sábado, 27 de marzo de 2021

Domingo de Ramos - Homilía del Cardenal Pironio





Lecturas del día: Is. 50,4-7 / Sal 21 / Flp 2,6-11 / Evangelio según San Marcos 14,1-72. 15,1-47.


Homilía del Cardenal Eduardo Pironio (26 de marzo de 1972)

Siempre la palabra del sacerdote para que sea válida y fecunda y dé vida, tiene que ser sencillamente la Palabra del Señor, pero de una manera muy particular en este día Domingo de las Palmas o de Pasión, o de los Ramos, en que entramos en el santuario de la Semana Santa, la mejor palabra es la Palabra del Señor. Hemos escuchado tres lecturas, las tres nos han pintado lo mismo: Jesús, el servidor del Padre que entrega su vida para salvar a los hombres; el misterio de la muerte, el misterio de la Resurrección de Jesús. Entramos ahora en esta celebración. Yo quisiera que sobre todo la lectura de la Pasión quedara resonando hoy y toda esta semana en nuestro interior, por eso no quisiera empañar en lo más mínimo la sencillez del relato evangélico, quisiera que el Espíritu Santo nomás nos hiciera gustar bien profundamente esto que acabamos de escuchar y que nos ha conmovido por dentro y sobre todo que nos ha comprometido.

Pero precisamente para eso, para que fraternalmente nos comprometamos a responder a esta palabra de Jesús, yo quisiera hacer estas tres preguntas:

1- ¿Qué significa este Domingo de Pasión, de Ramos, de Palmas, y cómo nos compromete?

2- ¿Cómo hemos de vivir esta semana verdaderamente santa y definitiva para nosotros y para la historia?

3- ¿Qué puede significar para mí la Pasión de Jesús en alguno de los personajes que aparecen en el relato de la Pasión?

En primer lugar, ¿qué significa para mí este Domingo de Ramos, de Palmas, de Pasión? Tenemos los ramos en las manos, los hemos bendecido y tienen una doble significación. Es la expresión de que Jesús es lo único que importa, que Jesús es el Señor, que Jesús es el Rey, es el dueño de mi corazón, de mi familia, de mi casa, de la historia, del mundo. Al entrar Cristo triunfalmente en Jerusalén, sabiendo sin embargo que este triunfo tiene que pasar necesariamente por la cruz, me enseña que Cristo es lo único que importa y que yo seré definitivamente feliz en mi vida si hago de Cristo la opción única. Sea obispo, sea religiosa, sea laico, donde quiera que esté, cualquiera sea mi camino, cualquiera sea la tarea concreta que tengo que desarrollar, lo único que importa en definitiva es Cristo.

En segundo lugar, el ramo, la palma, que yo llevo en la mano, lo llevaré después a casa, lo pondré en mi habitación, como un signo de la bendición y de la protección particular del Señor. Recordaré que Dios está allí, que Dios viene conmigo, viene a mi tarea cotidiana, viene a mi casa, viene a mi familia, viene a mi problema para iluminarlo, viene a mi cruz para serenarla, viene a mi alegría para equilibrarla, viene a mi vida para darle sentido. Es un signo de la protección del Señor. Un signo de que Dios está. Y que Dios no está como huésped ausente sino como Padre que interviene, guía, conduce. Es un signo de tranquilidad, de seguridad, no de pasividad como descargándole toda la cosa a Dios, pero sí como un signo de que Dios está.

Entonces, el ramo significa sencillamente eso: por un lado, que nosotros cantamos el triunfo de Cristo, lo acompañamos como Rey que es, pero al mismo tiempo decimos: Cristo es lo único que importa, y mi vida no tiene sentido donde quiera que esté si no es centrada en Cristo. Y en segundo lugar, lo llevo a mi habitación, o a mi casa, y este ramo me asegura una protección, una bendición muy especial de Dios Padre de Misericordia.

Eso celebramos hoy. Pero al mismo tiempo con este Domingo de Ramos entramos en la semana verdaderamente santa del año que culminará la gran noche de la Vigilia Pascual. Todo está encaminado a vivir el gozo profundo de la Vigilia Pascual. ¿Qué pasará en esa noche de la Vigilia Pascual? Una luz nueva, un agua nueva, un pan nuevo, el Cristo Resucitado, Hombre nuevo, pero sobre todo yo tendré que ser en Cristo Jesús nuevo. Yo tendré que nacer de nuevo, tendrá que nacer en mí una luz nueva, una luz de fe, una luz de esperanza, una luz de amor. Fe luminosa para descubrir a Cristo que sigue viviendo en la historia y en el rostro de mis hermanos. Esperanza firmísima para saber que Jesús está conmigo hasta el final, que no tengo que tener miedo y temblar y asustarme. Amor muy ardiente que me lleva a entregarme en una actitud muy sencilla de servicio alegre a mis hermanos. Seremos hombres nuevos si en nosotros la noche de la Vigilia Pascual habrá una fe más viva, una esperanza más sólida y un amor más alegre y generoso.

Pero entonces, ¿cómo tengo que vivir yo esta semana preparando la gran noche de la Vigilia Pascual? ¿Cómo tengo que hacer? Meterme bien adentro de Cristo que en la oración glorifica al Padre, de Cristo que en la cruz redime al mundo, de Cristo que da la vida por los demás. Es decir, una actitud de mucho silencio y oración, una actitud de mucha alegría en la cruz y una actitud de mucha generosidad en el amor, en la caridad.

