domingo, 22 de diciembre de 2024

4° Domingo de Adviento - Homilía del P. Juan Manuel Gómez






Miqueas 5,1-4a. - Salmo 80(79),2ac.3b.15-16.18-19 - Hebreos 10,5-10

Evangelio según San Lucas 1,39-45.

María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor".


Homilía del P. Juan  Manuel Gómez


“De ti, nacerá el que debe gobernar a Israel ¡Y él mismo será la paz! “(Cf. Miq. 5, 1. 4)

 “Emmanuel, nuestro Dios está con nosotros. Y si Dios está con nosotros ¿Quién podría estar contra nosotros? “(Canción “Immanuel” de Michael Card)

 

Estamos celebrando el último Domingo de este tiempo de preparación, del tiempo de Adviento, que nos abre al misterio profundo del amor y la ternura de Dios con nosotros. La Palabra de Dios nos presenta cómo Dios se manifiesta, se revela y se hace presente entre nosotros.

En la profecía de Miqueas, el Señor se revela en la pequeñez: la pequeña Belén, la pequeñez del que va a nacer, la pequeñez de su madre. Y allí nos manifiesta que Él está con nosotros y viene con la firmeza del pastor que nos apacienta, que nos sostiene con la fuerza del Amor, y él es nuestra paz que se extiende por toda la tierra. ¡Qué fuerte para nosotros pensar que en nuestra pequeñez Dios nacerá! Nuestro Dios está con nosotros y viene a visitarnos.

Ciertamente en el adviento resuena constantemente la expresión VEN SEÑOR (Marana thá). Y Jesús es Dios que viene “para todos aquellos que viven en la sombra de la muerte, para todos aquellos que tropiezan en las tinieblas”[1] y surge como la gran luz. “Si Dios está con nosotros ¿quién podrá estar contra nosotros?”[2]

La Carta a los Hebreos nos relata que nuestro Señor al venir a nosotros hace una entrega total de sí mismo. “Esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes”[3] , escuchamos en las palabras que pronuncia en la última cena y que el sacerdote en su memoria pronuncia en cada Eucaristía. Belén, que significa la casa del pan, es manifestación de aquello que compartimos en cada Eucaristía, en cada misa. Dios viene a ser el sustento de la vida de los hombres, es el pan de los hombres peregrinos

Jesús viene a hacer la voluntad de Dios: que todos sus hijos se salven. Así mismo nos da el ejemplo de lo que él espera de nosotros, la entrega total y personal de cada uno por los demás. El cuerpo de un bebé frágil que llora y que necesita de otros es el signo visible de todos los que lloran y nos necesitan hoy.

Y allí aparece “la estrella del mar” que nos guía y orienta en el camino, María, nuestra Madre, la servidora del Señor, para manifestar y revelarnos en su sencillez que así como Dios está con nosotros y “ha visitado y redimido a su pueblo”[4], tenemos que visitar a los demás.  Al visitarnos “el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte , para guiar nuestros pasos por el camino de la paz”[5] todos somos capaces de hacer por los demás lo mismo que él hace por nosotros.

En el relato de la Visitación que San Lucas nos presenta en su Evangelio vemos claramente que, así como la visita de María a Isabel, todos estamos llamados a salir de nosotros mismos en gestos concretos que comunican solidaridad y vida por nuestros hermanos.

La alegría por la venida del Niño Dios, la alegría de la navidad, tiene que manifestarse en nosotros en alabanzas a Dios, como aclaman María e Isabel, pero también en servicialidad y disponibilidad para todos, especialmente a los que sufren, los que viven en la fragilidad de esta vida, tenemos que pensar en los demás. Y allí verdaderamente Dios se manifiesta, Dios resplandece.

Nos decía el papa Benedicto XVI: “La escena de la Visitación expresa la belleza de la acogida: donde hay acogida recíproca, escucha, espacio para el otro, allí está Dios y la alegría que viene de Él.”[6]

¡Qué diferente y plena sería nuestra Navidad si nos animamos a imitar a María visitando a cuantos viven en dificultad y acogiendo a nuestros hermanos!

“De tí nacerá el Señor”.  Este último tramo del adviento oremos con sincero corazón, contemplemos el pesebre, miremos a María, escuchemos al Señor que viene a visitarnos y digámosle: Quiero nacer contigo, queremos nacer en esta Navidad a una vida plena. Ven a nacer Señor en nuestra vida y ayúdanos a ir al encuentro, acogerte, recibirte y amarte en el hermano que viene y que sufre.

