SOBRE PENTECOSTÉS Y LA LABOR DEL CATEQUISTA, HABLÓ MONS. ANGELELLI (1)
El obispo diocesano, monseñor Enrique
Angelelli, dedicó la homilía de la misa radial de ayer a destacar la significación
del día de Pentecostés en que se conmemora la venida del Espíritu Santo sobre
la Iglesia. A la vez, por ser iglesia misionera por naturaleza, instó a los
hombres y mujeres de toda la diócesis que sientan el llamado de Cristo a ser
catequistas en el medio en que actúan.
Comenzó citando el Libro de los Hechos de
los Apóstoles: “Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés (50
días después de Pascua). De repente, un ruido del cielo, como de un viento
recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas
lenguas, como llamaradas, que se repartían posándose encima de cada uno. Se
llenaron todos del Espíritu Santo
y empezaron a hablar en lenguas extranjeras,
cada uno en la lengua que el Espíritu Santo les sugería…María estaba con los
discípulos…”.
“En este día - prosiguió Angelelli -
queremos hacer, como la Iglesia de Cristo permanentemente asistida y
rejuvenecida por la presencia viva del Espíritu Santo, este acto de fe
recitando el artículo del Credo que hemos aprendido desde niños: Creo en la
Iglesia, Una, Santa, Católica y Apostólica. Y era impulsada y movida por el
Espíritu Santo la confesión que hacía una mujer de nuestro pueblo antes de
morir: ‘como madre que he engendrado a mis hijos, le pido a Cristo perdón por
los posibles pecados de ellos, sí en la vida que llevan hubiesen ofendido e
injuriado alguna vez a la Iglesia, que es también Madre de ellos…pido esto
antes de morir a mi Madre la Iglesia; y les pido a ellos que siempre les sean fieles…’. Confesar nuestra
fe en la Iglesia, como lo hacía esta mujer antes de morir, es hacer nuestra
confesión pública en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. La Iglesia es una obra
estupenda de la Santísima Trinidad. Allí tiene su origen. Por eso, al pretender
entenderla y comprenderla con las solas luces de la razón y equipararla a
cualquier sociedad humana, corremos el riesgo de no comprender este regalo y
misterio de Dios. Por eso, decimos: Creo en la Iglesia, Una, Santa, Católica y
Apostólica”.
“Y cuando en el año 1962 los sucesores de
los apóstoles que son los obispos, veníamos de todas las regiones de la Tierra
con nuestra lengua, historia y raza, traíamos las esperanzas y los sufrimientos
de cada pueblo, región y continente y junto a la tumba de Pedro recitábamos el
Credo y el Padre Nuestro y celebrábamos la misma Eucaristía - explicó enseguida
- vivíamos un Pentecostés de la Iglesia y entregábamos al mundo la
gran esperanza y respuesta a los más acuciantes problemas. Esto sucedía en el
Concilio Vaticano Segundo. Y cuando Pablo VI peregrinó a las Naciones Unidas y
en medio de esa gran asamblea de responsables de pueblos y razas, anunciaba el
Mensaje de la Paz como fruto del Evangelio de Cristo, era hacer presente la
presencia viva del Espíritu Santo por su muerte y resurrección. Pentecostés es
el fruto de la Pascua”.
Más adelante puntualizó que, “por obra del
Espíritu Santo, Dios se hizo hombre, tomando un nombre y se llamó Jesucristo. Y
por obra de este mismo Espíritu Santo sigue encarnándose en la pobre carne
humana. Por eso, a Dios se lo encuentra y a Dios se lo ha de amar en la carne
de los hombres. Sólo así se entiende aquellos de San Juan: ‘Quien dice amar a
Dios que no ve, y no ama a su hermano a quien ve, es un
mentiroso...”.
La Iglesia misionera
Indicó enseguida que “este Pentecostés nos
debe hacer reflexionar muy seriamente en esa cualidad fundamental que tiene la
Iglesia. Ella nació misionera. Nuestra Diócesis de La Rioja será más fiel
al Espíritu Santo si vivimos esta exigencia: somos misioneros todos los
cristianos. Esto supone asumir una tarea recibida por Cristo y animada y
asistida por el Espíritu Santo: ‘Así como mi Padre me envió, así Yo envío a
ustedes…’. ‘Vayan por el mundo a predicar el Evangelio a toda criatura…’. Tener
la fuerza y la gracia para cumplir esta tarea, es obra del Espíritu Santo. No
solamente los sacerdotes y las religiosas tienen la misión de anunciar el
Evangelio; la tienen todos los hombres cualquiera sea su condición”.
Pentecostés y el Año Santo
Expresó luego que “este Pentecostés nos
invita también a repensar nuevamente todo lo que nos exige el Año Santo. Porque
hablar de ‘año de la reconciliación’ es hablar de la obra que el Espíritu Santo
realiza en nosotros. En el bautismo se nos convirtió en templos vivos del
Espíritu Santo. Toda la comunidad cristiana es comunidad de testigos de las
‘maravillas’ que obra el Espíritu Santo en los hombres. Sólo así podemos
entender lo que diariamente recogemos de personas de corazón sencillo y recto
que, con el testimonio de sus palabras, nos están diciendo que en ellas hay una
presencia viva de Dios”.
En la parte final de la homilía, el obispo
expresó: “Decíamos que la Iglesia es, por naturaleza, misionera. Por eso hoy,
día de Pentecostés, quiero hacer el mismo gesto que hizo Cristo a sus
apóstoles. Lo quiero hacer especialmente con todos los catequistas de la
diócesis. Hermanos catequistas, Cristo los ha llamado a cumplir una misión muy
grande: anunciar el Evangelio a sus hermanos. Esos hermanos son, concretamente, los niños
que preparan para la comunión o la confirmación. Son los grupos que ayudan a
reflexionar juntos el Evangelio. Son ustedes, hermanas maestras de pueblos,
personas mayores o jóvenes, mujeres u hombres que sienten vivamente este
llamado de Cristo para ser catequistas en el medio donde se encuentran. Reciban
en nombre de Cristo, oficialmente, esta misión que el Obispo les confía en la
diócesis. Les pido a los párrocos o a quienes presiden comunidades que hagan
algún gesto concreto donde se destaque esta misión de ser catequista en la
propia comunidad.
Que María nos ayude a vivir en la vida de
Pentecostés”.
1 El
texto de esta homilía corresponde al publicado en el diario El Independiente,
lunes 3 de junio de 1974
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