Una actitud de mucho silencio en la oración. Hoy hemos recordado la oración de Cristo en el huerto. Cristo ora muy brevemente pero muy intensamente, con una conciencia muy filial: Padre, si es posible que pase esto, pero si no es posible, que se haga tu voluntad ante todo, que es lo único que importa. ¡Qué oración más linda, más breve, más intensa, más filial, más serenante! Padre, si es posible. Pero no se haga mi voluntad, no se haga mi voluntad. Entonces esta semana vivirla más en clima de silencio y oración. Por supuesto, seguirá la vida como siempre y habrá que ir al trabajo o habrá que estar en casa o habrá que conversar con los demás, pero adentro tiene que haber un silencio mucho más profundo para escuchar la palabra del Señor. Sobre todo, ¡qué lindo si todos los días leyéramos un trozo de la pasión de Jesús! Hoy la hemos leído toda. ¡Qué bueno ir después recogiendo un trocito cada día de esta Pasión de Jesús y meditarla y hacerla nuestra! Pero vivir en clima de oración.

Después meternos en la cruz y saborearla. ¡Qué bueno es saborear el cáliz del Señor! Cada uno de nosotros tiene ciertamente un sufrimiento, una cruz. Ciertamente. Si no nuestra vida sería demasiado vacía, el Padre no nos habría configurado muy fuertemente a Jesús. Cada uno tiene una cruz y esa cruz es muy fuerte aún cuando externamente para los que miran de afuera sea una cosa superficial y fácil, para el que la está viviendo es tremendamente aguda. Bueno, esta cruz mía es una partecita de la cruz verdadera de Jesús, porque Jesús prolonga su Pasión en la historia, prolonga en mi cruz, en el sufrimiento de mi hermano y en el dolor de la Iglesia: Cristo prolonga su pasión.

Saborear esta cruz pero con un sentido pascual. Que la cruz no me oprima, que no me aplaste, que no me destruya. Saber que solamente de la cruz brota la resurrección, la vida y la esperanza. Por consiguiente, meternos en la cruz del Señor y saborear en silencio esta semana el misterio de la muerte y de la cruz de Jesús, es vivir nuestra propia cruz con un sentido pascual, con un sentido de esperanza. Tiene que haber mucho recogimiento esta semana pero nada de tristeza porque la tristeza en definitiva no es cristiana. Puede haber un dolor muy hondo pero todo tiene que estar iluminado con la seguridad firmísima de la esperanza.

Y por último, otro sentimiento con que tiene que ser vivida esta semana es la entrega, o sea, Cristo se entrega. Hemos escuchado cómo Cristo toma el pan, toma el vino y lo entrega y dice: esto es mi Cuerpo que será entregado, esta es mi Sangre que será derramada. La Pasión de Jesús es una entrega. ¡Qué bueno es darnos, darnos! Un sentido de entrega total a Dios, nuestro Padre y a los hombres, nuestros hermanos. Es aquello de Jesús: no hay amor más grande que el de aquel que da la vida, que el de aquel que se entrega.

Entonces, si queremos vivir esta Semana Santa bien, en una actitud de entrega, de donación, de total muerte a nosotros mismos para dar la vida, estos tres sentimientos:

– silencio muy profundo de oración,

– saborear la cruz y

– entregarnos de veras.

La tercera pregunta muy sencilla era: ¿qué significa para mí la Pasión y cómo me puedo reconocer en alguno de los personajes? Estamos acostumbrados o a mirar la Pasión como algo demasiado lejano o como lago demasiado extraño que ocurrió… incluso cuando yo estaba leyendo recién la Pasión pensaba: y esto ¿no será una novela, no será un cuento? No. Esto es real. Todo esto pasó una vez hace dos mil años en tierras sencillas como las nuestras, en la pobreza de Judea, en Palestina, en la tierra que ahora es Tierra Santa porque la pisó Jesús. Allí vivió alguien que se llamó Jesús de Nazaret, a quien los hombres crucificaron y el Padre le devolvió la vida y lo hizo Señor para su gloria. Allí vivió también una sencilla mujer de pueblo, una mujer que iba todos los días a sacar agua de la fuente y se llamó María. Todo esto pasó. Y entonces yo me pregunto: esto pasó hace mucho, esto no es algo extraño, esto pasó. Pero al mismo tiempo vuelve a pasar, o sea, esta Pasión vuelve a prolongarse. Cristo sigue viviendo en la historia. Decía recién vive en mi dolor, vive en el dolor de la Iglesia, vive en el sufrimiento de la historia, en el sufrimiento de los hombres. ¿Qué significa para mí la Pasión? ¿Sencillamente ponerme a meditar y decir cómo padeció Jesús? ¿O descubrir a este Jesús que sigue sufriendo en mi hermano, en mi hermana, en la Iglesia, en los hombres, en mí? Y tengo que tener suficiente capacidad para descubrir a ese Señor que sufre y entregarme de veras.