Este es precisamente el don sorprendente de la Navidad: Jesús ha venido por cada uno de nosotros y en él nos ha hecho hermanos. Que todos podamos vivir y compartir la alegría de esta Navidad. En vos Dios se manifiesta para los que están cansados, para los que en la oscuridad de la noche anhelan la luz.

¡Animáte a ser Navidad!

En los pesebres de nuestros corazones acunemos a Jesús y dejemos que su ternura, dulzura y amor nos impulsen a anunciar sus maravillas. Dios está con nosotros, nuestro Dios ya viene y de ti nacerá el Salvador.

Los invito a preparar el corazón para la Navida, con esta canción: https://www.youtube.com/watch?v=g0hPJ5EYxAo



[1] Cf. Lc. 1, 79.

[2] Cf. Rom. 8, 31.

[3] Cf. Lc. 22, 19.

[4] Cf. Lc. 1, 68.

[5] Cf. Lc. 1, 78-79

[6] Benedicto XVI, “Ángelus” Plaza de San Pedro, 23 de diciembre de 2012.



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sábado, 14 de diciembre de 2024

3° Domingo de Adviento Fray Josué González Rivera OP



Lecturas del día: Libro de Sofonías 3,14-18a. Libro de Isaías 12,2-3.4bcd.5-6. Carta de San Pablo a los Filipenses 4,4-7.


Evangelio según San Lucas 3,10-18.


La gente le preguntaba: "¿Qué debemos hacer entonces?".

Él les respondía: "El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto".

Algunos publicanos vinieron también a hacerse bautizar y le preguntaron: "Maestro, ¿qué debemos hacer?".

El les respondió: "No exijan más de lo estipulado".

A su vez, unos soldados le preguntaron: "Y nosotros, ¿qué debemos hacer?". Juan les respondió: "No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo".

Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo: "Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.

Tiene en su mano la horquilla para limpiar su era y recoger el trigo en su granero. Pero consumirá la paja en el fuego inextinguible".

Y por medio de muchas otras exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Noticia.


Homilía por Fray Josué González Rivera OP


Queridos hermanos, nos encontramos en el domingo de la alegría, un lugar especial en este tiempo de Adviento que nos pide tener presente, en medio de nuestro caminar, la alegría de saber que el Señor está cerca, “a la vuelta de la esquina”, y eso no puede ser más que un motivo de entusiasmo para quienes creemos y confiamos en él.


Hoy, por medio del apóstol san Pablo, se nos da una orden: ¡Alégrense! (Flp 4,4). En el idioma en que se escribió, se dice chaíre o jaire. Esta es también la misma palabra con la que el ángel saluda a María al comienzo del evangelio de Lucas: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1,28). Es decir, que hoy nosotros somos saludados y llamados de la misma manera que María a tomar conciencia de esta presencia que llega a nosotros y reaviva nuestra fe, esperanza y caridad. Todo esto para prepararnos a vivir la Navidad de forma más plena y auténtica.


Pero no somos insensatos. Esta llamada no nos invita a ser indiferentes ante una realidad que no siempre es alegre. En el mundo de hoy hay muchas noticias que, más bien, son todo lo contrario. En un mundo marcado por la exclusión y la desigualdad, por la violencia, la enfermedad, la incertidumbre y el sufrimiento, no podemos ser ajenos a tantas situaciones en las que, también nosotros, podemos vernos inmersos en el estrés, la ansiedad y la falta de paz. Todas estas son malas noticias que nos apartan de experimentar esa alegría a la que hoy somos llamados. Además, también es cierto que hoy en día muchas veces confundimos la alegría con aquellos momentos fugaces de placer o satisfacción, especialmente en esta época del año, donde parece que la alegría se reduce al simple consumo o desenfreno.


El llamado a la alegría que está presente en las lecturas de hoy no surge de una situación externa favorable. El profeta ve a su pueblo amenazado, el apóstol está en la cárcel y Juan Bautista contempla la corrupción de su pueblo. Pero, en medio de todo ello, surge una esperanza a la que nosotros también somos invitados a participar, porque Dios no nos olvida, sino que se hace presente en medio de su pueblo. Por eso, el primer paso hacia la alegría está en el reconocimiento de la presencia divina que transforma y renueva nuestras vidas.


En el contexto del Adviento, con más fuerza, esta confianza en la presencia de Dios se tiene que traducir en un corazón abierto a la oración, a la gratitud y a la esperanza. Prepararnos para la venida de Cristo significa dejar nuestras preocupaciones en sus manos y confiar en que él tiene el poder de hacer que todas esas malas noticias dejen de tener poder sobre nosotros. Con nuestro testimonio, podemos ir transformando esas adversidades mediante una esperanza activa. Para ello, la predicación de Juan Bautista que nos presenta el evangelio de Lucas es una preparación de este camino para la llegada de Cristo, especialmente a través de la conversión.


