El viernes pasado celebrábamos la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús.
Esta fiesta,
como la fiesta del domingo pasado, que era la del Padre, la sentimos también
muy cercana a nosotros, casi como si la tocáramos con las manos. El Corazón del
Hombre-Dios, Cristo que se manifiesta a los hombres, con toda la profundidad
que significa el “corazón” en el hombre. Por esta puerta del corazón de Cristo,
comprendemos mejor a Dios: Padre Hijo y Espíritu Santo; a la Iglesia, que nace
de ese Corazón del Hijo de Dios como la gran respuesta a los hombres que nos da
nuestro Padre Dios. Por esta puerta del Corazón de Cristo comprendemos mejor el
amor y el dolor de los hombres; comprendemos a los mártires
y a los limpios de corazón; a los que padecen persecución por la justicia y a
los misericordiosos; a los mansos de corazón y a los que lloran; al “establecido”
en la vida y al que vive en actitud de servicio para los demás; comprendemos
mejor la vida y el esfuerzo de un pueblo y los obstáculos que encontramos en el
camino. Por esta puerta del Corazón de Cristo, comprendemos mejor la
determinación del “hijo pródigo”, el abrazo del padre y la insensibilidad del
hijo mayor; comprendemos mejor a los chicos que mueren de hambre cada día en el
mundo y a los que les sobra de todo, menos la verdadera felicidad que no la han
encontrado aún. Comprendemos a lo que son soberbios, egoístas y a los que son
sencillos, rectos, honestos y sinceros.
Porque dice el texto del evangelio de Mateo: “...te doy gracias, Padre, Señor de cielos y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos de este mundo y se las has revelado a la gente sencilla...”; “...vengan todos los que están cansados que los aliviaré... aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón...”. Y Pablo nos dice en su carta a los gálatas que: “...Cristo habite por la fe en vuestros corazones; que el amor sea vuestra raíz y vuestro fundamento y así, con todo el pueblo de Dios, lograrán abarcar todo o ancho y lo largo y lo profundo, que es el amor cristiano. Así llegarán a la plenitud de la vida...”.
Porque el “corazón” dicen los antiguos, es el símbolo de lo profundo. Tener corazón, equivale para el hombre antiguo, ser una persona integrada; una persona profunda y a la vez cercana; entrañable y comprensiva; capaz de sentir emociones ante el dolor o la alegría y a la vez ir al fondo de las cosas y de los acontecimientos. Una persona con corazón no es la persona dominada por el sentimentalismo sino la que ha alcanzado la unidad, el equilibrio de la madurez que le permite ser objetivo y cordial; lúcido y apasionado; instintivo y racional; la que nunca es fría y calculadora sino siempre cordial; nunca ciega sino realista.
Jesús, el Hijo de Dios es también verdaderamente Hombre. Su corazón no es de piedra sino de carne, como dice el profeta Ezequiel. El es el AMOR HECHO CARNE; es el Amor que se juega por sus amigos, los hombres hasta las últimas consecuencias: MORIR EN UNA CRUZ y darles desde esa Cruz la VIDA con su resurrección. Por esta puerta del Corazón de Cristo comprendemos mejor qué es y supone la FE CRISTIANA; comprendemos mejor que exige de todos nosotros nuestra condición de cristianos. Por la gracia de Dios, hemos hecho una opción en la vida que la cambia radicalmente. Hace de cada uno de nosotros y de un pueblo, un hombre nuevo y un pueblo nuevo. Esa opción la hicimos el día de nuestro bautismo. Porque desde esta puerta del Corazón de Cristo, comprendemos mejor la “reconciliación” de la que tanto hablamos en este año santo, porque no es otra cosa que lo siguiente: volver a nuestro Padre Dios que nos ama y servir a Cristo que vive en los hombres; es expresar a los ojos de los hombres el rostro de Cristo que nos ha cambiado por la vida nueva que se nos entregó en el bautismo.
