-El 24 de agosto de 1968, Monseñor Angelelli
llega a la provincia de La Rioja designado por Pablo VI como obispo de esta
diócesis. Al llegar, expresa su deseo de vivir la suerte de esta provincia,
identificándose profundamente con ellos:
"Les acaba de llegar a La Rioja un hombre de tierra
adentro, que les habla el mismo lenguaje. Un hombre que quiere identificarse y
comprometerse con ustedes. Un hombre que quiere
ser un riojano más. Por eso, desde ahora, les dice: mí querido pueblo
Riojano"[1]
Prontamente Monseñor Angelelli se irá
dando cuenta que ser un riojano más, significa vivir y compartir la suerte del
pueblo que le ha tocado acompañar. Como Jesús, deberá hacer una opción: vivir
y construir el Reino de Dios, desde los pobres a todos. La mesa del riojano
común, estaba despojada del alimento
diario, era una mesa vacía y pobre. Pero existían otras mesas, las de aquellos que desde el tiempo de la
colonia se beneficiaban de la tierra y del trabajo de los campesinos. Esas
mesas que rebozaban de comida, como la del rico del evangelio, era donde los
lazaros riojanos comían de las migas que se caían. Advirtiendo todo esto, desde
el comienzo de su ministerio su misión será clara:
"No vengo a ser servido sino a servir; a todos, sin distinción alguna; clases sociales, modos de pensar o de creer; como Jesús, quiero ser servidor de nuestros hermanos los pobres; de los que sufren espiritual o materialmente; de los que reclaman ser considerados en su dignidad humana, como hijos del mismo Padre que está en los cielos; de los que reclaman el afecto y comprensión de sus hermanos; cuenten con este hermano, que es también padre en la Fe; quiero estar junto a cada riojano que desinteresadamente se brinde por servir a sus hermanos; servidor de los adultos y especialmente de la juventud." [2]
Frente a la mesa restringida de la sociedad riojana, Angelelli se presenta como el servidor de todos, pero preferentemente queriendo ser el servidor de los pobres. Este primer mensaje poco a poco se irá haciendo realidad en su misión de pastor. Las mesas diarias y la mesa de la Eucaristía serán para el obispo un lugar de encuentro donde reclamar por la justicia, la esperanza y la libertad. Como Jesús, Angelelli experimentó que la mesa y la comida no solo eran para llenar el estómago, sino que además, era el lugar del encuentro y del mensaje. No es casualidad encontrarlo en las fotos sirviendo la comida o alrededor de una mesa él era el primero en ser el servidor. Estas comidas del encuentro se fueron repitiendo en toda la provincia riojana, en parajes poco conocidos, donde nunca un obispo había llegado. Compartir la mesa era el modo de identificarse con el pueblo, de hacerse uno de ellos y de mostrar que así también lo quería Jesús. Una de las primordiales premisas de su “espiritualidad y mística”, era descubrir en el rostro de las mujeres y los hombres riojanos el rostro del mismo Jesús, así como los discípulos de Emaús “lo descubrieron al partir el pan” Angelelli descubría a Jesús en la mesa de los trabajadores rurales, amas de casa, oprimidos, explotados y de la gente sencilla.
La mesa eucarística, fue otro lugar privilegiado donde él descubría a Jesús, pero comprendió que esta mesa nunca es verdadera “comunión” cuando no asume la vida de los hombres y mujeres. Cuestionada fue la misa de Noche Buena de 1970, que dejando la Catedral, se fue a celebrarla en un barrio pobre de la ciudad. A partir de ese año será una constante hasta 1975 que las misas de la Navidad las realizara en diversos lugares, desde los barrios más pobres de la ciudad, hasta los pueblos más inhóspitos del interior provincial. Con estos actos quería dejarnos en claro que la opción de Jesús era también la suya. Esa mesa del altar, luego se hacia la mesa de la fiesta compartida con toda la comunidad, siendo ella altar de Jesús Pan de Vida y del Jesús Hermano, presente en los más pobres. Su alma de poeta deja ver esta fuente de su espiritualidad:
El Hombre Proyecto de Pueblo
Mezcla de tierra y
de cielo,
proyecto de humano
y divino…
en cada hombre se
hace rostro
y su historia se
hace pueblo.
Es barro que busca la Vida,
agua que mezcla lo
Nuevo,
amor que se hace
esperanza
en cada dolor del
pueblo.
El pan en el horno florece…
¡Es para todos,
amigos!
Nadie se sienta
más hombre,
la vida se vive en
el pueblo.
Porque el proyecto se hace silencio,
porque la vida se
hace rezo,
porque el hombre
se hace encuentro
En cada historia
de pueblo.
Déjenme que les cuente
lo que me quema
por dentro;
es amor que se
hizo carne
con chayas y dolor
de pueblo.
¿Saben? Lo aprendí junto al silencio…
Dios es trino y es
uno,
es vida de Tres y
un encuentro…
aquí la historia
es camino
y el hombre
siempre un proyecto.
Enrique Angelelli[3]
Autor: Lic. Alejandro Gross Bruna
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