sábado, 12 de octubre de 2024

Meditamos el Evangelio de este Domingo con Fray Josué González Rivera OP



Lectura del días: Libro de la Sabiduría 7,7-11. Salmo 90(89),12-13.14-15.16-17. Carta a los Hebreos 4,12-13.


Evangelio según San Marcos 10,17-30.


Cuando Jesús se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?".

Jesús le dijo: "¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno.

Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre".

El hombre le respondió: "Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud".

Jesús lo miró con amor y le dijo: "Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme".

El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes.

Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: "¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!".

Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: "Hijos míos, ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios!.

Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios".

Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: "Entonces, ¿quién podrá salvarse?".

Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: "Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible".

Pedro le dijo: "Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido".

Jesús respondió: "Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia,

desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y, campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna.


Homilía por Fray Josué González Rivera OP


Jesús lo miró con amor y le dijo: “Sólo te falta una cosa…”


Imaginemos por un momento que nos encontramos cara a cara con Jesús, que Él nos mira directamente. ¿Qué vería en nosotros? ¿Qué amor y qué miedos descubriría en lo profundo de nuestro ser? 

El Evangelio de Marcos nos regala una escena cargada de significado: la mirada de Jesús, que se posa sobre aquel joven y sobre sus discípulos. Es una mirada que va más allá de las apariencias, que penetra hasta lo más íntimo del corazón; una mirada que, a la vez, consuela y provoca, que comprende e invita al seguimiento.


Hoy nos toca hacer nuestra propia pregunta: ¿Qué es eso que nos falta para seguir más de cerca a Jesús? ¿Qué es lo que Él vería en nosotros que nos mantiene atados, incapaces de dar el siguiente paso en nuestra vida de fe?"


Aquella mirada no es una simple observación; es una mirada llena de amor, comprensión y esperanza. Jesús ve más allá de las acciones del hombre y percibe su interior, su deseo sincero de hacer el bien, pero también su apego a las riquezas que lo mantiene atado. Esta mirada amorosa busca no solo confirmar lo que el hombre ya es, sino desafiarlo a lo que podría llegar a ser, si se libera de sus ataduras.


Jesús mira profundamente, lo que sugiere una percepción plena y un entendimiento del interior de la persona. Luego, la respuesta de Jesús es amarlo, un amor que no es solo una emoción, sino una disposición activa hacia el bienestar del otro, aun cuando este no pueda o no quiera corresponder a ese amor. Este uso del verbo agapao en el texto bíblico indica un amor que va más allá del sentimiento, el amor de Jesús no es condescendiente ni basado en juicios morales; es un amor que desea lo mejor para el otro, que lo acoge y lo invita a un cambio de vida, aun cuando este amor no sea correspondido de inmediato.


La mirada de Jesús precede a una acción significativa, no es casual ni superficial, sino que es una forma de discernimiento y preparación para la respuesta adecuada. En el primer caso, esa respuesta es el amor hacia el hombre rico, un amor que lo invita a un cambio de vida. En el segundo caso, la mirada de Jesús a su alrededor prepara el terreno para dirigirse a sus discípulos con una enseñanza o advertencia basada en lo que ha observado. Esto resalta la naturaleza inclusiva y abarcadora de la misión de Jesús, que siempre está dirigida a suscitar vida y verdad tanto en lo personal como en lo comunitario.


Por otra parte, también es importante el tema de la riqueza. En el contexto de la cultura judía de la época, la riqueza era considerada un signo de bendición y favor divino. Se creía que quienes eran ricos habían sido recompensados por su obediencia y justicia ante Dios. Esta creencia estaba tan arraigada que incluso los discípulos de Jesús se sorprendieron cuando Él declaró la dificultad de que un rico entre en el Reino de Dios, tratando de darle un nuevo valor a los bienes materiales. 


No se puede interpretar tajantemente que la riqueza es mala y, por “deducción lógica”, la pobreza es buena. ¡Ojalá nadie pasara necesidad y todos tuvieran lo necesario para vivir! Jesús no ve la pobreza como una simple privación o como un estado deseable en sí mismo, sino como un medio para alcanzar una mayor libertad espiritual. El llamado a desprenderse de las riquezas no es un rechazo de la seguridad material por el simple hecho de renunciar, sino una invitación a liberar el corazón de aquello que lo ata y le impide amar plenamente a Dios y al prójimo.


La verdadera riqueza no está en la acumulación de bienes, sino en la capacidad de compartir y de vivir una vida generosa y desinteresada. La pobreza, en este sentido, se convierte en una consecuencia natural de un amor profundo y comprometido que busca el bienestar del otro por encima del propio. Al decirle al hombre rico que venda todo lo que tiene y lo dé a los pobres, Jesús no solo cuestiona la seguridad que él encuentra en sus posesiones, sino que lo invita a una libertad y a una vida verdaderamente transformada, siguiéndole plenamente a Él.


Finalmente, contemplemos cómo a pesar de amar profundamente al hombre rico, respeta su libertad para decidir. Aunque el hombre se va triste porque sus riquezas lo atan, Jesús no lo fuerza a cambiar ni lo juzga; simplemente lo deja libre para elegir su camino. Este respeto por la libertad del otro es una expresión del amor verdadero, que no impone ni condiciona, sino que ofrece la oportunidad de crecer y transformarse.


