domingo, 15 de septiembre de 2024

Meditamos el Evangelio del Domingo con Padre Diego Fares SJ


Lecturas del día:
Libro de Isaías 50,5-9a. Salmo 116(114),1-2.3-4.5-6.8-9. Epístola de Santiago 2,14-18. 

Evangelio según San Marcos 8,27-35.
Jesús salió con sus discípulos hacia los poblados de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy yo?".
Ellos le respondieron: "Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas".
"Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?". Pedro respondió: "Tú eres el Mesías".
Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de él.
Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días;
y les hablaba de esto con toda claridad. Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo.
Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres".
Entonces Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.
Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará.

Homilía por el Padre Diego Fares SJ:

La lógica de la Cruz: Hoy no basta “pensar” ni “mirar bien” la realidad. Solo el peso de la propia cruz cargada aviva el sentido del discernimiento.

Cuando se arma confusión en el corazón de Simón, escandalizado porque Jesús les enseñaba que sería rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, el Señor llama a todos, al pueblo junto con los discípulos, y aclara bien que su lógica es la lógica de la Cruz. El Papa Francisco nos lo recuerda cuando afirma que la lógica del discernimiento es la lógica de la Cruz. Como dice San Buenaventura refiriéndose a la Cruz: “Esta es nuestra lógica” (GE 174)”. La aclaración del Señor a todos viene justo para este momento en el que muchos se sienten confundidos al ver las descalificaciones que sufre el Papa de parte de gente “seria” - de “ancianos, sumos sacerdotes y escribas” que es como decir de obispos, cardenales, teólogos y vaticanistas. No hay que equivocarse, la fidelidad a Jesús se la juega cada uno personalmente en la opción entre cargar la propia cruz o cargársela a otros, buscando chivos emisarios. Más que a las palabras que dicen los distintos grupos ideológicos y personajes, a lo que hay que estar atentos es a la cruz, a la lógica de la Cruz. ¿Qué significa esta frase? ¿Qué quiere decir el Papa con esta expresión “lógica de la cruz”? Lógica quiere decir una sucesión coherente de pasos, en los que una cosa lleva a otra. Las cosas tienen su lógica, decimos. Si no fuera así, no solo no discutiríamos sino que ni siquiera pensaríamos. 

Hoy en día es común decir que hay que aceptar que haya distintas lógicas. Pero si lo pensamos a fondo, lo que queremos decir con esto es que hay que respetar a las personas más allá de la lógica que sigan sus razonamientos. Es decir: hay muchas lógicas de ideas, pero una sola lógica profunda: la de las personas. La realidad de cada persona concreta es superior a las ideas. La lógica de la Cruz de la que habla Jesús es una lógica que mira a su Persona: “el que quiera seguirme, dice Jesús, que se niegue a sí mismo, cargue su cruz y me siga”. Es la lógica de ponerlo a Él como Persona por encima de todo, incluso de nuestras cruces. Por eso dice que la cruz hay que cargarla, no hay que quedarse aplastado por ella (ni mucho menos encajársela a otro), sino que hay que cargarla -abrazarla- y seguirlo a Él.

Esto es lo importante. Esto es lo lógico ya que Él es el que más nos ama, el que nos viene a buscar si andamos perdidos, el que nos carga sobre sus hombros si estamos cansados, el que nos lava los pies y nos venda las heridas, el que nos perdona los pecados y nos enseña la voluntad del Padre. Él es, en definitiva, nuestro Salvador. Cómo no va a ser lógico seguirlo, dejarlo todo por andar en su compañía!La lógica de la cruz es la lógica del que sabe perder: del que sabe perder lo menos importante para ganar lo más valioso. Es la lógica del comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, vende todo lo que tiene y la compra. La lógica de la cruz es la lógica del que da los pasos que hacen falta para hacerse cargo de las cosas. Es la lógica del padre y la madre que cargan con el peso que no pueden cargar los hijos porque pesa en ellos más el amor que las cosas.

La lógica de la cruz es la lógica del que da siempre un pasito más: no del más cuantitativo sino del más de la entrega más bella: con sonrisa más linda, con el ánimo más limpio, con la armonía y la paz en cada gesto. No hay que dejar de soñar con una entrega de sí más bella, dice el Papa Francisco.

