Celebramos,
hoy, la gran fiesta cristiana de PENTECOSTÉS.
Después
de la Pascua y la Ascensión de Cristo Nuestro Señor, celebramos la fiesta del
Espíritu Santo. El domingo coronaremos con la celebración de la Santísima
Trinidad lo que constituye el fundamento de nuestra Fe Cristiana: en el Dios
Único y Verdadero: PADRE, HIJO, ESPÍRITU SANTO.
Cuando
recitamos el Credo de nuestra Fe Cristiana, precedemos, progresivamente como
desovillando todo lo que confesamos cuando decimos: “Creo en Dios Padre, creo
en Dios Hijo Jesucristo, Creo en el Espíritu Santo y en la Santa Iglesia
Católica”.
Jesucristo
es quien nos ha ganado el Don del Espíritu Santo, por su muerte y su
resurrección. Pentecostés es el fruto de la Pascua. Nos dice Jesús antes de la
Ascensión: “Os conviene que me vaya, porque si yo no me fuere no vendría a
ustedes el Espíritu Santo.”.
Por
Obra del Espíritu Santo, el Hijo de Dios, Jesucristo, se encarnó y por obra de
este mismo Divino Espíritu sigue encarnándose en nuestra pobre carne humana, en
cada niño que nace y especialmente dándole la plenitud de la vida de cada niño
que sacamos de la fuente bautismal. Por
eso confesamos y creemos firmemente que cada hombre bautizado es templo vivo
del Espíritu Santo en donde habita toda la Santísima Trinidad. Dios puso su
casa en el corazón del hombre. Por eso a Dios se lo debe encontrar y descubrir
y amar en la carne de los hombres. Por eso cada hombre, es como esa piedra viva
con que edificamos el templo de Dios que es su Iglesia. Por eso el Espíritu
Santo es el alma de la Iglesia. Por eso entendemos mejor aquello de San Juan:
“Quien dice amar a Dios que no ve y no ama a su hermano que ve, es un
mentiroso”. Es como si nos dijera: si Dios está también en tu prójimo, ¿cómo
vas a encontrarlo fuera de él?
Puede
parecernos difícil y hasta árido este lenguaje; en cierta manera es verdad,
sentimos la necesidad de tener como agarraderas para poder comprender mejor la
presencia de Dios en nosotros y todo lo que El viene haciendo en cada uno de
nosotros y en todo su pueblo que somos nosotros mismos. Es difícil comprender
cómo Dios se hizo hombre como nosotros, en la Persona de Jesucristo; y cómo el
mismo Dios, presente en nuestra carne y en nuestra vida va haciendo la historia
con nosotros. Cada
cristiano por obra del Espíritu Santo que es el Espíritu de Cristo tiene que
ser como el rostro de Dios en la tierra para todos los hombres que no lo
alcanzan a ver y descubrir la presencia de Dios en ellos y en el mundo.
La
Iglesia nació misionera bajo el soplo del Espíritu Santo en aquel primer
pentecostés. Así como Jesucristo es el gran Misionero del Padre Dios para todos
los hombres de todos los tiempos. “Así como mi Padre me ha enviado, así Yo los
envío a ustedes...”. “Vayan por todo el mundo y hagan discípulos en todas las
naciones...”. “Vayan y prediquen el Evangelio a todo hombre, bautizándolos en
el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo...”. Dar la fuerza y la gracia
necesaria a quienes han recibido este mandato es obra del Espíritu Santo. En el
Libro de los Hechos varias veces se anota esta realidad: “Entonces
todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar.” (2,4). “Todos
quedaron llenos del Espíritu Santo y empezaron a anunciar la Palabra de Dios
con seguridad.” (4,31).
Un
apóstol es antes que nada un santificado por el Espíritu Santo. No es un simple
propagandista sino el misionero de Dios para servir a sus hermanos. El mismo es
un eslabón vivo en el Plan salvador y liberador de Dios. Un apóstol es como una
retrasmisión del amor salvador y rejuvenecedor de los hombres que ha salido del
corazón de Dios Padre, pasa por el dios Encarnado Jesucristo y se comunica a
los hombres por el Espíritu Santo. (Rm. 5,5).
Los
apóstoles antes de Pentecostés eran hombres miedosos, cobardes, tímidos,
desorientados; después de Pentecostés se truecan en valientes, ubicados y
claros. Son emprendedores y hacen frente a las situaciones más encontradas.
