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jueves, 1 de agosto de 2019

¿POR QUÉ CREO EN DIOS? - P. Sergio Romera




H
ace unos días, al terminar la última misa en uno de los pueblos de las Hurdes (Extremadura, España), al salir de la iglesia se me acercó un joven español de unos 24 años aproximadamente. Había estado presente durante la celebración en uno de los últimos bancos del templo. David, un tanto dubitativo y con cara de nerviosillo me dijo: “Disculpe Padre ¿le puedo hacer una pregunta?”. Por supuesto, le dije. De forma concisa y lacónica David replicó: “Usted Padre, ¿por qué cree en Dios?”. Inmediatamente, y por poco a borbotones, pensé en darle las usuales respuestas y las típicas razones que los cristianos solemos dar casi por inercia desde una estúpida actitud apologética. Pero en ese mismo instante, la pregunta de David que podía parecer superflua e ingenua, caló tan hondo en mí que se transformó en un interrogante sumamente profundo y extremadamente delicado. No es mi intención relatar el largo diálogo que tuvimos con David con la sola mediación de un par de cañas en el bar del pueblo. Pero sí quisiera responderme a mí mismo esta fontal pregunta que muchas veces nos hacen y que pocas veces, con seriedad y absoluta honestidad, somos capaces de hacernos a nosotros mismos.
Creo que la mayoría de las veces quienes nos decimos ser cristianos estamos tan convencidos de nuestra fe que ni siquiera nos tomamos el trabajo de cuestionar o al menos de pensar lo que creemos. Hacemos de la fe y de Dios algo que defender, justificar y demostrar olvidándonos que en realidad Dios es alguien al que más que demostrar en su existencia debemos mostrar que es capaz de ser creíble. Más que demostrar la existencia de Dios estoy convencido que lo realmente importante es mostrar que Dios es alguien verdaderamente creíble. Esto fue lo primero que David con su pregunta me enseñó. Aun cuando aparentemente no se cree, o se está lejos de Dios y de la religión, e incluso cuando la crítica va dirigida a lo estrictamente eclesiástico, la pregunta por Dios sigue siempre latente y patente en el corazón del hombre, incluso, en el más reo, ateo y renegado. Ahora bien, como en una suerte de acto de sincericidio me atrevo a preguntarme: “A ver Sergio, ¿por qué crees en Dios?”. Esta pregunta me tuvo a tras perder varios días rondándome por mi cabeza. Pero finalmente, esta vez no a borbotones ni por inercia, sino con reposo y con mesura, hoy puedo decir que son varias las razones por las que creo y me entrego a Dios. ¿Cuáles?

En primer lugar creo en Dios porque hay no creyentes. Pues sí, porque hay, hubo y habrá siempre gente que libre y deliberadamente no cree y no quiere creer. Esto me enseña que la afirmación de Dios no es coactiva, no fuerza ni obliga, solo es posible en el más radical y soberano ejercicio de la libertad. Pensar en esto me genera una profunda serenidad: saber que mi confesión de fe es una opción personal, un acto de libertad, un auténtico acto humano y que no podría resistir ni por un segundo la idea de un Dios que se impone, infringe y obliga. Por ello una vez más agradezco a los que no tienen fe, porque son ellos quienes me enseñan que la fe es el fruto maduro de mi libertad que puede entregarse a un Dios que pese a todo siempre respeta mi condición creatural y mi decisión en la libertad. Si Dios me obligase a creer, ciertamente sería el primero y el más empedernido de los ateos.

Otra de las razones que descubro es aquella realidad que muchas veces no vemos (o que no queremos ver) los que nos decimos ser creyentes. Pienso que todo creyente lleva en el hondón más profundo de su ser un “no creyente”. Dicho de otro modo, aunque creo y me entrego a Dios, muchas veces experimento la duda, la sospecha, la inquietud y hasta el enojo con Dios. Francamente ¿quién no ha tenido esta experiencia? ¿Quién de los cristianos tiene la osadía y el coraje de reconocerlo? Descubro que aun siendo creyente hay en mí un “no creyente”. Esto que seguramente para algunos es falta de fe o para otros un pecado mortal, para mí es una gracia, más aún, creo que es un signo de madurez y una oportunidad kairológica (momento favorable, tiempo de Dios) para confrontarnos con Dios y consigo mismo. ¿Qué creyente no se ha preguntado alguna vez si realmente Dios está, si Dios escucha, si Dios actúa? Hasta el más santo de los santos tuvo siempre esta noche oscura de la duda y la incertidumbre de la fe. Por eso, creo que la duda y la fe hacen honor tanto a la realidad de Dios como a nuestra frágil condición humana. Dios respeta nuestra libertad hasta el extremo de poderla negar. Por ello la debilidad humana no es una vergüenza, es una realidad que nos permite abrirnos con sinceridad a la gracia de Dios y a uno mismo. La debilidad y el pecado lejos de ser reprimidos deben ser afrontados si es que queremos que nuestra fe sea verdadera, real y honesta.