Pero yo tengo que reconocerme después en alguno de los personajes de la Pasión. No sé si a todos se les habrá ocurrido como a mí muchas veces: ¿y qué tal si yo hubiese vivido en tiempos de Jesús? Porque pudo haber sido. ¿Qué tal si yo hubiese vivido en tiempos de Jesús? Y nos hubiese gustado vivir en tiempos del Señor. Yo diría, nosotros no hemos elegido vivir ahora o vivir entonces; eso fue designio de Dios. Pero lo que es certísimo es que si nosotros no hemos vivido con Él, Él vive con nosotros. Eso es certísimo. Él sigue viviendo con nosotros. Pero, ¿qué tal si nosotros lo hubiésemos visto con nuestros propios ojos de carne, hubiésemos conversado con Él, lo hubiésemos visitado, qué pasaría? ¿En cuál de los personajes nos ubicamos? ¿Seríamos igual que María Santísima, nos encarnaríamos en María Magdalena, en María la madre de Santiago y de Juan? ¿O nos encarnaríamos en la audacia de Pedro, aquel a quien le faltó pobreza y desafió demasiado y después probó sus propios límites y sus propias miserias? ¿Yo me reconocería -ciertamente que no- pero podría también reconocerme en la fragilidad de Pilatos o en el espíritu negativo de Judas? ¿En cuál de los personajes de la Pasión podría estar yo? ¿O estaría sencillamente en todos los discípulos que todos dijeron: aunque todos te dejen yo no -todos empezaron a decir- y todos cuando llegó el momento dispararon? ¿En cuál de los personajes?

¿O tal vez el Señor me daría a mí el privilegio de ser como Juan y el poder recostar mi cabeza en su costado?

No sé. Pero cada uno que tome la Pasión y que trate de descubrir su postura.

Pero nuestra postura tiene que ser, en definitiva, una sola. La postura de María. De María serena y fuerte al pie de la cruz, sin aplastarse. Bien cerca. De María, bien dolorida pero al mismo tiempo bien serena. Y de María que a cada rato le vuelve a decir al Padre que sí: por eso Jesús puede realizar el misterio de su muerte y de su resurrección.

Yo les deseo desde ya una Semana Santa muy fecunda, extraordinariamente fecunda para que tengan una feliz Pascua, para que la noche de la Sagrada Vigilia sea extraordinariamente luminosa para todos: para ustedes y para mí y para toda la Iglesia y para todo el mundo. Que así sea.


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domingo, 21 de marzo de 2021

5° Domingo de Cuaresma - Homilía del Cardenal Eduardo Pironio



Jer 31,31-34 / Sal 50 / Heb 5,-79 

Evangelio según San Juan 12,20-33

Entre los que habían subido para adorar durante la fiesta, había unos griegos que se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le dijeron: "Señor, queremos ver a Jesús". Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús. El les respondió: "Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna. El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre. Mi alma ahora está turbada, ¿Y qué diré: 'Padre, líbrame de esta hora'? ¡Si para eso he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu Nombre!". Entonces se oyó una voz del cielo: "Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar". La multitud que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: "Le ha hablado un ángel". Jesús respondió: "Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes. Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera; y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí". Jesús decía esto para indicar cómo iba a morir.

Homilía del Cardenal Pironio (24 de marzo de 1985)

Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado. Estas palabras misteriosas que Jesús dice cuando Felipe y Andrés se acercan para decir que los gentiles lo quieren ver –queremos ver a Jesús-. Estas palabras misteriosas señalan que la pasión de Jesús –su muerte y su resurrección- están ya por cumplirse. También nosotros vamos llegando a la hora de Jesús. Estamos a una semana del comienzo de la semana mayor de la iglesia, la semana santa. Habrá que vivirla con una particular intensidad de amor.

En la oración le hemos pedido al Señor que nos ayude a fin de que podamos sentir, vivir, obrar con aquella caridad que movió, empujó al Hijo a dar la vida por nosotros. Es mucho lo que le pedimos. Tener la misma caridad que empujó al Hijo a dar la vida por nosotros, y a vivir y obrar así. A vivir, es decir, a sentirnos interiormente llenos de esta caridad. Por consiguiente con las mismas exigencias de oración, de servicio, de cruz. Y a dar la vida por los demás, por consiguiente, con una entera disponibilidad a morir en bien de nuestros hermanos para que en ellos nazca más profundamente el Señor.

El domingo pasado recordábamos que la pasión de Jesús no se explica sino desde el amor del Padre: tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo. Ahora comprendemos que la pasión de Jesús, el misterio pascual, no se explica sino desde el amor que Jesús nos tiene. Le pedimos participar en este amor que lo empuja a dar la vida por nosotros.

Este amor se manifiesta en forma de alianza. La primera lectura nos habla de la alianza. Llegarán días en los cuales yo haré una alianza nueva con la casa de Israel, con la casa de Judá. La alianza. ¿En qué consiste esta alianza? Es una unidad irrompible entre Dios y su pueblo de tal manera que en adelante Dios será su Dios y el pueblo será su pueblo. Es una alianza que exige fidelidad por ambas partes. Una alianza que lleva a un conocimiento mucho más hondo de Dios. No será necesario -dice- que nadie les enseñe, reconoceréis al Señor, todos los conocerán desde el más chico al más grande.

Esa alianza se realiza de una manera particular con la sangre de Jesús. Esta es la sangre de la nueva alianza. El misterio pascual de Jesús que celebramos hoy, que celebraremos de un modo solemne en la semana santa, en el día de Pascua. El misterio pascual de Jesús es una alianza. En esa alianza hemos entrado a vivir con el Bautismo. El Bautismo que es nuestra primera alianza. Dios empezó a ser nuestro Dios y nosotros empezamos a ser su pueblo. Dios empezó a ser nuestro Padre y nosotros empezamos a ser sus hijos. Después llegó un momento en que esta alianza, por bondad misericordiosa, tiernísima del Señor, esta alianza se hizo más profunda. Se llevó a plenitud la consagración bautismal. Fue la alianza de los votos, de la profesión perpetua.

Ustedes van a renovar mañana en la fiesta de nuestra señora del sí, los votos, van a renovar la alianza. Sentirán mucho más profundamente -como lo siento yo en mi vida sacerdotal- que Dios es nuestro Dios y que nosotros somos su propiedad, que somos sus hijos, que son sus esposas. Dios es el Dios de la alianza.