Es preciso volver a la esencia de lo cristiano: “amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu y a tu prójimo como a ti mismo...”. Prójimo es todo aquel que Dios ha puesto en mi camino y espera de mí la entrega de mi tiempo y mi esperanza; la donación de mi vida y de mis talentos; la comunicación de Cristo que he descubierto en mi vida; el Cristo que me dio sentido a la vida y a la felicidad porque cambió interiormente mi vida. Y si nosotros los cristianos volcamos nuestra reflexión en el Corazón de Cristo, no buscamos quedarnos en una piedad de puro sentimentalismo, ajena a la realidad de la vida de cada uno de nosotros y de la vida muy concreta de nuestro pueblo riojano. Queremos purificar nuestro corazón y nuestra mirada para ser fieles servidores los unos de los otros. Queremos y debemos vivir con sencillez el sermón de la montaña, comunicándole a nuestro pueblo la fecundidad de las bienaventuranzas, aprendiendo a vivirlas juntos. Aquí, nuevamente queremos ratificar y reafirmar nuestra opción pastoral hecha desde el pueblo con el contenido y la sabiduría de las bienaventuranzas. Porque cuando profundizamos el alma de nuestro pueblo, descubrimos mejor que las bienaventuranzas se han venido haciendo carne en el pueblo riojano y constituye un estilo de vida. Por eso sigamos profundizando todo esto en las celebraciones patronales y en los encuentros comunitarios. Lo repito una vez más, los encuentros de pueblos que permanentemente se vienen realizando en cada patronal, constituye como un tesoro escondido que reclama desentrañar todo su contenido evangélico para llevarnos a un compromiso cada vez mayor para construir la Rioja que todos soñamos. Todo el año está jalonado de encuentros de pueblos. Cada semana celebramos un acontecimiento que nos llena de alegría y es una ocasión para encontrarnos fraternalmente. No le restemos importancia ni los improvisemos. Démosle toda la profundidad que reclaman. De cada fiesta patronal debe surgir un pueblo más unido; hogares más felices; iniciativas de esfuerzos comunes; necesidad de conocer y vivir mejor la fe que recibimos en nuestro bautismo.
Dentro de pocos días daremos comienzo a la Novena de San Nicolás en nuestro Santuario. Este año lo dedicaremos a reflexionar sobre estos tres temas: AÑO SANTO - EVANGELIZACIÓN - EUCARISTÍA. Hoy, más que nunca necesitamos hacer un alto en el camino, como pueblo, junto a nuestro patrono, San Nicolás; y examinar la marcha que llevamos en estos seis meses desde nuestro Encuentro de diciembre. Estos temas elegidos están estrechamente unidos a nuestra realidad riojana y guardan fidelidad con nuestra opción pastoral. TODOS necesitamos ser evangelizados, es decir: preguntarnos de nuevo esto: ¿por qué soy cristiano?, ¿qué me exige, hoy, ser cristiano?, ¿qué esperan los otros de mí, como cristiano?. Necesitamos sentir y realizar la gran reconciliación personal y como pueblo, con Dios, Nuestro Padre y entre nosotros, riojanos. Necesitamos descubrir mejor y vivir más la Eucaristía, que es el signo y la realidad viviente del AMOR DE CRISTO.
La Misa no
es sólo para que la celebremos por nuestros queridos difuntos sino para que en
cada misa celebremos la vida y el amor fraterno, como pueblo; ofreciéndole a
nuestro Padre Dios, por Jesucristo, vivo y presente en la Mesa del Altar toda
nuestra vida personal, la vida que llevamos como pueblo y toda la creación. Ofrecerle en
cada misa que celebramos, nuestra Rioja. Para celebrar la misa, necesitamos
ser y vivir como hermanos; a la vez, la Eucaristía o la Misa nos da fuerzas y
nos lanza a construir una comunidad de hermanos. Nos hace más creativos; nos
hace más unidos; nos hace más libres y justos; nos hace más comprometidos con
el esfuerzo de los demás. Un pueblo reconciliado, reevangelizado y eucarístico
es un pueblo que construye su propio destino con envergadura de protagonista y
consciente de todo lo que supone liberar y liberarnos de todo lo que impide ser
feliz.
Comprenderán, entonces, que si un pueblo reflexiona sobre estos tres temas: Año Santo. Evangelización y Eucaristía, no es para marginarnos ni despreocuparnos del proceso que vive la Rioja. Por tanto no cerramos los ojos ante los problemas y situaciones dolorosas de nuestro pueblo a quien debemos servir con nuestro ministerio pastoral. Seguimos creyendo firmemente y esperando serenamente, hechos y acontecimientos, en nuestro pueblo, que son anuncios de cómo Nuestro Padre Dios bendice a La Rioja en este Año Santo. Pidámosle a Él, que nos haga descubrir su presencia y cómo cuida de su pueblo.
Monseñor Angelelli, 23 de junio de 1974
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