Tenemos siempre el deseo de escribiros para consolaros y tranquilizaros en vuestra preocupación por nosotros; y para consolar y tranquilizar también, junto con vosotros, a todos los santos y hermanos nuestros que, por amor al Señor, se interesan por nuestra suerte. También en esta ocasión me veo obligado a escribiros acerca de los sufrimientos que nos agobian.
Os digo la verdad en el nombre de Cristo, nuestro Dios. Apartados de toda humana perturbación y depuestos de la responsabilidad de nuestro cargo, llevamos una vida que no merece el nombre de tal. Todos los que viven en esta región son gentiles y se comportan como gentiles; carecen en absoluto de caridad, aun de aquella que es connatural a la naturaleza humana y que demuestran los mismos bárbaros con sus frecuentes pruebas de compasión.
Me sorprendió, y no deja aún de sorprenderme, la falta de comprensión y de compasión de todos los que antes me pertenecían y de mis amigos y parientes, los cuales se han olvidado de mi desgracia de un modo tan completo, que ya ni les importa saber dónde estoy, ni si estoy aún en este mundo. ¿Qué clase de conciencia es la nuestra, me pregunto, cuando sabemos que hemos de presentarnos ante el tribunal de Cristo para acusarnos y excusarnos entonces todos los hombres formados de un mismo lodo y materia? ¿Qué clase de temor es este, que hace que los hombres no cumplan los mandamientos de Dios, y que les hace temer allí donde no hay motivo de temor? ¿Hasta tal punto estamos poseídos por el espíritu maligno? ¿Hasta tal punto me he mostrado enemigo de toda la Iglesia y adversario de ellos?
Con todo, Dios, que quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, afiance sus corazones en la ortodoxia de la fe, por la intercesión de san Pedro y los fortaleza contra todo hereje y contra toda persona, confiada a nuestra Iglesia y los conserve en la fidelidad, principalmente al pastor que aparece ahora como presidiéndolos, para que, sin apartarse ni desviarse ni perder nada de lo que ante Dios y sus santos ángeles profesaron por escrito, reciban, junto con mi humilde persona, la corono merecida de la fe ortodoxa, de manos de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
De ese humilde cuerpo mío ya se ocupará el Señor y lo gobernará según le plazca, ya sea en continuas tribulaciones, ya sea en leve reposo. El Señor está cerca, ¿por qué inquietarme? Espero, por su misericordia, que no tardará en poner fin a mi carrera, el fin que él determine. Saludad en el Señor a todos los vuestros y a todos los que, por amor de Dios, se han hecho solidarios de mis cadenas.
El Dios excelso os proteja de toda tentación con su mano poderosa y os salve para su reino.
El Dios excelso os proteja de toda tentación con su mano poderosa y os salve para su reino.
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