martes, 11 de julio de 2017

PONCE DE LEÓN, OBISPO Y MÁRTIR (1° Parte) - P. QUIQUE BIANCHI



Hoy recordamos el 40° aniversario de fallecimiento del obispo Carlos Horacio Ponce de León. 
A continuación les comparto un escrito del padre Enrique C. Bianchi que se titula "PONCE DE LEÓN, OBISPO Y MÁRTIR" publicado en la revista Vida Pastoral (Julio 2017).
Cabe aclarar que este escrito lo compartiré en cuatro partes

 Ponce de León, obispo y mártir[1]

Hay momentos en la vida en que se percibe con claridad fulminante la gratitud que es debida a quienes abrieron los caminos que hoy transita nuestra historia personal. Sus luchas -y su sangre a veces- fueron marcando una huella en la que otros, muchos años más tarde, encontramos un rumbo para vivir y profundizar la entrega que da sentido a nuestra vida cristiana. Es ese sentimiento de filial reconocimiento el que inspiran estas páginas, que tienen como única intención la de honrar la memoria de quien fuera el pastor que en la diócesis de San Nicolás llevó adelante la primera recepción del Concilio Vaticano II y uno de los pocos obispos que se enfrentó con la dictadura militar por defender a las víctimas del terrorismo de Estado: monseñor Carlos Horacio Ponce de León. Tómense estas reflexiones como un filial homenaje a su memoria en el año del 40 aniversario de su muerte. No pretendemos aquí adelantarnos al juicio de la Iglesia proclamándolo mártir, pero sí queremos hacernos seriamente la pregunta sobre la pertinencia de este título.

1.      Planteo: terrorismo de Estado y memoria de Ponce

“No he venido a ser servido sino a servir” fue su lema episcopal. Quienes lo conocieron afirman que lo vivió con intensidad. Nacido en la ciudad de Navarro en 1914, se ordenó sacerdote para la arquidiócesis de Buenos Aires en 1939. Fue un activo párroco en varias parroquias hasta que Juan XXIII lo nombró obispo auxiliar de Salta en 1962. Como joven obispo participó del Concilio Vaticano II y tomó con entusiasmo la renovación que se proponía la Iglesia en esos tiempos. Es así que llega a la diócesis de San Nicolás como su tercer obispo el 18 de junio de 1966.

Durante los once años que condujo pastoralmente la diócesis llevó adelante todo tipo de iniciativas con el fin de construir una Iglesia más afín a lo que buscaba el Concilio. Como un buen pastor, fue especialmente cercano a los pobres y a cualquier situación de dolor de su gente. Pero lo que resalta en su ministerio episcopal, y que toma una dimensión cada vez mayor con la perspectiva que nos va dando la historia, fue su compromiso con los familiares de presos políticos y desaparecidos durante la dictadura militar que gobernó en la Argentina entre 1976 y 1983. Esta actitud le valió la enemistad de las autoridades militares y marcó sus últimos días.
No nos detendremos aquí en una presentación de la semblanza pastoral del obispo, por cierto muy rica sobre todo en lo relativo a la aplicación del Concilio. Desde 2006 se dedica a ello una Comisión diocesana pro informe testimonial sobre Ponce de León. Del invaluable trabajo de esta Comisión se gestó la mayor parte del material que consultamos. En estas reflexiones, para preguntarnos sobre la posibilidad de su martirio, pondremos el foco en su enfrentamiento con la dictadura militar. 

Un infierno que aun crepita en la memoria

Hoy, transcurridos más de treinta años de vida democrática, los argentinos somos conscientes de que en esa etapa triste de nuestra historia el gobierno de facto -so pretexto de “poner orden” ante el espiral de violencia fratricida que comenzó con el bombardeo de la Plaza de Mayo en 1955-, desplegó todo tipo de actividades de terrorismo de Estado. Acciones criminales que en algunos casos buscaban reprimir la violencia guerrillera, pero que por tratarse de crímenes perpetrados con el poder del Estado tienen una responsabilidad cualitativamente distinta que los delitos cometidos por civiles. Al reflexionar sobre esos años de plomo no podemos hacerlo sin dejar claro que hay una profunda asimetría entre la violencia subversiva y la violencia llevada adelante con toda la fuerza de las instituciones del Estado, que existen para gobernar en justicia a un país, no para cometer crímenes. No es admisible un análisis que considere que se trataba de una guerra entre dos demonios de similares magnitudes.

