En estos últimos meses se ha
generado un debate en la sociedad Argentina sobre la reforma a Ley 26.150 (Sancionada:
Octubre 4 de 2006 y Promulgada: Octubre 23 de 2006), la misma propone un
programa nacional de Educación Sexual Integral.
En este debate se ha creado un “mito”
que afirma que la Iglesia se opone a la Educación Sexual Integral, pero a continuación
podrán leer que la Iglesia siempre se manifestó a favor de la Educación Sexual
afirmando que la misma debe ser Integral y progresiva (Se citan párrafos de
algunos documentos desde el año 1965 incluyendo también la publicación de la
Conferencia Episcopal Argentina realizada el 3 de Octubre del corriente año
bajo el titulo “Si a la Educación Sexual”)
Hay que ayudar, pues, a los niños y a los adolescentes, teniendo en
cuenta el progreso de la psicología, de la pedagogía y de la didáctica, para
desarrollar armónicamente sus condiciones físicas, morales e intelectuales, a
fin de que adquieran gradualmente un sentido más perfecto de la responsabilidad
en la cultura ordenada y activa de la propia vida y en la búsqueda de la
verdadera libertad, superando los obstáculos con valor y constancia de alma.
Hay que iniciarlos, conforme avanza su edad, en una positiva y prudente
educación sexual. Hay que prepararlos, además, para la participación en la vida
social, de forma que, bien instruidos con los medios necesarios y oportunos,
puedan participar activamente en los diversos grupos de la sociedad humana,
estén dispuestos para el diálogo con los otros y presten su fructuosa
colaboración gustosamente a la consecución del bien común. (N° 1 GRAVISSIMUM
EDUCATIONIS, Concilio Vaticano II 1965)
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La educación para el
amor como don de sí mismo constituye también la premisa indispensable para los
padres, llamados a ofrecer a los hijos una educación sexual clara y delicada.
Ante una cultura que «banaliza» en gran parte la sexualidad humana, porque la
interpreta y la vive de manera reductiva y empobrecida, relacionándola únicamente
con el cuerpo y el placer egoísta, el servicio educativo de los padres debe
basarse sobre una cultura sexual que sea verdadera y plenamente personal. En
efecto, la sexualidad es una riqueza de toda la persona —cuerpo, sentimiento y
espíritu— y manifiesta su significado íntimo al llevar la persona hacia el don
de sí misma en el amor.
La educación sexual,
derecho y deber fundamental de los padres, debe realizarse siempre bajo su
dirección solícita, tanto en casa como en los centros educativos elegidos y controlados
por ellos. En este sentido la Iglesia reafirma la ley de la subsidiaridad, que
la escuela tiene que observar cuando coopera en la educación sexual, situándose
en el espíritu mismo que anima a los padres.
En este contexto es del
todo irrenunciable la educación para la castidad, como virtud que desarrolla la
auténtica madurez de la persona y la hace capaz de respetar y promover el
«significado esponsal» del cuerpo. Más aún, los padres cristianos reserven una
atención y cuidado especial —discerniendo los signos de la llamada de Dios— a
la educación para la virginidad, como forma suprema del don de uno mismo que
constituye el sentido mismo de la sexualidad humana.
Por los vínculos
estrechos que hay entre la dimensión sexual de la persona y sus valores éticos,
esta educación debe llevar a los hijos a conocer y estimar las normas morales
como garantía necesaria y preciosa para un crecimiento personal y responsable
en la sexualidad humana.
Por esto la Iglesia se
opone firmemente a un sistema de información sexual separado de los principios
morales y tan frecuentemente difundido, el cual no sería más que una
introducción a la experiencia del placer y un estímulo que lleva a perder la
serenidad, abriendo el camino al vicio desde los años de la inocencia. (N° 37 FAMILIARIS CONSORTIO, Juan Pablo II,
1981)
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ORIENTACIONES EDUCATIVAS
SOBRE EL AMOR HUMANO, Pautas de educación sexual, 1983 (Sagrada Congregación para la Educación
Católica):
54. Las dificultades que la
educación sexual encuentra a menudo en el seno de la familia, requieren una
mayor atención por parte de la comunidad cristiana y, en particular de los
sacerdotes, para lograr la educación de los bautizados. En este campo están
llamados a cooperar con la familia, la escuela católica, la parroquia y otras
instituciones eclesiales.
63. Una sólida preparación catequística de los
adultos, sobre el amor humano, pone las bases para la educación sexual de los
niños. Así se asegura la posesión de la madurez humana iluminada por la
fe, que será decisiva en el diálogo que los adultos deben establecer con las nuevas
generaciones. Además de las indicaciones concernientes a los métodos a usarse,
dicha catequesis favorecerá un oportuno cambio de ideas sobre problemas
particulares, hará conocer mejor el material a utilizar y permitirá eventuales
encuentros con expertos, cuya colaboración podría ser particularmente útil en
los casos difíciles.