Meteré la ley en sus corazones. ¿Qué significa esto? Meteré, escribiré adentro la ley; no en tablas de piedra que se puede romper, sino adentro. Cambiaré el corazón de piedra en un corazón de carne, infundiré mi espíritu para que puedan amar bien. La ley en definitiva es eso: amarás al señor tu Dios y al prójimo como a ti mismo. La meteré adentro para que no se rompa. Y meteré al Espíritu Santo para que Él ame dentro de vosotros.

La segunda lectura ya nos presenta a Cristo siervo que ora en Getsemaní. Es de la Carta a los Hebreos, la carta por antonomasia del sumo sacerdote. Aprendió a obedecer en la escuela del sufrimiento. ¡Qué hermosa es esta frase! Siendo Hijo de Dios aprendió -por las cosas que padeció- a sufrir. Aprendió la obediencia en la escuela del sufrimiento. ¡Que lección para nosotros! Pero este sufrimiento íntimamente sacerdotal que nos da la vida porque dice llegó a la perfección.

¿Cuándo ha llegado a la perfección? Cuando pasó por la gloria de la cruz. Cristo llega a la perfección a través de la muerte, la resurrección, la ascensión al cielo, el envío del Espíritu Santo. Todo eso es la perfección, la plenitud del misterio pascual. Entonces ha llegado a la perfección, se hace para nosotros causa de salvación eterna. Aprendió a obedecer en la escuela del sufrimiento. Y antes la Carta los Hebreos nos muestra al siervo sufriente orando con gritos y lágrimas. Es la oración de Getsemaní. Ofreció plegarias y súplicas con fuertes gritos y lágrimas a aquel que podía salvarlo.

La vida de una sierva que ha entrado en la alianza por su consagración tiene que ser necesariamente una vida de oración intensa, una vida de serena cruz. Aprendió a obedecer en la escuela del sufrimiento.

Luego el evangelio. Si alguno quiere servirme que me siga y donde yo estoy estará también mi siervo, mi servidor. Ustedes se llaman particularmente siervas, tienen que vivir el misterio de su nombre. Siervas como María, es decir, disponibles. Siervas, como María, es decir, acogiendo constantemente la palabra y engendrándola en la Iglesia. Siervas como María, serenas y fuertes al pie de la cruz. Por eso el Evangelio es todo sobre la cruz. La glorificación por la cruz. Si el grano de trigo no cae en tierra y no muere queda solo pero si muere entonces es cuando produce fruto. No tengan miedo a la cruz, no la pidan, pero cuando el Señor adorablemente la pone en la vida -y la tiene que poner porque sino nuestra vida no sería de configuración plena con el Cristo pascual, no seria fecunda-, cuando el Señor la ponga no tengan miedo porque es el momento de la gloria. Sentirán una gran serenidad, una gran fuerza. Sobre todo experimentarán la alegría de la fecundidad. La fecundidad maternal como en el sacerdote es la fecundidad paternal de su consagración. Si el grano de trigo no cae en tierra y muere queda solo pero si muere da mucho fruto.

Si alguno quiere ser mi siervo que me siga y donde estoy yo este también mi siervo. ¿Dónde está el siervo que es Jesús? ¿Dónde está? Está en el seno del Padre por la interioridad y la unidad de la oración. Está en el seno de María cuando se hace carne y se anonada por nosotros. Está en el seno de la cruz cuando nos reconcilia para siempre con el Padre. Si queremos de veras ser siervos con Jesús, como María, vivamos allí donde vivió Jesús, donde vivió María: en el seno del Padre por la oración, en el seno de María por el anonadamiento y la disponibilidad total, en el seno de la cruz por nuestra entrega fiel, gozosa, serena a una cruz que nos hace grandes y fecundos en la iglesia. Que así sea.

Palabras después de la bendición final.

Les hablaba de intensidad, que nos prepare para la celebración del misterio pascual. Ha llegado la hora, dice Jesús. Y para esta hora nos hizo el Padre. Y qué vamos a pedir: Padre, líbranos de esta hora. Si para esta hora el Padre nos hizo venir al mundo, vivir hondamente el misterio pascual de Jesús. Y -en Él- nuestra propia Pascua hecha de cruz y de esperanza, de muerte y resurrección. Particularmente ustedes van a hacer este día de oración preparándose a la gran fiesta de nuestra señora del sí –mañana- y renovar sus votos. Yo les aconsejo simplemente que vuelvan a repasar los hermosísimos textos de la liturgia del hoy. El Señor ha hecho una alianza especial con ustedes en el día de la profesión. Esa alianza supone fidelidad pero seguridad ante todo en la fidelidad de Dios. Yo meteré mi ley en su corazón. Esa ley es el don del Espíritu con el cual ustedes cumplirán con fidelidad las exigencias de sus constituciones y -más abajo, más hondamente todavía- el llamado particular del Señor a la santidad. Yo seré su Dios, ellas serán mi pueblo; Yo seré su Esposo, ellas serán mis esposas, dice Cristo. Y luego esa asimilación profunda con el Cristo anonadado; el Cristo que ora en el huerto con lágrimas y clamores, con gritos; el Cristo que en los sufrimientos aprende lo que es obedecer. Y se hace así -siendo perfecto- causa de salvación para los demás. Sentir la maravillosa vocación de servidoras: junto con el sacerdote ser causa de salvación en Cristo y por Cristo sacerdote para todos los demás. Y luego el Evangelio tan hermoso del grano de trigo que muere para poder dar su fruto. Las palabras tan hermosas de Jesús: el que quiera ser mi servidor que me siga y donde yo estoy que esté también él. Para aprender cómo tiene que ser una sierva que mire. ¿Dónde está el Señor? El Señor está en el desierto orando, está entre la muchedumbre curando y está en la cruz ofreciéndose. Que María les prepare y nos prepare a todos para la gran fiesta de mañana.


