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viernes, 24 de agosto de 2018

Aniversario de la llegada de Monseñor Angelelli a La Rioja - 1° Mensaje





El 24 de Agosto de 1968, Monseñor Enrique Angelelli asumió como obispo de la diócesis de La Rioja, a continuación el primer mensaje a su diócesis:



Primer Mensaje a la Diócesis de La Rioja (24/08/1968)

Les acaba de llegar a La Rioja un hombre de tierra adentro, que les habla el mismo lenguaje. Un hombre que quiere identificarse y comprometerse con ustedes. Quiere ser un riojano más. Por eso, desde ahora, les dice: mí querido pueblo Riojano. Este hombre siente y experimenta interiormente el peso de la responsabilidad, de haber sido ungido por el Espíritu del Señor y ser enviado por Jesucristo para pastorear este pueblo de Dios. Aquí tienen el obispo; hermano en la debilidad de todos los hombres; un cristiano como ustedes, sacerdote en la plenitud del sacerdocio de Jesucristo; obispo de esta diócesis riojana.
En este primer encuentro, familiar y fraterno, brota de lo más hondo de mi alma, como un grito, mi saludo para todos: autoridades y pueblo; a cada riojano: de la ciudad, de Los Llanos y metido entre los cerros; a nuestros hermanos cristianos de distintas comunidades no católicas; a todo riojano creyente o no creyente, a los niños, y a los jóvenes y a los adultos de cualquier condición en que se encuentren; reciban el saludo: que la paz y la bendición de nuestro Señor Jesucristo llegue abundante y fecunda a todos ustedes.
Esta comunidad tiene una historia que nos enseña quienes fuimos y somos. La presencia de Dios recorre toda su historia. Aquí me encuentro, cobijado a la sombra del santuario de San Nicolás; donde el obispo tiene su cátedra para seguirles anunciando el evangelio de Jesucristo; la silla para presidir la comunidad de sus hermanos; la mesa para celebrar la eucaristía con su pueblo.
Mi imaginación, en estos momentos, trata de recorrer velozmente, el pasado y la tradición de La Rioja; su vida andada; el camino peregrinado. Asumo a este pueblo que el Señor me ha confiado para el servicio pastoral y que guarda en sus alforjas un pasado y una historia ricos en contenidos; amasados con alegrías y dolores hasta la sangre; una personalidad definida con caracteres propios; un camino que se abrió a los cuatro rumbos; dándole hijos a la patria, para que tejieran su historia; hombres a las letras, a las artes, a la educación, a la política y a la cosa pública y próceres a la patria; sacerdotes misioneros y apostólicos hasta el heroísmo oculto, que recorrieron y recorren sus caminos, por sus llanos, cerros y valles, evangelizando y santificando a sus hermanos.



Estoy en la tierra donde San Francisco Solano, convocó al indio, al mestizo y al español en torno al evangelio y a la eucaristía, para que todos se sintieran hijos de un mismo padre que está en los cielos. Tierra de San Nicolás y del Niño Alcalde; del Chacho, Facundo, Castro Barros y Joaquín V. González entre otros; tierra que guarda en sus entrañas metales preciosos; donde florece la vid y el olivo; tierra sedienta, esperando que le recojan el agua de sus entrañas para hacer felices a sus hijos; tierra generosa para brindar abundante pan, si con el trabajo y el esfuerzo común y participado por todos, se le brindan medios adecuados y eficaces, para que sus hijos puedan sumarse a la gran tarea solidaria de hacer feliz a la nación, haciendo próspera y desarrollada en sus potencialidades a la provincia. Tierra abierta al progreso y a la técnica; a los auténticos valores de la realización integral del hombre riojano, sensible y que sabe cantarle a las cosas nuestras; esperanzada para el progreso de todos los auténticos valores humanos del hombre riojano. Tierra que deja escuchar su grito de liberación porque siente que le ha llegado la hora de mostrar al país entero que guarda en su seno la imagen todavía pura, del hombre argentino y latinoamericano. Tierra con un rico acerbo de vivencia espiritual y fé cristiana, ansiosa de seguir madurando las semillas evangélicas sembradas en su alma riojana. En esta tierra y con esta historia, experimento en mi carne y en mi sangre, la sucesión apostólica por la que nos unimos a Jesucristo; porque me toca continuar la marcha de este pueblo de Dios, desde que su primer obispo, sucesor de los apóstoles Froilán Ferreyra fijó con su cayado de pastor, esta cátedra del evangelio, esta mesa de la eucaristía y esta silla para presidir, constituyendo la iglesia riojana, por disposición del sucesor de Pedro, cabeza del colegio episcopal.

