En
aquel tiempo, los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús
los había citado. Al verlo, se postraron delante de él; sin embargo,
algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: "Yo he recibido todo poder en el cielo y en
la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con
ustedes hasta el fin del mundo".
Catecismo de la Iglesia Católica
“JESUCRISTO SUBIO A LOS CIELOS, Y
ESTA SENTADO A LA DERECHA
DE DIOS, PADRE
TODOPODEROSO”
659 "Con esto, el Señor Jesús, después
de hablarles, fue elevado al Cielo y se sentó a la diestra de Dios" (Mc
16, 19). El Cuerpo de Cristo fue glorificado desde el instante de su
Resurrección como lo prueban las propiedades nuevas y sobrenaturales, de las
que desde entonces su cuerpo disfruta para siempre (cf.Lc 24, 31; Jn 20, 19.
26). Pero durante los cuarenta días en los que él come y bebe familiarmente con
sus discípulos (cf. Hch 10, 41) y les instruye sobre el Reino (cf. Hch 1, 3),
su gloria aún queda velada bajo los rasgos de una humanidad ordinaria (cf. Mc
16,12; Lc 24, 15; Jn 20, 14-15; 21, 4). La última aparición de Jesús termina
con la entrada irreversible de su humanidad en la gloria divina simbolizada por
la nube (cf. Hch 1, 9; cf. también Lc 9, 34-35; Ex 13, 22) y por el cielo (cf.
Lc 24, 51) donde él se sienta para siempre a la derecha de Dios (cf. Mc 16, 19;
Hch 2, 33; 7, 56; cf. también Sal 110, 1). Sólo de manera completamente excepcional
y única, se muestra a Pablo "como un abortivo" (1 Co 15, 8) en una última
aparición que constituye a éste en apóstol (cf. 1 Co 9, 1; Ga 1, 16).
660 El carácter velado de la gloria del
Resucitado durante este tiempo se transparenta en sus palabras misteriosas a
María Magdalena: "Todavía no he subido al Padre. Vete donde los hermanos y
diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios" (Jn 20,
17). Esto indica una diferencia de manifestación entre la gloria de Cristo
resucitado y la de Cristo exaltado a la derecha del Padre. El acontecimiento a
la vez histórico y transcendente de la Ascensión marca la transición de una a
otra.
661 Esta última etapa permanece
estrechamente unida a la primera es decir, a la bajada desde el cielo realizada
en la Encarnación. Solo el que "salió del Padre" puede "volver al
Padre": Cristo (cf. Jn 16,28). "Nadie ha subido al cielo sino el que
bajó del cielo, el Hijo del hombre" (Jn 3, 13; cf, Ef 4, 8-10). Dejada a
sus fuerzas naturales, la humanidad no tiene acceso a la "Casa del
Padre" (Jn 14, 2), a la vida y a la felicidad de Dios. Solo Cristo ha
podido abrir este acceso al hombre, "ha querido precedernos como cabeza
nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente
esperanza de seguirlo en su Reino" (MR, Prefacio de la Ascensión).
662 "Cuando yo sea levantado de la
tierra, atraeré a todos hacia mí"(Jn 12, 32).
La elevación en
la Cruz significa y anuncia la elevación en la Ascensión al cielo.
Es su comienzo.
Jesucristo, el único Sacerdote de la Alianza nueva y eterna, no "penetró
en un Santuario hecho por mano de hombre, ... sino en el mismo cielo, para
presentarse ahora ante el acatamiento de Dios en favor nuestro" (Hb 9,
24). En el cielo, Cristo ejerce permanentemente su sacerdocio. "De ahí que
pueda salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está
siempre vivo para interceder en su favor"(Hb 7, 25). Como "Sumo
Sacerdote de los bienes futuros"(Hb 9, 11), es el centro y el oficiante
principal de la liturgia que honra al Padre en los cielos (cf. Ap 4, 6-11).
663 Cristo, desde entonces, está sentado a
la derecha del Padre: "Por derecha del Padre entendemos la gloria y el
honor de la divinidad, donde el que existía como Hijo de Dios antes de todos
los siglos como Dios y consubstancial al Padre, está sentado corporalmente después
de que se encarnó y de que su carne fue glorificada" (San Juan Damasceno,
f.o. 4, 2; PG 94, 1104C).
664 Sentarse a la derecha del Padre
significa la inauguración del reino del Mesías, cumpliéndose la visión del
profeta Daniel respecto del Hijo del hombre: "A él se le dio imperio,
honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio
es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás"
(Dn 7, 14). A partir de este momento, los apóstoles se convirtieron en los testigos
del "Reino que no tendrá fin" (Símbolo de Nicea-Constantinopla).
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