-Un día como hoy, 11 de abril, del año 1936 nació Carla Ronci, joven fallecida con casi 34 años, quien fue reconocida como venerable el 7 de julio del año 1997 por el papa Juan Pablo II.-
Carla nació en Torre Pedrera, Italia. A los dos días de su nacimiento recibió el sacramento del bautismo. Cuando tenía seis años fue admitida a los sacramentos: hizo la primera confesión, recibió la Santa Eucaristía y la Confirmación. Carla fue una niña amable, le gustaba corretear con sus amigos por las calles de Torre Pedrera y a menudo iba a la playa.
Una de sus maestra la recordó como una alumna modelo, amable, cariñosa, dócil, muy diligente, atenta y siempre lista a cumplir con sus deberes... “Era muy buena para recitar poemas”. Le gustaba cantar, correr, bailar y disfrutaba mucho de ir al cine con sus amigas. Era una joven muy bella y su sonrisa llamaba la atención de muchos admiradores. Además de todos estos pasatiempos que realizaba en sus tiempos libres, ella trabajaba para ayudar a su familia, cuando terminó quinto grado su madre la envió a aprender el oficio de modista. También se dedicaba a cuidar una cabra que tenían en su familia y a vender frutas y hortalizas, durante el verano trabajaba como niñera.
En el año 1950, cuando tenía 14 años, comienza el camino de conversión de la joven Carla, ella misma lo describió con estas palabras: "Era el año 1950: veía a las hermanas Ursulinas todas las mañanas ir a misa con mucho frío en invierno y, a veces, con mucha nieve. Muchas veces miraba el jardín de infantes e incluso allí las encontraba tan reunidas y piadosas". "Siempre serenas. Tan pobres. Empecé a reflexionar: ¿pero por qué hacen lo que hacen? ¿Y para quién, si los niños son de otros y les pagan tan poco? ¿Y por qué están tan felices y tan serenas en su pobreza y su privación?”. "Una noche, especialmente una noche concreta, apoyada contra una ventana... había mucho movimiento en el pueblo... en el brillo de mi imaginación, vi el contorno de una cara y la sonrisa de una mirada nunca antes vista. En el corazón sentí entonces una voz y una invitación: me horroricé de mi misma, volviéndome vi mis catorce años fuera de la alegría y mi futuro suspendido en el abismo. Dudé... me propuse... luego volví a dudar... cerré los ojos para ver mejor dentro de mí... volví a proponer, estableciendo límites al respecto. ¿Mañana? Sí, mañana. Mañana lo intentaré también. Llevaré algo a la iglesia para que Dios ya no me atormente con su voz: daré algo de mí para ver si es a partir de ahí que las hermanas tienen tanta alegría y tanta serenidad”. A la mañana siguiente, Carla fue a la iglesia, asistió a misa, se sentó al fondo de la iglesia, temerosa y asombrada de lo que estaba sucediendo en ella. Y luego escribió: "¡Qué impresión! Entendía y no entendía: el mundo se abrió ante mí en su realidad. No sé si recé. Pensé mucho y en mi mente vi esa cara de la noche anterior: ¡Jesús! Era la primera vez que lloraba sin saber por qué estaba llorando. Mi alma necesitaba algo más; tenía sed, sed del amor de Dios. Así que comencé a asistir a la iglesia y a los sacramentos con más frecuencia, encontrando en ellos tanta paz y tanta alegría”.
El 20 de octubre de 1956, con el permiso de su confesor, hizo voto de castidad. De esta consagración a Dios, su feminidad emerge transfigurada, una explosión gozosa de plenitud de vida. En su diario escribirá: "La feminidad es una propiedad que conquista y atrae; la feminidad del alma consagrada a Dios debe ser tan dulce y dulce que atraiga a todos hacia sí misma y luego conduzca al Señor... Estoy feliz de ser mujer, porque el Señor le dio a la mujer el don de la inteligencia intuitiva y es tan hermoso intuir las necesidades de los demás, ser una comprensión maternal... "La modelo es María santísima. "La feminidad debe ser como la de la Virgen: pura y casta".
Voto de Pobreza
El 19 de agosto de 1957, con el permiso del director espiritual, hizo voto privado de pobreza. Al separarse de todas las cosas materiales, se siente más libre para vivir en la voluntad de Dios. De ahora en adelante, todo lo que posee no es suyo, sino de los pobres; de todo ella es simplemente una administradora generosa. De hecho, Carla está convencida de que hacer un voto de pobreza sin amor y compartir con los pobres sería una complacencia inútil para uno mismo y una búsqueda estéril de la santidad. Por esto expresó un amor incondicional por todas las personas, en las cuales encontró el rostro de Cristo para amar y servir.
Discernimiento y vocación
El 3 de febrero de 1958 ingresó al noviciado de las hermanas ursulinas en Bergamo, Italia. Su padre la atormentaba con visitas y con cartas para que abandonará la vida religiosa, la Madre Superiora, al ver que la insistencia de su padre no cesaba, la llamó y le dijo: "Hija, este no parece ser su camino. Regrese a casa donde tantas almas te esperan. La santidad la podrás encontrar en el mundo”. Al regresar a la casa, Carla reanudó su trabajo con valor en Acción Católica y en el apostolado en la parroquia y entre los pobres. Pero siempre vigilante y cuidadosa para entender la voluntad de Dios. "¿Qué está pasando en mí? ¿Por qué me siento tan extraña e insatisfecha con mi nueva vida? ¿Qué quieres de mí, Señor? ¿Cuándo sabré con seguridad dónde quieres que te sirva?".
