Uno de los tantos
senderos que se abrieron en el posconcilio es el de pensar la evangelización
como una inculturación del Evangelio. Juan Pablo II impulsó fuertemente esta perspectiva
considerando la inculturación como un “hermoso neologismo” que “expresa
muy bien uno de los componentes del gran misterio de la Encarnación”.[1] Si
buscamos una definición sintética, podemos tomar la expresión del Sínodo de
1985 que entiende a la inculturación como “una íntima transformación de los
auténticos valores culturales por su integración en el cristianismo y la
radicación del cristianismo en todas las culturas humanas”.[2]
Hasta aquí todos de acuerdo. Cuando se trata de la
inculturación como un principio teológico pastoral parecería que todas sus
consecuencias pueden contenerse en consensos de escritorio. Pero este año la
Iglesia está por celebrar un Sínodo sobre los desafíos que presenta la
Amazonía. Se trata una región que debido a la riqueza de sus recursos y el
estado de amenaza en que se encuentra entraña una problemática que es de vital
importancia para el futuro de la humanidad. A esto se suma el hecho de que en
su seno viven comunidades indígenas a las que la Iglesia quiere anunciarles el
Evangelio y que se encuentran en un proceso de inculturación incipiente. El
Sínodo quiere buscar nuevos caminos para profundizar esta misión.
Pasar de una Iglesia para los indígenas a una Iglesia indígena. El cardenal C. Hummes,
relator general del Sínodo, lo explica en una entrevista a La Civiltà Cattolica: “Nosotros, sobre todo a partir de las grandes Conferencias del episcopado
latinoamericano, hemos buscado ser una Iglesia indigenista, que considera a los
indígenas como objeto de pastoral, pero no todavía como protagonistas de la
propia experiencia de fe. Pero esto no basta. Ahora sabemos que debemos dar un
paso más: debemos promover una Iglesia indígena”.[3]
La inculturación engendra historia
Esta coyuntura nos pone ante la posibilidad cierta de que el
planteo de la inculturación tome protagonismo no sólo en el plano de los
principios o de la explicación del pasado sino en la creación de la historia. Como
sabe cualquiera que siga las noticias eclesiales, la reacción a los primeros
trabajos del Sínodo no se ha hecho esperar. Algunas críticas son “las de
siempre”, las que ven demonios conduciendo todos los procesos posconciliares, o
una pluma roja detrás de cada palabra escrita a favor de los pobres. Pero otras
son más serias. Incluso -como un
testimonio del clima de diálogo de este pontificado- algunas proceden de
altos funcionarios de la Iglesia que no temen expresar sus posturas aunque
éstas arrojen sombras sobre posicionamientos del papa Francisco.
Toda crítica bienintencionada merece ser pensada y puesta en
diálogo. No lo hacemos en este caso desde el lugar de quien conoce la
problemática misionera del Amazonas, sino desde la búsqueda de una
profundización de la reflexión teológica sobre la inculturación desde América
Latina. En concreto, sólo queremos detenernos brevemente en una idea: algunas críticas hacen pensar que la
inculturación participa del escándalo de la Encarnación (entiéndase que
estamos en el terreno de las analogías). Bien sabemos los cristianos que
sostener que el mismo Dios Todopoderoso haya asumido la debilidad de la carne
en el seno de María está lleno de consecuencias que resultan difíciles de
digerir. Incluso en nuestro proceso de conversión personal se levantan
permanentemente resistencias interiores frente a las nuevas facetas que nos va
presentando semejante misterio. Tal vez algo análogo suceda en el interior del
cuerpo eclesial cuando se quiere llevar a fondo el planteo de la inculturación
del Evangelio en nuevas culturas y éstas nos muestran un nuevo modo cultural de
ser Iglesia.
La inculturación choca con el eurocentrismo
Un primer escándalo que produce profundizar la
evangelización en clave de inculturación es que dinamita cualquier intento de
eurocentrismo. Reconocer que “ninguna cultura agota el misterio de la redención
de Cristo”[4]
choca con la pretensión de normatividad que a veces presenta el cristianismo de
cuño europeo. Hablamos en este caso, no de Europa como hecho geográfico sino
como fenómeno cultural. Se puede ser culturalmente europeo sin haber pisado el
viejo continente. Para una idea general acerca de qué se entiende por cultura
europea podemos tomar las palabras de Benedicto XVI: “La cultura de Europa nació del encuentro
entre Jerusalén, Atenas y Roma; del encuentro entre la fe en el Dios de Israel,
la razón filosófica de los griegos y el pensamiento jurídico de Roma”.[5] El
llamado “Occidente cristiano”. Sócrates, Cicerón y Jesucristo. Pero también
Descartes, Lutero y Voltaire. Y tantos otros. Es indudable que en esta cultura
la humanidad ha llegado a un alto grado de desarrollo. Incluso en el plano del
pensamiento cristiano se ha logrado una rica profundización de la revelación
que es un tesoro de la Iglesia. Pero este valor eminente no la hace universal
ni le da derecho de presentarse como normativa. Sin embargo, de la mano de sus
innegables logros -y del colonialismo de los últimos siglos-, esta cultura se
ha extendido por todo el mundo exhibiendo una cierta pretensión de
universalidad.
