Comenzamos a vivir la semana más importante, la Semana Santa, conocida antiguamente como la Semana Mayor.
Tradicionalmente se resalta el sacrificio de Cristo. La gran mayoría de las personas, tanto creyentes como no, tiene noción del sufrimiento y la agonía que fue para Jesús la muerte en la cruz. Además, películas como La Pasión lograron que ese suceso sea conmovedor para todo el mundo.
Muchos creen que es la parte más importante de las celebraciones católicas, a tal punto que ya sabemos o al menos creemos saber todo lo que va a suceder. Nuestra tendencia a precipitarnos sobre el relato nos hace asumir que aquel sacrificio cruel fue solo los que nos salvó pero tenemos que tener en cuenta que la historia no termina allí.
Les propongo intentar descubrir el motivo de aquel evento y encontrar algunas pistas para vivir esta semana tan interesante y tan intensa.
Una de las pistas está en el relato de Jesús Buen Pastor en el evangelio de San Juan (Jn 10, 11 - 15). Podemos encontrar muchísimas imágenes o interpretaciones que evocan elocuentemente esta parábola, por ejemplo: Jesús cargando una oveja sobre sus hombros o cuidándolas de posibles peligros, solo por nombrar algunas. Pero no vamos a quedarnos con la tierna imagen de sabernos ovejas en brazos de Jesús.
Vamos a centrarnos en la comparación que hace Jesús entre el asalariado y el buen pastor. Para ello te animo a meterte en la escena, en la piel del personaje, vamos a vestirnos de asalariados por un momento. Y aquí no vamos a sacar conclusiones buenas o malas ni mucho menos señalar que está bien ni que está mal. Vamos a dejar que la Palabra del Señor nos interpele. Un asalariado, en esta parábola, no solo se refiere la persona que presta un servicio voluntario a cambio de una retribución. Apunta más bien a una relación contractual. Nos imaginemos que nos vinculamos con Dios de manera similar a la pactada con un jefe, con un superior, con la persona que nos ofrece un trabajo. En el fondo este tipo de vínculo responde a una antigua imagen de Dios-amo, que sin darnos cuenta puede estar vigente en el fondo de nuestra fe. Es decir, yo establezco un contrato, podemos decir un acuerdo con Dios. Donde Dios me dice que debo hacer, cual es la tarea que debo realizar, yo la llevo a cabo, cumplo con ese pedido, y Dios me premia, ósea me da algo a cambio. La verdadera moraleja de esta parábola es que, como el asalariado, no estemos tomando en serio a las criaturas de Dios puesto que nuestro verdadero interés está en lo que vamos a recibir a cambio, luego de cumplir con la tarea encomendada.
¿Cómo podemos reconocernos asalariados y evitar una relación contractual con Dios? ¿Cómo puede madurar mi relación con Dios para no buscar algo a cambio mientras cuido sus ovejas? Pues mirando hacia la adversidad. Jesús contrapone aquí la actitud del buen pastor con la del asalariado. El asalariado huye, escapa, abandona. ¡y eso tiene sentido, pues lo que le interesa es el pago que debe recibir por su trabajo! no le importan las ovejas.
Por ejemplo, cuando afirmo: “Por Dios cuido enfermos, o ayudo a la gente que vive en la calle”. Podríamos preguntarnos: ¿En el fondo lo que estoy buscando es obtener el favor de Dios a través de ofrecer ese cuidado o en este servicio me encuentro con Dios y con el prójimo? ¿Tenemos consciencia que las ovejas son las criaturas de Dios, y no de cualquier Dios?. Son criaturas de Dios-Padrenuestro. Esas ovejas son mis hermanos y hermanas. Jesús no es el buen pastor porque cuida a sus ovejas ¡Es el buen pastor porque no las abandona ante la adversidad! ¡las ama en la adversidad! El verdadero motivo de mi servicio tiene que estar movido por amor al prójimo, en solidaridad con él. Es fundamental entender esta disposición de amor, especialmente ahora que empezamos a vivir la Semana Santa.
Jesús asume el
camino doloroso por amor a nosotros. Se interesa por nosotros, sus ovejas, nos
ama profundamente. Ante la adversidad, Jesús nos ama y acompaña. Esto es
impresionante, porque podremos entender que Jesús no es una especie de kamikaze
que busca su muerte, ni tampoco es que se ofrezca como víctima expiatoria ante
un dios cruel que necesita de sacrificios para poder perdonar. Por lo tanto, al
afirmar que Jesús es el buen pastor que no huye ante la adversidad, que no nos
abandona cuando las cosas se ponen feas, aquí encontramos la disposición
necesaria para vivir intensamente esta semana: el agradecimiento sincero, vivir la gratuidad de su amor. Agradecer cotidianamente
que nos ama hasta el extremo.