Pero, hermanos y amigos, por fidelidad a la tradición y a la historia de La Rioja por fidelidad a la dinámica interior del mismo pueblo de Dios, que es movido por el espíritu del Señor y pastoreado por hombres ungidos y enviados, que debieron responder y ser fieles a su historia y a su presente, nos toca a nosotros, pueblo de Dios actual, hacer un alto en el camino andado. Se nos exige responder personal y libremente; asumir; reflexionar; meditar; evaluar; renovarnos; responder evangélicamente a nuestro mundo; asumimos la tradición; la historia pasada con todo su contenido de realizaciones y debilidades; con sus virtudes y pecados; no para comparar el presente con el pasado, sino para comparar el presente con lo que debe ser. Somos convocados no para resucitar el pasado sino para construir el futuro; tensionados en la paz interior y la esperanza cristiana; ubicados entre la tradición y el futuro, sigamos la marcha tratando de descubrir, en una búsqueda comunitaria la imagen verdadera y auténtica del dinamismo del presente: sus gozos y esperanzas; sus aspiraciones y limitaciones; sus realizaciones y sus potencialidades; sus riquezas y pobrezas; su vocación y misión de futuro.

Estamos viviendo una hora histórica, donde los cambios son profundos en la mentalidad de los hombres y en la estructuración de la sociedad humana. Existen sistemas que han estructurado la vida actual de la sociedad que causan muchos sufrimientos, injusticias y luchas fraticidas. "Muchos hombres sufren y se aumenta la distancia que separa el progreso de pocos y el estancamiento y aún el retroceso de muchos".
Comprobamos que la generación joven mira con algún desprecio a la generación de los mayores que no logró construir el mundo que ellos esperan ahora realizar. Somos testigos del mundo del desarrollo, de la planificación, de los cambios y del progreso; proceso difícil y doloroso, pero necesario. El Papa Pablo nos dice: "La situación presente tiene que afrontarse valerosamente, combatirse y vencerse las injusticias que trae consigo. El desarrollo exige transformaciones audaces, profundamente innovadoras, hay que emprender reformas urgentes. Cada uno debe aceptar su papel, sobre todo los que por su educación, su situación y su poder, tienen grandes posibilidades de acción. Hay que darse prisa... "Y mientras nosotros vivimos este encuentro primero, en esta toma de posesión del obispo de la diócesis, los delegados del Episcopado Latinoamericano, convocados y presididos por el Papa Pablo, se avocan al estudio y a la reflexión de la misión que la Iglesia Latinoamericana debe cumplir ante los urgentes y profundos cambios que reclama el continente.

La Iglesia, al mirar el rostro de los hombres de nuestro tiempo con los ojos puestos en Jesucristo "se ha declarado, una vez más, servidora de la humanidad; la idea del servicio ha ocupado su puesto central". Por eso la Iglesia, como pueblo de Dios, encarnado y comprometido en el mundo, ha entrado en una real renovación; caminamos hacia una Iglesia más misionera; más de servicio que de dominación; más dialogante con su mundo; más deseosa de un laicado maduro y responsable.
El hombre, objeto de todas las preocupaciones del Concilio, representa, como también para la Iglesia riojana, el centro de sus preocupaciones y afanes; quiere compartir sus angustias, esperanzas, debilidades y aspiraciones; el hombre se salva según la dimensión humana que da a su propia existencia pero no podrá alcanzar su plenitud sin Dios. Un humanismo exclusivo, un humanismo trunco. Para poder tener acceso a Dios lo debemos hacer a través de la humanidad asumida por Cristo en el misterio de la Encarnación, nacido de una hija de nuestra raza, María, madre de Dios y de los hombres. Las aspiraciones del hombre, de todos los hombres de nuestras tierras, por una vida plenamente humana, a saber: la lucha por la superación de las desigualdades sociales, los esfuerzos para liberarse de toda despersonalización: en hombre, la ignorancia, la miseria y el pecado; así como la toma cada vez más creciente de conciencia de la dignidad humana, son signos de nuestro tiempo, que debemos interpretar a la luz del evangelio y del magisterio de la Iglesia. Nuestra fe cristiana, nos hace ver que todo este movimiento actual de la humanidad, no obstante los obstáculos y fallas de todo orden, con sus desequilibrios hunden sus raíces en el mismo corazón del hombre (GS 10) allí tiene su origen; es transformado y alcanza su perfección en Cristo (GS 28). Nuestro compromiso cristiano hacia nuestros hermanos los hombres, o su injustificable evasión, decidan el destino eterno que todos tenemos. Los hombres damos a esta salvación y liberación traída por Cristo, una respuesta libre. Algunos la aceptan otros no. Por eso es más grave nuestra responsabilidad como cristianos. La Iglesia posee una misión " de orden religioso". A ella le toca proclamar proféticamente el mensaje de salvación; de él derivan "tareas, luces y energías capaces de dotar a la actividad diaria de los hombres, de un sentido y de una significación muchas más profundos" (GS 40). La Iglesia tiene fundamentalmente una sola misión: "No es de orden política, económico o social" (GS 42). Ofrece lo que posee como propio: "Una visión global del hombre y de la humanidad" según el modelo que encuentra en Cristo; visión que rige toda la vida de los hombres y del mundo: las ciencias, las artes, las ideologías, la política, la actividad económica y social, cada vez que comprometan al hombre en toda su dimensión.