Este pasaje nos interpela a cada uno de nosotros: ¿qué nos falta para seguir más plenamente a Jesús? ¿De qué cosas debemos desprendernos para abrir nuestro corazón a una vida más auténtica y centrada en el amor? ¿Estamos dispuestos a mirar nuestras “riquezas” como una oportunidad para compartir y transformar nuestras vidas y las de quienes nos rodean? A veces, como el hombre del Evangelio, cumplimos con nuestras obligaciones religiosas, pero no nos atrevemos a dar el siguiente paso, ese que nos exige salir de nuestra zona de confort y entregarnos por completo al proyecto del Reino de Dios. 


Jesús nos mira hoy con la misma mirada de amor con la que miró al joven rico y nos invita a confiar en que el verdadero tesoro no se encuentra en nuestras posesiones, sino en la capacidad de compartirnos, de entregarnos y de seguirle para construir comunidad con los que más lo necesitan. La invitación de Jesús es clara: una cosa nos falta, y esa cosa es la libertad para amar y servir sin condiciones, siguiendo el ejemplo de su amor incondicional.


El Evangelio nos recuerda que, aunque la llamada de Jesús es exigente, no nos pide nada sin antes ofrecernos su Amor y su Gracia. Nuestro papel es responder con generosidad y confianza, sabiendo que lo que parece imposible para nosotros, es posible para Dios. Así, al seguir a Jesús con un corazón libre y abierto, descubrimos que en la entrega está la verdadera riqueza y en el amor el sentido pleno de nuestras vidas.


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sábado, 5 de octubre de 2024

Meditamos el Evangelio de este Domingo con el P. Matías Jurado.




Lecturas del día: Libro de Génesis 2,4b.7a.18-24. Salmo 128(127),1-2.3.4-5.6. Carta a los Hebreos 2,9-11.

Evangelio según San Marcos 10,2-16.

Se acercaron algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le plantearon esta cuestión: "¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer?".
El les respondió: "¿Qué es lo que Moisés les ha ordenado?".
Ellos dijeron: "Moisés permitió redactar una declaración de divorcio y separarse de ella".
Entonces Jesús les respondió: "Si Moisés les dio esta prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes.
Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo varón y mujer.
Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre,
y los dos no serán sino una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne.
Que el hombre no separe lo que Dios ha unido".
Cuando regresaron a la casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre esto.
El les dijo: "El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra aquella;
y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro, también comete adulterio".
Le trajeron entonces a unos niños para que los tocara, pero los discípulos los reprendieron.
Al ver esto, Jesús se enojó y les dijo: "Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos.
Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él".
Después los abrazó y los bendijo, imponiéndoles las manos.

Homilía por el Pbro. Matías Jurado:

Hoy Jesús nos habla de dos temas clave: la fidelidad y la vida. A veces resulta difícil entender lo que dice sobre el matrimonio, pero lo explica de manera sencilla, usando el ejemplo de un niño.
¿Por qué un niño? Porque los chicos confían sin dudar, son puros y se entregan por completo. Así es como Dios quiere que veamos el matrimonio: no solo como una obligación, sino como un gran regalo.

La fidelidad no es solo una carga; es la posibilidad de amar como Él sueña, con un amor que no tiene fecha de vencimiento.

Muchas veces nos enfocamos en lo complicado que es seguir lo que nos pide la fe, sin darnos cuenta de lo increíble que es recibir ese don. Fíjate en lo que hacen los fariseos cuando le preguntan a Jesús: le señalan la ley de Moisés que permitía el divorcio. Sin embargo, Jesús va más allá, hablando del plan de Dios en la creación, donde el matrimonio es para siempre.

Es como si Jesús nos dijera: “Esto es lo que Dios quería, y es lo mejor para ustedes.” Lo dice no para imponer, sino porque nos conoce y sabe lo que realmente nos hace felices.
Volviendo al ejemplo del niño, nos enseña que no siempre tenemos que andar discutiendo con Dios. A veces, solo hay que confiar, como un chico que confía en su papá. En un mundo lleno de dudas, necesitamos recuperar esa confianza simple en Dios.

La fidelidad en el matrimonio no es fácil, pero es un camino que trae felicidad si lo recorremos con sinceridad. Cuando el mundo nos empuja a probar cosas nuevas o nos dice que nuestras creencias ya no sirven, tenemos que ser sólidos.
No se trata de pelear o discutir con todos, ni de dejar de lado lo que creemos solo para contentar a los demás. Hay cosas que no se negocian. Podemos ser amables y respetuosos, pero también sinceros.
San Agustín decía que la Iglesia es como una esposa, y Cristo la hizo madre. El matrimonio es un reflejo de ese amor. Cada familia muestra ese amor más grande que Dios tiene por nosotros.

En un mundo que a veces desprecia la vida y propone cosas que no respetan a la persona, los jóvenes tienen un rol fundamental. Cada uno de nosotros puede hacer elecciones valientes, respetar a sus parejas, cuidar de la vida, y ser fecundos, no sólo teniendo hijos, sino creando cosas buenas.

Ser cristiano no es fácil, pero vale la pena. No vivan la vida de manera superficial; no todo es lo que parece. En el noviazgo, por ejemplo, es clave ir más allá de lo que se ve. Conocer de verdad a la otra persona implica más que quedarnos en lo superficial.

Si construyen una relación con respeto, diálogo y un entendimiento profundo del otro, van a poder enfrentar los momentos difíciles con mucha más seguridad.
Preparemos bien el corazón, tanto para el matrimonio -los que están llamados a esa vocación-, como para las decisiones importantes en la vida. No dejemos que el mundo nos robe lo que Dios tiene reservado para nosotros. Además, no nos olvidemos que la Virgen María, siendo joven, fue la que trajo al Salvador al mundo.

Que la Virgen nos acompañe en este camino, para que vivamos con fidelidad, con alegría y con mucho amor.

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