Isaías 50, 4-7 Sal. 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24 Filipenses 2, 6-11
Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Marcos (15, 1-39)
C. Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes, con los ancianos, los escribas y el Sanedrín en pleno, se reunieron, y, atando a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Pilato le preguntó:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?»
C. Él respondió:
+ «Tú lo dices.»
C. Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato le preguntó de nuevo:
S. «¿No contestas nada? Mira cuántos cargos presentan contra ti.»
C. Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba muy extrañado. Por la fiesta solía soltarse un preso, el que le pidieran. Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en la revuelta. La gente subió y empezó a pedir el indulto de costumbre. Pilato les contestó:
S. «¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?»
C. Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás. Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó:
S. «¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?»
C. Ellos gritaron de nuevo:
S. «¡Crucifícalo!»
C. Pilato les dijo:
S. «Pues ¿qué mal ha hecho?»
C. Ellos gritaron más fuerte:
S. «¡Crucifícalo!»
C. Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados se lo llevaron al interior del palacio –al pretorio– y reunieron a toda la compañía. Lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo:
S. «¡Salve, rey de los judíos!»
C. Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante él. Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo. Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz. Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de «la Calavera»), y le ofrecieron vino con mirra; pero él no lo aceptó. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba cada uno. Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: «El rey de los judíos.» Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Así se cumplió la Escritura que dice: «Lo consideraron como un malhechor.» Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo:
S. «¡Anda!, tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz.»
C. Los sumos sacerdotes con los escribas se burlaban también de él, diciendo:
S. «A otros ha salvado, y a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos.»
C. También los que estaban crucificados con él lo insultaban. Al llegar el mediodía, toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde. Y, a la media tarde, jesús clamó con voz potente:
+ «Eloí, Eloí, lamá sabaktaní.»
C. Que significa:
+ «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
C. Algunos de los presentes, al oírlo, decían:
S. «Mira, está llamando a Elías.»
C. Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber, diciendo:
S. «Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo.»
C. Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo:
S. «Realmente este hombre era Hijo de Dios.»
Homilía por Fray Josué González Rivera, OP
EL PODER DE DIOS EN UN MESÍAS CRUCIFICADO
Iniciamos la Semana Santa, una conmemoración de los eventos vividos por Jesús en Jerusalén según los tres primeros evangelios. En esta semana, la Iglesia nos insta a revitalizar nuestra fe y a sumergirnos de manera especial en el misterio de la pasión, muerte y resurrección del Señor Jesús.
Este año, tanto la lectura de la bendición de los ramos como la narración de la pasión son tomados de San Marcos, el Evangelio más antiguo según los especialistas, escrito alrededor del año 70 d.C. Esto es relevante porque el texto sagrado presenta a un Mesías que cumple el plan de Dios para otorgarnos la salvación de una manera completamente inesperada.
En el siglo I, los judíos esperaban un Mesías que fuera rey, profeta y sacerdote, que los liberara de la opresión del Imperio y purificara a todo el pueblo, estableciendo así el reino definitivo de Dios. Por lo tanto, el Mesías debía ser poderoso y fuerte, capaz de superar a cualquiera de los enemigos del Pueblo de Dios. Jesús comenzó a cumplir estas expectativas con sus palabras y acciones, brindando esperanza a sus compatriotas de que el reinado de Dios estaba a punto de comenzar entre ellos.
El ministerio público de Jesús se desarrolló en Galilea y atrajo a personas de todas partes. Al tercer año de su vida pública, emprendió un viaje hacia Jerusalén, lo que entusiasmó a los judíos, ya que vislumbraron el momento en que finalmente se materializaría la utopía que tanto anhelaban, coincidiendo con la celebración anual de la Pascua judía, la festividad de la liberación de Egipto.
