domingo, 10 de noviembre de 2024

Meditamos el Evangelio de este Domingo con Fray Josué González Rivera OP



Lecturas del día: Primer Libro de los Reyes 17,8-16.Salmo 146(145),6c.7.8-9a.9bc-10 Carta a los Hebreos 9,24-28.


Evangelio según San Marcos 12,38-44.


Y él les enseñaba: "Cuídense de los escribas, a quienes les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes; que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones. Estos serán juzgados con más severidad".

Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia.

Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre.

Entonces él llamó a sus discípulos y les dijo: "Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir".


Homilía por Fray Josué González Rivera OP


Mis hermanas y hermanos, nos acercamos al culmen del Tiempo Ordinario, y pronto celebraremos la gran solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. En este camino que vamos realizando en el Evangelio de San Marcos, hoy encontramos a Jesús predicando en el Templo de Jerusalén. Jesús se dirige frente a los “expertos” en religión, reunidos en el centro político y religioso del pueblo de Israel. Allí, Él realiza signos proféticos, como voltear las mesas de los cambistas, y ofrece enseñanzas que muestran una nueva forma de vivir la religión, dando plenitud a la antigua alianza y llamándonos a vivir una fe más auténtica.


La semana pasada, meditamos sobre el mandamiento más importante: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Hoy, este mensaje se profundiza y nos muestra una dimensión de cómo debe ser ese amor. Este domingo, la Palabra nos invita a dar no lo que nos sobra, sino a entregarnos por completo, a confiar plenamente en Dios. Las lecturas de hoy nos presentan dos ejemplos: la viuda del templo y la viuda de Sarepta. Ambas mujeres ofrecen todo lo que tienen, no lo que les sobra, sino sus propias vidas, en un acto de fe total.


Jesús estaba rodeado de los “maestros” y “expertos” en religión, pero en lugar de enaltecerlos, crítica una forma de fe superficial, centrada en las apariencias, en hacerse notar ante los demás, buscando prestigio y reconocimiento, más que vivir para Dios. Frente a esta fe vacía, Jesús reconoce y resalta el ejemplo de una maestra auténtica: la viuda del templo. Aun en su indigencia, ella confía en Dios y deposita en él su esperanza, convirtiéndose en una testigo genuina de fe. 

Del mismo modo, en la primera lectura vemos a la viuda de Sarepta que, ante la solicitud del profeta, da un “salto de fe” aparentemente imprudente: comparte su harina y su aceite, haciendo un pan con lo poco que le queda. Pero lo hace con la confianza de que Dios se manifestará en su vida y en la de su hijo. Ambas mujeres nos enseñan lo que es confiar verdaderamente en la providencia de Dios. Frente al orgullo y el egoísmo, frente al miedo y la apatía, en estas mujeres fue más fuerte el amor, la confianza de creer que ese “salto de fe” no es un salto al vacío, sino a la mano compasiva de Dios.


Este acto de confianza, de entrega total, no es ingenuidad ni despreocupación. No se trata de quedarse quietos, sino de vivir una fe activa. La viuda de Sarepta tuvo que seguir horneando, y la viuda del templo probablemente volvió a casa a continuar con sus labores diarias. Pero esa vida cotidiana ahora se transforma: ya no se vive desde la angustia o la ansiedad, sino desde la esperanza y la fe.


Ambas mujeres, no solo entregan lo que tienen, sino lo que son. Ellas nos enseñan que la verdadera ofrenda es entregarse por completo, poniendo en manos de Dios nuestras propias vidas. Ellas nos invitan a que también nosotros entreguemos, no lo que nos sobra, sino lo que somos, y así echemos nuestra vida en la ofrenda. De esta manera, todo lo nuestro —nuestras angustias y miedos, alegrías y gozos, oscuridades y luces— se vuelve suyo. Porque, para quienes celebramos nuestra fe cada domingo, compartiendo la mesa de la Palabra y de la Eucaristía, no da lo mismo creer que no creer. Nosotros creemos porque hemos confiado en él, porque él nos ha mostrado cuánto nos ama, y respondemos a ese amor amándole a él y amando a nuestro prójimo.


Ponemos nuestras vidas en Dios, en particular la damos y la ponemos en el Hijo, ya que Él es el sumo sacerdote de la Nueva Alianza. Él también hizo su ofrenda y dio lo todo lo que tenía, su propia vida. La carta a los Hebreos nos recuerda que Cristo, siendo víctima, altar y sacerdote, realizó el sacrificio supremo de amor. Por eso, confiamos en él y, con nuestra propia vida y sacrificio, de alguna manera nos unimos a su entrega.


Dios mismo, siendo el más rico, se hace el más pobre, pues no se guarda nada para sí. Dios da de sí mismo, primero al interior de su ser, cuando el Padre ama al Hijo en el Espíritu Santo, en una relación de amor donde cada uno enriquece al otro. También da fuera de sí, en la creación del mundo y en las personas que vivimos en él. Pero, de manera más abundante, Dios se da en su Hijo, que vino al mundo y sigue dándose cada vez que nos acercamos a compartir su vida, que se parte y se reparte a la comunidad en el pan eucarístico.


Concluyo mi reflexión invitándoles a que este domingo pensemos: ¿cuál es mi harina y mi aceite?, ¿cuáles son mis dos monedas? Es decir, ¿qué es aquello que hoy puedo ofrecer y dar, por amor a Dios y al prójimo, aunque aparentemente sea muy poco? Puede ser mi tiempo en la oración o en la escucha de quien lo necesite; puede ser mi servicio y mi participación en alguna obra de misericordia. Aprendamos de estas mujeres que nos muestran cómo confiar y entregarnos, y aprendamos sobre todo del Maestro, nuestro Señor, que también nos da el ejemplo de una vida puesta al servicio de Dios y de los demás.


Información sobre el año de la oración (2024):



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