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jueves, 29 de septiembre de 2016

"Realizaron el acto más excelente de culto y de amor a Dios con el derramamiento de su propia sangre" - Juan Pablo II




Santos Lorenzo de Manila Ruiz y quince compañeros mártires, tanto presbíteros como religiosos y seglares, sembradores de la fe cristiana en Filipinas, Formosa y otras islas japonesas, a causa de lo cual, por decreto del supremo jefe del Japón, Tokugawa Yemitsu, en distintos días consumaron en Nagasaki su martirio por amor a Cristo, pero celebrados en única conmemoración (1633-1637) 
El Papa Juan Pablo II beatificó a este grupo de mártires el 18 de febrero de 1981 en Manila (Filipinas) y los inscribió en el catálogo de los santos el 18 de octubre de 1987.

Milagro de canonización: Ocurrió en Manila el año 1983 por la invocación al grupo en favor de Cecilia Alegría Policarpio, niña de dos años, curada de forma completa y definitiva de una parálisis cerebral anatómica y funcional, sin ninguna terapia eficaz. El milagro ha sido reconocido por Juan Pablo II el 1 de junio de 1987. 


"Realizaron el acto más excelente de culto y de amor a Dios con el derramamiento de su propia sangre"

Como atestiguan las palabras del Evangelio, Cristo, ante su Padre celestial, se pone de parte de aquellos fieles mártires que ante los hombres se han puesto de parte de él. El himno de gloria que ahora han cantado a Dios voces innumerables es como un eco del Te Deum que se cantó en la iglesia de Santo Domingo la tarde del día veintisiete de diciembre de mil seiscientos treinta y siete, al llegar la noticia del martirio que había sufrido en la ciudad de Nagasaki un grupo de seis cristianos, entre los que se encontraban el padre Antonio González, encargado de la misión, dominico español, de la ciudad de León, y Lorenzo Ruiz, padre de familia, oriundo de la ciudad de Manila, del suburbio llamado Binondo, fuera de la ciudad. Estos testigos de Cristo cantaron, ellos también, salmos al Señor misericordioso y poderoso, cuando eran encarcelados y al sufrir la muerte, con un martirio que se prolongó durante tres días. La fe vence al mundo. La proclamación de la fe es como un sol que ilumina a todos los que desean llegar al conocimiento de la verdad. En el mundo, efectivamente, hay diversidad de lenguajes, pero la tradición cristiana es siempre la misma. Verdaderamente, Jesús, el Señor, compró con su propia sangre a sus siervos, que han sido congregados de toda raza, lengua, pueblo y nación, para formar un reino de sacerdotes para nuestro Dios. Los dieciséis mártires, ejerciendo el sacerdocio bautismal o de Orden sagrado, realizaron el acto más excelente de culto y de amor a Dios con el derramamiento de su propia sangre, unido al sacrificio de Cristo en el ara de la cruz, y de esta manera imitaron a Cristo sacerdote y víctima, de la manera más perfecta con que puede hacerlo una humana criatura. Su inmolación fue al mismo tiempo el mayor acto de amor a los hermanos, por quienes se nos invita también a nosotros a desgastarnos en favor suyo, siguiendo el ejemplo del Hijo de Dios, que se entregó por nosotros. Esto es lo que realizó Lorenzo Ruiz. Después de un camino repleto de peligros, el Espíritu Santo lo condujo a un final inesperado, y ante los jueces confesó que era cristiano y que estaba dispuesto a morir por Dios: «Querría ofrecer mil veces la vida por él. Nunca seré un apóstata. Si queréis, podéis matarme. Estoy decidido a morir por Dios.»
Estas palabras son como un resumen de su vida, una muestra de su fe y la razón de su muerte. En este momento, el joven padre de familia confesó y llevó a su culminación la catequesis cristiana que había recibido en la escuela de los hermanos de la Orden de santo Domingo, en Binondo; catequesis centrada toda únicamente en Cristo, ya que Cristo es su objeto, y es el mismo Cristo quien habla por boca del que lo da a conocer. El ejemplo dado por Lorenzo Ruiz, de padre chino y madre tagala, nos recuerda que la vida de cada uno de nosotros, en su totalidad, ha de estar orientada hacia Cristo. Ser cristiano significa esto: ofrecerse cada día, en respuesta a la oblación de Cristo, que para esto vino al mundo, para que todos tengan vida y la tengan abundante.

De la homilía pronunciada por el papa Juan Pablo segundo en la
beatificación de san Lorenzo Ruiz y compañeros
(Manila el día 18 de febrero de 1981).



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