Profundizar procesos de inculturación y reconocer que otros
pueblos puedan ser sujetos creadores de una cultura cristiana llevaría a
“descentrar” culturalmente la Iglesia. Entenderla como un sujeto intercultural la
convertiría en un mosaico donde otras culturas además de la europea tengan
carta de ciudadanía cristiana. No se trata de un rechazo a la cultura europea
sino de sosegar su vocación hegemónica. Eso es algo todavía pendiente y que
Francisco -un papa venido de otro paradigma cultural como es el
latinoamericano- reclama vehementemente. En Evangelii
Gaudium hay todo un apartado sobre el tema bajo el título “Un pueblo con
muchos rostros” (115-118). Allí, a partir del principio de que “la gracia
supone la cultura” fundamenta teológicamente la posibilidad de un cristianismo
pluricultural y reclama enfáticamente: “no
podemos pretender que los pueblos de todos los continentes, al expresar la fe
cristiana, imiten los modos que encontraron los pueblos europeos en un
determinado momento de la historia, porque la fe no puede encerrarse dentro de
los confines de la comprensión y de la expresión de una cultura”.[6]
Esto lleva a pensar que tal vez muchas de las resistencias a
los procesos de cambio que inicia el papa Francisco
tengan que ver con esta interculturalidad que reclama para la Iglesia. Algo así
afirmaba en estos días una intelectual italiana en una entrevista a L´Osservatore Romano. Decía que no
recuerda un papa tan atacado desde adentro de la
Iglesia como ahora y atribuye el fenómeno a “la forma eurocéntrica que el
catolicismo ha tomado y que contradice su vocación universal”.[7]
Según esto, Europa no está preparada para recibir el
modo eclesial de América Latina que representa Francisco. Y debe convertirse.
Un ejemplo claro es la discusión sobre el perfil que
tendrían que tener los sacerdotes de una Iglesia indígena. Hay quienes
consideran insostenible la posibilidad que éstos no lleven en sus alforjas a
San Agustín y Santo Tomás. O se rasgan las vestiduras frente a la idea de que
la Iglesia indígena confiera el orden sagrado a ancianos con familia. Parecería
que consideran más factible comunidades cristianas sin Eucaristía que
introducir novedades en la disciplina de la Iglesia latina. A estos planteos,
el cardenal Hummes les recuerda que el ministro debe ser pensado a partir de la
comunidad: “Muchas veces existe la preocupación de
trasplantar los modelos de los sacerdotes europeos a los eventuales sacerdotes
indígenas. Pero alguien alertaba, con razón, de que hay demasiada preocupación
y prioridad acerca del perfil del ministro ordenado más que de la comunidad que
debe recibir al ministro. Al contrario, la comunidad no es para su ministro,
sino el ministro para su comunidad”.[8] En estas afirmaciones de sentido común
evangélico resuenan las palabras del Maestro: “El sábado ha sido hecho para el
hombre, y no el hombre para el sábado” (Mc 2,27).
La paradoja de una acción inculturada
Otra dificultad que aparece cuando pensamos la
evangelización en clave de inculturación es la que viene de considerar el
principio divino-humano de la acción evangelizadora. El verdadero protagonista
de la inculturación es el Espíritu
Santo. La íntima transformación de
los valores de las culturas, la hace el
Espíritu Santo que es quien transforma los corazones. Esto no hay que perderlo
de vista. A veces en pastoral hablamos más de nuestras acciones que de la
acción de Dios. Nuestro trabajo evangelizador, siempre necesario en esta
economía, es instrumental. Colaboramos “como instrumento de la gracia divina que actúa incesantemente más allá
de toda posible supervisión”.[9] Esto hace que en la acción pastoral con la
que buscamos la inculturación siempre haya una dimensión de misterio que escapa
a nuestro entendimiento y reclama la fe.
Misterio que está llamado a iluminar
una paradoja: queremos transmitir el Evangelio, que “tiene un contenido
transcultural”[10] y que no se identifica con ninguna cultura,[11] pero por otra parte resulta imposible
humanamente transmitir o percibir un mensaje si no tiene un “ropaje cultural”.[12] Nunca se puede separar del todo el mensaje
de su forma cultural. En nuestro anuncio a otras culturas, ¿dónde termina lo
cultural y empieza lo propiamente kerigmático? En el trabajo misionero, ¿dónde
termina lo europeo y comienza lo indígena?, ¿se puede determinar
qué es levadura y qué es harina en la masa? Humanamente es imposible. Como en tantas cosas de la fe, hay que sostener
contemplativamente la paradoja y aceptar que se resuelve en el obrar salvífico
de Dios en la historia.
