- "Después de dos años de lo que me gusta llamar “Virtualidad
Pastoral”, pude en este 2022 volver a lo presencial para la Semana Santa,
gracias a la Pascua Joven que organizaron los jóvenes y el seminarista de la parroquia.
Diría que esta fue distinta a todas las que viví antes: tuve menos
tiempo disponible por todas las responsabilidades que van llegando cuando te
vas haciendo grande; sin embargo, hace mucho no vivía con tanta profundidad los
días de la Pasión y no me daba cuenta de lo mucho que lo necesitaba hasta que
me encontré delante de la cruz, llorando a mares y con el corazón necesitado de
Dios. Pero esa parte la contaré más adelante…
Una de las primeras preguntas con las que arrancó el retiro fue ¿En
qué parte de mi mundo está Dios? ¿Está acaso en mis debilidades, fortalezas o
afectos? ¿Solo en los momentos de necesidad o en el 100% de mi mundo?
Pensando un buen rato llegué a la conclusión de que aunque Jesús
está en toda mi existencia, yo lo había limitado a una sola parte que se hacía
cada vez más pequeña por algo que venía arrastrando desde hace un tiempo: Desierto
Espiritual.
Para una persona creyente, con vida parroquial y demás es difícil
reconocer cuando no estás conectando mucho con Dios y eso era lo que me estaba
pasando. El ego de pensar que podía hacer mi camino por mí misma me estaba
haciendo sentir lejos de Él (aunque siempre supe que estaba cerca) e incluso
llegué a encontrar cierta “comodidad” en esa lejanía.
Aunque estaba yendo a la parroquia de vez en cuando, mi fe no tenía esa
chispa de antes y honestamente no había hecho mucho para recuperarla, pero fue
entonces cuando Jesús volvió a llamar y recordé que las cosas no suceden cuando
yo quiero sino cuando Él hace que sucedan.
El viernes santo fui al templo (parroquia Santa Maria, Buenos Aires - Argentina) para el segundo día del retiro. Se
estaba rea la celebración que terminaría con la adoración de la cruz. Me
dediqué a mirar ese crucifijo, donde el Hijo de Dios estaba maltratado y con
heridas abiertas. Empecé a llorar. A mi mente llegó la idea de cuánto de aquel daño
que tenía su cuerpo había sido causado por mí, y que sabiendo la respuesta
igual fue al madero. Fue como mirar el amor directo a los ojos, un amor que sentí
no merecer.
Después de llorar y contemplar la cruz, miré la imagen de María Dolorosa. Lloré más. Que difícil debió ser para ella y que fortaleza de quedarse al pie de la cruz. Pensé también en mi mamá, a quién no veo desde hace tres años pero sigue abrazándome desde la distancia y enviándome su bendición día tras día.
Luego por la mente pasó el pensamiento de todas las madres que habían perdido a sus hijos y en ese momento redescubrí que si algo tienen en común muchas madres es que son lo más cercano al amor de Dios; entrega y amor incondicional incluso en los momentos más dolorosos y de oscuridad.
Con la imagen de Jesús en la cruz, la Virgen María y alto playlist para los
momentos de reflexión seguí transitando el camino de la Pascua Joven. Alguien
dijo que “La cruz es una victoria” y hay tantísima verdad en tan pocas palabras
que ahora puedo pensar en cuántas veces en mi propia vida me quedé solo en la
cruz y la muerte. ¿Te ha pasado?
Las pregunta que decidí empezar a hacerme a mí misma -y que te
comparto ahora por si te sirve- es: ¿Cruz,
o Resurrección?
¿Desde dónde voy a mirar y vivir? Nunca antes cobraron tanto sentido
las palabras de Santa Teresa de Ávila “Todo se pasa, Dios no se muda”.
Laura Pimentel