Fiesta de Todos los Santos
Mis buenos hermanos y amigos:
Nuevamente nos encontramos
espiritualmente unidos en esta Misa Radial de los domingos.
Dos celebraciones de un profundo sentido nos
llevan a la meditación y a la reflexión personal y comunitaria HOY: la Fiesta
de Todos los Santos, mañana la conmemoración de todos los Fieles difuntos.
Los Santos ya son glorificados contemplando a
Dios Uno y Trino, tal cual es y con gran piedad en la Iglesia el recuerdo de
los difuntos ofreciendo sufragio por ellos, porque es santo y saludable el
pensamiento de orar por los difuntos para que queden libres de sus pecados (2
Mac. 12).
Nosotros, la Iglesia de los Peregrinos en unión
con los hermanos que durmieron en la paz de Cristo, de ninguna manera se
interrumpe, antes bien se fortalece con la comunicación de los bienes
espirituales.
Quienes aún peregrinamos y quienes ya duermen la
paz del Señor formamos la única Iglesia de Jesucristo, cantando el mismo himno de gloria a
nuestro Padre de los cielos.
Solamente están separados del Cuerpo de Cristo, que es la
Iglesia, quienes, en el momento supremo de pasar del tiempo a la eternidad,
recayeron sobre ellos la condenación eterna. Unos son los BENDITOS del Padre y
lo otros los malditos. Verdades de ayer de hoy y de siempre que nos llevan a
una reflexión muy seria y a pensar en nuestra propia vida.
Los pasajes de las Sagradas Escrituras que
acabamos de escuchar, nos enseñan que no tenemos ciudad permanente y definitiva
aquí en la tierra. El Pueblo de Dios es un pueblo en marcha que peregrina hasta
el encuentro definitivo con Dios en la eternidad. Juan nos habla de una innumerable muchedumbre de
marcados y sellados con el sello de Dios que son llamados a cantar eternamente
la Gloria del Padre de los cielos. Juan en su carta nos dice que somos los
hijos de Dios; los hombres de la Esperanza y en el Evangelio de San Mateo,
Jesús nos enseña las condiciones y los criterios para la vida que nos lleva a
ser contados entre los santos y marcados para gozar de la vista y presencia del
Señor.
Amigos, el llamado Sermón de la Montaña, nos debe
hacer pensar a todos, cómo examinar nuestra vida y nuestra conducta. Si dijimos
que no tenemos ciudad permanente, también es verdad que el Reino de Dios ya ha
comenzado en la Tierra, que estamos llamados a una permanente conversión
personal. A examinar nuestras actitudes, nuestros procederes, nuestra conducta
personal, privada y pública. Examinarnos en nuestra vida de FE, examinarnos
como hombre de Esperanza y examinarnos en el mandamiento Grande que es la
CARIDAD o el AMOR a Dios y a nuestros hermanos. Seremos juzgados por las obras de Misericordias
materiales y espirituales. Venid benditos de mí Padre, id malditos a fuego eterno. Cada uno de
nosotros seremos juzgados según los dones que se nos ha dado y según las
responsabilidades que tuvimos en la vida. Si los tiempos en que vivimos son
difíciles, como tantas veces se ha dicho, sepamos descubrir en la vida diaria
la Voluntad de Dios, su Presencia y su Voz, para no equivocarnos.
Hermanos cristianos somos hijos de la luz, no
sembremos tinieblas. Brille en cada uno de vosotros la luz de vuestras buenas
obras de manera que quienes nos ven glorifiquen al Padre de los cielos. Si en este momento nos encontráramos en el
momento supremo de la muerte, para presentarle al Señor los años de nuestra
vida, pocos o muchos no importa, ¿tendríamos paz en nuestra conciencia para
presentarnos al Señor? ¿Seríamos los señalados para ser llamados Venid Benditos
de mi Padre al gozo eterno?
¿La muerte sería para cada uno de nosotros el
paso a la vida que no tiene término?
Este examen lo debo hacer yo como Obispo con la
gravísima responsabilidad de guiar esta diócesis, mis hermanos sacerdotes, las
religiosas, ustedes laicos asociados o no, cristianos llamados a ser fermentos,
luz y sal en la sociedad en que vivimos Ustedes amigos que, por circunstancias
de la vida, no creen o viven una aguda crisis de Fe, no se han planteado el sentido
de la vida y de la muerte. Los invito a que lo hagan, vale la pena hacerlo,
porque está en juego el sentido de la propia existencia.
Es verdad que hoy
vivimos horas de desorientación, confusión y manoseo de las cosas y personas. Comprendiendo
el dolor y la angustia que todo esto trae consigo, sin embargo, permítanme que
los llame a la reflexión. Si la Iglesia vive el tiempo de la purificación y de
la búsqueda para adecuarnos mejor a los tiempos cambiantes en todos los órdenes
no cubramos la propia ignorancia, la falta de decisión a la conversión de la
vida, la actitud cerrada y poco cristiana a saber acoger al hermano, la
insensibilidad frente al dolor ajeno, con actitudes de custodios de la doctrina
cristiana, el manoseo al orden sacerdotal, el desprecio por el Magisterio de la
Iglesia, universal o local, de quienes puestos por el Espíritu Santo están
destinados a ser pastores de la Iglesia de Dios. No desconocemos, debidamente
fundamentados, de la campaña sistemática que se viene haciendo en nuestra
Patria para desprestigiar a la Iglesia, confundir a nuestro pueblo y dividir a
pastores y fieles, sacerdotes y pueblo.
La meditación de la fiesta de nuestros hermanos
que ya han llegado al término del camino de la vida de esta tierra, nos
fortalece a que no renunciemos a las exigencias del cumplimiento de la delicadísima
misión pastoral.
Si en todos los santos contemplamos a hermanos
que han realizado la pascua del Señor en sus propias vidas, que significa la
gran liberación del pecado y de toda atadura de pecado, aunque el precio
exigido sea el sufrimiento, no renunciaremos a ser fieles a Jesucristo y al
hombre concreto de nuestro Pueblo a quién tenemos que anunciarle
permanentemente el Evangelio. Esta actitud no significa otra cosa sino ser
fieles, a lo que la hora en que vivimos nos reclama y esto desde nuestra
competencia irrenunciable como pastores de la Iglesia.
Porque tenemos puesta nuestra mirada en esa
innumerable muchedumbre de santos que unidos a Cristo cantan eternamente la
gloria de Dios Padre, pedimos insistentemente la luz y la fortaleza del
Espíritu Santo, para caminar junto a nuestro pueblo y con nuestro pueblo, no
buscando poder humano alguno, sino ser servidores de los hombres, sin atadura
alguna, por encima de grupos y de intereses particulares, sin atadura interior
que la sola que viene de Dios, para ayudar a todos con la luz y con la gracia
de Jesucristo e invitando a todo hombre de corazón recto a ser servidor de su
hermano, deponiendo toda actitud que separe, ahonde la incomunicación entre los
hombres, divida o sea sembrador de desorientación. No amemos solamente de
palabra sino de obra dice el Apóstol Pablo.
Mons. Enrique Angelelli.
Misas Radiales. Editorial
Tiempo Latinoamericano, Córdoba. Tomo 1,
Pág. 84 a
86 s
La Rioja, 1 de Noviembre de 1970
Mons. Enrique Angelelli, el Pbro. Gabriel Longueville, el Fray Carlos de Dios Murias ofm Conv y el laico Wenceslao Pedernera, serán beatificados el próximo 27 de Abril en la provincia de La Rioja - Argentina
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