domingo, 10 de septiembre de 2023

Meditamos el Evangelio del Domingo con Fray Ronald Andrade OP



Ezequiel 33,7-9 / Salmo 95(94),1-2.6-7.8-9 / Romanos 13,8-10.

Evangelio del día según San Mateo 18,15-20.

Jesús dijo a sus discípulos: Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos. Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano. Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo. También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos.

Homilía de Fray Ronald Andrade OP

El evangelio de este día nos presenta una exhortación a la corrección fraterna. En ella, san Mateo nos narra la enseñanza del Maestro a sus discípulos acerca de cómo corregir al hermano que se equivoca y cuál debe ser la actitud de quién peca. Para ello, El Señor nos muestra unos pasos pedagógicos a seguir:

Primero, “ve y aconséjalo a solas, tú con él”. Después de tener la evidencia del error del hermano contra tí o contra otro, El Señor nos pide tener discreción y prudencia para actuar. Detrás del pecado del hombre hay un drama humano que se nos escapa a primera vista. Por eso es importante acercarnos con compasión y misericordia al prójimo que se ha equivocado para escucharlo e intentar comprender su actitud. Del mismo modo que nos gustaría que se acerquen a nosotros si cometemos una macana. Somos nosotros los que damos el primer paso, lo hacemos por amor a la persona, en un clima de diálogo y respeto, donde el pecador se sienta acogido y misericordiado por Dios. Solo en éste ámbito el hombre podrá volver en sí, pedir perdón y convertirse. Porque Dios no quiere la muerte del pecador, sino que cambie su conducta y viva (Ez 33,11).

Nosotros estamos invitados a mostrar el rostro amoroso del Padre que quiere a su hijo extraviado de vuelva en casa. El Señor pide que ganemos al hermano, que lo ganemos para Él, no para nosotros, por eso el modo de acercarnos al otro es al modo de Cristo, con humildad y reconociendo la debilidad humana. Queda excluido de éste diálogo todo reproche estéril que culpabilice y denigre al hermano.

Segundo, “toma contigo a uno o dos”. Si el hermano no te escucha y persiste en su error, no hay que afligirse solo, hay que buscar ayuda. A veces nosotros no somos el mejor testimonio para un hermano. De la mano de uno o dos testigos entonces la intención de la corrección fraterna cobrará más fuerza. Ya no se tratará de algo solo personal. El pecado y la búsqueda de su conversión se hace más objetiva.

Tercero, “díselo a la comunidad”. Ante la negativa del hermano en querer aceptar su error y enmendarlo, está la comunidad (ekklesía) donde se puede encontrar el mejor modo para atenderlo. Se analizará el caso en concreto para pedir la asistencia del Espíritu, se puede acudir a un ministro ordenado, a una hermana religiosa, al obispo, en cualquier caso, la Iglesia tiene muchos medios para atender a los hermanos que se han equivocado. De todos modos, si aún así el hermano persiste en su pecado, sin querer ver la luz, solo nos queda rezar por él y su conversión.

Después de estos consejos prácticos, el Señor da el poder a sus discípulos de atar y desatar. Es decir, de perdonar o no, los pecados de los hombres en la tierra y lo mismo sucederá en el cielo. Dios le concede primero a Pedro este poder y luego a los ministros de la Iglesia por sucesión apostólica. Por eso es importante la apelación a la Iglesia y a sus sacerdotes en el caso de querer ayudar a un hermano en pecado. Al final del evangelio el Señor nos asegura su acción cuando la oración se hace en comunión. Porque es una plegaria desinteresada, se la hace para el bien común. Brota de un corazón agradecido y compartido con otro. Es una petición transparente y verdadera.

La mejor oración siempre se hace entre dos que han unido sus fuerzas por una intención. Y si invocamos el nombre del Señor, Él nos promete su compañía y su presencia todos los días de nuestra vida. Así entonces la oración se vuelve el medio más eficaz para que Dios pueda otorgarnos los bienes y las gracias que necesitamos para nuestra vida y para la de nuestros hermanos.

Que el Señor nos conceda la gracia de saber acompañar a los hermanos que han obrado mal y que juntos en comunión podamos orar al Padre de los cielos por toda la Iglesia que peregrina en la tierra. Amén.

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