En 1928, Mons. Orzali tuvo el primer embate de su salud. Una vez repuesto, prosiguió con su labor pastoral. Orar y trabajar era su lema, y Él lo tomaba en serio. La vacaciones de verano de 1936 son más prolongadas que de costumbre. Durante 1937, debe pasar varios intervalos de días en cama.
Desde abril de 1938 en adelante estuvo casi siempre en cama. Allí, se preparaba para partir a la casa del Padre. Su lecho de enfermo, cuenta Entraigas, se transformó en una cátedra. Principales beneficiarias de sus pláticas eran sus hijas rosarinas, quienes lo cuidaban. Con todas las personas que lo visitaban hablaba de temas espirituales.
Un día, una de las religiosas que lo asistía le preguntó si Él llegaría a ser santo. Orzali respondió: “Santo del Cielo, sí; santo de altares, no. La religiosa, sorprendida, preguntó la razón, Él respondió sonriendo: “Y… Ustedes son pobres y no tienen el dinero que se requiere para costear una canonización”.
El primero de enero de 1939 viaja a Mar del Plata. El 11 debe regresar a Buenos Aires, exhausto. El 14 de abril llega a San Juan. Al sábado siguiente se realizó un desfile en su honor, Mons. Salió al balcón para ver desfilar a los niños del jardín de infantes del Colegio Don Bosco. Institución salesiana por la que el luchó con todas sus energías para que se instalasen en la provincia. Amaba a Don Bosco, amaba su obra, y no descansó hasta verla trabajar en su Diócesis. Bendijo a los chiquillos salesianos. Esta fue su última bendición. A las 18, repentinamente, se le nubló la vista y entro en la vorágine de la muerte.
El martes 18 de abril de 1939, a las 8 de la mañana, entraba en agonía. A las 10, dio su último suspiro, y partió su espíritu a la Casa del Padre. El Buen Pastor de Cuyo dejaba este mundo con la inquebrantable confianza de haber orado y trabajado, de haber dado todo por Dios y por el prójimo.
Fueron 73 años de vida consagrados a Dios, 54 de sacerdocio y 27 de episcopado; “una trayectoria fecunda para bien de la Iglesia en la Argentina” (Castro, 1998).
Ana Castro, en su biografía de Mons. Orzali, deja establecido el legado que el Buen Pastor de Cuyo nos ha dejado: una fe firme, una esperanza viva, una caridad ardiente, la invitación a rezar mucho y fervorosamente, el amor a la Virgen Madre, la prudencia, la justicia, la fortaleza, la templanza, la humildad, la pobreza, la castidad, y el ansia de trabajar sin descanso.
Siervo de Dios, Monseñor José Américo Orzali, Buen Pastor de Cuyo, ruega por nosotros.
Con esta publicación, concluimos nuestro recorrido por la vida del Buen Pastor de Cuyo. Quiero agradecerte el tiempo que te has tomado para leer y conocer a este pastor de la Iglesia Argentina. Agradezco a Vivamos Juntos la Fe por brindarme este espacio. Pido disculpas por los errores de redacción que haya cometido. Agradezco esta posibilidad que se me ha brindado de dar a conocer la vida de este hombre de Dios que, personalmente, me inspira y acompaña en mi camino de fe.
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