Los sacerdotes Carlos y Gabriel,
martirizados juntos el 18 de Julio de 1976, llevaban a cabo su misión
ministerial en la Parroquia de Chamical conjuntamente con la Comunidad de las
Religiosas de San José. La memoria presentada[1] por las
hermanas Rosario (Charo) Funes y Liliana Cabás, aporta varios datos que
ayudarán a comprender como es que las diversas experiencias de las mesas
compartidas en la vida de Carlos y Gabriel, son elocuentes para leer desde
ellas, el suceso de su martirio.
El pueblo de Chamical, recuerda al padre
Gabriel (misionero francés) como un sacerdote solícito a las necesidades de los más desprotegidos
pero además, con un gran sentido de fraternidad. La hna. Charo lo relata de la siguiente manera:
Mientras se hacía la casa (de las hermanas),
durante el día ocupábamos la casa parroquial, por invitación del P. Gabriel,
porque la que alquilábamos no tenía agua. De manera que empezamos a hacer una vida más comunitaria, las religiosas con los
sacerdotes compartiendo la comida, los trabajos de la casa, la oración, los
momentos de recreación, la Misa una vez por semana para la comunidad con
reflexión y un compartir más hondo. Junto a la comunidad religiosa el P.
Gabriel comprendió, valoró, y asumió la vida y el trabajo. Una vez, en una
reunión, fue invitado a expresarse sobre este aspecto. Dijo: “He dejado cinco
hermanas carnales en Francia. He encontrado aquí cinco Hermanas que me hacen
vivir en familia”. Su preocupación, a
ese nivel era mantener el clima, el espíritu de fraternidad con sencillez y
serenidad. Mirándolo a la distancia descubro que fue un tiempo muy rico, un
tiempo de gracia, que nos ayudó a crecer
como personas y personas consagradas, en un ambiente de mucha unión, respeto y
sentido del humor. El P. Gabriel, cuando
venía a comer con nosotras, siempre tenía un chiste a flor de piel, sólo
expresaba fastidio cuando había injusticias o se hacía sufrir a los más
débiles. Dinero que él recibía lo administraba para los pobres, vivía
pobremente, se lavaba su ropa, cocinaba su comida, comía sobriamente y muy
poco, y de lo que le daba la caridad de la gente, siendo que venía de un país
donde se come fruta y verduras en forma abundante. Jamás dejó notar la
diferencia de su lugar de origen y este lugar que asumió en su misión.[2]
En torno a la mesa, las hermanas junto al
P. Gabriel iban construyendo la fraternidad. Esta mesa fue testigo de risas y
confidencias, lugar del alimento cotidiano y del alimento eucarístico.
Nuevamente, observamos que la mesa eucarística, se hace mesa del alimento diario, y la mesa de la
comida diaria, la del alimento eucarístico. Este espacio cotidiano era el lugar
donde todo confluía, la experiencia comunitaria se hacía palpable en torno a
ella.
En
el año 1975 llega a Chamical, Fray Carlos de Dios Murias, con el sueño de
fundar una comunidad, los hermanos menores conventuales lo habían enviado a
comenzar la misión. Al llegar a la Diócesis, Monseñor Angelelli lo designa a la
Parroquia de Chamical, donde se integra a la misión emprendida ya por el P.
Gabriel y las Hnas. Josefinas. Con su vida joven y ansioso por hacer presente
entre los pobres el carisma franciscano, comenzó a visitar las casas de los
parroquianos, compartiendo la vida diaria con los más desfavorecidos.
Ya eran años de profundas turbulencias, la
pastoral llevada a cabo por el obispo
y la iglesia diocesana, era sospechada
de “marxismo y subversión”. Tanto la vida del obispo como de toda la iglesia
corría peligro. En reiteradas oportunidades varios sacerdotes, religiosos,
religiosas, laicos y laicas de la diócesis fueron amenazados de muerte y otros
tantos encarcelados. Frente a estos hechos la respuesta de Fray Carlos fue
contundente: “Prefiero morir joven habiendo hecho algo por el Evangelio, que
morir viejo sin haber hecho nada”. La hna. Charo, nos recuerda una comida muy particular:
La hora de compartirlo todo estaba cerca. Y era como si hubieran querido despedirse de nosotras partiendo el pan. Gabriel vivió así, compartiendo todo cuanto tenía, por eso dar la vida fue otra manera más de partirse como pan. El gran testimonio de fraternidad y de vida que nos dejaron muriendo juntos, había sido cimentado y construido en el poco tiempo que habían vivido los dos en Chamical. Aprendieron a conocerse y a valorarse uno a otro. Aprendieron juntos a que uno era la expresión fraterna para el otro.[3]
El pan compartido ese medio día, como la cena de su última noche, fue el gran presagio de la vida entregada. Sus cuerpos se unieron por el martirio, al cuerpo de Jesús ofrecido en la mesa eucarística, pero también se unieron a la mesa fraternal de los hogares de Chamical y de toda la Diócesis. La tierra regada por su sangre, seguirá soñando como ellos, que el pan este en cada mesa.
La noche del asesinato, los sacerdotes
compartieron la mesa con las hermanas, que como cada vez que se repetía, estaba
seguida por el juego de naipes. El alimento y la diversión iban de la mano en
la mesa de la fraternidad, comprendiendo que la mesa es el lugar de la vida.
Las hermanas lo recuerdan así:
Aquella mesa terminó con el pan de la vida de Carlos y Gabriel partidos para la vida del pueblo. Su martirio no sería en vano y la mesa de la fraternidad se agrandaría. Cada 18 de julio, la mesa de la eucaristía y de la vida se tiende para todos, donde la memoria de Jesús y de sus mártires se hace presente en el pan repartido.
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