Retomamos los domingos del Tiempo Ordinario y continuamos con la lectura del Evangelio de San Marcos, correspondiente al ciclo litúrgico B en el cual nos encontramos. Este domingo, la liturgia nos invita a reflexionar sobre dos temas principales: el pecado y la gracia. Estos conceptos pueden considerarse una única temática, pues abarcan nuestra vida entera en relación con Dios. La gracia representa la presencia de Dios y nuestra cercanía con Él, mientras que el pecado simboliza la separación y el rechazo de esa compañía gratuita.
Para profundizar en estas ideas, me gustaría que consideráramos tres personajes en el Evangelio de este domingo: 1) los familiares de Jesús, 2) los escribas judíos y 3) la gente que estaba junto a Jesús. Aunque se trate de grupos compuestos por varias personas, ya que hablan y actúan en conjunto sin que destaque un individuo concreto, podemos considerarlos como un solo personaje en este relato. Entonces, ¿podríamos identificar la relación de estos personajes con Jesús? Para ello, comparto algunas ideas sobre cada uno.
Primero, contemplemos a los familiares de Jesús. Una vez que el Señor ha comenzado su vida pública, predica el Reinado de Dios y realiza signos que confirman esta Buena Noticia. Se da a conocer y atrae a mucha gente. Sus parientes piensan que algo puede estar mal, que "ha perdido la cabeza" porque ha comenzado algo nuevo que llama poderosamente la atención. La familia de Jesús tiene un temor legítimo, ya que es probable que supieran que ese tipo de movimientos eran reprimidos por el Imperio romano o por las autoridades judías. Había que proteger a Jesús. Este temor lo podríamos ver confirmado por la presencia del segundo personaje.
La narración de esta “intervención familiar” tiene en el centro una confrontación con los escribas, representantes de las autoridades judías, quienes lanzan una seria acusación: este Nazareno usa el poder del demonio, de un espíritu impuro. Ante tales palabras, Jesús explica por qué esto es un sinsentido. Además de eso, la primera lectura nos ha recordado el protoevangelio que se puede identificar en el Génesis, es decir, un anticipo claro de la Buena Noticia. En la condena de Dios a la serpiente, reconocemos que Jesús es el hijo de aquella que aplastará la cabeza de quien siembra el pecado. Jesús es aquel más fuerte, capaz de liberar y conseguir el perdón de todo pecado que nos separa de Dios. A diferencia del temor que siente Adán, quien se esconde y después trata de justificar su mal; en Jesús podemos reconocer lo que se repite en el salmo: “En el Señor se encuentra la misericordia” y por ello se dice que “todo será perdonado”.
Descubrimos que Dios quiere perdonar. Él está constantemente ofreciendo su Gracia, nos invita a estar en relación con Él. Podemos fallar, vamos a fallar, pero podemos reconocer nuestros errores y reconciliarnos nuevamente. Solo hay un pecado que no se perdona: blasfemar contra el Espíritu Santo. ¿Cómo se comete ese pecado? Tradicionalmente se ha entendido que este pecado es justamente el rechazo y la negación de una relación con Él. Esta blasfemia es no reconocerlo, manteniéndose en una cerrazón de corazón y de entendimiento que no da lugar a su presencia reconciliadora y gratuita. Si Jesús ha sido concebido por el Espíritu y este también se ha manifestado en su bautismo, rechazar a Jesús es rechazar al Espíritu Santo. Aquí el pecado está en rechazar esa misma gracia que es Dios mismo, su Espíritu en el Hijo, lo cual significa cerrarse a la vida y al amor. Podríamos presuponer que esa era la situación del segundo personaje del evangelio, es decir, de quienes sospechaban de la actividad de Jesús pues no conseguían ver a Dios en Jesús.
Pero nuestra historia no está predeterminada, ni hay un destino fatal ya escrito. Mientras transcurre nuestra vida en este mundo, siempre está abierta la posibilidad de abrir el corazón, arrepentirnos de ese mal y convertirnos a una vida nueva, superando toda condición de pecado para acercarnos a Dios por medio de Jesús y recibir su Espíritu en nosotros.
El tercer personaje del evangelio es la gente que estaba junto a Jesús, los seguidores que mantienen una relación cercana con Él. Podríamos decir, con el esquema simple que he planteado en esta reflexión, que estos son los que están en gracia, los que mantienen una relación cercana con el Señor, llegando a considerarse sus familiares. Es Jesús mismo quien reconoce un vínculo “espiritual” incluso superior al determinado por la “genética”. Así, estar en gracia, según la reflexión que aquí propongo, es haber encontrado esa riqueza de la que nos habla San Pablo en la segunda lectura: una gracia encaminada hacia la vida eterna que alcanzaremos en el cielo, pero que debemos trabajar por anticipar en nuestra actualidad haciendo la voluntad de Dios.
Esa es parte de la Buena Noticia que debemos anunciar y compartir, no como una serie de reglas a seguir para “pertenecer a nuestro club”, sino como una constante invitación para que los otros también se relacionen con Dios. Y la principal invitación se hace con el ejemplo que tenemos que dar como parientes de Jesús, esforzándonos por andar como Él anduvo, actualizando sus palabras y sus gestos, los valores del Reinado de Dios en medio de nuestras vidas.
Que podamos vivir esa relación con Dios, alejando de nosotros todo pecado que nos impida gozar más hondamente de esa gracia, y que sepamos comunicar esa Buena Noticia. Pidamos el don de ser ese tercer personaje, seguidores que puedan ser llamados auténticamente hermanos y hermanas de Jesús. Amén.
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