Destino
universal de los bienes y opción preferencial por los pobres
182 El principio del
destino universal de los bienes exige
que se vele con particular solicitud por los pobres, por aquellos que se
encuentran en situaciones de marginación y, en cualquier caso, por las personas
cuyas condiciones de vida les impiden un crecimiento adecuado. A este propósito
se debe reafirmar, con toda su fuerza, la opción preferencial por los pobres: «Esta es una opción o una forma
especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da
testimonio toda la tradición de la Iglesia. Se refiere a la vida de cada
cristiano, en cuanto imitador de la vida de Cristo, pero se aplica igualmente a
nuestras responsabilidades sociales y, consiguientemente, a nuestro modo
de vivir y a las decisiones que se deben tomar coherentemente sobre la
propiedad y el uso de los bienes. Pero hoy, vista la dimensión mundial que ha
adquirido la cuestión social, este amor preferencial, con las decisiones que
nos inspira, no puede dejar de abarcar a las inmensas muchedumbres de
hambrientos, mendigos, sin techo, sin cuidados médicos y, sobre todo, sin
esperanza de un futuro mejor ».[1]
183 La miseria
humana es el signo evidente de la condición de debilidad del hombre y de su
necesidad de salvación.[2] De
ella se compadeció Cristo Salvador, que se identificó con sus «hermanos más
pequeños» (Mt 25,40.45). «Jesucristo reconocerá a sus elegidos en lo que
hayan hecho por los pobres. La buena nueva "anunciada a los pobres" (Mt 11,5; Lc
4,18) es el signo de la presencia de Cristo».[3]
Jesús dice: «Pobres tendréis siempre con vosotros,
pero a mí no me tendréis siempre» (Mt 26,11; cf. Mc 14,3-9; Jn
12,1-8) no para contraponer al servicio de los pobres la atención dirigida a Él. El realismo cristiano,
mientras por una parte aprecia los esfuerzos laudables que se realizan para erradicar la pobreza, por otra parte
pone en guardia frente a posiciones ideológicas y mesianismos que alimentan la
ilusión de que se pueda eliminar totalmente de este mundo el problema de la pobreza. Esto sucederá sólo a su regreso, cuando
Él estará de nuevo con nosotros para siempre. Mientras tanto, los pobres quedan confiados a nosotros y
en base a esta responsabilidad seremos juzgados al final (cf. Mt
25,31-46): «Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de Él si
omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que
son sus hermanos».[4]
184 El amor de la Iglesia por los pobres se
inspira en el Evangelio de las bienaventuranzas, en la pobreza de Jesús y en su
atención por los pobres. Este amor se refiere a la pobreza material y también a las numerosas formas de pobreza cultural y religiosa.[5] La
Iglesia «desde los orígenes, y a pesar de los fallos de muchos de sus miembros,
no ha cesado de trabajar para aliviarlos, defenderlos y liberarlos. Lo ha hecho
mediante innumerables obras de beneficencia, que siempre y en todo lugar continúan
siendo indispensables».[6]
Inspirada en el precepto evangélico: «De gracia lo recibisteis; dadlo de gracia
» (Mt 10,8), la Iglesia enseña a socorrer al prójimo en sus múltiples
necesidades y prodiga en la comunidad humana innumerables obras de
misericordia corporales y espirituales: «Entre estas obras, la limosna
hecha a los pobres es uno de los principales testimonios de la caridad
fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios»,[7]
aun cuando la práctica de la caridad no se reduce a la limosna, sino que
implica la atención a la dimensión
social y política del problema de la pobreza. Sobre esta relación entre
caridad y justicia retorna constantemente la enseñanza de la Iglesia: «Cuando
damos a los pobres las cosas
indispensables no les hacemos liberalidades personales, sino que les devolvemos
lo que es suyo. Más que realizar un acto de caridad, lo que hacemos es cumplir
un deber de justicia».[8]
Los Padres Conciliares recomiendan con fuerza que se cumpla este deber «para no
dar como ayuda de caridad lo que ya se debe por razón de justicia».[9] El amor por los pobres es ciertamente
«incompatible con el amor desordenado de las riquezas o su uso egoísta»[10]
(cf. St 5,1-6).
Extraido de: "COMPENDIO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA - PONTIFICIO CONSEJO JUSTICIA Y PAZ"
Publicaciones relacionadas:
[1] Juan
Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 42: AAS 80 (1988)
572-573; cf. Id., Carta enc. Evangelium vitae, 32: AAS 87 (1995)
436-437; Id., Carta ap. Tertio millennio adveniente, 51: AAS 87 (1995)
36; Id., Carta ap. Novo millennio ineunte, 49-50: AAS 93 (2001) 302-303.
[2]
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2448.
[3] Catecismo
de la Iglesia Católica, 2443.
[4] Catecismo
de la Iglesia Católica, 1033.
[5]
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2444.
[6]
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2444.
[7] Catecismo
de la Iglesia Católica, 2447.
[8] San Gregorio Magno, Regula pastoralis, 3, 21: PL 77, 87: «Nam cum quaelibet necessaria
indigentibus ministramus, sua illis reddimus, non nostra largimur; iustitiae
potius debitum soluimus, quam misericordiae opera implemus».
[9] Concilio Vaticano II, Decr. Apostolicam actuositatem, 8: ASS 58
(1966) 845; cf.
Catecismo de la Iglesia Católica, 2446.
[10] Catecismo
de la Iglesia Católica, 2445.
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