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viernes, 19 de marzo de 2021

Boletín de San José N° 1: "Amar al modo de José"


Queridos lectores, en el año de San José queremos ofrecer un boletín en homenaje a San José para profundizar en el conocimiento de la vida de este gran santo, se publicará el día 19 de cada mes. A continuación les compartimos el boletín N° 1:

Estamos celebrando el año de San José desde el 8 de diciembre de 2020 al 8 de diciembre de 2021, recordando los 150 años desde que fue declarado Patrono de la Iglesia. El papa nos invita a conocer más a este hombre de pocas palabras, pero mucha acción, a quien Dios confió su casa y su más grande tesoro: su Hijo amado.

Sabemos de José que es hijo de David, el carpintero de Nazaret, esposo de María, padre en la tierra del Hijo de Dios, el hombre de los sueños, a quien Dios habla a través de sus ángeles, el que no encontraba posada, el del pesebre, el que le puso al Verbo hecho carne el nombre de Jesús, el extranjero en Egipto, el providente para la familia de Nazaret, el que la sostenía con su trabajo, y hoy sigue sosteniendo espiritualmente y materialmente a la Iglesia. De allí el conocido “Ite ad Ioseph”, Id a José, como el pueblo de Egipto acudió a José, hijo de Jacob y salvó la vida del hambre, Id a José, porque quien va a él no vuelve con las manos vacías, y aún más Id a José porque quien va a él se encuentra con Jesús y María.

Podemos decir muchas cosas de San José y a su vez parece que no lo conociéramos del todo, pues bien solemos decir que a alguien se lo conoce por lo que ama, lo que le apasiona, de lo que habla a los demás, aquello por lo cual su corazón late; si nos encontramos con una madre lo más probable es que nos hable de sus hijos, si nos encontramos con un docente de sus alumnos y las clases, con un científico tal vez de su último descubrimiento, y ¿si no encontramos con José? Seguro nos habla de Jesús y María.
Y de este amor, de esta forma de amar es lo que queremos reflexionar hoy.

José ante todo es el hombre que supo amar, con profundidad, hasta el último latido, hasta el último aliento, de una forma creativa protegiendo, rezando, trabajando, en lo que Dios le pidiese y como Dios se lo pidiese. José amó sin reservas, con una afectividad sana pero también en medio de confusiones y debilidades, tuvo que ejercitarse en el amor para llegar a amar de una forma libre y no posesiva.
En medio de un mundo tan herido por la violencia, el desamor, la traición, la falta de vínculos sanos, y el deseo de posesión de los demás José aparece para nosotros como ejemplo. Podemos dirigirnos directamente a Él, con confianza para que nos ayude a nosotros a aprender a amar…
Tu modo José es siempre un ejemplo…cuando supiste del embarazo de María tu corazón se desgarró porque la amabas, pero ese mismo amor te llevó a vencerte a vos mismo para no acusarla, porque querías su bien. Sentiste en tu corazón el amargo sabor de la traición, lloraste y la desesperanza y el desconcierto te hicieron dormir, pero Dios se apiadó de tu dolor y tuvo en cuenta tu justicia y fidelidad.
Te despertó en sueños y te contó la verdad, la Verdad que te hizo libre… pero ¡que dilema era esa Verdad! Una Madre Virgen, y un Padre que no era sino la sombra del verdadero, tu esposa no era tu esposa y tu Hijo no era tu hijo, entonces ¿quién eras? Te habrá sido difícil a vos mismo saberlo, pero la Esperanza en Dios y sus promesas, la misma de tu padre David, estaba en tu corazón. 

El Ángel te dijo que no te fueras, y no te fuiste, y te alegraste de no tener que alejarte para siempre de María, no la tenías como habías pensado, pero ¡sí la tenías! La tenías en el Amor verdadero, que no es poseer sino estar, estar siempre al lado buscando el bien del otro. Te pusiste al servicio con todo lo que tenías y eras, y te convertiste querido José en el más fiel de los servidores de tu Señor.
Las dudas ciertamente no te dejaron, Dios nunca te habló sino sólo en sueños, aún así ¡tuviste fe!, aquella certeza de lo que no se ve.

Aunque más bien ¡Dios sí te habló de frente! Cuando te pedía que lo alces, que lo abraces, que le des agua, que le enseñaras a trabajar con esas manos que habían creado el mundo. José viviste con las personas que más amaron en el mundo, y estuviste a la altura de esa casa y de ese amor.

José rezaste mucho y ¡le enseñaste al mismo Dios a decir Shemá Israel!
José fuiste fiel al más puro de los amores, con todas las potencias y fragilidades de tu humanidad. El hombre más íntegro de la historia, probado con el yugo del pecado original pero siempre firme en el bien. José el soñador, como el de Egipto, el carpintero, el justo, el padre de Dios, su custodio valiente, y el castísimo esposo de la Virgen María, enséñame a ser fiel aunque no entienda, a tener fe aunque no vea claro, a escuchar con obediencia la voz de Dios, y a amar sin poseer aunque duela.

