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sábado, 13 de abril de 2024

Meditamos el Evangelio del 3° Domingo de Pascua con Fray Josué González Rivera OP


Hechos de los Apóstoles 3,13-15.17-19. Salmo 4,2.4.7.9. Epístola I de San Juan 2,1-5a. 


Evangelio según San Lucas 24,35-48.


Los discípulos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes".

Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu,

pero Jesús les preguntó: "¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas?

Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo".

Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies.

Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: "¿Tienen aquí algo para comer?".

Ellos le presentaron un trozo de pescado asado;

él lo tomó y lo comió delante de todos.

Después les dijo: "Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos".

Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras,

y añadió: "Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día,

y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados.

Ustedes son testigos de todo esto."


Homilia por Fray Josué González Rivera OP


El Evangelio de la liturgia de este domingo nos relata la experiencia que los discípulos tuvieron con Jesucristo resucitado según san Lucas. En este tiempo de Pascua que, como esos seguidores de Jesús, también nosotros nos reunimos en el cenáculo como comunidad creyente y confiamos en que esa “paz” dada por el Señor también puede llegar a nuestras vidas, familias y comunidades. 


En esta reunión que nos presenta san Lucas podríamos notar elementos análogos a los que conservamos en nuestras liturgias actuales: hay una comida (aunque este momento solo se dice que Jesús comió) y hay una revisión de las Sagradas Escrituras, siendo similar a lo que vivieron esos dos discípulos en Emaús. 


Teniendo esto en el horizonte, particularmente llama la atención que, incluso viendo y quizás tocando al resucitado, los discípulos aún no lograban superar el impacto de su presencia. La comida fue importante para demostrar la solidez de su cuerpo y para revivir la comunión compartida con el Señor, pero también fue necesario que comprendieran las Escrituras. 


Esto último puede confrontarnos nosotros hoy, haciendo que nos preguntemos: ¿qué lugar ocupa la Palabra de Dios en nuestra vida? ¿Podemos decir que entendemos las Sagradas Escrituras? ¿Acaso nuestras incredulidades y “dudas” también necesitan esa iluminación con la Palabra de Dios para poder comprender mejor, creer más firmemente y poder reconocer al resucitado?


En el Evangelio de este domingo es Jesús quien les explica las Escrituras, y nosotros contamos con esa misma presencia mediante su Espíritu, que es el mismísimo Espíritu Santo que habita personalmente en la comunidad de los bautizados. Como bien enseña el Concilio Vaticano II: “la Sagrada Escritura hay que leerla e interpretarla con el mismo Espíritu con que se escribió para sacar el sentido exacto de los textos sagrados” (Dei Verbum, 12). Así que, cada vez que leamos la Biblia de forma personal o de forma comunitaria, debemos de invocar al Espíritu Santo para que nos ilumine y ayude a comprender acertadamente su mensaje de salvación. 


La celebración litúrgica es el mejor contexto para la lectura de la Palabra de Dios. Aquellos que pueden hacerlo diariamente no deberían desaprovechar la oportunidad, y quienes no, deberían al menos escuchar la Palabra cada domingo. Además, es muy beneficioso que cada día leyéramos el evangelio o algún pasaje, de tal forma que siempre estemos en contacto con este mensaje que nos ofrece la Escritura. Pues, así como es importante el Pan Eucarístico, el Pan de la Palabra también es alimento que nos nutre, por ello “la Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor” (Dei verbum, 21). 


Comprender el Antiguo Testamento a luz de la vida de Jesucristo es la clave, bajo la iluminación que les dio el Espíritu Santo, es parte del impulso que motivó a las primeras comunidades cristianas para salir del temor e ir al mundo a predicar que Dios cumple sus promesas, nos trae la vida plena y nos enseña un camino de salvación. Con ello termina el Evangelio de este domingo, si estamos dispuestos a tener este encuentro con el resucitado, nutriéndonos con su Palabra, como los primeros discípulos también nosotros nos convertiremos en testigos capaces de predicar con palabras y con obras. 


"Ustedes son testigos de todo esto", dice el Señor, los cuales deben predicar en su Nombre a todas las naciones la conversión. De esa forma, en la primera lectura, escuchamos una parte del kerigma que san Pedro predicó en Jerusalén, anunciando de forma explícita la Buena Nueva. Pero ese discurso testimonial que podemos hacer debe ir acompañado de las obras, como nos lo recuerda San Juan en la segunda lectura. Así, palabras y obras son parte de ese testimonio por el cual reconocemos que Jesucristo resucitado nos reconcilia con Dios y nos da vida plena. 


Que podamos recibir su enseñanza con humildad y vivir según su ejemplo, compartiendo el amor y la paz que Él nos ofrece. Que nuestras palabras y acciones sean testimonio. Que, bajo la iluminación del Espíritu a nuestras inteligencias, busquemos en las Sagradas Escrituras la guía y el consuelo que necesitamos en nuestros días. Que extendamos la mano de reconciliación y amor a aquellos que nos rodean, siguiendo el modelo de nuestro Salvador. Que nos comprometamos a ser verdaderos discípulos de Jesús, llevando su luz a un mundo que tanto lo necesita.


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