La lógica de la cruz es la lógica del que encuentra siempre el paso justo para permanecer -clavado- en su lugar de misión. Del que se deja contener por el encargo que le fue encomendado y lo lleva adelante con fidelidad, sin mirar a los demás.La lógica de la cruz es la lógica del que da los pasos necesarios para repartir y compartir. De la persona generosa y solidaria que sabe que cuando reparte el Señor lo multiplica. Hoy en día, en que los discursos lógicos parten de supuestos distintos y te terminan llevando a donde no querrías, no basta con mirar a las personas (y no solo a las ideas abstractas). No basta con mirar la película y no quedarse con la foto. ¡No basta mirar! Para pensar bien cada uno tiene que armarse cargando su cruz. El peso de la propia cruz será el que le de la clave para ver bien la realidad.

No hay otra. Si uno se sienta como espectador terminará confundido, por más que recabe toda la información y escudriñe los ojos de los demás y trate de estar bien atento a su tono de voz. Solo el peso de la propia cruz activa el sentido del discernimiento. La lógica de la cruz, el primer paso que nos invita a dar, es el de cargar la propia cruz. Y si por ahí uno no la tiene clara cuál sea, se puede muy bien comenzar por darle la mano a alguien más pequeñito que tengamos al lado y ayudarlo a llevar su cruz. Estos dos pasos se equilibran mutuamente y a ellos se suma sin pensarlo dos veces el mismo Jesús, que a todo el que empieza a caminar cargando su cruz y ayudando a otro, le pone el hombro. Con estos paso, se aclara el panorama y uno empieza a distinguir -existencialmente- quiénes son los demás que llevan su propia cruz y quiénes los que disimulan, quiénes son los que están abocados a “sacarle provecho a esta vida” y quiénes los que intentan aprender cómo pueden cumplir mejor la misión que se les ha confiado en el bautismo, como dice el Papa.


Información sobre el año de la oración (2024):


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sábado, 7 de septiembre de 2024

Meditamos el Evangelio del Domingo con Fr. Josué González Rivera OP


Libro de Isaías 35,4-7a. Salmo 146(145),7.8-9a.9bc-10. Epístola de Santiago 2,1-7.


Evangelio según San Marcos 7,31-37.


Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis.

Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos.

Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua.

Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: "Efatá", que significa: "Ábrete".

Y enseguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente.

Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban

y, en el colmo de la admiración, decían: "Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos".


Homilía Por Fray Josué González Rivera OP


Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos


En la actividad pública de Jesús, él predica y obra portentos que hacen presente la realidad del Reinado de Dios en medio del mundo. En este domingo nos encontramos en las lecturas con el tema de la curación, pero no realizada de cualquier forma, contemplemos que es la sanación en especial de los débiles y marginados. Recordemos que, en ese tiempo, la enfermedad implicaba estar en pecado, por lo tanto, la curación también tenía aspectos de una reconciliación. 


Al reflexionar en el tema de la liturgia de este domingo pienso en la curación milagrosa que quiere hacer el Señor de las sorderas y la mudez que nos aíslan del mundo, dejándonos incomunicados de nuestros prójimos, encerrados en lo propio, apartándonos a nuestras hermanas y hermanos, inclusive, apartándonos de Dios. Por ello, las palabras que aquí comparto se orientan hacia esa “apertura” que nos sana de nuestros encierros.


Levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: “Efatá”, que significa: “Ábrete”. 


La condición del sordo y mudo o tartamudo, más allá de ser una limitación física, nos confronta con una metáfora potente sobre la condición humana. Reflexionemos por un momento sobre lo que esta condición simboliza: observar y sentir el mundo sin la capacidad de participar plenamente en él. Es como vivir “bloqueados”, privados de la voz del otro, atrapados en un monólogo interior donde el diálogo se vuelve imposible. Esta imagen nos invita a considerar cuántos de nosotros, aunque con todas nuestras capacidades intactas, nos hacemos sordos y mudos ante la realidad que nos rodea, incapaces de conectarnos verdaderamente con los demás.


Si levantamos la mirada y observamos el mundo actual, nos encontramos con un panorama de crecientes polarizaciones. Hoy en día, las diferencias se alzan como murallas insuperables. Políticas, sociales, culturales, económicas, religiosas: las divisiones se multiplican y profundizan, creando una sensación de desconexión que trasciende lo meramente discursivo para instalarse en las relaciones cotidianas. Incluso dentro de la misma Iglesia, reflejando las tendencias del mundo, nos vemos atrapados en un juego de etiquetas y adjetivos que desvirtúan la riqueza del diálogo auténtico y la comunión en la diversidad.