Acompáñame José cada día con tu modo, y cuando despierte del sueño como vos, pero no ya acá sino en la eternidad abrázame como verdadero Padre mío que sos y amigo, abrazo que aprendiste de Jesús y María. Amén

Que de un modo especial en este mes que lo recordamos, san José nos alcance de Dios esta gracia de saber amar y las intenciones que quedan en los latidos de nuestro corazón.

Hna. Antonella Maciel, op

Hnas. Dominicas de San José


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domingo, 14 de marzo de 2021

4° Domingo de Cuaresma - Homilía del Cardenal Eduardo Pironio




2 Cro 36,14-16.19-23 / Sal 136 / Ef 2,4-10


Evangelio según San Juan 3,14-21.

Dijo Jesús: De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna. Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.» El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios.

Homilía del Cardenal Eduardo Pironio (17 de Marzo, 1985)

Nos estamos acercando hacia la Pascua. Misterio central en nuestra vida cristiana, en nuestra vida de consagrados, porque nuestra vida, en definitiva, es una alegre y serena proclamación de que Cristo murió y resucitó. En la oración que acabamos de recitar hemos pedido al Señor que nos ayude a fin de que con fe viva y entrega generosa podamos disponernos a celebrar la Pascua ya muy cercana. Con fe viva y entrega generosa. O sea, viviendo en la luz, realizando la verdad, como dice Jesús en el Evangelio de hoy. Aceptando a Jesús, el enviado del Padre, el que vino para reconciliar al mundo con el Padre. Entrega generosa sobre todo en la caridad. Todo el camino de la Cuaresma está marcado por la caridad, la oración, la conversión.

Este domingo es un domingo particularmente lleno del gozo, de la confianza de la redención; antiguamente se llamaba el domingo de la alegría, domingo laetare. La antífona de entrada comienza así: festejad a Jerusalén, gozad con ella todos los que la amáis, alegraos de su alegría. Porque llega la Pascua, llega la redención. Todo el camino de Cuaresma debió ser un camino de alegría muy serena, muy honda, mucho más honda, mucho más fuerte, mucho más solemne que la alegría de la navidad. Estamos caminando hacia la plenitud de la navidad que es la Pascua. La encarnación de Jesús es encarnación redentora y tiene su punto final en el misterio de la muerte y la resurrección de Jesús, en el misterio de su exaltación.

El evangelio de hoy precisamente empieza con esa exaltación de Jesús. Jesús habla con Nicodemo y le dice: lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre para que todo el que cree en Él tenga vida. Es el misterio de la exaltación de Jesús hecho siervo, hecho hombre, hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Y por eso el Padre lo glorificó, lo exaltó, dándole un nombre superior a todo nombre, como nos dice Pablo en la carta a los Filipenses. Ilumina este domingo de la alegría la imagen pascual de Jesús levantado en la cruz para nuestra redención, para nuestra vida.

Entre tanto, de las lecturas que acabaos de hacer ¿cuáles son las ideas principales? Primera y fundamentalísima el amor gratuito, inmenso, exagerado de Dios. Amor exagerado de Dios. Lo dice Jesús en el evangelio: tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo, dio a su Hijo. El Hijo es el don del Padre así como el Espíritu Santo es el don del Hijo. Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo no para condenar sino para salvar, lo dio para que no perezca ninguno sino que todos tengan la vida eterna.

Todo el misterio de la semana santa, el misterio sobre todo de los días santos, del triduo santo, todo el misterio pascual tiene que estar iluminado con esta expresión tan simple. Hay almas que pasan años y años meditando esta expresión y de ahí no pueden salir. Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo no para condenar sino para salvar. Es el amor gratuito de Dios que aparece también en la segunda lectura, la carta a los Efesios: Dios rico en misericordia. La misericordia supone la miseria. Mirando nuestra miseria, por el gran amor con que nos amó -es decir por el excesivo amor con que nos amó- estando todavía nosotros muertos en el pecado nos ha hecho revivir con Cristo. Por pura gracia habéis sido salvados, es un amor gratuito. Y nos ha resucitado con Cristo y nos ha sentado en el cielo con Él.

Es interesante ver que el misterio realizado por Jesús ya está realizado por el Bautismo en nosotros. Por el Bautismo también nosotros vivimos, hemos sido resucitados y estamos sentados en el cielo ya. Así muestra Dios en todos los tiempos la inmensa riqueza de su gracia, su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Damos gracias hoy al Padre por su amor gratuito y por esta vida que ya está plantada en nosotros, por este cielo que ya está sembrado en nosotros. Vivimos resucitados, sentados a la derecha del Padre.

Y sigue todavía -por si nos queda duda- San Pablo a explicarnos que el amor de Dios es gratuito: estáis salvados por la gracia, mediante la fe. No se debe a vosotros sino que es un don de Dios. Es para saltar de alegría al pensar este amor misericordioso del Padre que en Cristo Jesús nos recrea, nos hace nuevos. Tampoco se debe a las obras para que nadie pueda presumir. Somos pues obra suya.

Entonces nos viene ciertamente a la memoria aquella imagen del profeta Jeremías que Dios nos hace como una arcilla que la modela a su gusto, nada mas que ahora nos ha modelado en Cristo Jesús. Somos obra suya. ¿Por qué? Porque Dios nos ha creado en Cristo Jesús. Esa es la primera idea fundamentalísima: Sentirnos amados profundamente por el Padre en Cristo y dejarnos amar por Él.