En este contexto el obispo asume su responsabilidad pastoral. No vengo a ser servido sino a servir; a todos, sin distinción alguna; clases sociales, modos de pensar o de crecer; como Jesús, quiero ser servidor de nuestros hermanos los pobres; de los que sufren espiritual o materialmente; de los que reclaman ser considerados en su dignidad humana, como hijos del mismo Padre que está en los cielos; de los que reclaman el afecto y comprensión de sus hermanos; cuente con este hermano, que es también padre en la Fe; quiero estar junto a cada riojano que desinteresadamente se brinde por servir a sus hermanos; servidor de los adultos y especialmente de la juventud.

Ayúdenme a que no me ate a intereses mezquinos o de grupo; obren para que sea el obispo y el amigo de todos; de los católicos y de los no católicos; de los que creen y de los que no creen; de los de la ciudad y de quienes viven en los lugares más apartados; el obispo no trae segundas intenciones; tiene una sola: servir, amando; cuando se equivoque, también es bueno equivocarse para que descubra que el obispo es frágil, ayúdenme a que acierte; porque es difícil, su tarea y su acierto o desacierto trae consecuencias a su pueblo. Ayúdenle al obispo para que nunca deje de ser el proclamador del evangelio, el santificador de los hombres y el buen pastor de su pueblo; para que no calle cuando debe hablar: iluminando, alertando, exhortando o amonestando; para que ningún cálculo puramente humano y mezquino, haga silenciar su palabra o su acción.

Ya me encuentro en mi diócesis, en esta porción del pueblo de Dios que, me ha confiado como obispo para apacentar con la cooperación del presbiterio, los sacerdotes; de suerte que adherida a su pastor y reunida por el Espíritu Santo por medio del evangelio y de la eucaristía, es constituida la iglesia particular riojana y a la vez se encuentra en ella y opera verdaderamente, la Iglesia de Cristo, que es santa, católica y apostólica. Esto es la diócesis: el pueblo de Dios -el cuerpo de Cristo que lleva oculta la vida de Dios y la engendra a los hombres; es una familia; una comunidad; un edificio de piedras vivas que son los cristianos; tiene un pastor; tiene un apóstol; tiene un sacerdote en su plenitud; tiene una vida que es en la fe, la esperanza y la caridad o el amor; es una comunidad de fe -es una comunidad eucarística; es una comunidad misionera.

Porque Cristo se hizo hombre, se hizo hermano mayor nuestro, por eso es comunidad cristiana riojana, está en la ciudad, en Los Llanos, en Tama, en Anillaco, Chamical o Famatina; tiene matices propios, modalidades peculiares, una marcha propia; una personalidad cristiana propia sin dejar de ser la misma Iglesia universal fundada por Jesucristo. Esta comunidad riojana, espiritualmente rica, avalada por su tradición y su historia, religiosamente está abierta a mayor abundancia de evangelio y de vida de Dios, si se multiplicasen los hombres ungidos para el evangelio y la eucaristía; merece respeto, trato delicado y veneración por el reino de Dios implantado en su corazón y que exige ser asumido y maduro en la fe y en la caridad; Cristo, en la diócesis; toma nombres concretos, se llama: Nicolás, Juan, Antonio, Rosa o Clementina; es el hombre concreto; el Cristo que necesita más justicia, más caridad y amor; más desarrollo humano y cristiano. Pero si la Iglesia no se hace sin el obispo, tampoco la Iglesia es el obispo solo; la formamos todos: sacerdotes, religiosos y laicos cristianos; es el pueblo de Dios -todos somos corresponsables, desde nuestra ubicación en el mismo pueblo de Dios; caminamos juntos; implantamos el reino de Dios juntos; buscamos juntos; nos renovamos y nos comprometemos juntos.

