Génesis 9, 8-15 Salmo 24, 4bc-5ab. 6-7bc. 8-9 R/ Primera carta del apóstol san Pedro 3,18-22
Evangelio según san Marcos 1, 12-15
En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto.
Se quedó en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás; vivía con las fieras y los ángeles lo servían.
Después de que Juan, fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía: «Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio».
Homilía de Fray Emiliano Vanoli OP:
Comenzar algo siempre implica un desafío, y embarcarse en algo nuevo amplifica ese desafío. Superar la inercia, dejar atrás prejuicios e inseguridades, explicarse a uno mismo y a los demás; todas estas son experiencias inherentes a la vida. A veces se siente como si tuviéramos que liberarnos de una fuerza de gravedad que nos mantiene arraigados, impidiéndonos elevarnos hacia nuestro destino.
En
este proceso de empezar algo nuevo, podemos encontrar inspiración en la vida de
Jesús. Él también tuvo que dar inicio a su vida pública, encaminándose por el camino
que su Padre le señalaba: la misión de proclamar la Buena Noticia de que Dios
se hizo hombre para que el
hombre pudiera ser como Dios. Para ello, el Espíritu
lo lleva al desierto (Mc. 1, 12-13), un lugar bíblicamente asociado con
discernimiento, preparación y prueba.
A
diferencia de Adán y Eva, tentados por Satanás y seducidos por el deseo de ser
como Dios sin Dios, Jesús rechaza la tentación. En su caso, la tentación
consistía en seguir un camino de salvación basado en la fuerza y el poder
político (Marcos lo explicitará más adelante). Jesús triunfa, aceptando la
voluntad de su Padre de padecer por nosotros para nuestra salvación. Un signo
de ello es la armonía restaurada con la creación, indicando que "estaba
entre los animales del campo y los ángeles lo servían", según lo describe
Marcos.
Preparado
de esta manera, Jesús inicia su mensaje: "conviértanse y crean" (Mc.
1, 14-15). Estas son las mismas palabras que se nos dirigieron al recibir las
cenizas el miércoles pasado, marcando el comienzo de la Cuaresma. Ahora,
también para nosotros, se inicia un período de 40 días, al igual que el Señor,
para discernir, prepararnos y someternos a prueba.
Iniciar
cualquier actividad conlleva su dificultad, pero emprender un camino de
conversión hacia Dios es aún más desafiante, especialmente después de las
vacaciones y el carnaval. Por eso, es crucial aprovechar los signos que nos
ayudan a ser conscientes y sumergirnos en este tiempo, desde la imposición de
cenizas hasta los actos que se nos insta a profundizar en esta etapa: ayuno,
limosna y oración.
Estas
prácticas cuaresmales no son simples gestos externos de devoción; son medios
para reiniciar nuestros corazones, contraponiéndonos a la fuerza de gravedad de
la rutina diaria que muchas veces nos atrapa y nos impide salir de nosotros
mismos y dirigirnos hacia el amor a Dios y al prójimo. El ayuno, la limosna y
la oración no son meros esfuerzos para obtener algo, sino caminos para amar más
y mejor. En este proceso radica la salvación que nos trae el Señor, ya que, al
amar, nos asemejamos a Él, que es amor.
En medio de la vorágine de nuestras ocupaciones y las numerosas distracciones que suelen generarnos ansiedad, la Cuaresma y sus prácticas deben ayudarnos a parar, simplificar nuestras vidas y escuchar en el corazón el llamado del Señor. Hoy nos dice, una vez más: "Conviértete y cree en el Evangelio", es decir, "vuélvete a mí y confía".
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