Para el gobierno militar de aquellos años, todo era válido para sacar de en medio a quienes consideraba enemigos: secuestros clandestinos, torturas, vuelos de la muerte, desaparición de personas, apropiación y venta de bebés, y asesinatos bajo apariencia de accidente, entre otras muchas crueldades que duele recordar. Basta una ojeada al libro Nunca más para volver a estremecerse con el infierno de esos tiempos que –en palabras del poeta Juan Gelman- sigue crepitando en la memoria de quienes aún hoy esperan alguna noticia de sus desaparecidos.[2]
Cualquier persona por el sólo hecho de ser pariente, o figurar en una agenda de alguien con militancia política sospechosa, podía ser secuestrado y pasar a formar parte del limbo de los “desaparecidos”. Los parientes del desaparecido, que desesperadamente buscaban una noticia sobre su paradero, eran sometidos a una especie de extorsión moral por la que veían que guardar silencio era la única posibilidad de salvar la vida de quien se negaban a aceptar que nunca volverían a ver. Con el recurso a la desaparición de personas, los militares obtenían un doble efecto: por un lado, eliminaban un adversario (real o imaginario), pero a la vez sembraban un miedo monstruosamente mezclado con esperanza en aquellos que sufrían la desaparición de un ser querido.[3]
En esa situación de angustia infinita eran pocas las puertas a las que podían llamar confiadamente. En San Nicolás, una de esas puertas fue la del obispo: monseñor Carlos Horacio Ponce de León. En su despacho recibía permanentemente a familiares de detenidos o desaparecidos cualquiera sea su signo político e intercedía por ellos tocando cualquier resorte de poder que tuviera a su alcance. Su corazón de pastor se conmovió profundamente por el dolor de estas madres y, como el buen samaritano, hizo acción de esa compasión aún a riesgo de su prestigio y su vida. Por lógica decantación, su actitud de compromiso con estas víctimas fue derivando en un enfrentamiento con las autoridades militares.
Hay muchísimos testimonios de la valentía del obispo y del consuelo que daba su apoyo. Si algo destacan todos es que buscaba ayudar al que sea, sin miramientos. José María Budassi, un ex preso político que reconoce que le debe la vida, dice: “cuando había persecución no se fijaba cuál era el credo político o religioso de las personas. Por el sólo hecho de ser un ser humano él lo ayudaba”. Una buena idea del consuelo que daba la actitud de Ponce nos la ofrece el testimonio de Rafael Restaino, un historiador de Pergamino. Detenido en esta ciudad, fue trasladado a San Nicolás. Cuando se enteró de que el obispo visitaba a los presos desconfió instintivamente: “fui uno de los pocos, que no le interesó entrevistarse con él pues desconfiaba de todo lo que olía a clerical”. Sin embargo, después accedió porque consideró importante hacerle saber que estaban retirando presos políticos por la noche. Pudo tener dos entrevistas con el obispo, de las cuales le quedó un recuerdo imborrable: “Algunas cosas recuerdo de ellas: la atención para escuchar el testimonio, su rostro o mejor dicho su mirada que me permitió confiar, pero sobre todo la paz que sentí después de hablar con él. Desde aquel momento nunca más tuve dudas de decir que era creyente. Me fue sumamente fácil decir que creía en Dios porque lo sentí en forma de alivio, de paz. Esta experiencia la relaté con los compañeros y todos de alguna manera -hasta los comunistas- habían sentido algo parecido. Es que este Obispo con su actitud valiente hizo entre otras cosas que no nos sintiéramos tan solos. Nos hizo sentir que estábamos acompañados, que alguien vigilaba por nosotros. Nunca voy a olvidar a Ponce de León, nunca voy a olvidar a ese hombre con quien tuve sólo dos entrevistas, unos diez minutos en total; pero qué diez minutos”.[4]