Permítanme que a mis sacerdotes, diocesanos y religiosos, que constituyen el presbiterio riojano; que nos une un vínculo sacramental más que jurídico, hoy les diga, delante de mi pueblo: Mis hermanos y mis amigos íntimos. Con ellos comparto el ministerio pastoral; el obispo debe ser padre, hermano y amigo de sus sacerdotes; cuídenme para que nunca deje de serlo; yo les ayudaré para que seamos una comunidad sacerdotal gozosa, íntima, fraterna y apostólicamente comprometida; bendigamos al Señor por los pastores que le ha dado al pueblo riojano. Es testigo Dios que no improviso esta afirmación. Junto a los sacerdotes, están ustedes, religiosas de la diócesis, que consagraron la vida para servir mejor a sus hermanos -encontraran en el obispo al hermano y al padre para que esa consagración sea cada vez más gozosa y realizada, y el servicio con mayor sentido eclesial dentro de la diócesis.
Y para ustedes queridos seminaristas, vidas jóvenes y generosas, conscientes de lo que significa ser hoy sacerdote; para ustedes, junto con mi presbiterio, nuestras preocupaciones mejores de darle al obispo colaboradores eficientes, darle a la diócesis pastores comprometidos evangélicamente con el pueblo de Dios. 
Al presbiterio, miembros activos en la tarea compartida apostólicamente; amigos y hermanos en la caridad y en el servicio.
A ustedes laicos cristianos de La Rioja, organizados o no, jóvenes o adultos, con distintas responsabilidades en la comunidad riojana, encontrarán en el obispo y en el presbiterio nuestro servicio pastoral pronto para que logren, cada vez más, ser maduros en la fe; para que asuman mejor la responsabilidad temporal que les incumbe como laicos y se comprometan mejor para hacer de nuestra Rioja una comunidad más fraterna, más justa, más realizada y más feliz. Por eso piensen, reflexionen, dialoguen, opinen, participen, oigan, aprendan, obedezcan, intervengan, inquiétense, angústiense por los demás, sean solidarios y corresponsables con todos; testifiquen, vayan y produzcan fruto abundante de vida, de testimonio y compromiso cristiano; siéntanse corresponsables junto al obispo, a los sacerdotes y a las religiosas de la misión de la Iglesia.
El lugar de ustedes es estar comprometidos en lo temporal, en el desarrollo integral del pueblo riojano. La casa del obispo es la casa de ustedes.

El obispo con su presbiterio, queremos testificarles, dentro de nuestras limitaciones y debilidades humanas, una vivencia sacerdotal comunitaria, madura, fruto de una interioridad contemplativa, apostólicamente misionera, pastoralmente servidora, humanamente amiga y signo de amor y compromiso con toda la historia de nuestro pueblo; históricamente actora de un desarrollo integral del hombre riojano, desde nuestra misión específica sacerdotal. Tarea difícil pero con la ayuda
del Señor nos esforzaremos para lograrla cada vez más.
Queremos obispo, sacerdotes, religiosas y laicos de la diócesis, asumir con fidelidad, madurez, equilibrio, corresponsabilidad y coraje, la línea renovadora del Concilio; para ello necesitamos seriamente, antes de reformar a otros, convertirnos a Jesucristo con una mayor vivencia en la fe, la esperanza y la caridad. Tendremos que seguir pensando nuestra pastoral diocesana, hasta lograr
una pastoral de conjunto. Si todo plan es un instrumento del que gobierna, su elaboración es responsabilidad de todo el pueblo de Dios. Desde ya están convocados a que todos juntos oremos, reflexionemos y elaboremos las líneas pastorales, que prioritariamente urgen en la diócesis. Ello significa que deberemos estar cada vez más abierto a todos los valores de nuestro medio y de nuestro mundo; no interfiriendo competencia con el poder civil; supliendo en todo aquello que faltando y exigiendo por el bien integral de nuestro pueblo, reclame la acción de la Iglesia; no para dominar sino para servir; con humildad y a la vez con firmeza cuando esté en juego el cumplimiento fiel de nuestra misión; siendo instrumento de unión, de encuentro y de diálogo con todos los riojanos para la elaboración de un plan pastoral de conjunto; deberemos tener presente: un serio conocimiento socio-religioso de La Rioja y sus posibilidades concretas en personal y medios adecuados: la letra y el espíritu del Concilio; el magisterio universal, nacional y latinoamericano de la Iglesia y la lectura detenida y evangélica de los llamados "signos de los tiempos", tratando de lograr que la diócesis se vaya integrando armónicamente en la unidad pastoral dentro de la riqueza de su variedad y evitando la existencia de "islotes apostólicos o pastorales".
Tratemos de conjugar los dones que el Señor ha sembrado en cada bautizado y las exigencias comunitarias de la unidad visible de la diócesis.

