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sábado, 24 de febrero de 2024

Silencio.





Al empezar a escribir este artículo, me encuentro en un departamento de la provincia de Catamarca llamado Tinogasta. Me gusta describirlo como aquel lugar donde el tiempo se detiene y se escucha el silencio. Sus montañas celestes e inmensas en el horizonte, las tardes anaranjadas en el patio de mi casa, la brisa que trae la frescura de la noche, esas noches plagadas de pacíficas estrellas. Parece una invitación a un viaje interior.  A medida que empecé a viajar, supe que aquello es una característica de los pueblos alejados de las capitales o de los grandes centros urbanos. Al salir de Tinogasta aprendí a extrañar el silencio. 


Es curioso que en estos tiempos donde buscamos conexión de wi-fi en cada momento, también buscamos al menos ratitos de silencio, ya que estamos sumergidos, o más bien ahogados y aturdidos, por las redes sociales, compromisos sociales, familiares y laborales. Por ejemplo, ¿Quién no busca unos minutos de silencio para sí mismo? ¿para relajarse y calmar la mente? ¿sentimos que vivimos en piloto automático? ¿Qué hacemos las cosas por hacer nomas? Como se dice en el lenguaje futbolero argentino, llega un momento donde queremos y necesitamos parar la pelota, por un rato al menos. Y esto es importante, buscar un momento y un lugar tranquilo, hacer una pausa. En fin, tenemos la necesidad de bajar el ritmo cotidiano de nuestra jornada. 


La mayoría damos por entendido que el silencio es la ausencia de sonidos, ruidos, voces, e incluso de la palabra escrita, para otros el silencio es sinónimo de vacío. Sin embargo, en nuestra búsqueda de silencio podemos interpretar que no estamos buscando ausencias, más bien buscamos presencia. En conclusión, cuando buscamos silencio queremos ser parte de un encuentro. Aunque eso signifique un encuentro con nosotros mismos.


Para lograr que nuestra búsqueda sea positiva debemos tener en cuenta al menos dos factores esenciales, el tiempo y el lugar. Siempre que emprendo esta búsqueda del silencio me viene a la memoria un cuento, por desgracia no recuerdo donde lo leí. Un hombre santo buscaba ansiosamente un lugar para poder rezar en silencio, pero en todo lugar que visitaba cuando se ponía a rezar el ruido lo ensordece. Por ejemplo, iba a la ciudad y los bocinazos de los vehículos, motos, y demás, no le permitían su anhelado silencio. Entonces se fue al campo, cuando se disponía a rezar, los animales, del más grande al más chico, hacían tanto barullo que tampoco le permitió rezar. Cansado y enojado dijo: Por favor, ¡Dios, que hagan silencio! Y en ese instante todo se enmudeció. Al querer rezar se dio cuenta, algo faltaba en su oración. Entonces entendió y dijo: Señor, que recen conmigo. Y los animales del campo volvieron a hacer “ruido”. Evidentemente es difícil conseguir hacer silencio, tanto interno como externo, sin embargo, el ruido también es parte de nuestra oración.


Podemos sacar brevísimas, pero profundas moralejas de este cuento. Como pueden leer hace referencia a la importancia del silencio en la oración, y no sólo acerca del silencio externo, el silencio interno también es complicado. A pesar de ello quiero resaltar otro elemento esencial del cuento. Me refiero al encuentro.


Estos tres elementos, silencio-oración-encuentro, nos llevan directamente a hablar de una experiencia con aquel que nos espera en el silencio. Es bien sabido, que desde el momento de la concepción se establece una relación con Él, es de suponer que la misma irá madurando a través de nuestras etapas vitales, donde el silencio y la oración son siempre aconsejadas y recomendadas para todo creyente que aspire a tener una relación con aquello que cree, es un proceso que se adquiere con esfuerzo y perseverancia. Pero más que un proceso, o relación, quisiera definirlo como una experiencia de encuentro con Cristo y con los demás. Aspiremos a una experiencia de encuentro en la oración y en el silencio. No es un encuentro conmigo mismo en mi soledad, todo lo contrario. Es un encuentro con la Palabra y la Iglesia misma. 


Habíamos hablado de la importancia del tiempo y el lugar necesarios para que nuestra experiencia sea realmente fructífera, consciente de ello nuestra madre iglesia fue capaz de brindarnos un tiempo y espacio especial para que nuestra experiencia sea realmente profunda y comunitaria, a través de retiros espirituales, como los que ofrecía la recientemente beatificada Mama Antula, o bien el Tiempo de Cuaresma que ahora transitamos. Durante este tiempo cuaresmal podremos escuchar a través de las distintas lecturas y salmos de qué manera podemos tener una experiencia de encuentro con Cristo y recomenzar con él nuestra historia de salvación. 


Para terminar, te animo a buscar una auténtica experiencia de encuentro con quien te ama profundamente durante este tiempo cuaresmal, para ello el silencio, la oración y el encuentro son parte de una disposición de apertura, de escucha activa, hacia un camino de maduración y consciencia.



                                                    Autor: Víctor Ramírez

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