sábado, 13 de julio de 2024

Meditamos el Evangelio del Domingo con Fr. Josué González Rivera OP



Libro de Amós 7,12-15. Salmo 85(84),9ab-10.11-12.13-14. Carta de San Pablo a los Efesios 1,3-14.

Evangelio según San Marcos 6,7-13.

Entonces llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros. Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero; que fueran calzados con sandalias, y que no tuvieran dos túnicas.

Les dijo: "Permanezcan en la casa donde les den alojamiento hasta el momento de partir. Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos".

Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión; expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo.


Homilía de Fr. Josué González Rivera OP.

“Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión”

Celebramos el domingo 15 del tiempo ordinario y las lecturas de este domingo nos invitan a asumir el envío de Jesús para compartir la buena noticia. La Iglesia en América Latina, desde hace algún tiempo, comprendió este llamado e invitó a todo el continente a esa misión permanente, invitándonos a ser conscientes de que somos discípulos misioneros del Señor.

Como en toda tarea, siempre hay unos responsables, unos encargados, aquellos que son custodios de esa labor. En este momento, los 12 discípulos reciben esta tarea, que al final del evangelio será una invitación para toda la Iglesia. Nosotros, a través del tiempo, también nos vinculamos a ese envío original, siendo colaboradores sin importar nuestra vocación de vida, haciendo discípulos misioneros del evangelio.

Está claro cómo hace Jesús el envío: con humildad y sencillez, sabiendo que hay veces en que no les harán caso a los mensajeros. Él nos enseña que no hay que darle muchas vueltas al asunto; si no te hacen caso, busca otro lugar y sal de allí.

Es la vocación profética que Jesús asume de forma plena durante su vida, y que nosotros, los bautizados, también hacemos nuestra cuando nos ungen con el crisma y nos instituyen como sacerdotes, reyes y profetas en Jesucristo.

La primera lectura nos habla del profeta Amós, alguien que no se dedicaba a cuestiones religiosas “profesionalmente”. Notemos que él era campesino y cultivaba higos, pero en medio de esa realidad es llamado por Dios y se siente provocado para salir a anunciar la presencia de Dios y denunciar las infidelidades del pueblo. Cuando el reino de Israel ya se ha dividido, él sale de la parte sur y predica en el norte, donde es mal recibido.

Reflexionando en esto, se me ocurre que nosotros podemos ser destinatarios del anuncio de alguien más. Puede que alguien nos esté anunciando y denunciando las cosas que tenemos que corregir y mejorar, pero a veces desconfiamos y no sabemos reconocer esas voces. Por otro lado, también nosotros estamos llamados a ser esos testigos, aquellos que tienen que corregir a los que están mal, y nos encontraremos con oposición. Ante esas situaciones, para saber qué hacer y qué decir, no queda más que encomendarse, orar y pedir a Dios que nos ayude a discernir. No estamos solos en esta tarea; podemos pedir consejo, dirección y ayuda de aquellos que reconocemos como testigos del evangelio.

El mensaje profético que Jesús asume también comparte estos rasgos. Las primeras palabras de Jesús en el evangelio de San Marcos son: “Conviértanse, arrepiéntanse, ya llega el reino de Dios”. En el evangelio de hoy, cuando ellos fueron a predicar, exhortaban a la conversión. También nosotros estamos llamados a asumir esa conversión en nuestra vida y llevarla a los demás; esa es la tarea del discípulo misionero: escuchar y anunciar.

Que nuestras palabras y nuestras obras sean signos de vida. Por eso, los discípulos tienen poder sobre los espíritus impuros: pueden expulsarlos y sanar a los enfermos. También nosotros expulsemos esos espíritus impuros allí donde nos movemos día a día y tengamos estos gestos de vida.

El gran predicador y apóstol que fue San Pablo, al llevar a cabo esto en su vida, nos da ejemplo de ese compromiso. En el inicio de la carta a los Efesios que escuchamos hoy, él plasma un himno, un cántico de alabanza a Dios porque se reconoce a sí mismo como alguien que fue encontrado, como alguien que recibió sin dar nada a cambio todos esos beneficios que da Dios por medio de Jesús. Reconociendo esos beneficios, alaba también a Dios promoviendo la palabra, la buena noticia de salvación.

Todos nosotros nos acercamos a la celebración de la Eucaristía y la comunión, llevando distintas intenciones. Presentamos nuestras necesidades, nuestras angustias, nuestros logros y alegrías, pero que en todo momento sepamos alabar a Dios, reconociendo su presencia que se mantiene fiel en medio de nosotros. Celebramos la misa, que es una palabra que tiene la misma raíz que misión. Antiguamente eran las últimas palabras de la celebración eucarística. Ir a la misa está íntimamente vinculado con ir a la misión, ir a anunciar, a compartir. Porque la misa no termina con la bendición final, también podríamos decir que la misión comienza en ese momento, cuando, una vez alimentados en comunidad por el Señor de su cuerpo y de su sangre, salimos de vuelta al mundo para seguir haciendo presente la buena noticia.

El envío misionero no sólo se manifiesta en grandes acciones, sino en nuestra vida diaria, en cómo tratamos a los demás, cómo respondemos a las críticas y cómo reconocemos y corregimos nuestras propias fallas. Debemos estar dispuestos a escuchar y discernir las voces proféticas a nuestro alrededor, aunque a veces nos desafíen o incomoden. Además, debemos actuar con humildad y sencillez, siguiendo el ejemplo de Jesús, sabiendo que enfrentaremos oposición y rechazo, pero confiando en que no estamos solos. La Eucaristía y la comunión nos fortalecen y nos envían de vuelta al mundo con la misión de ser signos de vida y esperanza, promoviendo la conversión y el amor en nuestras comunidades. Así, podremos vivir plenamente nuestra vocación de discípulos misioneros, contribuyendo a la conversión de nuestro entorno.


Información sobre el año de la oración (2024):




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