Lecturas del día: Jeremías 31,7-9. Salmo 126(125),1-2ab.2cd-3.4-5.6. Carta a los Hebreos 5,1-6.
Evangelio según San Marcos 10,46-52.
Después llegaron a Jericó. Cuando Jesús salía de allí, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud, el hijo de Timeo -Bartimeo, un mendigo ciego- estaba sentado junto al camino.
Al enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se puso a gritar: "¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!".
Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: "¡Hijo de David, ten piedad de mí!".
Jesús se detuvo y dijo: "Llámenlo". Entonces llamaron al ciego y le dijeron: "¡Ánimo, levántate! Él te llama".
Y el ciego, arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue hacia él.
Jesús le preguntó: "¿Qué quieres que haga por ti?". El le respondió: "Maestro, que yo pueda ver".
Jesús le dijo: "Vete, tu fe te ha salvado". En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino.
Homilía por Fray Emiliano Vanoli OP
El Evangelio de este domingo nos presenta el encuentro de Jesús con Bartimeo, un mendigo ciego, que sentado junto al camino cerca de Jericó pedía limosna para sobrevivir. Como en tantos otros casos, este encuentro tiene dos facetas o dimensiones: un significado profundamente personal para quién se relaciona con Jesús, y a la vez una proclamación pública sobre quién es Él.
Empezando por este último, como anunciaba el Antiguo Testamento (y la primera lectura de este domingo hace referencia a ello), la llegada del Mesías se reconocería por ciertos signos, entre los cuales se enumera la curación de los ciegos. Realizando este milagro, Jesús se acredita como Mesías, da a conocer que el tiempo de la redención era en ese momento, que había llegado el Reino de los Cielos. Dicho de otro modo, a falta de campañas publicitarias o redes sociales, éste es el modo en que Jesús se da a conocer a sí mismo y la salvación que trae.
Pero también esta palabra del Evangelio nos revela lo que Dios requiere de nosotros para darnos esta salvación. Como buen mendigo, Bartimeo estaba acostumbrado a vivir de la caridad de los demás, e incluso como ciego dependía de otros en muchos aspectos para vivir su vida. Esto explica que no experimente ninguna introversión o falsa autoestima a la hora de llamar a gritos al “Hijo de David”, es decir, al Mesías. A diferencia de otros contemporáneos que recelaban de la enseñanza de Jesús a causa de tener una alta estima de sí mismos, o de sus creencias (especialmente los escribas y fariseos), la humildad de Bartimeo le abre un camino rápido para reconocer y acercarse al Mesías.
Y precisamente esa llaneza de corazón hará que Jesús pueda hacer uso de su poder de la manera más poderosa y a la vez más simple posible, a través de su sola palabra: “Vete, tu fe te ha salvado.” Ni barro, ni saliva, ni ninguna otra mediación más que el diálogo previo estrictamente necesario para que la persona manifieste su corazón: “Qué quieres que haga por ti. […] Maestro, que yo pueda ver.” E incluso a Bartimeo se le ofrecerá infinitamente más de lo pedido: la misma salvación.
Esta soberana sencillez en el encuentro entre este hombre humilde y Jesús tiene que movernos a revisar nuestra relación con el Señor. Puede resultarnos sorprendente lo complicados que podemos ser a la hora de dirigirnos a Dios y presentarle nuestras necesidades. Las razones suelen ser el orgullo, el miedo, la ignorancia, la vergüenza, etc. El problema es que de esta forma ponemos límite al poder de Dios en nuestra vida, pues Él requiere de nosotros que nos allanemos, que abramos el corazón, que confiemos y nos entreguemos a su amor. Todo lo que “huela” a negociación o retaceo solo redunda en nuestro perjuicio.
Tener fe significa “saber” porque se “confía”. Si queremos experimentar la salvación de Dios y la curación de nuestro corazón, debemos aprender a entregarnos confiadamente a Dios en súplica confiada, como Bartimeo. En cada necesidad que tengamos, en cada problema que se presente, si nos allanamos humildemente poniendo de nuestra parte todo lo que esté a nuestro alcance, y pidiendo al Señor que nos asista, aún cuando no podamos solucionar este o aquel asunto -sabrá Dios mejor que nosotros si nos conviene-, estaremos obteniendo la misma salvación de Dios, que nos permitirá vivir con gracia y gozo cualquier cosa que nos sobrevenga en esta vida.