Pocas leyendas cristianas son tan conocidas y estimadas como la de santa Verónica. En ella se dice que Verónica limpió compasivamente el rostro de Jesús, cuando el Señor cayó bajo el peso de la cruz en su marcha al Calvario. La popularidad de este relato no tiene nada de extraño, puesto que toca una fibra muy íntima del corazón de los cristianos. Por otra parte, la versión que dice que Verónica era esposa de un oficial romano, constituye un ejemplo conmovedor de desprecio del respeto humano. Sin embargo, es necesario confesar que, si bien la leyenda es muy antigua, se apoya en una tradición muy vaga. Además, se ha identificado a Verónica con diversos personajes.
Los orígenes de estas creencias populares están más relacionados con la milagrosa imagen del rostro de Cristo sobre un lienzo, que con los motivos de amor y caridad de Verónica. Según una de las versiones más difundidas en occidente, Verónica se trasladó a Roma después de la muerte de Cristo y curó al emperador Tiberio con la preciosa reliquia; a su muerte, la santa legó el lienzo al Papa san Clemente. Una versión francesa de la leyenda identificó a Verónica con la esposa de Zaqueo (Luc. 19:2-10); cuando éste abrazó la vida eremítica (con el nombre de Amadour o Rocamadour), Verónica fue a evangelizar el sur de Francia. Otras versiones la identifican con Marta, con la hija de la cananea (Mat. 15:22-28), con una princesa de Edessa y con la esposa de un oficial galo romano.
La versión más antigua es la de un suplemento latino de las "Actas de Pilato" o "Evangelio de Nicodemus." El documento data del siglo IV o V, pero el suplemento es posterior. El nombre latino del suplemento es "Cura Sanitatis Tiberii" ("La Curación de Tiberio"); en él se identifica a Verónica con la mujer que padecía de flujo de sangre (Mat. 9:20-22). La misma identidad se le atribuye en otros documentos.
También se ha especulado mucho sobre el nombre de Verónica. Por ejemplo, se ha dicho que la imagen del lienzo de Verónica se conocía con el nombre de "vera icon" ("imagen verdadera") y que, por ello, se dio a la santa el nombre de Verónica. Por otra parte, en el oriente se llamaba a la que padece hemorragias "Berenice", es decir "Triunfadora", desde antes de que se le relacionara con la imagen milagrosa. En su polémica "Contra Celsum" de principios del siglo III, Orígenes afirma que los valentinianos llamaban a la enferma por hemorroísa, "Prounike" y que la consideraban como uno de los prototipos de la sabiduría; según el mismo autor, Celso confundió a la enferma con una virgen cristiana.
Ninguno de los martirologios más antiguos menciona a santa Verónica tampoco la conmemora actualmente el Martirologio Romano. San Carlos Borromeo suprimió su fiesta y su oficio en la diócesis de Milán. A principios del siglo XV, cuando empezaba a introducirse la forma actual de la devoción del Via Crucis, se hablaba en Jerusalén de la casa de santa Verónica; pero la estación del Via Crucis que se refiere a la santa se introdujo poco a poco. Por ejemplo, dicha estación no existía aún en Viena, en 1799.
Es muy posible que una mujer compasiva haya enjugado realmente el rostro del Señor en el camino al Calvario, y los cristianos hacen bien en meditar sobre ello y en honrar la memoria de dicha mujer. En San Pedro de Roma se conserva el lienzo original; pero es imposible garantizar su autenticidad.
Los bolandistas discuten la cuestión en febrero y en julio, a propósito de la identificación de Verónica con la hemorroísa. Existe una literatura muy abundante sobre santa Verónica. Además de la obra de K. Pearson, Die Fronika (1887), existe un excelente estudio de von Dobschütz, Christusbilder, que el autor continúa en su artículo "Das Schweisstuch der Verónica" en el Monatschrift F. h. Kunst (1909); véase también a P. Perdérizet, en De la Véronique et de St. Véronique ("Seminarium Kondokovianum", 1932, pp. 1-16). Véase también H. Leclercq, en DAC., vol. VII, cc. 224-225 y 2458-2459. Algunos autores atribuyen a Mabillon la idea de que el nombre de Verónica proviene de "vera icon"; pero dicha idea se encuentra ya en el Speculum Ecclesiae de Giraldus Cambrensis; Thurston, Holy Year of Jubilee (1900), pp. 58, 152-153 y 193-195, cita todo el pasaje. En la época de Dante y Petrarca estaba muy de moda la devoción al lienzo que se conserva en la basílica de San Pedro; según parece, dicha reliquia, en la que ya no se distingue la Santa Faz, ha estado en San Pedro desde el tiempo del Papa Juan VII (705-707 PC.). Acerca de la sexta estación de Jerusalén, cf. Revue Biblique, vol. I (1892), pp. 584 ss., y H. Vincent en Le Lien, feb. de 1951, pp. 18-26.
Fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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