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sábado, 6 de marzo de 2021

3° Domingo de Cuaresma - Homilía del Cardenal Eduardo Pironio




Exodo 20,1-17. / Salmo 19(18),8.9.10.11. / Corintios 1,22-25.

Evangelio según San Juan 2,13-25.

Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas. Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de palomas: "Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio". Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá. Entonces los judíos le preguntaron: "¿Qué signo nos das para obrar así?". Jesús les respondió: "Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar". Los judíos le dijeron: "Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?". Pero él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.
Mientras estaba en Jerusalén, durante la fiesta de Pascua, muchos creyeron en su Nombre al ver los signos que realizaba. Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba que lo informaran acerca de nadie: él sabía lo que hay en el interior del hombre.

Homilía del Cardenal Eduardo Pironio (10 de Marzo, 1985)

Tercer domingo de Cuaresma. Nos vamos acercando hacia la Pascua. El Evangelio nos habla de Jesús que estaba en Jerusalén para la Pascua. A medida que nos vamos acercando tiene que crecer en nosotros la disponibilidad para escuchar la palabra del Señor. Así nos metemos en el corazón de la Virgen de la Cuaresma para que nos haga gozar de una Pascua muy honda, muy fecunda, muy nueva. A medida que pasa la Cuaresma vamos intensificando la alegría de nuestra caridad, la profundidad de nuestra oración, la autenticidad de nuestra penitencia, de nuestra conversión.

Todo es pascual en la liturgia de hoy. Pascual es este versículo que hemos rezado antes del evangelio que es el que ilumina todo el misterio pascual de Jesús -su muerte y resurrección- y es lo que ilumina también la luz de Dios con nosotros y lo que tiene que iluminar también nuestra vuelta cada día mas honda y generosa al Señor. Dios ha amado tanto al mundo que la ha dado a su Hijo, el que cree en él tiene la vida eterna. Dios no lo ha mandado al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. Estas palabras de Jesús dichas a Nicodemo en la noche iluminan el misterio pascual, la muerte y la resurrección de Jesús. ¿Por qué? Porque Dios amó tanto al mundo que le dio a su Hijo, lo dio, es decir, lo envió; lo dio, lo mandó a la muerte; lo dio, lo entregó a cada uno de nosotros para que ese misterio de muerte y resurrección de Jesús naciera en nosotros, se hiciera vida en nosotros.

Un don pascual es la ley. La primera lectura nos cuenta la ley. Dios le habla a Moisés y le da el decálogo, la ley. La ley no es una imposición, la ley es una forma de entrar en comunión con Dios. Dios habla a su pueblo y le dice: ¿estás dispuesto a hacer esto? El pueblo responde: sí, lo haremos. Y entonces se hace la alianza, la comunión.

La alianza que está hecha de palabra de Dios y de respuesta del hombre, por eso el salmo responsorial nos está diciendo: Señor, tu tienes palabras de vida eterna. La ley es una palabra de Dios que nosotros acogemos, realizamos. Supone una propuesta de Dios y una respuesta nuestra, y entonces se hace la comunión entre Dios y nosotros.

Esa alianza se hace mucho más honda y nueva con la sangre de Jesús en la cruz mediante su misterio pascual. La alianza entonces reviste otra forma en el Nuevo Testamento. La alianza se presenta así: amarás al Señor tu Dios con todas tus fuerzas, con todo tu espíritu, con toda tu mente, y al prójimo como a ti mismo, ¿estás dispuesto a hacer esto? Sí, estoy dispuesto. Entonces Cristo sella esa alianza con su sangre, y entramos en comunión con el Cristo muerto y resucitado. Por eso la primera lectura no es una simple imposición externa; es un anuncio, un signo, un principio de esa alianza que Jesús va a sellar mediante el misterio pascual en la cruz. Señor, tú tienes palabras de vida eterna. La alianza supone una propuesta de Dios, una aceptación nuestra, una respuesta nuestra.

Del misterio pascual nos habla la segunda lectura. El hermosísimo texto de la primera carta de Pablo a los corintios. Mientras los judíos andan buscando milagros y los griegos andan buscando sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado que es escándalo para los judíos, es locura para los paganos pero para aquellos que han sido llamados, para nosotros, es potencia de Dios y sabiduría de Dios. Toda nuestra vida está centrada en el misterio de Cristo crucificado pero no un Cristo derrotado, sino un Cristo Pascual, un Cristo muerto y resucitado. La gran sabiduría y la gran fuerza nuestra es Cristo y Cristo crucificado, no sabemos otra cosa, no predicamos otra cosa mas que el misterio pascual de Jesús, su muerte y resurrección. Por eso nuestra vida es una predicación y una celebración constante del misterio pascual. Está marcada por la cruz y la esperanza. Cristo crucificado y resucitado, sabiduría de Dios, potencia de Dios.

El Evangelio nos habla de la Pascua a través de la imagen del templo. Jesús dice: destruid este templo y yo lo voy a reedificar en tres días. Jesús había reivindicado la paz, la limpieza, con respecto al templo. Había echado del templo material a todos aquellos cambistas y negociantes. Los echó, tenían que respetar el templo. Ellos le preguntan con qué autoridad hace eso y Jesús les responde simplemente con esta alusión a su resurrección: destruid este templo y yo lo voy a resucitar, a componer en tres días; hablaba del templo de su cuerpo. Del templo material Jesús pasa al verdadero templo que es nuestro propio cuerpo, nuestro propio ser. Jesús era el templo donde habitaba la divinidad.

Nosotros, los bautizados, los ungidos, somos el templo donde habita la Trinidad. Por eso Pablo nos dirá: no destruyáis el templo de Dios que sois vosotros. Porque Dios os va a destruir a vosotros si destruís vuestro templo. ¿Cómo destruís vuestro cuerpo? Profanándolo con el pecado. Jesús dice: destruid este templo -es decir, destruidme a mí- y yo lo voy a resucitar.

Cuando fue resucitado de entre los muertos sus discípulos se acodaron de que lo había dicho. Así que esta imagen del templo se está refiriendo claramente a la resurrección, es decir, al templo de su cuerpo que fue destruido por los judíos en la pasión y fue resucitado por él en el día de la gloria.

Que el Señor nos vaya metiendo cada vez más hondamente en el misterio pascual de Jesús muerto y resucitado, que nos haga vivir la alegría de la cruz cotidiana y haga crecer en nosotros la esperanza. Que el camino de cambio, de conversión, se vaya obrando con mucha serenidad, pero con mucha profundidad y con mucha autenticidad en nosotros a fin de que el día de la Pascua podamos cantar verdaderamente “aleluya, Cristo resucitó”, porque nosotros también nos sentimos criatura nueva en Él. Nos lo conceda María, la humilde servidora del Señor, virgen de la Cuaresma y de la Pascua.



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