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sábado, 10 de agosto de 2024

Meditamos el Evangelio del Domingo con Fr. Josué González Rivera OP


Primer Libro de los Reyes 19,1-8. Salmo 34(33),2-3.4-5.6-7.8-9. Carta de San Pablo a los Efesios 4,30-32.5,1-2.

Evangelio según San Juan 6,41-51.

Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: "Yo soy el pan bajado del cielo". Y decían: "¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: 'Yo he bajado del cielo'?" Jesús tomó la palabra y les dijo: "No murmuren entre ustedes. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré en el último día.E stá escrito en el libro de los Profetas: Todos serán instruidos por Dios. Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí. Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios: sólo él ha visto al Padre. Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna.Yo soy el pan de Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo".

Homilía de Fr. Josué González Rivera OP.

Este año me he encontrado con dos titulares que decían: “Comulgar no es un derecho”. En primer lugar, un obispo en Estados Unidos, y luego una joven española, utilizaron estas palabras para defender la dignidad del “Pan de Vida” que nos reunimos a recibir cada domingo (o diario) al escuchar la Palabra de Dios y comulgar en el sacramento de la Eucaristía. 

Estos titulares destacan que “comulgar no es un derecho” porque algunas personas han sido exhortadas a abstenerse de comulgar debido a que sus estilos de vida no están en consonancia con los valores y virtudes que se desprenden del Evangelio y del seguimiento de Jesús. Algunos entonces reclaman una discriminación por parte de la Iglesia. 

A nivel personal, estoy convencido de que Dios está dispuesto a dar sus dones a todas y a todos quienes estén dispuestos a aceptar el ofrecimiento de su Gracia, de su presencia misma. Dios no discrimina; es un Padre, un Hermano y un Amigo que nos ama profundamente. Él siempre está dándose, ofreciéndose y queriendo regalarnos la Vida plena, la vida auténtica. Sin embargo, muchas veces somos nosotros los que desconfiamos, nos desviamos y cerramos ese canal de vida y amor con nuestras malas acciones. Somos nosotros quienes murmuramos contra Él y huimos de su presencia. Deseamos una vida placentera donde las cosas sucedan de inmediato.

En esta relación, la Iglesia es Madre y Maestra, sacramento de mediación, administradora y dispensadora de aquellos misterios de salvación que Dios nos ofrece. Considero que la Iglesia, hoy en día, sigue siendo católica, es decir universal, y no está completamente cerrada, dando lugar a cada realidad, aunque exista un seguimiento más personal y adecuado. Pero, en líneas generales, al recordarnos que “comulgar no es un derecho”, esto nos debería enseñarnos que “comulgar es una gracia, un regalo, un don”, siempre inmerecido y desbordante. Nadie lo merece y todos lo necesitamos. En su maternidad y maestría, la Iglesia desea que recibamos este regalo de la mejor manera posible, disponiendo nuestras vidas para la recepción de este misterio tan grande. ¿Y qué mejor manera de recibirlo que orientar nuestras vidas con los valores y virtudes que se desprenden del Evangelio? A quienes se les pide abstenerse de la comunión no se les excomulga, sino que se les pide una coherencia de vida y un acercamiento a los pastores para el acompañamiento cercano.

No se trata de una mera burocracia institucional; debemos superar esa visión tan formalista: “pase a la ventanilla 1 para confesarse y luego a la ventanilla 2 para comulgar”. Tanto la Reconciliación como la Eucaristía son sacramentos que nos ofrecen Gracia, nos vivifican y nos fortalecen en la fe, la esperanza y el amor. También debemos reconocer que la misma Iglesia ha contribuido a esta visión reductiva. Sin embargo, es esencial recordar que estos sacramentos son mucho más que rituales y fórmulas repetitivas impersonales y sin sentido, sino que son rituales y fórmulas para el encuentro personal con Dios, donde se nos invita a renovar nuestra relación con Él y a abrirnos a la acción transformadora de su gracia. Al alejarnos de una visión meramente procedimental, podemos redescubrir la profundidad y el valor de estos dones sagrados, permitiéndonos vivir nuestra fe de manera más auténtica y comprometida con el seguimiento del Señor, según los valores y las virtudes que se nos ofrecen en el Evangelio.

Este domingo seguimos con la lectura del capítulo 6 del evangelio según San Juan, el discurso del Pan de Vida. La sección que se lee en este día comienza con una crítica de quienes escuchan a Jesús. Los murmullos de los judíos aparecen por primera vez en el relato que hemos venido escuchando. ¿Serán los mismos que le querían hacer rey?, ¿o serán los que le seguían y, después del milagro de los panes, piden otro signo para creer? Ahora los judíos murmuran contra Jesús, pues se preguntan quién es este hombre para decir que Él puede dar vida. Si, además, lo conocen a él, conocen a su padre y a su madre, cómo dice ahora que ha bajado del cielo. El origen humano de Jesús les es muy conocido y no pueden ver su lado “divino” al hablar como enviado del Padre. 

Para los judíos que creían en la resurrección, los fariseos principalmente, la resurrección era un reconocimiento a la fidelidad de la Ley, pero Jesús menciona que la resurrección no es una retribución o un pago, sino un regalo dado a quienes se adhieren a Él. De la misma manera, la Eucaristía no es un derecho que podamos exigir, sino un don inmerecido que se nos ofrece con abundancia. Es un recordatorio de que la vida eterna y la unión con Dios son regalos que se reciben con humildad y gratitud, no por nuestros méritos, sino por la inmensa misericordia de Dios. Al entender y aceptar esto, somos invitados a vivir una vida que refleje esa gracia, orientada por los valores del Evangelio y en comunión con la Iglesia que nos guía en este camino hacia la plenitud de la vida en Cristo. Así, cada vez que nos acercamos a comulgar, debemos hacerlo con un corazón dispuesto, reconociendo que lo que recibimos no es solo un pedazo de pan en una reunión social, sino la Vida misma ofrecida para nuestra salvación en medio de la comunidad de hermanos.

Si queremos ese Pan que nos sacia profundamente, con el cual no tendremos más hambre, tenemos que creer en Él, que es el enviado de Dios Padre. Creer en Jesús es adherirse a Él; es tratar de imitar a Dios como sus hijos muy queridos, tal como dice San Pablo en la segunda lectura. Dejando que Él nos dé vida para que luego nosotros también nos hagamos pan y nos repartamos para dar vida en medio del mundo. Y aunque nos parezca que algunos de los que nos rodean no tienen “el derecho” de recibir algún bien, debemos ofrecer nuestros dones y oraciones para la vida como un don generoso, así como Dios se nos ofrece a nosotros. Al entender y vivir esta verdad, reconocemos que la Eucaristía no es un derecho, sino un don inmerecido que se nos otorga para transformar nuestra vida y la de quienes nos rodean. Así, al acercarnos a comulgar, lo hacemos con la conciencia de que participamos en el misterio de la vida divina, llamados a ser reflejo de ese amor generoso y abundante en el mundo, ordenando y orientando la vida hacia ese fin.



Información sobre el año de la oración (2024):



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1 comentario:

  1. Que así sea,que estás palabras que Dios nos da penetren en nuestro corazón y al momento de recibirlo nos abramos a las gracias que el solo el da,la vida.

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