Evangelio según San Juan 14,15-21.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
"Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos.
Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes. No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán, porque yo vivo y también ustedes vivirán. Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y yo en ustedes. El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él".
Catecismo de la Iglesia Católica
1082 En la Liturgia de la Iglesia, la
bendición divina es plenamente revelada y comunicada: el Padre es reconocido y
adorado como la fuente y el fin de todas las bendiciones de la Creación y de la
Salvación; en su Verbo, encarnado, muerto y resucitado por nosotros, nos colma
de sus bendiciones y por él derrama en nuestros corazones el Don que contiene
todos los dones: el Espíritu Santo.
1083 Se comprende, por tanto, que en cuanto
respuesta de fe y de amor a las "bendiciones espirituales" con que el
Padre nos enriquece, la liturgia cristiana tiene una doble dimensión. Por una
parte, la Iglesia, unida a su Señor y "bajo la acción el Espíritu
Santo" (Lc 10,21), bendice al Padre "por su Don inefable" (2 Co
9,15) mediante la adoración, la alabanza y la acción de gracias. Por otra
parte, y hasta la consumación del designio de Dios, la Iglesia no cesa de
presentar al Padre "la ofrenda de sus propios dones" y de implorar
que el Espíritu Santo venga sobre esta ofrenda, sobre ella misma, sobre los
fieles y sobre el mundo entero, a fin de que por la comunión en la muerte y en
la resurrección de Cristo-Sacerdote y por el poder del Espíritu estas bendiciones
divinas den frutos de vida "para alabanza de la gloria de su gracia"
(Ef 1,6).
“Ven,
Espíritu Santo”
2670 "Nadie puede decir: '¡Jesús es
Señor!' sino por influjo del Espíritu Santo" (1 Co 12, 3). Cada vez que en
la oración nos dirigimos a Jesús, es el Espíritu Santo quien, con su gracia
preveniente, nos atrae al Camino de la oración. Puesto que él nos enseña a orar
recordándonos a Cristo, ¿cómo no dirigirnos también a él orando? Por eso, la
Iglesia nos invita a implorar todos los días al Espíritu Santo, especialmente
al comenzar y al terminar cualquier acción importante. Si el Espíritu no debe
ser adorado, ¿cómo me diviniza él por el bautismo? Y si debe ser adorado, ¿no
debe ser objeto de un culto particular? (San Gregorio Nacianceno, or. theol. 5,
28).
2672 El Espíritu Santo, cuya unción impregna
todo nuestro ser, es el Maestro interior de la oración cristiana. Es el
artífice de la tradición viva de la oración. Ciertamente hay tantos caminos en
la oración como orantes, pero es el mismo Espíritu el que actúa en todos y con
todos. En la comunión en el Espíritu Santo la oración cristiana es oración en
la Iglesia.
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