Todos los cristianos, que un día hemos recibido al Espíritu Santo y fuimos
enviados a ser misioneros de nuestros hermanos los hombres, debemos ser
testigos de Cristo y proclamadores de la verdad. Para eso es necesario ponernos
cada día en las manos del Espíritu Santo para que nos santifique y nos haga
fuertes en vivir valientemente nuestro testimonio cristiano en la vida de todos
los días.
Por
obra del Espíritu Santo se nos regaló en el bautismo la FE, la Esperanza y el
Amor. Por Obra del Espíritu Santo se nos regaló la PRUDENCIA, la Justicia, la
Fortaleza y la Templanza. Por obra del Espíritu Santo se nos regalan los dones
de la Ciencia, entendimiento, sabiduría, Consejo, Piedad, fortaleza, temor de
Dios.
Tocamos
como con las manos y sentimos su presencia y sus efectos, cuando celebramos la
eucaristía; cuando celebramos cada sacramento; cuando nos ponemos en contacto
con la Palabra de Dios en su evangelio; cuando los hombres nos esforzamos por
ser amigos, generosos, serviciales, honestos, libres interiormente;
cuando sentimos que en nuestro interior la reconciliación con Dios y con
nuestros hermanos; cuando nos esforzamos por ser justos; cuando entrega un
pedazo de su vida cada día por sus hijos; cuando el padre se esfuerza por
conseguir el pan para sus hijos; cuando tratamos de vivir las Bienaventuranzas;
cuando tratamos de vivir las Obras de Misericordia; cuando buscamos no
estancarnos en la vida, rejuveneciéndonos siempre; dejando todo aquello que no
hace crecer el reino de Dios entre los hombres; cuando desechamos toda mentira
en nuestra vida; cuando respetamos a nuestros hermanos y no los profanamos con
la calumnia y la delación; cuando respetamos la vida de nuestro hermano en
todas sus manifestaciones; cuando no usamos a ningún hombre o mujer para saciar
nuestras pasiones descontroladas, sino que buscamos que sean verdaderamente
felices procurando solucionarles sus problemas; cuando construimos el don de la
paz cada día con la verdad, la justicia y el amor; cuando seguimos construyendo
una comunidad cristiana fraternal, rica interiormente y lanzada al servicio de
los demás con verdadero espíritu misionero; cuando buscamos concretar la
atención de la salud, la educación y el trabajo para todo nuestro pueblo;
cuando corregimos fraternalmente, cuando denunciamos lo que atenta contra la
dignidad de todo hombre, cuando procuramos hacer descubrir el rostro de Dios en
cada hombre; cuando no entorpecemos la evangelización y santificación de
nuestro pueblo; cuando asistimos a nuestros hermanos ancianos, niños, enfermos;
cuando visitamos a nuestros hermanos presos; damos acogida al amigo; ayudamos a
orientar la vida al desorientado; cuando defendemos al que sufre injusticia
material o moral; cuando ponemos al servicio de la comunidad nuestros dones que
son de Dios.
TODO
ESTO ES EL FRUTO DEL ESPÍRITU SANTO QUE HABITA EN NUESTROS CORAZONES.
Amigos:
cuando decimos que nuestra misión es caminar desde nuestro pueblo para ser en
él misioneros de Cristo con el Evangelio y la gracia santificadora no hacemos
sino cumplir con ese mandato de Cristo y realizarlo en nosotros por el Espíritu
Santo. Asumir consciente, valiente y evangélicamente esta estupenda y difícil
misión, ciertamente trae aparejado muchos dolores de cabeza; muchos obstáculos
en el camino. Ciertamente, que debemos pensar siempre: En tus manos Señor lanzo
las redes; con la fuerza de tu Divino Espíritu.
Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos la llama
de tu AMOR. Ven
Espíritu Santo con tus dones divinos y acreciéntalos en el corazón de esta tu
Iglesia riojana. Reconforta a quienes sufren; convierte a quienes están rechazando
tu luz; congrega a quienes están dispersos; ayuda a quienes construyen la vida;
sacude interiormente a quienes interiormente están ciegos; bendice a nuestros
hogares; cuida de nuestros niños; ilumina y fortalece a nuestros jóvenes;
consuela a nuestros ancianos; despierta vocaciones sacerdotales y religiosas;
bendice a tus sacerdotes, religiosas y laicos apóstoles.
Mons. Enrique Angelelli, 18 mayo de 1975
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