Lecturas del día: Deuteronomio 6,1-6. Salmo 18(17),2-3a.3bc-4.47.51ab.Carta a los Hebreos 7,23-28.
Evangelio según San Marcos 12,28b-34.
Un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Cuál es el primero de los mandamientos?».
Jesús respondió: "El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor;
y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas.
El segundo es: Amarás a tu prójimo como a tí mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos".
El escriba le dijo: "Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que él,
y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios".
Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: "Tú no estás lejos del Reino de Dios". Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Homilía del P. Pablo Jesús Panozzo
Jesús estaba teniendo una controversia con los fariseos y los maestros de la ley, y uno de ellos se acerca para hacerle una pregunta: ¿Cuál es el primero de los mandamientos? Cabe destacar que esta no es una pregunta cualquiera; no es como si se preguntara algo sencillo. Esta pregunta surge desde el corazón de un maestro de la ley, un especialista en el tema. Por eso, la pregunta hace referencia, más que a un simple deseo de saber, a una especificación, a una orientación.
En el Antiguo Testamento, los escribas conocían perfectamente la ley. Debemos considerar que ellos tenían más de 600 prescripciones, y ante esta cantidad, es necesario discernir cuál es el primero y el más importante.
La respuesta de Jesús, como siempre, va al corazón de la cuestión; es contundente: Amarás al Señor tu Dios y a tu prójimo como a ti mismo. Es una respuesta extremadamente simple pero, al mismo tiempo, profundamente significativa. Creo que en este punto debemos adoptar la actitud de este escriba, que no dijo: "Ah, sí, ya conozco esto". Sino que, por el contrario, permitiéndose ser interpelado profundamente, dejó que estas palabras resonaran en su corazón.
Vamos a profundizar: Oye, Israel, es una expresión hermosa con la que Jesús comienza, haciendo referencia al Antiguo Testamento, pero mostrando, además, dónde comienza el amor: en escuchar, en aprender a oír. Todo comienza con la fe; todo comienza cuando nos atrevemos a escuchar a Dios, quien es nuestro único Señor. Ante esto, podemos preguntarnos: ¿Quién es Dios para mí? ¿Hay un solo Dios en mi corazón? Esto es importante, porque nuestro corazón tiende a muchos amores, y esto lo divide constantemente. ¿Cómo es nuestra vida? ¿En qué gastamos el tiempo? ¿En qué o en quién pensamos más? Estas preguntas nos ayudan a descubrir hacia dónde se dirige nuestro corazón. ¿Hacia dónde corremos todo el día? Podemos pasar todo el día escuchándonos a nosotros mismos, convirtiéndonos en nuestros propios dioses, por ejemplo. La invitación es esta: escuchemos a Dios, dejemos atrás todos esos ídolos y escuchemos su corazón de profunda misericordia. Si pasamos el día oyendo cosas que no son de Dios, terminaremos amando solo eso. Cuando amamos algo que no es Dios y lo ponemos en su lugar, nuestro amor se desorienta, se pierde, y se convierte en fuente de profunda angustia, de un vacío existencial, porque solo Dios puede amarnos sin medida, en la medida que nuestro corazón requiere.
Este domingo, Jesús nos dice: Oye, Israel, pero nosotros podemos colocar nuestro nombre personal allí y sentir que Dios nos invita a ponerlo en primer lugar, a escuchar Su corazón palpitante de amor por nosotros.
Este Escucha, Israel también nos ayuda a centrar nuestro amor y llevarlo a plenitud, porque, muchas veces la tentación es reducir el amor únicamente al prójimo. Amar al prójimo es una gran tarea y una misión difícil, pero sin Dios se convierte en un mero altruismo, y nuestra vocación cristiana exige mucho más. Escuchar a Dios implica conocerlo profundamente; significa conocer nuestra fe, tener razones profundas para nuestra fe. Parafraseando a Chiara Luce Badano, podemos decir "No podemos ser analfabetos de nuestra fe" y, ciertamente, "no podemos amar lo que no conocemos".
Escuchar a Dios, como escuchar a cualquier persona, requiere silencio en el corazón. Para escucharlo necesitamos frenar los ruidos que nos aturden, aprender a reconocerlos y ordenarlos en nuestra vida. Es en el silencio del corazón donde descubrimos la belleza del amor de Dios, que luego nos permitirá encontrarlo en el “ruido” del amor al prójimo.
Por lo tanto, amar a Dios implica, ciertamente, conocerlo, entrar en Su presencia, estudiarlo y meditar en Él.
Ese amor que nos envuelve cuando lo escuchamos nos abre inmediatamente a los demás. Nos hace querer escuchar también a Dios en el prójimo, donde Él se manifiesta de un modo particular, donde hace oír Su voz, que podemos reconocer si antes la escuchamos en la intimidad del encuentro con Él y en el estudio de Su ser.
Escuchar al prójimo, desde el corazón de Dios, conocer su historia, el paso de Dios por su vida y sus necesidades, nos ayuda a comprenderlo sin juzgarlo y, por tanto, a amarlo con mayor verdad y transparencia. Escuchar al prójimo también implica hacer silencio en el corazón, callar las voces de nuestro orgullo, prestar atención con profundo interés y vaciar el corazón para recibir el don del otro con total gratitud y disponibilidad.
Oír a Dios nos abre al amor al prójimo, y por eso Jesús une los dos amores: se trata de una misma capacidad de amar que despliega su máxima expresión en amar a Dios y al prójimo como consecuencia. Reconocer a Dios en Su grandeza y darle en el corazón el lugar que le corresponde como Dios nos permite luego ordenar nuestra capacidad de amor hacia los demás.
Cabe destacar que todo esto se ve de modo sublime en Jesús, quien nos ama de esta manera. Él escuchó la voz de Su Padre en la profunda comunión de la Trinidad, conoció el rostro misericordioso de Dios y fue impulsado a comunicarnos ese amor, a escuchar nuestro corazón, donde reconoce la huella eterna de Dios en cada uno de nosotros, creados por Él con un amor sublime.
El padre Pablo Jesús es un evangelizador digital, lleva la misión de anunciar la Buena Nueva en la Web con videos muy divertidos. Te invitamos a visitar sus redes: Instagram y Tiktok
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