Buscando comprender este fenómeno, se ha popularizado el concepto de “brechas ideológicas” (además de las ya conocidas brechas generacionales y económicas, entre otras), dando cuenta de aquellas fisuras que nos separan y nos aíslan en burbujas de pensamiento, donde el eco de nuestras propias voces acalla cualquier disonancia externa. Nos hemos vuelto expertos en marcar distancias, pero inexpertos en tender puentes. Como dice el Papa Francisco, nos formamos una “cultura de la exclusión”. Esta situación nos interpela profundamente: ¿acaso no estamos todos, de alguna manera, sordos y callados ante el clamor del otro, encapsulados en nuestras propias certezas? 


Llevantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: “Efatá”, que significa: “Ábrete”. 


Jesús, tras sus controversias con los fariseos y escribas acerca de lo puro e impuro, decide salir del territorio judío, adentrándose en regiones que pertenecían a otras provincias romanas. Las ciudades mencionadas al inicio del Evangelio eran habitadas por personas que, en su mayoría, no pertenecían al pueblo judío. Aunque el texto no lo menciona explícitamente, una tradición sugiere que el sordomudo al que Jesús sana podría haber sido un pagano, lo que subraya la apertura del mensaje evangélico a los gentiles. Estos pueblos, alejados de la promesa de Israel, vivían en exclusión e incomunicación, privados de oír la Palabra de Dios. Santiago nos exhorta a no olvidar a estos despreciados, recordándonos la universalidad del mensaje de Cristo que trasciende fronteras y prejuicios.


El milagro que realiza Jesús retoma las prácticas comunes de la época. Para unos intérpretes, que el Señor simplemente no le imponga las manos confirmaría que no es judío. Jesús eleva la mirada al cielo, un gesto que simboliza una íntima comunicación con el Padre, y con un profundo suspiro, canaliza una fuerza suprahumana. Con la palabra "Efatá", un término arameo que significa "Ábrete", Jesús no solo sana la sordera física, sino que revela un poder trascendente que abre al individuo a una nueva dimensión de fe y entendimiento.


A diferencia de los curanderos de esa época, que buscaban notoriedad mediante la exhibición de sus poderes, Jesús actúa con una discreción notable. Aparta al enfermo de la multitud y le pide guardar silencio sobre el milagro. Sin embargo, el acto de sanación, cargado de un significado mesiánico que cumple las promesas anunciadas por Isaías, no puede permanecer oculto. A pesar de la prohibición de Jesús, la noticia se difunde, y las personas reconocen en sus acciones la manifestación de la salvación prometida. El que Jesús abra los oídos del sordo significa en este contexto que él puede regalar la inteligencia, necesaria para la fe. Sin esa gracia, el hombre es un sordo respecto del evangelio.


Llevantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: “Efatá”, que significa: “Ábrete”. 


Beda, el venerable, interpretaba que: “es sordo el que no oye la palabra de Dios; y mudo el que no propaga la confesión de la fe”. Esta sordera y mudez espiritual no se limitan a aquellos que desconocen la Palabra, sino que muchas veces nos alcanza a nosotros mismos, atrapados en nuestras propias limitaciones y temores. El Papa Francisco nos recuerda que, con frecuencia, nos encerramos en nosotros mismos, creando islas inaccesibles donde la apertura y el diálogo son imposibles: “la pareja cerrada, la familia cerrada, el grupo cerrado, la parroquia cerrada, la patria cerrada… Y esto no es de Dios. Esto es nuestro, es nuestro pecado”. Esta tendencia a la cerrazón se manifiesta en todos los niveles de nuestra vida. 


El desafío que se nos presenta hoy es redescubrir la capacidad de escucha y romper con los bloqueos que nos impiden dialogar genuinamente. Aprender a dejar de vernos como adversarios y apostar por el reencuentro con los hermanos en la búsqueda común de la verdad y el bien. Jesús nos invita a dar un paso valiente: pasar de una cultura de la exclusión a una cultura del encuentro.

Este milagro nos llama a la curación, a la reconciliación, a abrirnos primeramente a la voz de Dios y después a compartir su Palabra con aquellos que no la han escuchado o que la han olvidado, ahogada bajo las preocupaciones y los engaños del mundo. Que podamos, con la gracia de Dios, ser verdaderos instrumentos de su paz, escuchando, dialogando y construyendo puentes que unan, en lugar de muros que dividan.


Hoy, más que nunca, el llamado es claro: abrir nuestros oídos, abrir nuestras bocas y abrir nuestros corazones, confiando en Aquel que todo lo hace bien, esforcémonos por llevar el mensaje de esperanza y sanación a un mundo que clama por reconciliación y encuentro.


Información sobre el año de la oración (2024):



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