BEATO WENCESLAO PEDERNERA. REGALO DE DIOS PARA SU PUEBLO
“Brazos para mi Señor el Rey
Almas para Dios.
Capitanes y Soldados
a maloquear que en esta cacería
buena pieza es el salvaje
A quemar las tolderías
Para que venga el indio a levantar los
templos.
ellos deben cultivar nuestros huertos.”
“Así era el gobierno
de esta amada ciudad,
unos pocos con el agua del mando
el resto con el turno no más.”
Estos
versos extraídos del comienzo de la maravillosa Cantata Riojana, plasmada por
David Gatica y Ramón Navarro, expresan poéticamente el drama de una Rioja
dominada por “Hombres con nombres y apellido y codicia”.
En 1968 llega a
la Rioja, Monseñor Enrique Angelelli. “Un hombre de Tierra adentro, que quiere
ser un riojano más”. Identificándose con su pueblo.
Obispo y Pastor bueno, siguiendo a Jesús de Nazaret,
conmovido por esta provincia despojada, con coraje profético expresa en sus
prédicas: En la Rioja “la tierra es para todos, el agua es para todos, el pan
es para todos”.
En 1974 responde Wenceslao Pedernera, junto a Coca,
su esposa, y sus tres hijas, a este clamor del Pastor Bueno. Deja la seguridad
de un empleo, el liderazgo entre sus compañeros, el cobijo de una casa, la
protección de una familia que lo acogió. Así los cinco abandonan el suelo
mendocino para incorporarse a este sueño
riojano, de una tierra de todos y para todos. Deseo profundo del hombre de
campo. Vida de Familia en comunión. Tierras con familias en ella, y familias riojanas
con tierras. Sueño de Dios, presencia del Reino.
En una mañana del
mes de Octubre, en el medio del Valle de Vichigasta, a la sombra de un viejo
algarrobo, alrededor de una pequeña mesa de tablas, junto al horno de barro que
ofrecía su pan, me encontré con ellos. Yo venía del asfalto, de la gran Ciudad,
donde “todo es mentira”, al decir de Angelelli en sus poemas. Llegaba para
unirme al camino, buscando sentidos, rastreando verdades, donde desplegar mi
vida.
Al verlos allí,
en esa intemperie, me preguntaba: ¿Que sueño tan grande puede movilizar a este hombre
esposo y padre, que lo trajo a esta Parcela de la “Buena Estrella”. Campo abandonado,
con solo dos piezas con precarios techos de chapa, ni baño ni cocina?. ¿Qué
belleza pudo encontrar este campesino en esta tierra desolada? ¿Qué sed tan
profunda como la tiene la tierra de este valle, deseosa del agua abundante y
clara, animaría su esperanza?. ¿Qué “tesoro escondido” pudo movilizar su vida?
Wenceslao Pedernera, don Miguel y el P. Gonzalo Llorente (cuando tenia 19 años) |
Mirando a la
distancia después de su Martirio Pascual,
como miraron la Vida de Jesús sus discípulos y seguidoras, hoy puedo
confirmar estas respuestas:
Solo un hermano que abrió su oído y su mirada a “una Iglesia que tocaba campanas” en el corazón
de los hacheros, obrajeros, jornaleros, de las luchadoras familias campesinas;
Sólo él animoso militante del Movimiento Rural de Acción Católica, con su
esposa y sus hijas, pudo dejar su seguridad, para sumarse al camino de una
Diócesis que puso sus pies en la tierra de su pueblo.
Solo un Cristiano Campesino como Wences, movilizado
por el aliento de Jesús, pudo unir tan generosamente su profundo amor a la
agricultura, al anhelo conspirador de sus hermanos y hermanas pequeños, de
poseer la tierra. Sueño insolente de desposeídos, en su Sañogasta semi feudal.
Solo un
hombre de Dios como él, silencioso y paciente, que sabía de siembras y sus
tiempos, con la esperanza puesta en la cosecha; pudo ser tan profundamente libre,
tan tozudamente perseverante, con la libertad y perseverancia que solo los
pobres pueden tener.
“No salgas” le dijo con temor su esposa Coca.
“Puede ser alguien que nos necesita…”, respondió Wence. Al abrir la puerta las
balas del odio, de la ambición y el pecado, mataron su cuerpo, pero no su
vida.
El Beato Wenceslao Pedernera sigue vivo en medio de
nosotros. Sigue vivo, interpelando nuestra marcha eclesial. Sigue vivo,
intercediendo por las familias campesinas riojanas, sus organizaciones, sus
dolores y esperanzas.
Vive, junto a Carlos y Gabriel, con Monseñor
Angelelli, en el Reino de la Vida Plena. Ellos viven entre nosotros, regalo
generoso del Padre!
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