La valentía con que Ponce tomó partido por quienes sufrían los crímenes de la dictadura y sus molestas gestiones para conseguir información a los familiares fueron tensando la cuerda con las autoridades, especialmente con el teniente coronel Manuel Fernando Saint Amant, por entonces jefe del Área militar 132 (que abarcaba San Nicolás y varias ciudades vecinas, formando una región similar a la de la diócesis de San Nicolás). Se enfrentaron varias veces cara a cara. En una ocasión el obispo se apersonó durante un operativo de requisa a una parroquia. Saint Amant lo recibió con dureza: “¿Qué hace usted aquí?”, a lo que Ponce respondió: “¿Qué hace usted? Yo soy el dueño de casa”. Uno de los momentos más difíciles de esa tensión entre ambos personajes de carácter fuerte, seguramente fue el que se dio a una semana del golpe militar. El 1 de abril de 1976, Saint Amant encarceló a tres sacerdotes. El obispo sufrió en carne propia lo que es ser padre de presos políticos. Los visitó en la cárcel y buscó afanosamente el modo de liberarlos. Se aproximaba la Semana Santa y los militares querían que se celebre normalmente en las parroquias de los sacerdotes detenidos. Ponce se negó y pidió que si había una causa justa para las detenciones que se las expliquen a la gente, pero si no había motivos válidos las parroquias iban a seguir desiertas. Luego de tres días de negociaciones, consigue que se los entregue y pasan una semana más como “detenidos” en el obispado, bajo la palabra del obispo.
Fue en ese clima de decidida hostilidad que el entonces obispo de San Nicolás encontró la muerte en un dudoso accidente de tránsito. En la fría mañana del 11 de julio de 1977, en la vieja ruta 9, camino a Buenos Aires, a la altura de Ramallo una camioneta Ford F100 que viene en sentido inverso y se cruza repentinamente en su camino. El impacto brutal del frágil Renault 4 en la puerta derecha de la camioneta deja malherido a Ponce de León, quien -luego de ser atendido en el hospital de Ramallo- muere en una clínica en San Nicolás.
Apenas habían transcurrido once meses de la muerte en las rutas riojanas de otro obispo que resultaba una piedra en el zapato del gobierno militar: monseñor Enrique Angelelli. Sobre este caso, la justicia en 2014 dictaminó sin lugar a dudas que se trató de un asesinato que intentaba guardar las apariencias de un accidente vial. Dice el veredicto: “[los hechos que terminaron con la vida de Angelelli] fueron consecuencia de una acción premeditada, provocada y ejecutada en el marco del terrorismo de Estado y por lo tanto constituyen delitos de lesa humanidad”.[5] Fue decisivo en ese juicio la presentación por parte del obispado de La Rioja de dos documentos que estaban en el archivo del Vaticano y que el Papa Francisco le entregó al obispo riojano. Esta sentencia judicial facilitó la posibilidad de presentar la vida y la muerte de Angelelli como un testimonio excepcional de lo que significó predicar el Evangelio hasta derramar la sangre en esa etapa de nuestra historia. Esto es, venerarlo como un mártir de la Iglesia católica. A poco de terminar el juicio, se comenzó en la Rioja la causa de canonización de monseñor Enrique Angelelli como mártir. El proceso está unido al de otros tres asesinados antes que él, dos sacerdotes (Gabriel Longueville, Carlos Murias) y un laico (Wenceslao Pedernera). La fase diocesana duró un año y medio y en la actualidad la causa ya está en Roma.[6]

