Acabamos de finalizar el mes de la Palabra y comenzamos el mes de las misiones, por eso quiero invitarlos a poner la mirada en Aquel que hemos conocido, que nuestros ojos contemplaron y nuestras manos palparon (1Jn 1,1-3).
El Documento de Aparecida propone directa o indirectamente una
espiritualidad de compromiso en el seguimiento de Jesús y fuente de acción
misionera. Un compromiso que nace de reconocerse llamado, elegido y enviado.
Jesús quiso llamar a algunos para estar con él y enviarlos a predicar.
Los que hemos tenido la experiencia de un encuentro personal con Jesús en su
Palabra podemos reconocer que como Pedro el Señor nos hizo sentir nuestra
debilidad y al mismo tiempo su amor que no reprocha nuestras negaciones, sino
que nos levanta, nos tiende la mano y nos ayuda a creer; que al igual que como
miró la ofrenda de la viuda pobre que deposita dos monedas, Jesús nos mira con
bondad y recibe ese todo que le damos, aunque a veces parezca poco. Él conoce a los que elige y llama y esa es la
certeza que nos sostiene, el saber que nos conoce y ama en nuestra debilidad y
que su Gracia actúa en ella.
Los discípulos tuvieron que vivir el proceso de aprender del Maestro y
para esto era necesario estar con Él, escucharlo, despojarse, confiar y abandonarse.
Un proceso en el que muchos de nosotros estamos. Y es en ese momento en donde
su Palabra es luz para nuestros pasos, alimento para el camino, fuerza para
seguirlo.
El Papa Benedicto XVI nos recuerda que: “el discípulo fundamentado en la
Roca de la Palabra de Dios, se siente impulsado a llevar la Buena Noticia de la
Salvación a sus hermanos”. No podemos callar lo que en el silencio nos habló
Cristo al corazón y nos preguntamos: ¿cómo anunciarlo en medio de la realidad
que nos toca vivir, en los ambientes en que nos movemos, entre los amigos, en
el trabajo, en la universidad? Un gran santo, amigo de los jóvenes, Alberto
Hurtado, pedía ser un fuego que encienda otros fuegos y este es el desafío hoy
en la falta de sentido, en el rechazo a la cruz, en las dudas, en la
enfermedad, en las crisis de fe, lo importante es no dejar que el fuego se
apague y para esto contamos con el auxilio del Espíritu Santo “que viene en
ayuda de nuestra debilidad” (Rom 8,26) como dice San Pablo.
Ser discípulos-misioneros de Jesús es un regalo. La vocación de muchos
jóvenes se suscitó en misiones encontrando el rostro de Jesús en las familias,
yendo de camino, en el mate compartido, en la oración en común, en lo rosarios
desgranados por los diferentes senderos, en el enfermo, en los ancianos…Jesús
los miró con amor y les dijo: “Vengan a mi viña” y poniéndose en camino lo
siguieron. Así surgió mi vocación y tal vez la tuya, experiencia fuerte de ser
llamados a dar la vida para gastarla en el servicio de Jesús y los hermanos,
Palabra escuchada en la intimidad que no se puede guardar: “Sígueme”.
En el mes de las misiones recemos por los misioneros, por los que
anuncian con su vida la venida del Reino del Señor.
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