En este mes de septiembre la iglesia nos anima a leer más la Palabra de Dios. Dentro de la enorme biblioteca que es el Antiguo Testamento hay un libro que siempre me llama la atención: es el libro de Rut. Este pequeño y misterioso libro tiene por personaje principal a una mujer llamada Rut y a su suegra, Noemí. Se nos narra la historia de esta mujer moabita Rut, que viuda de un hombre judío, elije seguir a su suegra hasta abrazar la fe de Israel. El momento más decisivo es el que encontramos en la cita que está en nuestro encabezado, cuando Noemí se queda absolutamente indefensa, pues era viuda y habiendo fallecido sus dos hijos pierde todo sostén económico y social, y decide entonces volver a su tierra natal: Belén de Juda. Deja libres a sus dos nueras para que vuelvan a sus tradiciones moabitas y se casen otra vez si quisiesen. El amor filial que Rut tiene por Noemí es asombroso. La empatía que Rut siente por la anciana la mueve a quedarse con ella y emprender el viaje, dándose así la apertura de su corazón que permitió su conversión. Es aquí el momento decisivo, donde ella se la juega toda por la anciana israelita hasta el punto tal de exclamar: “tú Dios, será mi Dios”.
Es imposible saber lo que debe haber pasado por el corazón de Rut, que se convierte al Dios de Israel y termina siendo ella misma un testimonio de fidelidad. Quizás nos suene lejano, ¿quién sería capaz de convertirse al cristianismo movido por el testimonio? Surge aquí entonces la hermosa historia de san Mateo Ayariga.
El 15 de febrero de 2015, el ISIS decide asesinar a 21 trabajadores de la construcción capturados un tiempo antes en Egipto. Este terrorífico hecho se dio en las costas de Libia y se filmó, presentándose por los terroristas como un “mensaje con sangre para el pueblo de la cruz”. La tragedia mueve a millones alrededor del mundo y son ellos prontamente aclamados como mártires de la iglesia copta, iglesia ortodoxa oriental a la cual ellos pertenecían. Llama la atención la presencia de uno de los trabajadores que no era de nacionalidad egipcia y ni siquiera era copto. Sabemos que era un joven llamado Mateo, oriundo de Chad (un país de África central). Habría emigrado a Egipto buscando una salida laboral y cayó en manos de estos terroristas. Sabemos que al momento de la ejecución los captores lo interrogaron para corroborar si efectivamente él también pertenecía al llamado “pueblo de la cruz”. Mateo Ayariga, hoy san Mateo Ayariga, sin dudar respondió “Su Dios, es mi Dios”, recibiendo allí mismo el bautismo de sangre y convirtiéndose en testimonio para todos nosotros.
Esto es lo único que sabemos de este mártir contemporáneo, pero alcanza y sobra. Como una “Rut-contemporánea”, Dios debe haber movido algo en su interior de tal manera que frente a los captores que lo amenazaban de muerte, él eligió seguir el destino de Nuestro Señor, que es el Camino, la Verdad y la Vida. La historia no termina aquí, porque tan grande fue la explosión de amor que se dio al entregar su propia vida por Cristo, que los ecos de esa entrega movieron hasta el mismo Papa Francisco. Y fue en mayo de este año que nuestro Sumo Pontífice decidió incorporar al martirologio romano a estos 21 mártires coptos. Ellos se han convertido en un “signo de comunión espiritual que une a nuestras dos iglesias”, dijo el Papa.
El amor del Señor movió y sigue moviendo tantos corazones que ni siquiera imaginamos. Las palabras de la Sagrada Escritura “Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios” son hoy más actuales que nunca. Solo Dios sabe que gestos realizados por cristianos fueron los que llamaron la atención de aquel inmigrante del África subsahariana, y lo llevaron a dar su sí tan decisivo. Probablemente haya sido la suma de pequeños gestos cotidianos, compartidos en su trabajo como operarios de la construcción. Algo tan sencillo que logró algo tan grande, que además constituye un gesto entre las dos iglesias. ¡Es impresionante!
Que Dios nos regale la gracia de poder ser
fieles en lo poquito de cada día y ser testimonio de amor cristiano para con
los demás, amor que es concreto, humano y divino. Para que aquellos que no han
hecho experiencia del amor de Dios, al compartir con nosotros puedan decir como
Rut y como Mateo: “Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios.”.
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