La segunda idea es la idea de la vida, de la vida nueva que hay en nosotros, de que somos creación nueva. En las invocaciones penitenciales recordábamos que hemos sido hechos nueva creatura por el agua y por el Espíritu Santo. El Bautismo nos hace creación nueva. Aquí Pablo dice que Dios nos ha creado en Cristo Jesús. Es una expresión que aparece mucho en Pablo: que somos creación suya. En 2 Co 5 nos dice que el que está en Cristo es una creación nueva, todo lo viejo pasó, quedó hecho el hombre nuevo. Somos creación nueva.

Y esta creación nueva, ¿cómo se da? Hemos vivido en Cristo, resucitado con Cristo y ya sentados con Él en el cielo, es decir, ya estamos glorificados. Por eso san Pablo nos dirá en la Carta a los Romanos que Dios a aquellos que amó los predestinó, a los que predestinó los llamó, a los que llamó los justificó, y a los que justificó los glorificó. O sea, sin esperar la llegada al cielo, ya estamos glorificados en la tierra porque en definitiva el cielo es Dios y Dios ya está en nosotros. Porque la vida eterna ya ha sido plantada en nosotros por el Bautismo. Vivimos la vida eterna.

Es Jesús el que nos está diciendo en el evangelio de hoy: tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo para que no perezca ninguno de los que crean, sino que tengan la vida eterna, ya ahora. Es una constante: el que cree en Él no será condenado, el que no cree en Él ya está condenado porque no tiene la vida. El que cree tiene la vida. Es una constante en el evangelio de Juan esta expresión: el que cree tiene la vida. El que come mi carne tiene la vida. Somos una nueva creación.

Hoy al mismo tiempo que damos gracias al Padre por su amor gratuito damos gracias por esta alegría inmensa de la vida nueva, de la creación nueva en nosotros por el Bautismo.

Pero ¿qué exige de nosotros esta creación nueva? Es la tercera idea. Vivir obrando la verdad. Es decir, vivir como hijos de la luz. Es Jesús el que nos habla hoy de la luz en el evangelio. Esta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz. El que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz. En cambio el que realiza la verdad se acerca a la luz. O sea, se trata de acoger por la fe a Jesús que es nuestra luz. Si hay todavía tanta sombra, tanta tiniebla, tanta angustia en nuestro interior es porque no ha entrado profundamente Cristo que es la luz. Dejemos que Él entre. El Padre es el que ha encendido esta luz en nuestros corazones. Dejemos que nos ilumine. Pero aceptemos a Cristo por la fe. Dejemos que entre por la fe. Pablo dirá en la Carta a los Efesios que Cristo habita por la fe en nuestros corazones. Aceptemos, acojamos a Cristo por la fe y obremos conforme a esta luz.

El amor del Padre gratuito que nos redime y nos hace vivir en Cristo Jesús. La vida nueva, nueva creación en Cristo, los que caminan ahora en la fe hacia la luz, desde la luz, con la luz adentro. Ya la primera lectura nos hablaba de este amor del Padre que nos hace nuevos, nos recrea, nos libera. La primera lectura es hermosísima. Dios que castiga al pueblo por su infidelidad y lo pasa a la esclavitud de Babilonia. Segunda gran esclavitud. Primero la de Egipto, segundo la de Babilonia. Jeremías el profeta anuncia el castigo y llama en la esperanza a la conversión. Aquí es llevado a Babilonia.

El Salmo responsorial nos cuenta hermosísimamente cómo los deportados, los exiliados en Babilonia no pueden cantar: que se me pegue la lengua al paladar, si no me acuerdo de ti, junto a los canales de Babilonia nos pedían que cantáramos, ¿cómo vamos a cantar un canto a Sión en tierra extranjera? Entonces Jeremías el profeta sigue ahondando esta esperanza y llega el momento en que Ciro, rey de Persia, los libera en nombre del Señor -Moisés los había liberado en el nombre del Señor en Egipto- y los lleva otra vez a la ciudad rehecha, al templo, a Jerusalén. El amor gratuito de Dios.

Demos gracias al Señor y que nos preparemos así para esta Pascua. Yo deseo de todo corazón una Pascua nueva, una Pascua muy honda, muy feliz. La Pascua en cierta manera que prepare en nosotros el encuentro definitivo, la Pascua definitiva. Nos lo conceda el Señor por medio de María, la que nos dio a Jesús, el Verbo encarnado.



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sábado, 6 de marzo de 2021

3° Domingo de Cuaresma - Homilía del Cardenal Eduardo Pironio




Exodo 20,1-17. / Salmo 19(18),8.9.10.11. / Corintios 1,22-25.

Evangelio según San Juan 2,13-25.

Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas. Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de palomas: "Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio". Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá. Entonces los judíos le preguntaron: "¿Qué signo nos das para obrar así?". Jesús les respondió: "Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar". Los judíos le dijeron: "Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?". Pero él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.
Mientras estaba en Jerusalén, durante la fiesta de Pascua, muchos creyeron en su Nombre al ver los signos que realizaba. Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba que lo informaran acerca de nadie: él sabía lo que hay en el interior del hombre.

Homilía del Cardenal Eduardo Pironio (10 de Marzo, 1985)

Tercer domingo de Cuaresma. Nos vamos acercando hacia la Pascua. El Evangelio nos habla de Jesús que estaba en Jerusalén para la Pascua. A medida que nos vamos acercando tiene que crecer en nosotros la disponibilidad para escuchar la palabra del Señor. Así nos metemos en el corazón de la Virgen de la Cuaresma para que nos haga gozar de una Pascua muy honda, muy fecunda, muy nueva. A medida que pasa la Cuaresma vamos intensificando la alegría de nuestra caridad, la profundidad de nuestra oración, la autenticidad de nuestra penitencia, de nuestra conversión.

