- Te propongo pensar en San José como un hombre feliz cuya felicidad “… está en la lógica del don de sí mismo” como lo dice el Papa Francisco en su carta Patris Corde.
¿En qué lógica estaría la felicidad de José? Sin duda estuvo en ese acoger lo que Dios le pedía: que reciba a María en su casa, que le dé un nombre al Niño, que vayan a Egipto, que regresen… Esa lógica, para él y para cualquiera de nosotros, entraría dentro de lo que llamamos “Voluntad de Dios”. Allí en esa dinámica, José descubrió la manera de plenificar su vida en la tierra donándose por entero a Jesús y a María.
En esta lógica, estuvo sin duda el motivo
de la felicidad de José y porque supo donarse a sí mismo al Don mayor que era
el Hijo, sin dudas, el Padre le dijo “Servidor
bueno y fiel, entra a participar del gozo de tu Señor” (Mt. 25,23). Entrar
“en el cielo” pero porque a la vez vivió ese cielo en la tierra, el cielo que
era la vida cotidiana del Hogar de Nazaret…
Sabemos que un canto de alabanza, de felicidad y de gran gozo en la
Biblia fue el Magníficat de la Virgen. Pero: ¿Y si no fue la única que en la
escena de la inminente llegada del Mesías y del tan esperado cumplimiento de la
promesa que desbordó de gozo entonado también un Magníficat? Tal vez también José, el hombre del
silencio, movido por tal conciencia de pequeñez, por pura alegría, cantó en su
corazón, desde lo más hondo de su alma, alabando a su Señor!
Volvemos a lo del principio: Cómo no iba a ser feliz quien se había donado
a sí mismo a la voluntad de Padre, quién sabiéndose pequeño tomó por esposa a
la mujer más pura de todas y luego de oír la voz del ángel guardó al Niño en su
casa, lo defendió en los momentos de adversidad y lo ayudó a crecer en la fe y
el trabajo. Sí, todo eso sacó a la vista
el temple de José: hombre feliz, capaz de cantar las bondades de Dios por saberse
amado. Y porque se sabía amado aprendió a dar con alegría porque “Dios ama al que da con alegría” (2 Cor.
9, 7). Pero, ¿será que ama al que da con alegría o el que da con alegría puede
dar porque se sabe amado por Dios?…
Ambas cosas, lo uno y lo otro.
Sí, José al igual que María “cantó las grandezas del Señor” … Vos y yo
en lo más íntimo de nuestro corazón ¿qué cantamos?. Qué hemos dado, qué estamos
dando con tal alegría que nos hace andar seguros, confiados en la certeza de
que todo, absolutamente todo lo que nos pasa y transcurre alrededor cuelga y se
desprende de un plan más alto.
¿Qué letras resuenan en tu corazón, qué palabras no podes callar? No
sabes callar. El hombre no sabe alegrarse en solitario sino que quiere
compartir su alegría, dice Jan Dobraczyński en su clásico libro "La Sombra del
Padre" -Y el Hijo, Jesús que crecía a su
lado aprendió de él esa capacidad interior de vivir en la alegría. De la
alegría que trae como premio el donarse. ¡Mirando a su padre en la tierra,
Jesús tal vez, “amasó” dentro suyo ese concepto de Bienaventurados, que utilizó luego en el sermón del monte… ¡Bienaventurado,
feliz José! (feliz mi padre José diría Jesús).-
De nuevo la pregunta… ¿qué nos alegra? ¿Qué canta nuestro corazón? ¿Cuál
es nuestro magníficat? ¿Qué proclamamos con fuerza? Pidamos a Dios cantar algo
de todo lo que Él hizo en nuestras vidas. Que eso nos alegre el corazón, que lo
ensanche para ser como José, creyentes alegres y padres, madres y hermanos de
acogida. Qué como José esperemos con alegría en la promesa de Dios y mientras
tanto cantemos…
José, padre bueno y alegre, enséñanos
junto a tu esposa María a cantar silenciosamente las grandezas del Señor. Aquí estamos con los pobres corazones
que a veces cantan otros cantos o que temerosos no se animan a cantar su propio
canto. Intercede para que un día entremos en el gozo del Señor, pero también
para que hoy podamos vivir en el gozo
del Señor y que crezca en nosotros la confianza de dar con alegría porque
nos sabemos amados. Como José amados y llamados
a custodiar a Jesús en los demás… amados y alegres.
¿Cómo habrá sido el Magníficat de San José, qué palabras habría tenido? Podes pensarlo y escribirlo…
En Internet aparece este posible Magníficat de San José, podemos hacer
con él una oración:
“Mis manos son salmos
en cada golpe de herramienta,
y todo mi ser rebosa de alegría
en Dios, hecho viga de nuestra madera,
porque ha mirado con agrado
la inocencia de mi querida María
y la pobreza de un carpintero.
Desde ahora y por todos los siglos
a ella le dirán Madre de Dios
y a mí, me tendrán por Patriarca
todas las generaciones,
porque el Señor poderoso,
el del perdón, la misericordia y la
ternura,
ha hecho una obra bella en nosotros.
Su brazo hace palanca para cambiar el
mundo,
colma la mesa de los pobres
y deja vacía la de los ricos.
A mi esposa, convertida en Madre,
ha hecho umbral de Dios
y a mí, portal de Jerusalén,
aunque, sin duda, sólo soy
un poco de esperanza al lado de una
virgen.
A ambos y al mismo tiempo,
nos ha dado albergue
y nos ha hecho albergue de Israel
mostrando su misericordia en aquel
vientre
y en estas manos,
hechas espera de un recién nacido
que no es mío,
pero que es mío para siempre.”
Autor: Hermanas Hijas de San José (Madrid)
Hna. Fernanda de María Martinelli, op
Hermanas Dominica de San José
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