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viernes, 20 de julio de 2018

REFLEXIONES SOBRE LA AMISTAD - CARDENAL EDUARDO PIRONIO (3/3)


5. Pero la verdadera amistad humana es la que surge de la libre elección fundada en una semejanza descubierta o presentida: hay los mismos gustos, las mismas maneras de ver, las mismas inquietudes. Verdadera identificación de voluntades: idem velle, idem nolle. Esto no quiere decir que los amigos deban tener siempre el mismo temperamento, la misma formación cultural y las mismas opiniones. La amistad pertenece a la voluntad y la diversidad de opiniones pertenece a la inteligencia. Al amigo puede gustarle la música de Bach o la Metafísica de Aristóteles, y nosotros no entenderlas plenamente. El amigo puede estar dedicado a otras actividades que las nuestras. Pero en el fondo hay una unión indestructible de voluntades. En lo esencial se piensa lo mismo y se quiere lo mismo. 

El descubrimiento de este parentesco espiritual con el amigo nos embriaga de gozo, porque presentimos un enriquecimiento mutuo. A medida que la convivencia afectuosa nos abre la intimidad del amigo vamos experimentando la alegría sobria y profunda de nuestra multiplicación y de nuestro reencuentro. Vamos sintiéndonos prolongados. No es una simple delectación sensible y pasajera. Claro que el hallazgo del amigo y su presencia nos es útil y deleitable. Pero no es esto lo que importa. La alegría que nos causa el encuentro y la adivinación del amigo es la motivada por el bien mismo del amigo: su ser espiritual, su ciencia, su virtud, su santidad. El bien del amigo es nuestro y sus acciones son nuestras. De aquí surge luego -pero sólo secundariamente- la alegría de su presencia y la alegría de la esperanza que es posesión adelantada del amigo.

La amistad elegida es más profunda y realizadora que la amistad familiar. La amistad familiar es más inmediata y estable porque es más natural. Pero la amistad elegida es más honda y desinteresada. Se funda en el parentesco de las almas que es más unificador que el de los cuerpos. Por eso esta amistad es rara y con pocos. No puede el circulo de los amigos ser muy amplio. Y aún en el círculo reducido la intimidad es con uno, con dos o con tres. Y siempre hay uno -“el amigo”- con quien más se convive, cuyos triunfos se comparten, cuyas penas se compadecer, cuyos secretos se adivinan y que es verdaderamente “alter ego ipse”. 

Frente al amigo verdadero la amistad nos impone estos dos movimientos de convivencia: a) llamar rápidamente al amigo para comunicarle nuestros bienes; más tardíamente para contarle nuestros males; b) ir prontamente, sin ser llamados, para aliviar su desgracia; acercarse remisamente para pedir sus beneficios. 

Una ley de esta amistad verdadera es la sinceridad. A la amistad se opone la adulación Es verdad que la amistad exige convivencia deleitable. Pero la amistad auténtica no teme contristar al amigo para evitar un mal o promover un bien mayor. Los que adulan son incapaces de tener amigos. 

6. No toda semejanza engendra amistad, sino la semejanza descubierta en la convivencia. Mutua redamatio non latens. Pero hay veces en que la semejanza es sólo “presentida”. Surge entonces el amor y el amor, a su vez. engendra conocimiento. San Juan dice de Dios que “el que no lo ama no lo puede conocer”. La amistad supone un conocimiento previo del amigo; pero el conocimiento verdadero, el mas íntimo -el que se convierte en una especie de adivinación. del amigo- es el que surge de la misma convivencia. El amor tiene una profundidad mayor que la inteligencia. La amistad supone un previo conocimiento de “lo amable” -de lo semejante, de lo nuestro- en el amigo. Entonces nos acercamos al amigo porque lo amable -que puede ser su ciencia, su talento o su virtud- nos resulta útil y deleitable. Así nos acercamos al maestro para que nos enseñe o al santo para que nos perfeccione. Pero a medida que convivimos con ellos descubrimos que lo verdaderamente amable es la persona misma del maestro o del santo y entonces la amistad se hace simplemente honesta. La raíz del verdadero conocimiento es la convivencia.