Todo es pascual en la liturgia de hoy. Pascual es este versículo que hemos rezado antes del evangelio que es el que ilumina todo el misterio pascual de Jesús -su muerte y resurrección- y es lo que ilumina también la luz de Dios con nosotros y lo que tiene que iluminar también nuestra vuelta cada día mas honda y generosa al Señor. Dios ha amado tanto al mundo que la ha dado a su Hijo, el que cree en él tiene la vida eterna. Dios no lo ha mandado al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. Estas palabras de Jesús dichas a Nicodemo en la noche iluminan el misterio pascual, la muerte y la resurrección de Jesús. ¿Por qué? Porque Dios amó tanto al mundo que le dio a su Hijo, lo dio, es decir, lo envió; lo dio, lo mandó a la muerte; lo dio, lo entregó a cada uno de nosotros para que ese misterio de muerte y resurrección de Jesús naciera en nosotros, se hiciera vida en nosotros.

Un don pascual es la ley. La primera lectura nos cuenta la ley. Dios le habla a Moisés y le da el decálogo, la ley. La ley no es una imposición, la ley es una forma de entrar en comunión con Dios. Dios habla a su pueblo y le dice: ¿estás dispuesto a hacer esto? El pueblo responde: sí, lo haremos. Y entonces se hace la alianza, la comunión.

La alianza que está hecha de palabra de Dios y de respuesta del hombre, por eso el salmo responsorial nos está diciendo: Señor, tu tienes palabras de vida eterna. La ley es una palabra de Dios que nosotros acogemos, realizamos. Supone una propuesta de Dios y una respuesta nuestra, y entonces se hace la comunión entre Dios y nosotros.

Esa alianza se hace mucho más honda y nueva con la sangre de Jesús en la cruz mediante su misterio pascual. La alianza entonces reviste otra forma en el Nuevo Testamento. La alianza se presenta así: amarás al Señor tu Dios con todas tus fuerzas, con todo tu espíritu, con toda tu mente, y al prójimo como a ti mismo, ¿estás dispuesto a hacer esto? Sí, estoy dispuesto. Entonces Cristo sella esa alianza con su sangre, y entramos en comunión con el Cristo muerto y resucitado. Por eso la primera lectura no es una simple imposición externa; es un anuncio, un signo, un principio de esa alianza que Jesús va a sellar mediante el misterio pascual en la cruz. Señor, tú tienes palabras de vida eterna. La alianza supone una propuesta de Dios, una aceptación nuestra, una respuesta nuestra.

Del misterio pascual nos habla la segunda lectura. El hermosísimo texto de la primera carta de Pablo a los corintios. Mientras los judíos andan buscando milagros y los griegos andan buscando sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado que es escándalo para los judíos, es locura para los paganos pero para aquellos que han sido llamados, para nosotros, es potencia de Dios y sabiduría de Dios. Toda nuestra vida está centrada en el misterio de Cristo crucificado pero no un Cristo derrotado, sino un Cristo Pascual, un Cristo muerto y resucitado. La gran sabiduría y la gran fuerza nuestra es Cristo y Cristo crucificado, no sabemos otra cosa, no predicamos otra cosa mas que el misterio pascual de Jesús, su muerte y resurrección. Por eso nuestra vida es una predicación y una celebración constante del misterio pascual. Está marcada por la cruz y la esperanza. Cristo crucificado y resucitado, sabiduría de Dios, potencia de Dios.

El Evangelio nos habla de la Pascua a través de la imagen del templo. Jesús dice: destruid este templo y yo lo voy a reedificar en tres días. Jesús había reivindicado la paz, la limpieza, con respecto al templo. Había echado del templo material a todos aquellos cambistas y negociantes. Los echó, tenían que respetar el templo. Ellos le preguntan con qué autoridad hace eso y Jesús les responde simplemente con esta alusión a su resurrección: destruid este templo y yo lo voy a resucitar, a componer en tres días; hablaba del templo de su cuerpo. Del templo material Jesús pasa al verdadero templo que es nuestro propio cuerpo, nuestro propio ser. Jesús era el templo donde habitaba la divinidad.

Nosotros, los bautizados, los ungidos, somos el templo donde habita la Trinidad. Por eso Pablo nos dirá: no destruyáis el templo de Dios que sois vosotros. Porque Dios os va a destruir a vosotros si destruís vuestro templo. ¿Cómo destruís vuestro cuerpo? Profanándolo con el pecado. Jesús dice: destruid este templo -es decir, destruidme a mí- y yo lo voy a resucitar.

Cuando fue resucitado de entre los muertos sus discípulos se acodaron de que lo había dicho. Así que esta imagen del templo se está refiriendo claramente a la resurrección, es decir, al templo de su cuerpo que fue destruido por los judíos en la pasión y fue resucitado por él en el día de la gloria.

Que el Señor nos vaya metiendo cada vez más hondamente en el misterio pascual de Jesús muerto y resucitado, que nos haga vivir la alegría de la cruz cotidiana y haga crecer en nosotros la esperanza. Que el camino de cambio, de conversión, se vaya obrando con mucha serenidad, pero con mucha profundidad y con mucha autenticidad en nosotros a fin de que el día de la Pascua podamos cantar verdaderamente “aleluya, Cristo resucitó”, porque nosotros también nos sentimos criatura nueva en Él. Nos lo conceda María, la humilde servidora del Señor, virgen de la Cuaresma y de la Pascua.



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