Hechos de los Apóstoles 2,1-11. Salmo 104(103),1ab.24ac.29bc-30.31.34. Carta de San Pablo a los Gálatas 5,16-25.
Evangelio según San Juan 15,26-27.16,12-15.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
«Cuando venga el Paráclito que yo les enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad que proviene del Padre, él dará testimonio de mí.
Y ustedes también dan testimonio, porque están conmigo desde el principio.
Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora.
Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo.
El me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes.
Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: 'Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes'."
Homilía por Fray Emiliano Vanoli OP
Pentecostés: historia de fondo y final en suspenso
Este capítulo de la vida de la Iglesia naciente, recibiendo la promesa del Espíritu Santo en el Cenáculo, tiene como toda buena historia un flashback, o historia de fondo, y un final en suspenso (enganche para lo que sigue o cliffhanger).
Flashback: en el Jardín del Edén, nos dice el Génesis, Dios creo a la primera pareja a su imagen y en amistad con él. Conexión y gozo total, con Dios y con el prójimo. Pero el ser humano, tentado, lo rechazó, pretendió lo mismo, pero sin “depender” de Dios, como si esta dependencia, que era filial y gozosa, fuera un menoscabo para su libertad. Pecado de orgullo.
Y este es el punto que interesa al capítulo de nuestra historia: gracias a su inteligencia y capacidad de autodeterminación para obrar, el ser humano gozaba de libertad. Obrar significaba entonces tanto como “obrar bien”, y este protagonismo en hacer el bien le daba un protagonismo enorme en la obra de Dios, una realización plena de su ser, una satisfacción total. Pero pecar significó perder esta capacidad de alcanzar el bien, y la libertad quedó reducida a su mínimo: solo elegir, de manera penosa, errática, e incluso deseando el mal para los demás y para uno mismo. De protagonista a mero actor de reparto. Y así entran en escena el odio, el homicidio, la guerra, la muerte, etc.
Vuelta al presente de nuestra historia: Dios se hizo hombre para capacitarnos nuevamente a ser protagonistas del bien, recuperando la comunión con él; y su estrategia fue presentarse cara a cara (la encarnación) y declararnos su amor hasta el extremo de entregar su vida, a fin de que lo volvamos a aceptar en nuestras vidas. Así Dios respetó su propia creación, aún malograda y herida, porque sabía que eligiéndolo libremente se seguiría para nosotros un bien mucho más grande. No es fácil, pero el nos asegura su auxilio si nos disponemos a recibirlo.
Suspenso o enganche: el Espíritu Santo descendió en el Cenáculo y capacitó a los apóstoles para la aventura de anunciar el Evangelio. ¿Cómo sigue esto? Todo el libro de los Hechos de los Apóstoles y las Cartas son la secuela de esta historia, con sus viajes, concilios, decisiones dramáticas, milagros, discusiones, naufragios, esfuerzos, resistencias externas e internas, y la inexorable expansión de la buena noticia.
Aplicación hoy: ese mismo Espíritu es el que recibimos cada uno de nosotros en el bautismo, cuando nuestros padres tomaron la hermosa decisión de que no fuéramos solo sus hijos, sino también hijos de Dios. Nuestra libertad fue robustecida por la vida divina, y Cristo habitó en nosotros para suscitar sus sentimientos, pensamientos y acciones. Cada uno de nosotros es protagonista de esta historia y tiene toda la vida por delante, en suspenso, busca y espera realizar en dramático despliegue la aventura de llevar a Cristo a los demás y de transformar las realidades de este mundo según el Evangelio: paz, amor, misericordia, consuelo, fraternidad, etc. ¡Vaya aventura!
Final: parte del atractivo de una buena serie o película es que su final sea imprevisible; coherente, realizador, plenificante de toda la historia, que se haga cargo de todos los cabos sueltos… pero imprevisto. Aquí nos apartamos de toda imaginería humana, porque nosotros sí sabemos cómo concluye la historia en general, y nuestra historia en particular, si somos fieles. Y, sin embargo, como los niños que en su capacidad de admiración quieren escuchar siempre su cuento favorito por hallar un gusto indescriptible en la anticipación, podemos también en la vida gozarnos, aún entre esfuerzos y dificultades, al anticipar la inexorable (aunque nadie sabe cuándo) y gloriosa manifestación de aquel a quién amamos: nuestro Señor Jesús. Con esta historia de fondo y el suspenso de esta venida,
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