67. Hay que destacar, además, que por la misma
evolución tecnológica se hace menos fácil el realizar oportunamente el
necesario control. De aquí la urgencia, aun con miras a una recta educación
sexual, de que «los destinatarios, sobre todo los jóvenes, procuren
acostumbrarse a ser moderados y disciplinados en el uso de estos instrumentos
(medios de comunicación social); pongan, además, empeño en entender bien lo
oído, visto y leído; dialoguen con educadores y peritos en la materia y
aprendan a formar recto juicio».
94. La educación sexual debe conducir a los jóvenes
a tomar conciencia de las diversas expresiones y de los dinamismos de la
sexualidad, así como de los valores humanos que deben ser respetados. El
verdadero amor es capacidad de abrirse al prójimo en ayuda generosa, es
dedicación al otro para su bien; sabe respetar su personalidad y libertad; no
es egoísta, no se busca a sí mismo en el prójimo, es oblativo, no posesivo. El
instinto sexual, en cambio, si abandonado a sí mismo, se reduce a genitalidad y
tiende a adueñarse del otro, buscando inmediatamente una satisfacción personal.
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SEXUALIDAD
HUMANA: VERDAD Y SIGNIFICADO Orientaciones educativas en familia, 1995 (Pontificio
Consejo para la Familia):
84. Una
ulterior dificultad aparece cuando los niños reciben una información sexual
prematura por parte de los mass-media o de coetáneos descarriados o que han
recibido una educación sexual precoz. En esta circunstancia, los padres habrán
de comenzar a impartir una información sexual limitada, normalmente, a corregir
la información inmoral errónea o controlar un lenguaje obsceno.
117. Se
recomienda a los padres seguir con atención cualquier forma de educación sexual
que se imparte a los hijos fuera de casa, y retirarlos cuando no
corresponda a sus principios. Esta decisión de los padres nunca deberá ser
motivo de discriminación para los hijos.8 Por otra parte, los padres que
retiran los hijos de dicha instrucción tienen el deber de darles una adecuada
formación, apropiada al estado de desarrollo de cada niño o joven.
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EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL AMORIS LAETITIA DEL
SANTO PADRE FRANCISCO, 2016
Sí a la educación sexual
280. El Concilio
Vaticano II planteaba la necesidad de «una positiva y prudente educación
sexual» que llegue a los niños y adolescentes «conforme avanza su edad» y
«teniendo en cuenta el progreso de la psicología, la pedagogía y la didáctica».
Deberíamos preguntarnos si nuestras instituciones educativas han asumido este desafío.
Es difícil pensar la educación sexual en una época en que la sexualidad tiende
a banalizarse y a empobrecerse. Sólo podría entenderse en el marco de una
educación para el amor, para la donación mutua. De esa manera, el lenguaje de
la sexualidad no se ve tristemente empobrecido, sino iluminado. El impulso
sexual puede ser cultivado en un camino de autoconocimiento y en el desarrollo
de una capacidad de autodominio, que pueden ayudar a sacar a la luz capacidades
preciosas de gozo y de encuentro amoroso.
281. La educación
sexual brinda información, pero sin olvidar que los niños y los jóvenes no han
alcanzado una madurez plena. La información debe llegar en el momento apropiado
y de una manera adecuada a la etapa que viven. No sirve saturarlos de datos sin
el desarrollo de un sentido crítico ante una invasión de propuestas, ante la
pornografía descontrolada y la sobrecarga de estímulos que pueden mutilar la
sexualidad. Los jóvenes deben poder advertir que están bombardeados por
mensajes que no buscan su bien y su maduración. Hace falta ayudarles a
reconocer y a buscar las influencias positivas, al mismo tiempo que toman
distancia de todo lo que desfigura su capacidad de amar. Igualmente, debemos
aceptar que «la necesidad de un lenguaje nuevo y más adecuado se presenta
especialmente en el tiempo de presentar a los niños y adolescentes el tema de
la sexualidad».
282. Una educación
sexual que cuide un sano pudor tiene un valor inmenso, aunque hoy algunos
consideren que es una cuestión de otras épocas. Es una defensa natural de la
persona que resguarda su interioridad y evita ser convertida en un puro objeto.
Sin el pudor, podemos reducir el afecto y la sexualidad a obsesiones que nos
concentran sólo en la genitalidad, en morbosidades que desfiguran nuestra
capacidad de amar y en diversas formas de violencia sexual que nos llevan a ser
tratados de modo inhumano o a dañar a otros.