Tampoco es necesaria una semejanza total. Es cierto que la amistad consiste en una especie de igualdad. Pero puede darse una igualdad proporcional entre desemejantes. Resta una semejanza analógica. Entre el padre y sus hijos, entre el maestro y sus discípulos, entre Dios y el hombre, puede haber una amistad de excelencia o sobreabundancia. La reciprocidad es sólo proporcionalmente igual porque supone el respeto de una dignidad y el reconocimiento de una primacía. Cuando la distancia es muy grande y falta la analogía la amistad se pierde. Con los muy sabios y muy virtuosos no podríamos tener amistad sino en la condición de que nos elevaran con ellos en la virtud o en la sabiduría. De otro modo los perderíamos como amigos. 

7. El elogio más grande de la amistad lo hicieron Aristóteles y santo Tomás. Aristóteles cuando dijo que no puede el hombre vivir sin amigos. Entre las cosas necesarias para la vida humana lo principalmente necesario es la amistad. Santo Tomás escribió en la Suma: Necesita el hombre para obrar virtuosamente el auxilio de los amigos, tanto en las obras de vida activa como en las de vida contemplativa. 

El más noble de los sentimientos humanos es la amistad. El más grande de los valores creados es el amigo. Santo Tomás prueba por ello que la “susurración” (hablar secretamente mal del amigo a su amigo con intención de quebrar la amistad) es un pecado más grave que la detracción y la contumelia. Porque el daño que se infiere al prójimo es mucho más grave, ya que se le priva de un bien mayor. El amigo vale más que la fama. La fama es sólo una disposición para la amistad. 

Hay momentos en que la presencia del nos es particularmente necesaria: cuando hemos triunfado y cuando sufrimos. Nadie puede soportar la tristeza solo por mucho tiempo. El mismo bien honesto, en cuanto supone esfuerzo y tristeza, exige la presencia del amigo. Cuando la amistad es muy honda el amigo revela sus penas. Pero lo hace con timidez porque no quiere causar mal a su amigo volcándole sus tristezas. Es propio de ánimos “afeminados” -muliebriter dispositi- deleitarse en tener amigos angustiados. Pero es propio del amigo adivinar las penas y acudir a compartirlas sin ser llamado. En estos casos -cuando el dolor es muy hondo- vale más la simple convivencia silenciosa que las palabras de fórmula. Alivia más la presencia silenciosa del amigo que cien discursos de condolencia. 

Pero la perfección de la amistad aparece, sobre todo, en la plenitud de la dicha. “El hombre feliz necesita de amigos” escribieron Aristóteles y santo Tomás. No se trata de una necesidad útil o deleitable. El hombre virtuoso -el perfecto- tiene en si mismo la suprema razón de su dicha. Pero necesita tener alguien a quien hacer el bien. Es una exigencia de su riqueza interior y de la perfección de su operación virtuosa. Por eso, como decíamos al principio, la amistad verdadera es un privilegio de los perfectos. Y es, por lo mismo, un signo de perfección. 

Para la imperfecta felicidad de la tierra -hecha con lágrimas y con esfuerzo- nos es imprescindible la gozosa presencia del amigo que nos alivia y nos sostiene, nos eleva y nos perfecciona. Su hallazgo constituye, entre las miserias del tiempo, la más invendible riqueza. 

Entre los gozos accidentales de la gloria santo Tomás coloca el reencuentro con el amigo. La felicidad perfecta consiste en la visión intuitiva de Dios. Allí encontrará el hombre la plenitud completa de su perfección. Esencialmente no hace falta más para la beatitud. 

Pero el complemento de la felicidad exige todavía la presencia inadmisible del amigo. Puede la muerte quebrar temporariamente una amistad. Pero en el surco abierto de la herida se ha sembrado el encuentro definitivo. La suprema perfección de una amistad se alcanza, entonces, en la eternidad. Allí se logrará la máxima semejanza y la más indestructible convivencia.






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