Este ejercicio de ponernos dentro de la escena, asumiendo los sentires y pensares de los personajes son una ayuda muy eficaz para descubrir la voluntad de Dios para mi vida. Son muy utilizados en los Ejercicios de San Ignacio. Lo vamos a usar una vez más: Esta vez con otro hecho conmovedor, otro gesto impactante de Jesús: el lavatorio de los pies (Jn 13, 4 - 15).
Como lo hicimos al buscar la disposición anterior, aquí no vamos a corregir ni juzgar nada por correcto o no. Recordamos que buscamos la mejor manera de vivir los próximos días de semana santa.
En el relato del lavatorio de los pies nos encontramos con varios símbolos que nos pueden ayudar a encontrar una pista para vivir plenamente la semana Santa. Cuando Jesús se levanta para lavar los pies, se sacó el manto, cuyo significado se refiere al poder, a la realeza. Como dirá San Pablo en una de sus cartas, siendo de naturaleza divina abandona su divinidad para hacerse hombre. Es decir, se pone al lado nuestro. Cerquita nuestro. Toma el papel de servidor y con una toalla en la cintura se pone a los pies de sus discípulos.
A pesar que Jesús lo hizo durante toda su vida, ¡nos sigue resultando insólito! Aunque ahí entendemos mejor la reacción de Pedro, que en un primer momento responde “¡tu jamás me lavaras los pies a mí!”, como diciendo: no voy a permitir que el rey de reyes se convierta en mi esclavo,no voy a permitir que el Señor de cielo y tierra se humille. Jesús le responde algo así como: “si no lo hago, tu no podrás compartir mi suerte”. Y aquí hay otra pista. ¿Cuál es esa suerte que Pedro no podrá compartir con Jesús? Se refiere al vínculo que Jesús tiene con el Padre. En otras palabras, lo que nos está diciendo Jesús es: ¡tienes que dejarte amar por Dios! En palabras del Papa Francisco: tienes que dejarte misericordiar por Dios. Si no nos dejamos misericordiar o amar por Él, posiblemente caeremos en las imágenes de dios dictador, un dios ofendido y hambriento de sacrificios cruentos, donde se proyectarán nuestras imágenes distorsionadas de un dios que nos pide cualquier cosa menos nuestra felicidad.
Pedro, como en otras ocasiones, no sólo nos representa por ese sentimiento de reconocerse indigno de ser servido por Dios. También asume nuestra dificultad de dejarse ayudar. Aquí es donde nos interpela verdaderamente este relato.Nos cuesta reconocernos vulnerables, frágiles y necesitados de la ayuda del otro. Justamente, para dejarse ayudar, hace falta mucha humildad. Cuando ayudamos a otros nos sentimos útiles, activos, algunos dicen “ayudando me ayudo”, y esta bueno. Insisto que no juzgamos nada por bueno o malo. Pero debemos tener cuidado de no disfrazar el deseo de poder, o empoderamiento, con un gesto de ayuda o solidaridad. La moraleja de este relato nos lleva a reubicarnos ante el servicio a la comunidad de tal modo que no caigamos en trampas de jerarquías asfixiantes, o en un activismo o voluntarismo pero sin una mirada de servicio. No confundamos el servicio con utilitarismo, el servicio es una disposición del corazón. El servidor es aquella persona que no se convierte en el centro, que se preocupa por el otro, y cuando se ocupa del otro lo hace desde un corazón que ama y es sensible a las necesidades propias y ajenas.
Así como en el relato del Buen Pastor el protagonista fue el amor del buen pastor hacia sus ovejas ante la adversidad, el protagonista en esta ocasión es la experiencia de servicio vivida en comunidad donde la virtud no sólo está en ayudar sino en dejarse ayudar.
Estos dos relatos nos llevan a una última consideración. Jesús nos ama hasta el extremo, con un amor que se transforma en servicio. Ofreció su vida, como servicio, hasta el extremo y hasta el final. Solo nos falta confiar, en otras palabras, tener fe. Y aquello resulta una gracia que nos entrega Dios. Pero si la otorgase sin tener en cuenta nuestra voluntad de querer recibirla o no, sería una imposición. Por lo tanto, tenemos que desearlo, pedirle confiar en su consuelo y compañía ante la adversidad como así también en el servicio. Confiar y tener fe en su amor y misericordia.
Por ese motivo vamos a acercarnos a la palabra del Señor con serenidad y el deseo de que su palabra nos sorprenda. Quisiera que vivamos esta semana tan cargada de sentimientos y emociones desde el amor, la misericordia de Dios y la profunda novedad de su palabra.
En sintesís, la Semana Santa nos invita a reflexionar sobre el amor, el servicio y la confianza en Dios. Al hacerlo, podemos encontrar una nueva profundidad en nuestra fe y un renovado compromiso con el servicio desinteresado hacia nuestros hermanos.
Autor: Víctor Ramírez
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