Queridos amigos:
Hoy comenzamos a transitar el camino de
Jesús, “La Semana” entre todas las semanas, la más augusta y fontal de nuestra
fe. Semana Santa es un camino lleno de imágenes, rostros y estampas. Arranca
con el rostro de un Jesús aclamado por la algarabía de una multitud que lo
considera y declara como Rey, pasando por el rostro desfigurado y ensangrentado
de quien clavado en la cruz grita de dolor mortal por el abandono de sus amigos
y hasta de su mismo Padre.
Pero a su vez, Semana Santa es un
sendero colmado de diversos “colores” que nos hablan e interpelan en nuestro
caminar. En esa variedad multiforme de colores hoy celebramos un color muy
particular: el verde de los olivos
que luego -en pocos días- se transformará en el marrón oscuro y rudo del madero. Colores que en sus voces hicieron escuchar el verde de los ¡Hosanna al
Hijo de David!, y que luego se convertirá en el marrón amaderado de gritos y de
juicios que a voces se escuchaban en inicuos e
injustos ¡Crucifíquenlo! ¡Crucifíquenlo!
Pero en la paleta del camino de la
pasión, estos colores se entremezclan y nos abre los ojos al espectáculo del
misterio. Contemplaremos el brillo plateado
de apenas treinta monedas de plata, precio tan bajo de una terrible entrega,
traición y desgarro, que tuvo como desenlace la locura de Judas, traidor y
traicionado, en un rostro pálido y derrotado.
Contemplaremos también el color blanco y cristalino de aquellas aguas
frescas en las que Pilato entregó a la Verdad. Frescas aguas de un rostro
temeroso de quien ante la duda tomó el camino más cobarde: lavarse las manos y
entregar al aparente culpable.
En el camino nos toparemos con el violeta enfurecido de un Pedro
empedernido que aunque negó tres veces al Maestro, con humildad y valentía,
lloró al Maestro abandonado.
Cómo no evocar el variado colorido de grises y negros mezclados de aquellas tantas mujeres que con sus mantos
ocultaron tremendo dolor despedazado al ver en carne propia quien les había tanto
amado. El brillo de un gris lacerado
y traspasado en los ojos de una Madre que sin entender, de pie, se deja clavar
y traspasar con su Hijo crucificado.
El rojizo
intenso y salpicado, no de pompa ni de púrpura, sino de la sangre derramada y
la entrega desperdigada del aquel Rey cuya pompa y púrpura es su propia carne destrozada.
El rojo empalecido de aquel tácito
soldado que ante tal espectáculo, colmado de muerte y de fracaso, reconoció que
en sus manos estaba el origen de lo creado, con aquellas simples y sentidas
palabras que hacían en su alma una primera confesión de fe: ¡Verdaderamente éste,
era el Hijo de Dios!
Finalmente, cómo no contemplar el desafiante
negro de un inmenso cielo estremecido
que junto al cosmos entero grita y muere desconsoladamente el abandono de Dios.
Que Semana santa sea Santa en la medida
en que tú mismo la santifiques. En el pequeño templo de tu casa, en el altar de
carne que es tu corazón, en el sencillo y noble rito de tu conversión. Solo así
podremos contemplar aquel color que no conoce nombre ni paleta ni pincel. Aquel
color usado únicamente por el “Artista” que pintó la más bella obra de todas
las obras de la historia: la obra del Tabor sin fin, la obra de la vida sin
horizonte ni ocaso, la obra del amor loco y apasionado... la obra de la
Resurrección.
Amigo... ¿qué color o qué colores
encuentras en la paleta de tu corazón? ¿Cuál es el color que el pincel de tu
alma más está utilizando? ¿Quizá el plateado de la traición o el blanco
cristalino de la indiferencia? Posiblemente encuentres el violeta intenso de la
negación, o el rojo pálido de una fe desvanecida. ¿O será el negro de un cielo
que gime dolor y tristeza en estos tiempos de pandemia? Amigo, sea cual sea el
color de nuestra alma, durante esta Semana Santa busquemos en la paleta del genuino
“Artista” el brillo de la luz, el esplendor del Tabor, la vida sin ocaso de
nuestra propia resurrección.
Que esta Pascua nos devuelva la alegría
del encuentro, la ternura del cruce de miradas, la caricia del beso reprimido y
el desborde del abrazo inesperado. Que la Pascua de Jesús sea tu Pascua: el paso del verde de los olivos al marrón
del madero, y del rojo ensangrentado de la cruz, al esplendor
abrazador de la Pascua.
¡Santa semana Santa!
Padre Sergio Romera, Arquidiocesis de San Juan de Cuyo
Otras publicaciones del autor, en este blog:¿POR QUÉ CREO EN DIOS? - P. Sergio Romera
¿En qué Dios yo creo? - P. Sergio Romera
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