Otra lección y una especial razón de mi fe la encuentro nuevamente en quienes no creen. Pienso que a menudo los no creyentes son más exigentes que los que nos decimos ser cristianos. Aunque ciertamente no creen, esto no les impide tener una idea mucha más elevada de Dios que el común de los creyentes. Esto se puede corroborar, por ejemplo, ante la evidente y patente realidad del mal. Mientras que los cristianos, especialistas en apología, sin atinar a pensar ni una pisca sobre este misterio defienden ciegamente a Dios, los no creyentes prefieren pensar en un Dios tan grande que es imposible que exista ante tanto sufrimiento, dolor y pasión. Queridos amigos ¡una vez más los ateos del mundo nos enseñan e interpelan! Los cristianos vivimos preocupados por la existencia de Dios sin más. Los no creyentes se preocupan y se preguntan por lo realmente esencial: ¿cuál es la naturaleza de Dios? ¿Cómo es Dios? ¿Dónde está Dios? Estoy convencido que ya es tiempo que nos despojemos de las especulaciones escolásticas que no interesan a nadie, que nos liberemos de una apología barata, que nos desprendamos de la estúpida obsesión por justificar la existencia de Dios y que de una vez por todas los cristianos nos ocupemos del Dios que es Alguien, y que como Alguien es creíble, y que por ser creíble existe. Esto me hace pensar que los cristianos muchas veces tenemos una idea de Dios un tanto perezosa y que los no creyentes son mucho más exigentes y coherentes. Por eso, más que “demostraciones” de la existencia de Dios, lo que nos exige el no creyente es que le “mostremos” en qué Dios creemos. Dios es realmente creíble pero tristemente reducido a mera existencia. ¿De qué sirve al no creyente la existencia de Dios si solo se comprueba la existencia de alguien que nada hace frente al dolor? Si Dios existe así ¿puede ser creíble? Pues yo creo que no. Sin embargo, si confieso a Dios en su ser de amor y de misericordia, si irradio su ternura y compasión, si asumimos nuestras fragilidades con sinceridad de corazón, nuestra vida se hace más humana y verdadera, y a su vez, traslucimos un Dios que existe, pero porque es creíble.

Otra de las razones por las que creo en Dios es porque me ofrece el más puro y verdadero humanismo. La historia es testigo de cómo los cristianos hemos manipulado y reducido la idea de Dios. Mientras que algunos hablaban de un Dios Semper maior, trascendente, inaccesible, impenetrable, otros proclaman una filantropía que hacen del hombre el único Dios y del mundo el único cielo. Por supuesto que ambos extremos son inadmisibles, sin embargo, es aquí donde se reconoce que en Dios los extremos se tocan, se rozan y se abrazan. Es aquí donde el cristianismo se presenta como la religión que es a la vez afirmación radical de Dios y afirmación radical del hombre. Por ello creo en el Dios cristiano: Cristo se entregó a Dios y se entregó a los hombres; totalmente filial y trascendente, plenamente humano y fraterno; apasionado por la causa de Dios y apasionado por la cusa de los hombres. Con este doble y paradójico apasionamiento de Cristo, el cristianismo me dice que no son realidades absolutamente contradictorias sino que cada una remite a la otra y la respalda. Esta es para mí una intuición y una realidad tan maravillosa que causa en mí una razón para creer en Dios, pero no en cualquier Dios, sino en el Dios cristiano.

Queridos amigos, estas son algunas de las razones que hoy descubro en mi corazón y por las cuales creo en Dios. Con el correr del tiempo indudablemente iré descubriendo otras. Seguramente habrá otro David que Dios ponga en mi camino. Pero hoy estoy convencido que la fe, cual fuego encendido que emerge desde la oscuridad, surge paradójicamente también desde el fuego ardiente de los que no creen. Por ello le doy gracias al Dios vivo y creíble que es capaz de arrancar de la más profunda de mis oscuridades el esplendor de la luz de la fe. Y por supuesto, le doy las gracias a David, quien desde su incrédula fe avivó y despertó mi fe incrédula.


Padre Sergio Romera Maldonado

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1 comentario:

  1. Si te gustó este texto, te recomiendo esta exposición del mismo autor, sobre "Cristología", allí profundiza este artículo: https://www.youtube.com/watch?v=k6QaN0UQpFQ&feature=youtu.be

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