283. Con frecuencia la
educación sexual se concentra en la invitación a «cuidarse», procurando un
«sexo seguro». Esta expresión transmite una actitud negativa hacia la finalidad
procreativa natural de la sexualidad, como si un posible hijo fuera un enemigo
del cual hay que protegerse. Así se promueve la agresividad narcisista en lugar
de la acogida. Es irresponsable toda invitación a los adolescentes a que
jueguen con sus cuerpos y deseos, como si tuvieran la madurez, los valores, el
compromiso mutuo y los objetivos propios del matrimonio. De ese modo se los
alienta alegremente a utilizar a otra persona como objeto de búsquedas
compensatorias de carencias o de grandes límites. Es importante más bien
enseñarles un camino en torno a las diversas expresiones del amor, al cuidado
mutuo, a la ternura respetuosa, a la comunicación rica de sentido. Porque todo
eso prepara para un don de sí íntegro y generoso que se expresará, luego de un
compromiso público, en la entrega de los cuerpos. La unión sexual en el
matrimonio aparecerá así como signo de un compromiso totalizante, enriquecido
por todo el camino previo.
284. No hay que
engañar a los jóvenes llevándoles a confundir los planos: la atracción «crea,
por un momento, la ilusión de la “unión”, pero, sin amor, tal unión deja a los
desconocidos tan separados como antes».
El lenguaje del cuerpo requiere el paciente aprendizaje que permite interpretar
y educar los propios deseos para entregarse de verdad. Cuando se pretende
entregar todo de golpe es posible que no se entregue nada. Una cosa es
comprender las fragilidades de la edad o sus confusiones, y otra es alentar a
los adolescentes a prolongar la inmadurez de su forma de amar. Pero ¿quién
habla hoy de estas cosas? ¿Quién es capaz de tomarse en serio a los jóvenes?
¿Quién les ayuda a prepararse en serio para un amor grande y generoso? Se toma
demasiado a la ligera la educación sexual.
285. La educación
sexual debería incluir también el respeto y la valoración de la diferencia, que
muestra a cada uno la posibilidad de superar el encierro en los propios límites
para abrirse a la aceptación del otro. Más allá de las comprensibles
dificultades que cada uno pueda vivir, hay que ayudar a aceptar el propio
cuerpo tal como ha sido creado, porque «una lógica de dominio sobre el propio
cuerpo se transforma en una lógica a veces sutil de dominio sobre la creación
[...] También la valoración del propio cuerpo en su femineidad o masculinidad
es necesaria para reconocerse a sí mismo en el encuentro con el diferente. De
este modo es posible aceptar gozosamente el don específico del otro o de la
otra, obra del Dios creador, y enriquecerse recíprocamente».
Sólo perdiéndole el miedo a la diferencia, uno puede terminar de liberarse de
la inmanencia del propio ser y del embeleso por sí mismo. La educación sexual
debe ayudar a aceptar el propio cuerpo, de manera que la persona no pretenda
«cancelar la diferencia sexual porque ya no sabe confrontarse con la misma».
286. Tampoco se puede
ignorar que en la configuración del propio modo de ser, femenino o masculino,
no confluyen sólo factores biológicos o genéticos, sino múltiples elementos que
tienen que ver con el temperamento, la historia familiar, la cultura, las
experiencias vividas, la formación recibida, las influencias de amigos,
familiares y personas admiradas, y otras circunstancias concretas que exigen un
esfuerzo de adaptación. Es verdad que no podemos separar lo que es masculino y
femenino de la obra creada por Dios, que es anterior a todas nuestras
decisiones y experiencias, donde hay elementos biológicos que es imposible
ignorar. Pero también es verdad que lo masculino y lo femenino no son algo
rígido. Por eso es posible, por ejemplo, que el modo de ser masculino del
esposo pueda adaptarse de manera flexible a la situación laboral de la esposa.
Asumir tareas domésticas o algunos aspectos de la crianza de los hijos no lo
vuelven menos masculino ni significan un fracaso, una claudicación o una
vergüenza. Hay que ayudar a los niños a aceptar con normalidad estos sanos
«intercambios», que no quitan dignidad alguna a la figura paterna. La rigidez
se convierte en una sobreactuación de lo masculino o femenino, y no educa a los
niños y jóvenes para la reciprocidad encarnada en las condiciones reales del matrimonio.
Esa rigidez, a su vez, puede impedir el desarrollo de las capacidades de cada
uno, hasta el punto de llevar a considerar como poco masculino dedicarse al
arte o a la danza y poco femenino desarrollar alguna tarea de conducción. Esto
gracias a Dios ha cambiado, pero en algunos lugares ciertas concepciones
inadecuadas siguen condicionando la legítima libertad y mutilando el auténtico
desarrollo de la identidad concreta de los hijos o de sus potencialidades.
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SI a la Educación
Sexual – Conferencia Episcopal Argentina , 3/10/ 2018:
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