Sin embargo, el mesianismo de Jesús no cumplió las expectativas más revolucionarias del pueblo. ¿Qué tipo de poder ejerce Jesús con su mesianismo? En lugar de adoptar los símbolos del poder que dominan y conquistan, Jesús eligió los símbolos de un poder humilde y servicial. Este enfoque fue anunciado por los profetas, como Zacarías, quien predijo que el rey entraría montado en un asno (Zacarías 9:9), o como Isaías, quien describió al Siervo de Yahvé como un siervo sufriente (Isaías 42:1-4; 50:4-9). Al hacer una referencia implícita a estos relatos del Antiguo Testamento, San Marcos da sentido a la pasión de Jesús y la conecta con su forma de ejercer el mesianismo, el cual no buscaba venganza contra los enemigos de Dios y del pueblo, sino conversión y apertura hacia aquellos considerados impuros o pecadores, invitándolos a formar parte de la intimidad con su Padre Dios.
Jesús ejerció su poder a través del amor servicial y gratuito, no solo en su pasión y muerte, sino durante toda su vida; desde el momento en que se encarnó y habitó en este mundo, ese poder del amor para la salvación ya estaba en acción. Esto forma parte de la humillación y el abajamiento que San Pablo nos dice que Jesús experimentó para ser semejante y servir a toda persona humana. Además, aunque Jesús pudo ser consciente de la tensión que generaba con las autoridades políticas y religiosas al criticar un estilo de vida que marginaba a muchos, es posible que previniera el suplicio de la muerte que todo profeta enfrentaba en Jerusalén. Al darse ese dramático final en su vida, Jesús murió de manera fiel y coherente con su mensaje, con ese poder de entrega y servicio que predicó hasta el extremo.
El Mesías, el enviado de Dios, su Hijo, no es un ser poderoso que domina y se venga de sus enemigos. En Jesús vemos a un Dios que se hace humano, que se entrega y sirve gratuitamente a los suyos. Aunque esto pueda parecer un fracaso aparente, ya que el asesinato de Jesús parecía ser el fin de todo este proyecto, sabemos que este evento no marca el final de la historia. Dios no permanecerá en silencio resignado, sino que vendrá la resurrección, la exaltación de Jesús, que es la forma en que Dios reconoce la verdad y el propósito de este plan de salvación. Así, Dios mismo pronuncia su última palabra, una palabra de victoria y vida.
En tiempos de San Marcos, comenzaba la persecución, los apóstoles eran martirizados y las diferencias entre judíos y gentiles que se convertían al cristianismo eran problemáticas. Por lo tanto, el Evangelio busca señalar que Dios ha pronunciado su última palabra en Jesús, que podrá parecer locura y escándalo, pero detrás de ello está la vida terrenal y la vida resucitada de un hombre que confiaba en su Padre del cielo y de un Dios compasivo con todos nosotros.
Solo aquellos que también son capaces de vivir con esa confianza y compasión pueden comprender este mesianismo y su forma de poder reconocida por Dios. Por lo tanto, a pesar de las dificultades que puede presentar la vida y de las incomprensiones que puede padecer un cristiano, vale la pena seguir el camino trazado por este Mesías crucificado.
Hoy, también podemos esperar y creer en poderosos mesías políticos, religiosos o culturales que hagan realidad las utopías que parecen tener más sentido. Incluso podemos esperar que Dios mismo actúe con poder e irrumpa con su mano poderosa en nuestra historia, compartida o personal, que puede parecer llena de pura violencia y maldad. Sin embargo, Dios ya ha trazado el camino hacia la liberación y la felicidad plenas; el reino de Dios ya está entre nosotros. Parece que Dios elige la humildad y la entrega sencilla, pidiéndonos que estemos atentos a sus signos en medio de nosotros. Como discípulos y misioneros que seguimos a Jesús, estamos llamados a vivir e imitar esta forma de poder en el amor, el servicio y la humildad en medio de este mundo, revitalizando nuestra relación con este Mesías crucificado y dando testimonio de él, incluso si eso implica compartir la cruz de nuestro Señor.
La cruz no es un signo insuficiente, sino que se torna en victoria de Dios. Pidamos la gracia de volver a mirar a nuestro mesías crucificado y que podamos aprender a amar como él, dejando toda vanidad que quiere dominar y someter. Que podamos servir y entregarnos como nuestro Señor, descubriendo el sentido de la Cruz como medio para aquella vida plena que Dios nos promete. Que descubramos cómo comunicar esa vida en medio de este mundo que tanto necesita un sentido de vida y de esperanza, haciendo, como Jesús, la voluntad del Padre en nuestras vidas.
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