En el evangelio de hoy, tres veces le preguntan al Bautista: ¿Qué tenemos que hacer? A lo que él responde con acciones concretas: compartir con los necesitados, actuar con justicia y evitar los abusos. Este es un llamado radical que desafía la vida en términos prácticos. Nuestra preparación para la venida del Señor es interna y espiritual, en la medida en que mejoramos nuestra relación con él. Pero también es externa y testimonial, construyendo un mundo más justo y solidario. El camino de la conversión no se limita al cambio de intención, sino que exige obras concretas de caridad y justicia. Para nosotros, que somos destinatarios de esta palabra revelada, también podríamos preguntarnos: ¿Cómo podemos ser signos de alegría y esperanza en este mundo, para nuestra comunidad o para las personas que nos rodean?


La Navidad misma es un momento donde podemos contemplar la encarnación del Hijo de Dios en Jesús como un acto de solidaridad divina con la humanidad, especialmente con los más pequeños y vulnerables. Ese es el inicio de la Buena Noticia, la fuente de la alegría a la que hoy somos llamados a ser portadores comprometidos con aquel reinado de justicia y de paz que Cristo viene a instaurar.

Si miramos el pasado, podemos ver cómo la esperanza cristiana es especialmente significativa en los tiempos de crisis. Cuando el futuro parece incierto y las dificultades parecen superar nuestras fuerzas, un mensaje como el del profeta Sofonías nos impulsa a esperar en Dios mientras trabajamos por un futuro mejor. Dios es fiel a sus promesas; está en nosotros como guerrero victorioso y nos renueva con su amor. La venida de Cristo nos asegura que la luz siempre triunfa sobre la oscuridad. Pidámosle a Dios que nos ayude a vivir esta esperanza y a confiar en que nuestras acciones de amor y justicia tienen sentido, así sean grandes o pequeñas, para que nuestra esperanza no sea pasiva, sino activa.


Una esperanza activa nos invita a fomentar una alegría verdadera que surge de la oración y la reflexión; que practica la caridad y solidaridad con quienes tienen menos; que renueva las relaciones rotas siguiendo el ejemplo de la misericordia de Dios; que es testimonio de la Buena Noticia proclamada con nuestras palabras y acciones. Todo esto, especialmente en este tiempo en que nos preparamos para la celebración de la Navidad, donde aquel niño que se pone en el pesebre puede ser el signo de cómo el Salvador transforma nuestras vidas cuando le recibimos. Que el mensaje de este tercer domingo de Adviento, que nos llama a la alegría, la paz y la esperanza, comprometiéndonos con nuestra conversión y la solidaridad frente a las malas noticias de hoy, preparándonos para una celebración de la Navidad que deje de ser superficial y se convierta en un encuentro profundo con el Dios que está en medio de nosotros, renovándonos con su amor y guiándonos hacia un futuro pleno de gozo y paz. Bendiciones. 



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domingo, 8 de diciembre de 2024

2° Domingo de Adviento - Homilía del P. Matías Pérez


Lecturas de día: Libro de Baruc 5,1-9. Salmo 126(125),1-2ab.2cd-3.4-5.6. Carta de San Pablo a los Filipenses 1,4-6.8-11.


Evangelio según San Lucas 3,1-6.


El año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea, siendo Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Felipe tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene, bajo el pontificado de Anás y Caifás, Dios dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto.

Este comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados, como está escrito en el libro del profeta Isaías: Una voz grita en desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos.

Los valles serán rellenados, las montañas y las colinas serán aplanadas. Serán enderezados los senderos sinuosos y nivelados los caminos desparejos.

Entonces, todos los hombres verán la Salvación de Dios.


Homilía por el Pbro. Matías Pérez:


Queridos hermanos y hermanas, celebramos este  segundo domingo de adviento junto con la solemnidad de María santísima la madre de Dios, la madre de Jesús y no hay huella más segura que podamos pisar que no haya sido la que nos dejó María para encontrar el camino Hacia Jesús. 


De su mano sucede el gran encuentro que divide en 2 nuestra vida: un antes y después de encontrarnos con Jesús, de experimentar su amor, de experimentar su obra poderosa en nosotros y se nos está invitando en este tiempo de a poco a recorrer el mismo camino que recorrió María y José. Un camino en el que también hubo adversidades, y dificultades, pero había sobretodo amor, esperanza y confianza.