Cuando Francisco dice que “en la evangelización de nuevas
culturas o de culturas que no han acogido la predicación cristiana, no es
indispensable imponer una determinada forma cultural, por más bella y antigua
que sea, junto con la propuesta del Evangelio”[13]
no está diciendo que se pueda separar en la práctica el mensaje de su forma
cultural. Está pidiendo del misionero un esfuerzo amoroso de abnegación de la
propia cultura para captar lo que el Espíritu está suscitando en este nuevo
medio. Parece difícil que pueda profundizarse un proceso de inculturación sin
un cierto pathos de humildad que
lleve a suspender momentáneamente las propias respuestas y sopesar las ajenas
buscando los brotes del Espíritu en ellas. Esto no significa esconder el
anuncio de Cristo sino una actitud de expectación y confianza frente a la
acción del Espíritu.
Cristo plenifica el “buen vivir” indígena
De aquí se
desprende un tercer aspecto que nos hacen pensar las críticas a una
profundización de la inculturación. Y que viene a hacer un poco de contrapeso
de lo anterior. Se trata de considerar que la inculturación junto con el
respeto de la cultura a evangelizar tiene la vocación de transformarla. La
Iglesia anuncia a Cristo que es quien ofrece una plenitud de vida a todos los
hombres de todos los tiempos. “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en
abundancia” dijo Jesús (Jn 10,10). Los indígenas del Amazonas -con su ancestral
sabiduría- han encontrado un camino de vida abundante en lo que ellos llaman el
“buen vivir”. Como señala el Instrumentum laboris del Sínodo, se trata
de una “comprensión de la vida se caracteriza por la conectividad y armonía de
relaciones entre el agua, el territorio y la naturaleza, la vida comunitaria y
la cultura, Dios y las diversas fuerzas espirituales”.[14]
Una mirada de fe de
los procesos históricos nos sugiere que ha sido el mismo Dios quien los fue
conduciendo por esos caminos de sabiduría (no exento de los tropiezos propios
del pecado). Pero también nos dice que esos caminos están llamados a desembocar
en la plenitud que ofrece Cristo. Un Cristo de rostro indígena, de sabiduría
indígena, que encarna todo “buen vivir” y que les ofrece una comunión de vida que
plenifica y perfecciona ese “buen vivir”. El Dios de Jesucristo tiene una
promesa de vida plena para los pueblos del Amazonas ¡No podemos dejar de
ofrecerla! Pero una opción por la inculturación nos lleva a hacerlo como quien
pisa descalzo en tierra sagrada. Confiando en la fuerza transformadora del
amor. Y sabiendo que los caminos por donde se dará esa plenitud ya los comenzó
el Espíritu
Santo antes de que lleguemos nosotros
y que tal vez estén en gran parte vedados a nuestro pobre entendimiento.
Por último, para ir penetrando este misterio, dejemos
resonar en nuestro espíritu las palabras de San Juan Pablo II en 1987 cuando llamaba a la valentía para recorrer este
camino: “este neologismo encierra una
toma de posición capital para la Iglesia… Ustedes lo saben: la inculturación coloca a la Iglesia en un camino
difícil, pero necesario”.[15]
P. Quique Bianchi, sacerdote de San Nicolás de los arroyos - Buenos Aires
[1] Catechesi tradendae 53.
[2] Asamblea
extraordinaria del 1985, Relación final, II, D, 4. Cf. RM 52.
[3] A. Spadaro, “Hacia el Sínodo para la
Amazonía. Entrevista al cardenal Cláudio Hummes” [en línea] https://www.civiltacattolica-ib.com/hacia-el-sinodo-para-la-amazonia/
[4] EG 118.
[5] Benedicto XVI, Visita al Parlamento Federal, Berlín, 22/09/2011 [en línea] http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/speeches/2011/september/documents/hf_ben-xvi_spe_20110922_reichstag-berlin.html
[6] EG 118.
[7] “La logica paradossale del Vangelo
in risposta al rischio della disumanità. Intervista a Chiara Giaccardi”,
15/7/19 [en línea] http://www.osservatoreromano.va/it/news/la-logica-paradossale-del-vangelo-risposta-al-risc
[9] EG 112.
[10] EG 117.
[11] Cf. íbid.
[12] Íbid.
[13] Íbid.
[14] Instrumentum
laboris de la Asamblea Especial para la Región Panamazónica del Sínodo de los
Obispos, 13.
[15] Discurso del Santo Padre Juan Pablo II a la
Asamblea plenaria del Consejo Pontificio para la cultura, 17/1/1987 [en
línea] https://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/speeches/1987/january/documents/hf_jp-ii_spe_19870117_pont-cons-cultura.html
Otros artículos sobre el Sínodo de la Amazonía:
"El Sínodo Amazónico" - Un nuevo sínodo, preguntas y respuestas
Otras publicaciones del Padre Bianchi en este blog:
"Sangre de mártires riojanos, semilla de unidad de los argentinos"
"Fui homeless y me echaste de tus ciudades"
"Apuntes para una recepción eclesial de los martirios de Romero y Angelelli"
Angelelli: ¿qué significa martirio “en odio de la fe”?
"Los pobres nos salvan"
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