“De ti, nacerá el que debe gobernar a Israel ¡Y él mismo será la paz! “(Cf. Miq. 5, 1. 4)
Estamos
celebrando el último Domingo de este tiempo de preparación, del tiempo de
Adviento, que nos abre al misterio profundo del amor y la ternura de Dios con
nosotros. La Palabra de Dios nos presenta cómo Dios se manifiesta, se revela y
se hace presente entre nosotros.
En la profecía de Miqueas, el Señor se revela en la pequeñez: la pequeña Belén, la pequeñez del que va a nacer, la pequeñez de su madre. Y allí nos manifiesta que Él está con nosotros y viene con la firmeza del pastor que nos apacienta, que nos sostiene con la fuerza del Amor, y él es nuestra paz que se extiende por toda la tierra. ¡Qué fuerte para nosotros pensar que en nuestra pequeñez Dios nacerá! Nuestro Dios está con nosotros y viene a visitarnos.
Ciertamente
en el adviento resuena constantemente la expresión VEN SEÑOR (Marana thá). Y
Jesús es Dios que viene “para todos aquellos que viven en la sombra de la
muerte, para todos aquellos que tropiezan en las tinieblas”[1] y surge
como la gran luz. “Si Dios está con nosotros ¿quién podrá estar contra
nosotros?”[2]
La Carta a los Hebreos nos relata que nuestro Señor al venir a nosotros hace una entrega total de sí mismo. “Esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes”[3] , escuchamos en las palabras que pronuncia en la última cena y que el sacerdote en su memoria pronuncia en cada Eucaristía. Belén, que significa la casa del pan, es manifestación de aquello que compartimos en cada Eucaristía, en cada misa. Dios viene a ser el sustento de la vida de los hombres, es el pan de los hombres peregrinos
Jesús
viene a hacer la voluntad de Dios: que todos sus hijos se salven. Así mismo nos
da el ejemplo de lo que él espera de nosotros, la entrega total y personal de
cada uno por los demás. El cuerpo de un bebé frágil que llora y que necesita de
otros es el signo visible de todos los que lloran y nos necesitan hoy.
Y allí
aparece “la estrella del mar” que nos guía y orienta en el camino, María,
nuestra Madre, la servidora del Señor, para manifestar y revelarnos en su
sencillez que así como Dios está con nosotros y “ha visitado y redimido a su
pueblo”[4],
tenemos que visitar a los demás. Al
visitarnos “el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en
tinieblas y en sombra de muerte , para guiar nuestros pasos por el camino de la
paz”[5]
todos somos capaces de hacer por los demás lo mismo que él hace por nosotros.
En el
relato de la Visitación que San Lucas nos presenta en su Evangelio vemos
claramente que, así como la visita de María a Isabel, todos estamos llamados a
salir de nosotros mismos en gestos concretos que comunican solidaridad y vida
por nuestros hermanos.
La alegría
por la venida del Niño Dios, la alegría de la navidad, tiene que manifestarse
en nosotros en alabanzas a Dios, como aclaman María e Isabel, pero también en
servicialidad y disponibilidad para todos, especialmente a los que sufren, los
que viven en la fragilidad de esta vida, tenemos que pensar en los demás. Y
allí verdaderamente Dios se manifiesta, Dios resplandece.
Nos decía
el papa Benedicto XVI: “La escena de la Visitación expresa la belleza de la
acogida: donde hay acogida recíproca, escucha, espacio para el otro, allí está
Dios y la alegría que viene de Él.”[6]
¡Qué
diferente y plena sería nuestra Navidad si nos animamos a imitar a María
visitando a cuantos viven en dificultad y acogiendo a nuestros hermanos!
“De tí
nacerá el Señor”. Este último tramo del
adviento oremos con sincero corazón, contemplemos el pesebre, miremos a María,
escuchemos al Señor que viene a visitarnos y digámosle: Quiero nacer contigo,
queremos nacer en esta Navidad a una vida plena. Ven a nacer Señor en nuestra
vida y ayúdanos a ir al encuentro, acogerte, recibirte y amarte en el hermano
que viene y que sufre.
Este es precisamente el don sorprendente de la Navidad: Jesús ha venido por cada uno de nosotros y en él nos ha hecho hermanos. Que todos podamos vivir y compartir la alegría de esta Navidad. En vos Dios se manifiesta para los que están cansados, para los que en la oscuridad de la noche anhelan la luz.
¡Animáte a
ser Navidad!
En los
pesebres de nuestros corazones acunemos a Jesús y dejemos que su ternura,
dulzura y amor nos impulsen a anunciar sus maravillas. Dios está con nosotros,
nuestro Dios ya viene y de ti nacerá el Salvador.
Los invito a preparar el corazón para la Navida, con esta canción: https://www.youtube.com/watch?v=g0hPJ5EYxAo
[1] Cf. Lc. 1, 79.
[2] Cf. Rom. 8, 31.
[3] Cf. Lc. 22, 19.
[4] Cf. Lc. 1, 68.
[5] Cf. Lc. 1, 78-79
[6] Benedicto XVI, “Ángelus” Plaza de San Pedro, 23 de
diciembre de 2012.