 

El amor que los movía todos los días a caminar un trecho más en el camino, buscando ese lugar, el indicado, el elegido, el posible. También en nuestras vidas el amor nos lanza hacia adelante encontrando en las diferentes circunstancias de la vida, el lugar indicado y la circunstancia posible en la que podemos  vivir, existir, donde Dios nos invita a transitar nuestro camino y nuestro proyecto concretándose así el llamado a la santidad: es lo que nos ha tocado, donde hemos sido puestos en este tiempo histórico.


María le tocó en aquel tiempo, a nosotros nos toca en este. Pero las huellas de María y por el amor que le puso a todo este proyecto, también nosotros podemos en ella transitar lo que nos toca: a veces con cosas que nos agradan más y a veces con cosas que nos agradan menos. 


La misma esperanza que también les hizo saber a María y a José que lo bueno de parte de Dios siempre estaba por llegar y por eso todos los días avanzaban un poquito más, sin claudicar ni siquiera los últimos instantes donde parecía que no había lugar para ellos, hasta que Dios les pudo indicar dónde. Y quizás no habrá sido lo que María había soñado para su hijo, no fue lo que José soñó para su hijo, pero fue lo que Dios dispuso en ese momento como posible. Así reconocieron María y José la providencia de Dios que les dio lo que necesitaban. Uno podría pensar que les dio mucho menos, porque la cueva de animales para el nacimiento del mesías parece un poco menos, pero en realidad en el plan de Dios fue lo que necesitaban: un lugar donde el reinado del mesías se manifestara de manera sobresaliente. Si hubiera nacido en un lugar ostentoso o lujoso, quizás aquel mesías tan importante hubiera estado en “compose” y confundido entre el lujo y las ostentación. Sin embargo aquí el niño, el mesías sobresale en medio de esa pobreza, en medio de esa sencillez y humildad. Está bien resaltado: el centro es Jesús y allí comprendemos que Dios en su providencia y en su plan escrito en renglones torcidos permite que Jesús nazca en la cueva.


De la misma manera así como hablamos del amor que los movió, la esperanza que los hizo aguardar lo bueno que estaba por llegar de parte de Dios, también la confianza, la fe de María y José, que nunca dejaron de confiar en Dios y aún con sus preguntas. María: “cómo va a ser esto?” Pero el Espíritu que interviene le da respuesta a sus cuestionamientos más profundos, también a nosotros.


La Inmaculada Concepción nos recuerda que María ha sido elegida, corrida de la suerte del resto de la humanidad. Corrida de hecho, porque Dios la preserva para algo especial: la venida de Jesús. Esto celebramos hoy: la Inmaculada Concepción. María concebida sin pecado: el “ave María purísima”, el “sin pecado concebida”, en tiempo especial que es el adviento. 


Damos un paso más en el adviento,  hoy de la mano de María, hoy tras las huellas de María y hoy mirando a María reconociendo en Ella un corazón bondadoso, un corazón fiel, un corazón confiado, y esperanzado.


Dios nos conceda la gracia de crecer en fe, esperanza y amor, en este tiempo y por intercesión de María santísima y que el Espíritu Santo sople sobre nosotros como sobre MARÍA. Que las maravillas vengan nuestras vidas, nos enseñe a servir, nos enseñe a glorificar el nombre de Dios en toda circunstancia.


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domingo, 1 de diciembre de 2024

1° Domingo de Adviento, homilía del P. Diego Olivera


El Adviento es el comienzo del Año Litúrgico, empieza el domingo más próximo al 30 de noviembre y termina el 24 de diciembre. Son los cuatro domingos anteriores a la Navidad y forman una unidad con la Navidad y la Epifanía del Señor.

“Reflexionemos brevemente sobre el significado de esta palabra: Adviento, que se puede traducir por "presencia", "llegada", "venida". En el lenguaje del mundo antiguo era un término técnico utilizado para indicar la llegada de un funcionario, la visita del rey o del emperador a una provincia. Pero podía indicar también la venida de la divinidad, que sale de su escondimiento para manifestarse con fuerza, o que se celebra presente en el culto. Los cristianos adoptaron la palabra "Adviento" para expresar su relación con Jesucristo: Jesús es el Rey, que ha entrado en esta pobre "provincia" denominada tierra para visitar a todos; invita a participar en la fiesta de su Adviento a todos los que creen en él, a todos los que creen en su presencia en la asamblea litúrgica. Con la palabra adventus se quería decir substancialmente: Dios está aquí, no se ha retirado del mundo, no nos ha dejado solos. Aunque no podamos verlo o tocarlo, como sucede con las realidades sensibles, él está aquí y viene a visitarnos de múltiples maneras. Por lo tanto, el significado de la expresión "Adviento" comprende también el de visitatio, que simplemente quiere decir "visita"; en este caso se trata de una visita de Dios: él entra en mi vida y quiere dirigirse a mí”. (Benedicto XVI)

Lecturas del día: Libro de Jeremías 33,14-16. Salmo 25(24),4-5ab.8-9.10.14. Primera Carta de San Pablo a los Tesalonicenses 3,12-13.4,1-2.