Investigación judicial y martirio

En el caso de Ponce de León, la justicia todavía investiga las causas de su muerte. Al igual que con Angelelli, hubo un rápido y breve proceso judicial a poco de su muerte, en pleno auge del poder del gobierno militar. Luego de una sumaria investigación, -que no incluyó más relato de los hechos que el del presunto conductor de la camioneta, ni una autopsia al obispo, ni una investigación de la conexión entre la empresa dueña de la camioneta y el Ejército-, el chofer que hizo la “maniobra imprudente” fue inhabilitado para conducir vehículos durante cinco años.

Mucho tiempo después, en 2006, la justicia abre una nueva investigación sobre la muerte del obispo. Se amplía con varias declaraciones testimoniales, estudios de peritos en accidentología, exhumación del cuerpo y documentos aportados por la Secretaría de Culto de la Cancillería y la Conferencia Episcopal Argentina, entre otras cosas. Pero luego del entusiasta impulso inicial, hoy el proceso sigue sin resolución y las investigaciones avanzan a una velocidad muy cercana al estancamiento.
En este contexto, podemos hacernos estas preguntas: ¿qué sucede si la justicia nunca se pronuncia sobre las causas de su muerte?, ¿o si declara que fue realmente un accidente?, ¿podemos recordar a Ponce como mártir si no hay pruebas de que fue asesinado? A simple vista, esta cuestión puede parecer menor para muchos que ya valoramos el testimonio de entrega martirial de este obispo. Pero creemos que merece ensayarse una respuesta desde la historia y la teología para hacer justicia con la memoria de Ponce de León y su modo de encarnar el ministerio episcopal en la encrucijada del posconcilio y la etapa más difícil de nuestra historia reciente. Y para difundir su ejemplo, que como el de tantos que dieron su vida por la fe, siempre es una semilla fecunda en la vida de la Iglesia. 
Decimos que la respuesta debe buscarse en la historia y en la teología porque para pensar si murió como un mártir debemos preguntarnos por los hechos históricos que rodearon y precipitaron su muerte y sobre la noción teológica del martirio. Este es el camino que seguiremos en nuestra exposición. Primero presentaremos el contexto de amenazas reales que vivía el obispo y su perseverancia en una actitud de compromiso con las víctimas de las acciones criminales del gobierno, siendo plenamente consciente de que eso lo ponía en un serio peligro de muerte. Lo haremos sobre todo desde los informes secretos que enviaba el teniente coronel Saint Amant desde San Nicolás denunciando el “accionar subversivo” de este obispo que dirigía “fuerzas enroladas sustancialmente en las filas del enemigo” (sic). La sola lectura de esa correspondencia deja, a cualquiera que no niegue lo que pasaba en la dictadura, la fuerte sensación de que Ponce estaba condenado a muerte.
 Luego intentaremos presentar sucintamente una noción posconciliar y latinoamericana de martirio, que incluye el compromiso con la justicia y los derechos humanos contando con la posibilidad cierta de la muerte, tal como se utilizó para solicitar la canonización de monseñor Romero en El Salvador y -suponemos- se intentará en el proceso de monseñor Angelelli.

                                                                                                          P. Quique Bianchi

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[1] Publicado como: Enrique C. Bianchi, “Ponce de León, obispo y mártir”, Vida Pastoral 363 (julio 2017).
[2] Cf. Juan Gelman, Apertura del Primer Encuentro Internacional de Memoria Histórica en la Universidad de Salamanca, disponible en: http://elpais.com/diario/2008/11/29/cultura/1227913202_850215.html.
[3] Esta situación de extorsión moral es explicada brillantemente en una conferencia que da Julio Cortázar en París en 1981. En un fragmento dice: “La extorsión moral … es la prolongación abominable de ese estado de cosas donde nada tiene definición, donde promesas y medias palabras multiplican al infinito un panorama cotidiano lleno de siluetas crepusculares que nadie tiene la fuerza de sepultar definitivamente… Y si toda muerte humana entraña una ausencia irrevocable, ¿qué decir de esta ausencia que se sigue dando como presencia abstracta, como la obstinada negación de la ausencia final? Ese círculo faltaba en el infierno dantesco, y los supuestos gobernantes de mi país, entre otros, se han encargado de la siniestra tarea de crearlo y de poblarlo”. J. Cortázar, Negación del olvido, disponible en: http://www.cels.org.ar/common/documentos/cortazar_negacion_olvido.pdf.
[4] Comisión diocesana pro informe testimonial sobre Ponce de León, Monseñor Ponce, 2008, p.14.
[5] Centro de Información Judicial, http://cij.gov.ar/d/doc-7886.pdf.
[6] Cf. Vatican Insider, Entrevista a Luis Liberti. A la Iglesia le falta verbalizar la dictadura, 8/3/2017, http://www.lastampa.it



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