En septiembre de 1960, conoció a Teresa Ravegnini y, a través de ella, al instituto secular "Ancelle Mater Misericordiae" de Macerata. Leyó el Estatuto detenidamente. Además de una propuesta radical de amor por el Señor, a través de los votos de pobreza, castidad, obediencia, Carla se sorprendió por el hecho de que se le pedía a la Sierva un apostolado de presencia y testimonio para ser una elevación de las realidades temporales, permaneciendo en el mundo. Carla entendió que este era su camino, que en ese estatuto toda su vida estaba contenida y todo lo que ella intuía laboriosamente. Inmediatamente participó en los ejercicios espirituales en la Casa Macerata y en 1961 solicitó ingresar al Instituto.
Carla comprendió que su convento será el pequeño mundo de Torre Pedrera, su pueblo natal, donde ella se convertirá en un gran testimonio del Evangelio, en su nueva condición de laica consagrada, como miembro del Instituto Secular Siervas Mater Misericordiae de Macerata.
En octubre de 1965, el párroco le sugirió que sea delegada del grupo de los benjamines de Acción Católica (aspirantes). Carla escribe en su diario: "Siento toda la responsabilidad que he asumido, aceptando. Si pienso en mi poca fuerza, me siento desanimada de inmediato. Pero después de todo, ¿qué hacer? ¿Necesitan ayuda las niñas y por qué negárselo?". La entrevista personal era solicitada espontáneamente por las niñas y Carla lo aceptaba porque sentía que la acción educativa no está completa a menos que se establezca una relación personal auténtica. Intentó comprender a cada niña, descubrir sus características, resolver sus problemas, hacer surgir sus potenciales, crear confianza en sí mismas y descubrir el significado de su vida. Carla escribió: "Jesús, te los confío a todos: los conoces uno por uno; conoces sus necesidades y puedes hacer mucho por ellos; todas nuestras niñas deben volverse buenas: deben convertirse en santas".
La Eucaristía
La misa y la comunión diaria constituyeron el momento más importante de su día y siempre en primer lugar en los propósitos de sus programas de vida. La Eucaristía se convierte en la fuerza que sostiene su trabajo de apostolado, de redención, de testimonio. Carla entendió que la Eucaristía requiere un compromiso serio con la comunidad, porque es sobre todo comunión, y requiere un servicio radical y total a los hermanos hasta el don de la vida.
Enfermedad y fallecimiento
Los primeros síntomas de la enfermedad se manifestaron en agosto de 1969, con un fuerte cólico en el hígado. No se preocupó demasiado, pero con la aparición de dolor en el hombro, fiebre y tos persistente, tuvo que ir a otra visita al dispensario antituberculoso. El médico declaró claramente que se trataba de un cáncer de pulmón y recomendó la hospitalización en una clínica en Bolonia. ¿Cómo reaccionó Carla? "El buen Señor me está probando con una enfermedad que creo es decisiva para mi misión. Tengo mi crucifijo delante de mí y, mirándolo, todo se vuelve fácil. Estoy lista para cualquier disposición. Sé bien que el sufrimiento no viene de él, pero la alegría sí, y de esto tengo tanto, que el resto no cuenta ". "¿Ves? Tengo la sensación de que Jesús se está separando de la cruz para dejarme su lugar. Realmente creo que quiere que me crucifiquen, porque sabe que para mí sufrir con él es una alegría". A mediados de marzo de 1970, Carla empeoró dramáticamente. El cáncer de hígado ahora se había extendido a los pulmones. No quedaba nada por hacer. Los médicos aconsejaron que la llevaran a morir a su casa.
El 2 de abril de 1970 se le administró el sacramento de la extremaunción, que recibió con gran devoción, siguiendo el ritual con una mente clara y respondiendo a las oraciones. Después de pocas palabras, intercambiadas con los allí presentes, sonrió y con un susurro dijo: "Aquí viene el esposo", y murió sin un lamento, inclinando la cabeza sobre las manos unidas en oración. El médico y la enfermera que la habían asistido, se echaron a llorar y dijeron: "Ha muerto una santa".
Una vida entregada por los sacerdotes
Carla decidió ofrecerse como víctima de expiación y propiciación para la santificación de los sacerdotes. ¿Qué la llevó a esta donación? Carla había percibido la grandeza del ministerio sacerdotal y su importancia para la vida de la Iglesia. Escribirá en una carta de 1969 al Padre Marcelino Pasionista: "Es en Él donde encuentro la verdad; es en Él donde encuentro la fortaleza. En Él encuentro sobre todo a Jesús. ¿Y ofrecerse a Jesús le parece poco?". Y sigue en la misma carta: "... para mí, el sacerdote es un hombre sin corazón propio porque solo tiene los sufrimientos y la angustia de los hombres, sus hermanos, y en su corazón late el corazón de Cristo; un hombre sin intereses y perspectivas, porque las suyas son las de Jesús, sin inteligencia y sin una palabra suya porque todo lo que piensa o dice, todo en él trae de vuelta el pensamiento y la palabra de Jesús”. Desde el hospital de Bolonia, ahora socavada por el mal y plagada de sufrimientos atroces, todavía escribe: "Señor, solo tengo este corazón mío que está lleno de ti, que eres el infinito. Esto te lo ofrezco por tus sacerdotes. Aquí está toda mi vida. Si quieres una víctima de reparación por sus caídas, por sus infidelidades, por lo que no hacen y deberían hacer, por lo que hacen y no deberían hacer, Señor, por ellos me ofrezco víctima, dispuesta a hacer cualquier cosa, todo, pero no nos falten tus sacramentos, porque el sacerdote es un sacramento tuyo, Señor, que sea puro y honesto como tú lo quisiste."
Más información de la venerable Carla Ronci:
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