Evangelio según San Lucas 21,25-28.34-36.


Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, los pueblos serán presa de la angustia ante el rugido del mar y la violencia de las olas.

Los hombres desfallecerán de miedo por lo que sobrevendrá al mundo, porque los astros se conmoverán.

Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria.

Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación".

Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes

como una trampa, porque sobrevendrá a todos los hombres en toda la tierra.

Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán comparecer seguros ante el Hijo del hombre".


Homilia del P. Diego Olivera

Querida comunidad comenzamos el tiempo del Adviento, el tiempo de la Esperanza. La certeza de nuestra Esperanza es Cristo. “Adviento es también la síntesis de nuestra propia existencia, con todo lo que ella encierra de “gozo y esperanza, de dolores y angustias”, pero con la certeza que da la Fidelidad del Señor que es “nuestro Padre” y nosotros la obra de sus manos” (Mons. Angelelli)

En la primera lectura se afirma: “yo cumpliré la promesa que pronuncié acerca de la casa de Israel” esa promesa consiste en la liberación definitiva del pueblo de Israel por la llegada del Mesías. Esa promesa es para nosotros también, Jesús quiere liberarnos de la esclavitud del pecado y de todas nuestras ataduras, él quiere caminar con nosotros para aliviar nuestras angustias y dolores. Debemos confiar en su promesa y elevar nuestra alma al Señor como dice el salmista. Si queremos que Jesús renazca en nuestros corazones digamos: Ven Señor, sin miedo, no nos quedemos callados e indiferentes ante Dios que quiere habitar en nosotros. Así lo expresaba la venerable Antonietta Meo unos días antes de recibir la primera comunión en Navidad: “Jesús, ven pronto a mi corazón, que te abrazaré fuerte y te besaré! ¡Oh Jesús! Quiero que siempre te quedes en mi corazón” (quien falleció al año siguiente con casi 7 años)

Un signo concreto de que queremos que Dios habite en nosotros es el amor mutuo como lo enseña San Pablo en la segunda lectura. Amor entre nosotros los miembros de la comunidad y amor hacia los demás, los que todavía no están en la comunidad. Si no somos capaces de experimentar un amor de verdad con signos concretos no quedamos tan solo en el discurso: Ven Señor Jesús. Nosotros tenemos que recibir a Jesús en nuestros corazones y ser instrumentos para que otros lo reciban, no podemos encerrarnos en un intimismo con Dios. El encuentro es comunitario, Dios sale al encuentro de su pueblo. Quizás nos cuesta construir la civilización del amor por nuestras propias fragilidades, tenemos que expresar lo que leemos en el salmo: “Muéstrame Señor tus caminos, enséñame tus senderos”. 

En el Evangelio encontramos dos claves para vivir el tiempo del Adviento: “tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación”. A pesar de las dificultades tenemos que levantar la cabeza y poner la mirada en él, nuestro salvador, nos liberará de nuestras esclavitudes y de todo aquello que no nos permite amar de verdad. Y la segunda clave para vivir el Adviento es: “Estén prevenidos y oren incesantemente…” preparemos realmente el corazón para vivir este tiempo hermoso previo a la Navidad, que no pase desapercibido por vernos sumergidos en múltiples actividades de fin de año, no le aflojemos a la oración, nos mantengamos firmes en un dialogo de intimidad con Dios diariamente para salir al encuentro y al dialogo con nuestros hermanos. Anunciemos que Jesús quiere nacer en nuestra comunidad, en nuestra sociedad, anunciemos que Jesús hace nueva todas las cosas con su nacimiento, anunciemos la Esperanza en este tiempo que muchas veces nos vemos sumergidos en la desesperanza. La vida cristiana tiene que estar marcada por la Esperanza en Cristo nuestro salvador. Levantemos la cabeza, miremos a Jesús que viene y se hace presente en nuestra historia.

Pidamos al Espíritu Santo que encienda nuestros corazones para vivir con esperanza y alegría y que nos ayude a ser verdaderos discípulos misioneros que contagian esperanza y alegría a los más desanimados de nuestra sociedad


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