¡Hermanos Riojanos! No perdamos nunca el camino de la esperanza, el optimismo y del esfuerzo común; tratemos de no catalogar con facilidad, ingenua o a veces injustamente, a quienes, con sinceridad de corazón, con un auténtico amor y servicio a sus hermanos tiene hambre y sed de justicia para lograr la verdadera paz que es su fruto. A este pueblo, esparcido a lo largo y ancho de la provincia, lo ponemos nuevamente bajo la tutela celestial de nuestro patrono: San Nicolás;
a él le pido que sea para este pueblo un buen pastor como lo fue él para su pueblo. A María santísima, madre de la Iglesia le consagro mi servicio pastoral como obispo de La Rioja.
Sucedo a un hermano en el episcopado que hasta ayer fue el obispo de esta diócesis: monseñor Horacio Gómez Dávila. Cuando un hombre ungido por el Espíritu Santo para apacentar el pueblo de Dios, ante su conciencia, ante Dios y ante su pueblo, con grandeza de alma ve que sus fuerzas se debilitan y la tarea de cumplir es grande, y resuelve que otro hermano siga apacentando su grey, me obliga y obliga a toda la diócesis riojana a testimoniar la gratitud por el testimonio cristiano que nos da.

Quisiera tener la lucidez suficiente y la virtud necesaria para que un día, cuando advierta que no puedo darle a la diócesis lo que debe darle un obispo, pueda también decirle a mi pueblo; aquí les dejo a otro hermano para que siga la marcha y no se detenga, porque no hay tiempo que perder.
A usted, señor vicario capitular, monseñor Tomás Alberto, al cuerpo de consultores, al clero, religiosas y laicos, mi gratitud y el afecto fraterno por el gobierno pastoral que eficientemente ha ejercido en "sede vacante". Gracia a todos por este encuentro familiar en esta ciudad de La Rioja, por todo lo que ha significado su preparación.

Señor gobernador: en usted a todo el gobierno riojano; aquí tiene al obispo de diócesis de La Rioja. Mi tarea pastoral será siempre en bien de este pueblo. En el cumplimiento de nuestras responsabilidades específicas, en el diálogo fecundo y fructífero, sigamos sirviendo al pueblo que nos ha tocado guiar en este momento difícil pero estupendo que nos toca vivir. Lo felicito por su presencia y la de su gobierno, con que tan amablemente ha querido acompañar a su pueblo en este acontecimiento de la vida religiosa de La Rioja.
Gracias a las distintas instituciones representadas, por el signo y el ejemplo que están dando, que dice de una comunidad que sabe estar presente en los acontecimientos que hacen a su misma vida riojana. Gracias a usted, monseñor Antonio Murad Abud, archimandrita de la comunidad ortodoxa, hermano y amigo, a su comunidad aquí representada por el ejemplo de caridad cristiana y de ecumenismo. La casa del obispo es su casa y la mesa del altar de su catedral se la ofrezco para que celebre la eucaristía a su comunidad ortodoxa riojana.
Gracias a ustedes, hermanos en el episcopado, por haberme acompañado y por el testimonio de colegialidad que están dando al pueblo de La Rioja.

Gracias a ustedes delegaciones de Córdoba; junto a ustedes he realizado un largo trecho en el camino de mi vida; con las luces de esta noche se enciende en mi alma el recuerdo y la gratitud por todo lo que me han brindado en la vida; desde hoy, aquí tienen a un riojano que no los olvidará.-
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El 8 de Junio del año 2018, el obispo Marcelo Colombo (actual arzobispo de Mendoza) comunicó que el santo padre Francisco habia autorizado la promulgación del Decreto que reconoce el martirio de los Siervos de Dios Mons. Enrique Angelelli P. Gabriel, Fr. Carlos de Dios Murias y Wenceslao Pedernera, laico y  padre de familia, asesinados por  odio a la fe en la provincia de La Rioja, Argentina en 1976. (Leer comunicado de la Santa Sede (Leer comunicado de Monseñor Colombo)

- Ese día, 24 de agosto de 1968, la JOC (Juventud Obrera Católica) y otros fieles de la comunidad de Chamical recibieron a Mons. Angelelli, quién llegaba a la provincia de La Rioja desde Córdoba.-





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