mundo, para nuestra comunidad o para las personas que nos rodean?
La Navidad misma es un momento donde podemos contemplar la encarnación del Hijo de Dios en Jesús como un acto de solidaridad divina con la humanidad, especialmente con los más pequeños y vulnerables. Ese es el inicio de la Buena Noticia, la fuente de la alegría a la que hoy somos llamados a ser portadores comprometidos con aquel reinado de justicia y de paz que Cristo viene a instaurar.
Si miramos el pasado, podemos ver cómo la esperanza cristiana es especialmente significativa en los tiempos de crisis. Cuando el futuro parece incierto y las dificultades parecen superar nuestras fuerzas, un mensaje como el del profeta Sofonías nos impulsa a esperar en Dios mientras trabajamos por un futuro mejor. Dios es fiel a sus promesas; está en nosotros como guerrero victorioso y nos renueva con su amor. La venida de Cristo nos asegura que la luz siempre triunfa sobre la oscuridad. Pidámosle a Dios que nos ayude a vivir esta esperanza y a confiar en que nuestras acciones de amor y justicia tienen sentido, así sean grandes o pequeñas, para que nuestra esperanza no sea pasiva, sino activa.
Una esperanza activa nos invita a fomentar una alegría verdadera que surge de la oración y la reflexión; que practica la caridad y solidaridad con quienes tienen menos; que renueva las relaciones rotas siguiendo el ejemplo de la misericordia de Dios; que es testimonio de la Buena Noticia proclamada con nuestras palabras y acciones. Todo esto, especialmente en este tiempo en que nos preparamos para la celebración de la Navidad, donde aquel niño que se pone en el pesebre puede ser el signo de cómo el Salvador transforma nuestras vidas cuando le recibimos. Que el mensaje de este tercer domingo de Adviento, que nos llama a la alegría, la paz y la esperanza, comprometiéndonos con nuestra conversión y la solidaridad frente a las malas noticias de hoy, preparándonos para una celebración de la Navidad que deje de ser superficial y se convierta en un encuentro profundo con el Dios que está en medio de nosotros, renovándonos con su amor y guiándonos hacia un futuro pleno de gozo y paz. Bendiciones.
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