Al
pensar la realidad del proceso del sínodo de la sinodalidad y las distintas
cuestiones que van surgiendo, creo que la analogía de la iglesia como sinfonía puede
traernos bastante luz ante el nueva sínodo que estamos viviendo.
Empezaremos
tratando de entender qué es una sinfonía. Si buscamos una definición precisa nos encontraremos con vagas y
múltiples respuestas. A grandes rasgos lo que determina, y lo que tiene en
común con la iglesia y el sínodo, es una música que se da en el tiempo, que está compuesta en varias partes que están
interrelacionadas y que está a cargo de una orquesta. No es la cantidad de
instrumentos lo que define a una obra sinfónica, tampoco lo determina el tiempo
de duración de la música, pues las hay de tantas duraciones como sinfonías.
La
primera etapa del sínodo fue la diocesana: aquí aparecieron los primeros temas
que luego se desarrollaron en las otras etapas. Como en una sinfonía, podemos
tomar cualquiera de las sinfonías de Beethoven que son las más conocidas, vemos
que no hay una preminencia de un instrumento sobre otro. Es la orquesta entera,
funcionando como una sola voz en la que va sonando y participando. De la misma
manera se ha buscado que cada una de las voces a nivel diocesano pueda
expresarse y cantar los temas que preocupan a la sociedad actual. La iglesia es
una voz conformada por muchas voces, que a su vez cada una tiene sus matices y
colores.
No
se supone que, como dijo Balthazar, esta primera etapa o ninguna de las
siguientes se de una armonía almibarada y sin tensiones. La realidad es que los
temas inherentes al drama humano han surgido de manera frontal. Es raro
encontrar cualquiera de las músicas que uno identifica como aquellas obras de
arte que poseen una chispa divina en ella, una música que no plantee un drama,
con sus disonancias, superposición y hasta choque de temas musicales
diferentes. Esto es la realidad del Hijo de Dios encarnado, es parte esencial
de la belleza del arte, y es parte de la realidad humana del hombre que forma
la iglesia.
Luego tuvimos un segundo movimiento la etapa continental del sínodo. Los temas unificados por cada una de las Conferencias Episcopales Nacionales se han unido para dialogar juntos, no necesariamente buscando respuesta sino tratando de entender lo esencial de cada problemática regional y continental. Coordinados y conducidos por la iglesia y el santo padre, el director de orquesta sabe dar espacio a cada una de las voces y unirlas. Como dice el mismo lema del documento de trabajo de esta etapa se buscó «ensanchar el espacio de la tienda» (Cf. Is 54,2).
Aquí el oído de cada una de las partes involucradas ha sabido acusarse más que
nunca, así como uno y todos los músicos que ejecutan una sinfonía deben saber
lo que deben decir con esa porción de música, deben también escuchar con
atención para saber el lugar que le toca y poder tocar de manera afinada. De la
misma manera la iglesia ha dejado que cada una de las voces expresen sus
problemáticas respetando los distintos contrapuntos.
Y
hemos entrado muy recientemente en una etapa más del sínodo. La fase universal,
que ha comenzado con la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los
Obispos, luego de dos años de iniciado el camino. La voz de la iglesia-orquesta
que sigue sonando, no intentando re definir lo ya definido dogmáticamente y
“reinventar la pólvora”, sino escuchar y hablar al mundo de hoy con cada una
sus distintas aristas. Los temas que se han desarrollado en el tiempo y en el
espacio, como una melodía o tema musical que va transitando y expresando los
distintos dolores y alegrías, está a cargo de más de 400 participantes. Son 169
obispos representantes de las Conferencias Episcopales, 20 jefes de las
Iglesias orientales católicas, 20 representantes de los Dicasterios de la Curia,
50 personas designadas directamente por el Papa y 141 personas más entre los cuales se encuentran
laicos (varones y mujeres), muchos de ellos con derecho a voto.
Todos formando esta grandísima orquesta, conformada por muchos instrumentos de
cuerdas (como violines y violoncellos entre otros), otro grupo de instrumentos de
viento de madera (flautas, y clarinetes entre otros), instrumentos de viento de
bronce (trompetas y trombones entre otros) e instrumentos de percusión.
Podría
recordarnos la Novena sinfonía de Ludwig van Beethoven, en la que suena el
famoso himno a la alegría a cargo de una excepcional inclusión del coro en la
orquesta. Obra que requiere al menos 150 almas para poder ejecutarla. La
grandiosidad de la orquesta y el coro, analogados en una conjunción de tantas
formas de vidas y carismas como los hay en la vastísima y riquísima iglesia.
La
sinodalidad se nos presenta aquí como un método sinfónico, donde cada voz tiene
su lugar y se le es confiada un mensaje Bello, Bueno y Verdadero, ya que la
grandeza del Espíritu Santo habita en todos y cada uno de los bautizados y en
los cuales Cristo se hace presente para anunciar el Reino aquí en la tierra.
Cada voz conforma un mensaje único que habla al mundo de hoy de la grandeza del
amor de Dios. En un mundo tan dividido por las guerras, la iglesia se expresa
en unidad (conformando una unidad universal) y habla de paz, dialogo, belleza y
verdad. Mensaje cristiano no idealizado y no espiritualizado, no sin tensiones,
sino tan humano como divino.
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